La tolerancia a la frustración

 

noticias.universia.cl

Por Clara Olivares

La frustración es una respuesta emocional común a la oposición,  relacionada con la ira y la decepción,  que surge de la percepción de resistencia al cumplimiento de la voluntad individual. Cuanto mayor es la obstrucción y la voluntad, mayor también será probablemente la frustración. La causa de la frustración puede ser interna o externa.

En las personas, la frustración interna puede surgir del conflicto y también puede ser una fuente interna de la frustración, cuando uno tiene objetivos contrapuestos que interfieran unos con otros, puede crear una disonancia cognitiva. Las causas externas de la frustración implican condiciones fuera de un individuo, como un camino bloqueado o una tarea difícil. Mientras que hacer frente a la frustración, algunas personas pueden participar en el comportamiento pasivo-agresivo, lo que hace difícil identificar las causas originales de su frustración, ya que las respuestas son indirectas. Una respuesta más directa, y común, es una propensión a la agresión.

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Como bien dice esta definición, la frustración aparece cuando nuestros deseos no se ven realizados, en otras palabras, cuando no se ve realizada nuestra propia voluntad.

Esta obstrucción genera rabia, aunque no en todos los casos se reacciona de la misma manera. La decepción me parece una reacción más sana.

Me explico: la rabia produce una descarga de adrenalina que no está favoreciendo la acción, al contrario, ese “chute” se revierte hacia nosotros mismos, y, lo único que provoca es mucho malestar.

El ritmo cardiaco se acelera y la presión sanguínea aumenta. No me extraña que a los enfermos del corazón se les ordene evitar situaciones en las que se puedan enfadar.

Este enfado en muchas especies se expresa a través de la expresión facial, el lenguaje corporal, la emisión de sonidos, mostrar los dientes o mirarse fijamente.

Recuerdo a alguien que cada vez que la misma persona le hacía fotos, literalmente “asesinaba” la cámara.

La respuesta natural ante una amenaza es el ataque o la huida. ¿Pero qué pasa cuando esa amenaza no es real?

Me refiero al caso al que he citado más arriba, ¿era ésta una amenaza¿ o ¿era vivida por esa persona como tal?

Ante este sentimiento de rabia y de decepción, ¿cómo reaccionamos?

Desafortunadamente, la educación que actualmente los padres dan a sus hijos (por lo menos en España) aboga por que los niños y los adolescentes vean satisfechas sus demandas de forma inmediata.

No se educa para que el sujeto vaya desarrollando un “umbral de frustración” sano y muy necesario para enfrentar la vida.

Estas personas crecen convencidas de que pueden satisfacer TODAS sus necesidades y expectativas de inmediato.

Nada mas alejado de la realidad.

La vida es un encadenamiento de frustraciones, que, si no sabemos encajarlas bien, nos lo harán pasar muy mal.

Si a una persona no le enseñan desde pequeña a manejar adecuadamente su frustración, saldrá al mundo exterior desnuda, sin armas para poder enfrentar los avatares de la vida.

El resultado puede ser el de criar a un tirano o el de crear un ser completamente desarmado y frágil que al menor embate de la realidad se derrumbe.

También nos podemos encontrar con personas amargadas y malhumoradas que siempre están enfadadas y que se muestran irritables y resentidas.

Sería interesante analizar las sociedades para poder observar como han sido educadas las diferentes poblaciones.

Recordemos que cuando la frustración es muy grande, la agresividad aumenta, inconscientemente, por supuesto.

Es una realidad que existen sociedades en que la situación social está tan desequilibrada que, precisamente ese desequilibrio es el que causa un mayor resentimiento.

Pero volvamos al individuo. Cuando éste adolece de unas expectativas internas que chocan con su realidad, poniendo en evidencia un desfase abrumador, generalmente en donde el sujeto no sale favorecido, y si además, no es consciente de ello, lo más seguro es que cargue con su ira sobre diferentes objetivos en el mundo exterior.

Charlando sobre el tema con varias colegas, éstas estaban asombradas al constatar cómo sujetos alrededor de los 30’s poseían un umbral a la frustración penosamente bajo.

¿Qué nos está mostrando este fenómeno? Tristemente, que es poco halagüeño.

Como digo más arriba, la vida es frustración (y deleite, por supuesto), pero sino sabemos encajar esta última, ¿cómo sobreviviremos sin convertirnos es seres frágiles e insoportables?

En mi próximo artículo hablaré sobre el desorden.

(Imagen:www.noticias.universa.cl)

 

Necesidad de confirmación

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Por Clara Olivares

Todo ser humano necesita ser confirmado por otro para poder construir su identidad.

Desafortunadamente uno necesita la confirmación de otro ser humano para existir. En este caso, la auto-confirmación no sirve de nada.

Confirmación significa la ratificación de tu mismidad como individuo. Es necesario que ese otro ratifique mediante la confirmación que tú eres tú y que tienes derecho a ser como eres.

Al confirmar a alguien se le está transmitiendo este mensaje: «te acepto tal y como eres y tienes derecho a ser así”.

El ideal es que, durante el período de formación de un ser humano (niñez y adolescencia) su entorno familiar y social le permita construir su propia identidad mediante la confirmación.

En un mundo perfecto este proceso se llevaría a cabo de manera satisfactoria y tendríamos personas con identidades sólidas.

Pero, la realidad nos muestra que no siempre suele ser así.

Es frecuente que nos topemos con individuos que están pidiendo confirmación, es decir, que necesitan la constatación permanente de que el otro le reconozca y le certifique como un ser valioso, inteligente, bueno, bello, etc. dependiendo del tipo de confirmación que éste necesite.

Hasta que la persona no compruebe por sí misma que es alguien con valores y cualidades que le hacen merecedor del aprecio y del respeto del entorno, ésta no dejará de demandar confirmación.

Lo que alguien necesita que le confirmen dependerá de la carencia que cada uno tenga, de esta forma la demanda que haga estará encaminada a confirmar aquello de lo que siente que carece.

Por ejemplo: una persona puede sentirse tremendamente insegura de su capacidad intelectual, creyendo firmemente que no posee las habilidades necesarias para que la consideren inteligente.

Necesitará comprobar una y otra vez que sí está capacitada. No importa el número de veces que su entorno le haya manifestado su error, lo importante es que ella SE CONVENZA A SÍ MISMA de que es cierto y se lo crea.

Mientras que esa persona no se convenza de que es capaz, demandará constantemente pruebas de ello a los otros.

Así encontramos individuos que les piden a su pareja, por ejemplo, pruebas constantes de su amor porque no se acaban de creer que sea merecedores de ese amor.

Lo paradójico es que nunca llegan a ser conscientes de lo que hacen. Solamente después de realizar un trabajo de auto-conocimiento profundo lo pueden hacer consciente.

Para las personas que están a su alrededor puede llegar a ser cansino, básicamente porque nunca acaban de ser suficientes las pruebas que les den.

Dejarán de pedir la confirmación de otro en el momento en que hayan construido una identidad sólida y ya no necesiten más pruebas.

Como suele ser una demanda inconsciente, terminan realizando actuaciones, más o menos estrafalarias, que a ojos de los que los observan desde fuera resultan chocantes.

Por ejemplo, pueden hacer patente una habilidad o un conocimiento en el momento menos oportuno para “lucirse” y poner de manifiesto que ellos son “mejores” que los demás.

Visto desde afuera puede llegar a ser irritante o patético. Lo que el otro puede percibir es un grito sordo para ser confirmado. Y, eso, provoca ternura cuando podemos mirar lo que subyace detrás de su actuación.

Todos hemos realizado actuaciones de esta índole en algún momento de nuestra vida, no se nos puede culpar por ello. Lo que sí me parece importante es que nos demos cuenta de lo que hacemos y la razón que nos impulsa a hacerlo.

Seguramente, cuando nos encontramos ante una situación que no acabamos de controlar del todo y ante la cual nos sentimos inseguros, es totalmente natural que busquemos confirmación de que nuestro desempeño es el correcto.

La diferencia es que necesitamos esa aprobación del entorno de manera puntual. Lo preocupante sería que esta necesidad estuviera presente en todas nuestras actuaciones cotidianas.

En mi próximo artículo hablaré sobre la tolerancia a la frustración.

(Imagen: www.es.123rf.com)

 

Todo lo que encierra un simple gesto

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Por Clara Olivares

Como muestra esta imagen, el gesto que tiene el hombre al ofrecerle un calzado a la mujer que está descalza, habla por sí mismo.

No sabemos si ella lo aceptará o no. Lo que me parece interesante de la imagen es su elocuencia.

Muchas veces nos hemos visto en una situación en la que alguien tiene un gesto similar con nosotros y, por diversas razones, lo hemos rechazado.

Nos sorprendería descubrir que ese gesto estaba lleno de cariño y de buenas intenciones y que esa persona no pretendía en ningún momento fastidiarnos, todo lo contrario.

Solemos rechazar esa propuesta o esa sugerencia, generalmente por nuestra incapacidad de ver más allá.

Nos quedamos enredados en corroborar si aquello que nos brindan es lo que queremos, o, lo que deseamos, o, si estamos de acuerdo o no, o si va en contra de nuestras creencias.

Y con esta actitud somos incapaces de traspasar la superficie y ver lo que hay detrás del gesto.

Nuestra ceguera nos impide ahondar en el gesto que ese alguien tuvo para con nosotros.

Al hacerlo, situamos inconscientemente el centro de atención en nosotros mismos y, de esta forma nos olvidamos de la otra persona.

Es más, llegamos a ser incapaces de pensar en cómo se ha quedado esa persona con nuestro rechazo: me atrevería a decir que básicamente triste.

Aunque no se lo dijéramos diréctamente, le hemos transmitido nuestra negativa.

Seguramente nos sucede lo mismo en otros ámbitos.

No sé si es una cuestión de un solipsismo exacerbado, es decir, la creencia de que todo gira a nuestro alrededor.

Esta actitud la observaremos más claramente en los niños y en los adolescentes (aunque de forma cada vez más frecuente, la vemos en muchos adultos inmaduros).

La pregunta pertinente que deberíamos plantearnos es ¿y por qué me ofendo?

Seguramente porque con ese gesto me he sentido atacado.

Valdría la pena ahondar en ese sentimiento: ¿qué hace que el gesto generoso y desinteresado de otro yo lo recibamos como un ataque?

Probablemente, en el fondo, nos hemos sentido cuestionados.

Cuando caemos en un funcionamiento radical en donde no admitimos un cuestionamiento, algo en nosotros no está funcionando bien.

Cuando nos posicionamos en ese extremo ante cualquier tema, ocupamos un lugar que nos hace ser excesivamente rígidos.

¿Por qué necesitamos aferrarnos a esa postura radical?

¿Miedo quizás?

Cuando adoptamos una postura rígida, valdría la pena preguntarnos qué es lo que nos lleva a ocupar ese lugar.

¿Quizás es eso a lo único a lo que podemos agarrarnos para sentirnos seguros? ¿Es la única forma de sentirnos confirmados en nuestras creencias?

Sin duda, hay momentos de nuestra vida en los que necesitamos aferrarnos a algo para poder sobrevivir.

Pero, una vez pasado el momento álgido, ¿qué hace que sigamos en ese lugar de una rigidez extrema?

Como refleja la sabiduría popular: un objeto que sea muy rígido si se cae se rompe. Lo mismo nos puede suceder a nosotros!

Intentemos echar una mirada a nuestras reacciones para detectar ante cual de ellas nos ponemos muy rígidos: la clave radicaría en determinar los temas en los que no admitimos un cuestionamiento.

Si después de revisar nuestras actitudes encontramos algunas en las que el cuestionamiento no tiene cabida, vale la pena ahondar en ellas.

Como diría Platón: «Conócete a tí mismo».

Lo importante es comenzar a conocerse, este es un camino que jamás va a estar recorrido por completo, ya que éste acaba con la muerte.

¡Opino que siempre vale la pena iniciarlo!

En mi próximo artículo hablaré sobre la necesidad de confirmación.

(Imagen: www.tripeord.com)

La empatía

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Por Clara Olivares

La empatía se define como «la habilidad cognitiva de una persona para comprender el universo emocional de otra».

definición.es

Y la RAE la describe como:

1. Sentimiento de identificación con algo o alguien.

2. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos

La clave para asimilar el alcance de este concepto es la palabra comprender. Ésta implica, no sólamente entender algo, sino penetrarlo, asirlo, identificarse con el otro, en otras palabras, situarse en su lugar.

Por eso muchas veces se ha utilizado la imagen de «ponerse en los zapatos de alguien» para escenificar la empatía.

Para poder ser empático es necesario desplazar nuestro centro de atención, de uno mismo, al otro, y preguntarse: ¿Cómo sería estar en esa situación? Desde su óptica, ¿como se mira? y ¿cómo se siente?

Mientras no realicemos ese ejercicio será muy difícil que empaticemos con otra persona.

También es importante que dejemos de lado las ideas preconcebidas y los prejuicios.

Mientras continuemos emitiendo un juicio sobre la actuación de ese individuo será muy complicado que nos pongamos en su lugar.

Tendremos que hacer un esfuerzo para conseguir que nosotros mismos dejemos de ser el centro. Por eso a muchas personas les resulta tan difícil ser empáticas.

Así mismo deberíamos huír de la banalización, es decir, de restarle importancia a lo que nos cuenta el otro. En otras palabras, evitemos convertir la situación de él/ella en algo corriente y anodino.

Recordemos que para quien lo vive no es así, aunque nos parezca lo contrario, y es por esa razón precisamente que merece todo nuestro respeto.

Otro punto a tener en cuenta es, no cuestionar la actuación o la decisión de ese otro. Si nos tomamos el tiempo necesario, llegaremos a descubrir el por qué lo hizo. Seguramente hubo una razón de peso para esa persona que le llevó a elegir esa opción y no otra.

Tampoco es recomendable enumerarle una serie de casos similares con final feliz, por ejemplo, «eso no es nada, a fulanito o, a mí, nos pasó lo mismo y salimos adelante». Eso no la ve a ayudar, preguntémonos si no es nuestro propio temor el que está hablando a través de nuestra boca.

Si lo hacemos lo más seguro es que se enfade con nosotros, ya que, en realidad, no le estamos escuchando.

Y eso el otro lo siente.

La empatía se desarrolla, es algo que se aprende. Quizás la única condición para que sea eficaz es que sintamos de verdad lo que estamos diciendo.

No llegaremos a conectar con otra persona si decimos frases o palabras que en realidad no sentimos. En ese caso, es mejor no decir nada.

Lo mismo se aplica a una muestra de afecto como un abrazo o un beso. Si no lo sentimos será un gesto vacío.

Si le decimos a alguien: «lo siento mucho» es porque de verdad nos produce pena la situación por la que está pasando.

Las frases hechas del tipo: «estoy contigo», «cómo te comprendo», «saldrás adelante», etc. No consuelan si no están acompañadas de nuestro sentir.

Basta con asistir a un entierro para constatarlo, nos daremos cuenta inmediatamente de quién da el pésame sintiéndolo y quien lo hace sólo para quedar bien.

Mostrar una falsa compasión se detecta rápidamente.

En mi próximo artículo hablaré sobre la gran importancia que encierra un gesto.

(Imagen: www.paraemocionarse.wordpress.com)

 

La vida: un simple destello

blog.somosdesign

Por Clara Olivares

Lawrence Durrell (El cuarteto de Alejandría) escribió: «la vida es un simple destello de luz entre dos eternidades de tinieblas«.

Terrible y, a la vez, una imagen muy poética.

Sin lugar a dudas la vida es un milagro que irradia luz y calor. Hoy estamos vivos, mañana no lo sabemos

¿Y qué hacemos con ese breve destello?

Me parece que casi nadie llega a ser consciente de esa realidad. Creemos que lo natural es estar vivos.

Esta frase de Durrell me suscita muchas reflexiones.

Pienso que para las personas creyentes, esta afirmación carece de sentido. Pero, ¿y para los no creyentes?

Me pregunto cómo administramos ese momento fugaz que es nuestra vida: ¿en qué lo estamos invirtiendo? ¿cuánto tiempo dedicamos a disfrutar de ella? o, por el contrario, nos lamentamos, nos peleamos con la existencia y renegamos de nuestra suerte, o, de nuestra familia, pareja, herman@s, trabajo, etc.

Creo que no llegamos a ser conscientes de que nuestra vida dura muy poco comparada con la magnitud del universo.

¿Por qué desperdiciamos ese don en perder mucho tiempo en pelearnos con nuestro pasado, con nuestros padres, con nuestro entorno, etc.?

Cierto es que en algún momento de nuestra existencia atravesamos épocas, por otra parte necesarias, en las cuales «ordenamos la casa», es decir, revisamos nuestra historia familiar e intentamos poner en su lugar las cosas y a las personas.

Y después de hacerlo, ¿qué?

¿Cómo deseamos pasar el resto de vida que nos queda? ¿En qué la queremos invertir?

Es una realidad que consumimos diariamente un tiempo considerable en conseguir los recursos económicos necesarios para poder sobrevivir. Pero en esa labor no creo que sea aconsejable gastar más del tiempo necesario.

Es más, creo que paralelamente, deberíamos seguir aprovechando el hecho de que aún seguimos vivos.

Volviendo a la imagen que acompaña este artículo, habrá quienes se enfaden porque su cerilla debería ser más larga, o, dar más luz, o, ser una que jamás se consumiera.

Soy consciente de lo difícil que resulta a veces ver la realidad y, más aún aceptarla.

Me he cruzado con personas que, desde que las conozco, se pasan el tiempo quejándose, de su pareja, de su familias, de los políticos, etc. Y, honestamente, resulta cansino.

Pienso: ¿ésta persona no se dará cuenta de que ha desperdiciado su vida en culpar a otros de su suerte? Evidentemente no.

Siento tristeza por ellos porque aún no se han enterado de que la vida es corta y fugaz. Malgastan su limitado tiempo en nimiedades que, básicamente, no pueden ya cambiar, en lugar de invertir ese tiempo en vivir.

Disfrutar de lo que generosamente la vida les ha proporcionado, de las personas que les quieren, de la salud que tienen, de sus habilidades, de su inteligencia... la lista llegaría a ser interminable.

A todas ellas les repito una frase que decía mi madre con frecuencia: «en vida, hermano, en vida».

Cuando muramos, todos los «posibles» desaparecerán. Entonces ya no podremos hacer nada.

Os invito a mirar a vuestro alrededor y disfrutar de lo que tenéis. Dejad de lamentaros por lo que no tenéis. Os sorprendería descubrir que son muchas más las cosas de las que podéis disfrutar.

Como dice la famosa máxima de Rabindranath Tagore: «No llores por la puesta de sol, porque tus lágrimas te impedirán ver la belleza de las estrellas».

En mi próximo artículo hablaré sobre la empatía.

(Imagen: www.blog.somosdesign.es )

Relaciones virtuales

dubanpfc.blogspot

Por Clara Olivares

La irrupción de Internet ha marcado, sin lugar a dudas, una nueva época en la historia de la humanidad: vivimos en «la era virtual».

Buscando la definición de virtual, me pareció muy interesante una que habla de «la creación de una situación de apariencia real, en la que se crea la sensación de estar allí y de estar interactuando con ese entorno».

Lo paradójico del asunto es que ese mundo virtual se inspira, mayoritariamente, en una experiencia real.

Pero, ¿qué pasa cuando esos lugares no existen en el mundo real? Ese es el caso, por ejemplo, de los miles de video-juegos que aparecen en el mercado en donde la imaginación está desatada.

En el terreno de las relaciones interpersonales la realidad virtual es bien diferente. Me atrevería a decir que en ese mundo paralelo se vuelcan todos los deseos e ideales de las personas que buscan tener una relación con otro.

Al encontrar a una persona que en apariencia satisface todos nuestros sueños, muchas veces se olvida que ésta no es del todo real.

¿Por qué lo digo?

Este tipo de intercambios permiten un acercamiento con el otro, pero desde mi punto de vista, es incompleto porque no intervienen todos los sentidos; están excluídos el tacto, el olfato y el gusto. Sentidos que a mi entender, son tan importantes como el oído y la vista.

Toda la información que nos brindan estos sentidos desaparece, y por lo tanto la imagen que nos formamos de la otra persona queda incompleta.

Creo que el mundo en que nos movemos actualmente prima el sentido de la vista sobre los demás. Cierto es que muchas cosas entran por los ojos, no obstante, me parece importante no olvidar los restantes.

Lo que encuentro preocupante del fenómeno virtual es que termina aislando. Las personas acaban relacionándose con una máquina y no con una persona.

He visto en varias ocasiones la siguiente escena en un restaurante: una familia o una pareja están sentados a una mesa, y, cada uno de ellos tienen en la mano un teléfono con el que «se comunican» con otras personas (imagino) durante toda la comida. Prácticamente no hablan entre ellos, no se miran, comen en silencio, o, siguen con el teléfono mientras lo hacen.

Encuentro peligroso que se llegue a no poder distinguir entre la realidad virtual y la auténtica.

Y a veces, lo que veo me parece alarmante.

No puedo dejar de preguntarme muchas cosas: ¿para qué han ido al restaurante?, sino tuvieran el teléfono, ¿de qué hablarían?

Intuyo que ese mundo virtual resulta más apetecible que el real. Por no hablar que en éste no hay problemas, no hay que hacer ningún esfuerzo por mantener una conversación, si me aburro me voy.

Lo sorprendente es que ves a gente de todas las edades caer en esta dinámica.

Imagino que, para las personas que en el mundo real les es muy difícil establecer relaciones con otros, este mundo virtual les ofrece la posibilidad de relacionarse salvaguardando siempre la interacción que implicaría estar presente y delante del otro.

Encuentro triste que las personas se priven de toda la información que nos aportan los sentidos del tacto, el olfato y el gusto. Sin ellos encuentro que no se acaba de conocer a otra persona.

En el caso de una pareja, por ejemplo. ¿Cómo sé si habrá o no química entre nosotros? ¿Me gustará su olor? ¿Cómo me toca? ¿Acepto o rechazo ese contacto? ¿Qué siento cuándo me besa?

No estaría de más preguntarnos si no hemos sido engullidos por este mundo y no somos conscientes de ello.

En mi próximo artículo hablaré sobre el destello de luz que es la vida.

(Imagen: www.dubanpfc.blogspot.com)

Los secretos

elblogderamon.com

 

Por Clara Olivares

¡Qué difícil resulta cargar con un secreto!

Lo que es cierto es que todos tenemos uno o varios. Los hay inconfesables y los hay menos graves.

El punto importante a tener en cuenta es la implicación que tendría para otras personas el hecho de que éste se conociera.

Y el drama es precisamente ese porque siempre afecta a otrospor esa razón es un secreto.

Resulta primordial que no se sepa.

Cuántas películas se han hecho y cuántos libros se han escrito teniendo este tema como argumento.

Los secretos son algo oculto.

Y lo está, porque sino fuera de esa manera afectaría relaciones, familias, empresas, etc.

El secreto es excluyente por el hecho mismo de serlo. Así, se crean dos grupos excluyentes entre sí: los que lo conocen y los que no.

¿Cómo determinamos el punto que separa a los dos grupos?

Podría entrar en una disgregación inacabable sobre este punto, pero mi objetivo no es ese.

Pienso que la clave radica en calibrar muy bien las consecuencias que acarrearía desvelarlo.

Muchos chantajes se han hecho amenazando con hacer pública una información.

Pero, a veces, no es necesario llegar hasta esos extremos.

Compartimos un secreto con otro cuando confiamos en esa persona. Le damos un voto de confianza que esperamos, sepa corresponder con la misma moneda.

Pero, en ocasiones no resulta ser así. Cierto es que cuando confiamos un secreto estamos involucrando a esa persona en el grupo que lo separa de «los que no lo conocen», y, además, le cargamos con un peso al no poder revelarlo.

Porque si fuera de dominio público no sería un secreto, evidentemente.

Cuando contamos un secreto que nos habían confiado estaríamos traicionando la confianza que ese alguien depositó en nosotros. Algo que pertenecía a lo privado lo hemos convertido en público.

Muchas veces confiamos en alguien que creemos que merece nuestra confianza y, no es verdad. Porque hay personas que son incapaces de guardar un secreto, o, simplemente en su cabeza no tienen establecida la frontera que marca los límites entre lo privado y lo público.

No tienen interiorizada la noción de límite. Es como si al contar las intimidades de otra persona se valorizaran ante los ojos de quienes les escuchan.

Sus necesidades de reconocimiento, valoración y de inclusión son tan grandes que no se paran a pensar si lo que están contando es correcto o no lo es.

Quizás crean que es algo banal y por eso lo cuentan. Pero lo peligroso de esa actuación es que no piensan en ningún momento si para quien les confió el secreto no era algo banal.

La falta de consciencia de esos límites es muy dañina.

Existe la creencia tácita de que hay cosas que no se cuentan fuera de los entornos íntimos como son la pareja, la familia y la amistad.

Pero desafortunadamente hay personas que cuentan todo lo que sucede en cualquier entorno. No son capaces de discernir entre qué se puede contar y qué no.

O, también es cierto que quienes son conscientes de que les resulta imposible guardar un secreto optan por advertírselo a sus allegados. Detalle que es de agradecer.

Para terminar cito a William Le Pen: «Es sabio no hablar de un secreto; y honesto no mencionarlo siquiera.»

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones virtuales.

 

(Imagen: elblogderamon.com )

 

¿Cómo soportamos los olores corporales, propios y ajenos?

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Por Clara Olivares

«El olfato (del latín olfactus) es el sentido encargado de detectar y procesar los olores. Es un quimiorreceptor en el que actúan como estimulante las partículas aromáticas u odoríferas desprendidas de los cuerpos volátiles, que ingresan por el epitelio olfatorio ubicado en la nariz, y son procesadas por el sistema olfativo.

 La nariz humana distingue entre más de 10 000 aromas diferentes.

… Las sustancias odorantes son compuestos químicos volátiles transportados por el aire. Los objetos olorosos liberan a la atmósfera moléculas que percibimos al inspirar… El moco nasal acuoso transporta las moléculas aromáticas a los cilios con ayuda de proteínas fijadoras; los cilios transforman las señales químicas de los distintos aromas en respuestas eléctricas.

 Las prolongaciones nerviosas de las células olfativas alcanzan el bulbo olfatorio a través de micro-orificios del cráneo, el bulbo es una porción anterior del cerebro que se ocupa de la percepción de los olores… La información llega primero al sistema límbico y al hipotálamo, regiones cerebrales ontogenéticamente muy antiguas responsables de las emociones, sentimientos, instintos e impulsos.. Por este motivo, los olores pueden modificar directamente nuestro comportamiento y las funciones corporales. Sólo más tarde parte de la información olorosa alcanza la corteza cerebral y se torna consciente.»

Wikipedia

Veamos cuál es la función del hipotálamo:

«Región responsable del control de la expresión fisiológica de la emoción… En la glándula del hipotálamo se reúnen un conjunto de sustancias químicas responsables de determinadas emociones que experimenta el ser humano… Por lo que se considera que en el hipotálamo se forman sustancias químicas que generan la rabia, la tristeza, la sensación amorosa, la satisfacción sexual, entre otros.»

Wikipedia

 

Es impresionante conocer los caminos que tiene que recorrer un olor hasta que somos conscientes de él y lo más alucinante de este proceso es que se realiza en milésimas de segundos.

Cuántas veces nos habrá pasado que, al percibir un olor, éste nos transporta inmediatamente a un lugar, a una persona, a una casa… y pensamos: «este olor me acaba de transportar a tal o cual época, o, volví a mi niñez».

Es realmente increíble la potencia que tiene un olor y la cantidad de recuerdos, imágenes, situaciones, etc. que despierta.

Un olor nos pone rápidamente en contacto con los sentimientos que éste nos despierta.

Y estos sentimientos, me parece que son los que provocan en nosotros aceptación o rechazo.

Es un mecanismo que se activa automáticamente y en el cual no tenemos prácticamente ninguna ingerencia.

Lo que me parece interesante es poder analizar todo lo que nos despierta un olor y cómo nos relacionamos con aquello.

¿Rechazo? ¿Asco? ¿Deseo?

Vivimos en una sociedad que se ha convertido en una en la que los olores, en especial los desagradables, no tienen cabida.

Los alimentos ya casi no huelen, están empaquetados de tal manera que se impide que desprendan un olor que, socialmente, se considera desagradable.

Y no hablemos del olor corporal…

La industria cosmética se empeña en que no olamos nuestro propio cuerpo o el de otro.

Por eso solemos perfumarnos.

Lo que me parece alarmante es que se primen únicamente los olores agradables, básicamente porque la realidad es que existen tanto los agradables como los desagradables.

Algunas cadenas comerciales descubrieron recientemente, por lo menos en España, esta relación y la han sabido explotar como un elemento más de marketing.

En este momento, muchas tiendas tienen su «propio olor perfumado». Este descubrimiento lo hicieron hace años los comerciantes norteamericanos y han aprendido a utilizarlo a la perfección.

Pero, ¿y qué pasa con nuestros propios olores?

El sudor, nuestra boca, piel, pelo, etc. poseen un olor propio. ¿Cómo lo vivimos? Nos avergüenza, nos deleita, nos perturba… hace poco han pasado en la televisión una serie que contaba como una reclusa de una prisión de mujeres crea un negocio de «bragas usadas», las vende y tiene éxito. Muchos clientes pagan por poseer ropa interior femenina usada, es decir con olor a «intimidad de mujer».

Me pareció interesante que ésta sea una serie norteamericana porque, para mí, ésta es la sociedad «sin malos olores» por antonomasia.

En relación a este tema, creo que hay dos componentes a tener en cuenta: el físico y el social.

Las sociedades por lo general determinan que olores se consideran agradables y cuáles no lo son. Y me parece que, a través de estos dictámenes se vehiculan otros factores de muy diversa índole.

En el plano físico, por un lado, existe un componente de rechazo o aceptación automático y por otro, uno que está firmemente ligado con las emociones.

Hay olores corporales que abren todas nuestras puertas físicas y otros que las cierran.

Creo que ambos son muy primarios, es decir, no pasan por una elaboración intelectual previa. Tanto los olores propios como los ajenos.

Y, este inagotable mundo no admite un juicio de valor para nadie.

Hay personas a las que les excita un olor, mientras que para otras, el mismo olor las repugna.

No me parece que se pueda determinar una clasificación de los olores aceptables de los que no lo son. Además, ¿quién los determina? y, ¿cuáles son los criterios que aplica?

En resumen, me parece que es un tema extremadamente personal y en el que no podremos emitir un juicio, básicamente porque no estaríamos autorizados moralmente para emitirlo.

La pregunta que me gustaría hacer sería: ¿Cuál es la relación que cada uno tiene con ellos?

En mi próximo artículo hablaré sobre los secretos.

 

(Imagen: www.wapa.pe)

La superstición

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Por Clara Olivares

Lo dije en su momento y lo vuelvo a repetir: todos los seres humanos necesitamos asirnos a algo que nos haga levantarnos todas las mañanas y salir de la cama.

En otras palabras, es imprescindible creer en algo, o en alguien, para no hundirnos es la más espesa niebla de la existencia pura y dura.

 Los expertos consideran que el pensamiento mágico está ligado a la superstición y estoy en parte de acuerdo, no obstante, me pregunto si ¿es posible vivir completamente despojados de este tipo de pensamiento?

Yo diría que no del todo aunque hay grados y grados, evidentemente.

Desde el hombre primitivo hasta nuestros días, el ser humano ha necesitado dar una explicación a aquellos fenómenos que no alcanza a comprender, o, que simplemente le producen miedo y temor.

Me parece que las creencias que cada uno de nosotros posee son una especie de antídoto ante la profunda angustia que produce estar vivo.

Nuestras creencias nos definen como individuo.

En este punto deseo señalar una de las diferencias fundamentales entre religión y superstición: la primera transmite unos valores morales, en tanto que la segunda no lo hace.

Ésto no quiere decir que algunas religiones posean un componente mágico como por ejemplo, la misa de la religión católica, ¿no es mágico creer que la hostia se convierte en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre?

 Ya sé que se me podría rebatir alegando que se trata de una metáfora y que es algo simbólico. Más, ¿no es pensamiento mágico? cuando se comulga se tiene a Dios dentro y éste se funde con nosotros.

 ¿Está más alejado ésto de los rituales que practican algunas poblaciones tribales? No creo…

El argumento fundamental para diferenciar aquello que es superstición de lo que no lo es, es la razón, el pensamiento.

Y este argumento se apoya en la demostración científica del hecho. Cuando la relación entre causa-efecto se comprueba científicamente, es decir, se ha demostrado en la práctica su causalidad. Un simple ejemplo: si se somete a un organismo vivo a muy bajas temperaturas éste se congela.

Analicemos la etimología de la palabra superstición: súper = exceso, stare = estar de pié y tion = acción. En otras palabras, «mediante la acción estar presente (la creencia) de manera excesiva». Por ejemplo, creer firmemente que cuando se pasa por debajo de una escalera se va a tener mala suerte.

Se despliegan pequeños o grandes rituales para conjurar los males. Y éstos son transmitidos de generación en generación. Se basan en la transmisión de tradiciones populares.

Las creencias de una persona pueden basarse, en este caso, en ese resquicio de pensamiento mágico, que siendo adultos, permanece en nuestro imaginario.

Repito, existe un abanico ámplio de grados de superstición. Creo que todos los seres humanos hemos seguido conservando alguno de ellos.

En resumen, este tipo de pensamiento implica una explicación de carácter mágico entre el fenómeno y las consecuencias que se le atribuyen.

Es fascinante observar a un niño jugar con dos muñecos. Lo primero que hace es convertirlos en seres que están vivos y que establecen un diálogo entre ellos. Es en esta particularidad que su pensamiento se convierte en mágico.

El hecho de dotar de vida a un ser inanimado es lo que lo hace mágico.

En mi próximo artículo hablaré sobre la corporalidad.

(Imagen: www.magiainterior.com)

La fidelidad

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Por Clara Olivares

Como muestra la imagen, el perro es el icono de la fidelidad por antonomasia.

¿Cómo se ganó esta fama? Quizás porque a pesar de todo aquello por lo que pueda pasar su amo, permanece a su lado.

Ser fiel es «seguir ahí» en las buenas y en las malas. Por esa misma razón, me llaman la atención los votos que hacen los recién casados: «en la salud y en la enfermedad». Son las mismas promesas que se realizan ante lo ojos de un dios o ante los de un juez.

Alguien que se compromete a cumplir sus promesas, lo hace tomando la decisión HOY sin saber qué derroteros seguirá su vida en el futuro incierto.

No obstante, lo hace de manera lúcida y libre. De hecho la ley contempla la reducción de una condena, si el delito se ha cometido bajo coacción.

Quien es fiel cumple sus promesas a pesar de los cambios que sufrirán sus ideas, convicciones y sentimientos. ¿Esto no es uno poco soberbio? Yo pienso que se trata más de una elección inconsciente.

Me parece que quizás se relaciona más con la omnipotencia (yo puedo con todo) que con cualquier otra cosa.

Es este sentimiento, tan juvenil, de estar convencidos de que es posible hacer no importa qué, el responsable, quizás, de nuestra inconsciencia. Tampoco olvidemos que es gracias a ella que nos hemos atrevido a hacer muchas cosas.

En la medida que envejecemos aprendemos a ser más cautos, menos mal!

La palabra fidelidad proviene del latín fidelitas que significa «servir a un dios».

Cierto es que existen muchos dioses: el dinero, la fama o el poder, entre otros.

Según la definición que ofrece Wikipedia la fidelidad implica «…una conexión verdadera con una fuente».

 Por eso creo que resulta muy difícil mantener una promesa con el paso del tiempo, o no…

Eso en el caso de un sólo individuo. Pero, ¿que pasa cuando se trata de la fidelidad a un grupo? Por ejemplo, ¿a la familia? Por fidelidad a ella se llegan a hacer grandes sacrificios personales.

Nos quedaríamos sorprendidos de lo que es capaz de sacrificar un ser humano (en especial un niño) por su familia. Llegaría incluso a comprometer su salud mental para salvar al grupo.

Así, la afirmación de que la fidelidad es una virtud cobra mucho sentido.

En este punto me gustaría matizar. Creo que gran parte de lo que significa ser fiel está en consonancia con lo que cada uno es realmente, es decir, para poder ser fiel a algo o a alguien es necesario, en primer lugar, ser honestos con nosotros mismos y saber a que dios es al que servimos.

Como todo en esta vida, nada permanece inamovible, la vida es movimiento.

Las actuaciones que tuvimos en un momento equis de nuestra existencia, felizmente, con la edad y la madurez, las abandonamos y las modificamos.

Quizás no fuímos fieles a algo o a alguien por un sinnúmero de circunstancias.

Probablemente, nuestras creencias y las maniobras inconscientes que se ponían en juego, estén relacionadas con la propia historia personal, así como las estrategias de supervivencia a las que recurrimos para ser aceptados o, simplemente, incluidos en un grupo social.

Seguramente estos comportamientos no fueron los más correctos ni los más deseables, lo importante es que algún día descubramos la razón de nuestras actuaciones.

Valdría la pena averiguar qué parte de nosotros mismos se estaba jugando cuando apostábamos por esta maniobra: ¿buscar la valoración? ¿conseguir una identidad? ¿Demostrarnos algo a nosotros mismos, o al grupo?

 Dejando al margen estas preguntas, el concepto de fidelidad otorga especial atención al deber, en otras palabras, a hacer lo correcto.

O, por lo menos, tener el deseo (o la virtud) de cumplir las promesas hechas.

Creo que en la actualidad este concepto se ha banalizado y se ha manoseado enormemente.

Si no, escuchemos las promesas que hacen los políticos en el momento de conseguir más votos, o, cuando alguien desaprensivo antepone siempre sus intereses personales para satisfacer sus deseos a cualquier precio.

 Desafortunadamente, parece que la sociedad actual premia estas conductas.

 Y cada uno de nosotros ¿es fiel a sí mism@?

¡Elegir esta senda no es un camino de rosas!

En mi próximo artículo hablaré sobre la superstición.

(Imagen:www.leynatural.es)