El sarcasmo

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Por Clara Olivares

Un sarcasmo es una burla pesada, una ironía mordaz, un comentario hiriente que ofende o maltrata. …El sarcasmo, en este sentido, es una especie de ironía amarga, humillante y provocadora que, a veces, raya en el insulto. A menudo, un comentario sarcástico puede resultar cruel al punto de ofender y afectar al destinatario.

El sarcasmo sirve para menospreciar, poner en ridículo, manifestar desagrado  y despreciar a una determinada persona o cosa de manera directa o indirecta.

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O como reza el dicho popular: “tira la piedra y esconde la mano”.

No todas las personas usan el sarcasmo para expresar su rabia, quiero focalizar la atención en las personalidades narcisistas que lo suelen utilizar con frecuencia.

Por medio del sarcasmo el narcisista encubre su agresividad. La disfraza para que no parezca un ataque pero lo que busca es dañar a la otra persona.

Es un mecanismo odioso y agresivo. Ataca verbalmente y cuando el otro reacciona suele decir: “¡por qué te molestas si era una broma!”. Pero de broma no tiene nada…

El mensaje que se transmite a través del sarcasmo es que, el que lo utiliza, está enfadado/a pero es incapaz de decirlo abiertamente.

¿Por qué? Porque están muy preocupados/as en mantener una imagen impoluta de cara al exterior. Tienen de sí mismos una idea idealizada y temen profundamente que ésta se vea en entredicho.

Son personas que no se gustan a sí mismas y lo que hacen es proyectar en el otro su malestar.

Por eso, cuando ven que la imagen que han buscado mostrar en el exterior se ve amenazada, se encolerizan. Así, a través del sarcasmo, le roba al otro su autoestima, su valor como persona. Lo que pretende es destruirle, está muy enfadado/a y ataca.

Este tipo de personalidades buscan ser el centro de atención, y, cuando no es así, se aburren. Las hay que llegan a dormirse, por ejemplo, y no porque estén cansadas, evidentemente!

No se distinguen por ser empáticos. No creo que sean capaces de ponerse en los zapatos de otro por un instante. Al hacerlo, dejarían de ser el centro y, esa alternativa está fuera de discusión.

Con el sarcasmo ponen de relieve otra de sus características: la cobardía.

Son incapaces de enfrentar nada. Huyen e intentan que sea otro el que ponga la cara por él/ella.

Por lo general se mueven entre dos extremos: todo o nada. Conmigo o contra mí, amor/odio, blanco o negro. No existe el término medio, la maravillosa gama de los grises no existe para ellos. Poseen una deficiente capacidad para equilibrar sus sentimientos y calmarlos.

No hay que confundirlo con la ironía.

– Burla sutil y disimulada:
“hablaba con ironía cuando dijo que mi trabajo era muy interesante”.

– Tono burlón con que se dice.

– Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se expresa.

– Lo que sucede de forma inesperada y parece una burla del destino:
“ironías de la vida, decía que no se casaría nunca y ya lleva tres divorcios”

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La gran diferencia entre ellas es que con la ironía no se persigue dañar ni menospreciar al otro. Al contrario, es una forma elegante de hacerle ver a alguien aquello que éste no puede ver, por ejemplo.

Por eso la definición con la que encabezo este artículo habla de una “ironía mordaz”, es decir, se trata de una ironía que está envenenada.

En mi próximo artículo hablaré sobre la susceptibilidad.

(Imagen: www.taringa.net)

Los secretos

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Por Clara Olivares

¡Qué difícil resulta cargar con un secreto!

Lo que es cierto es que todos tenemos uno o varios. Los hay inconfesables y los hay menos graves.

El punto importante a tener en cuenta es la implicación que tendría para otras personas el hecho de que éste se conociera.

Y el drama es precisamente ese porque siempre afecta a otrospor esa razón es un secreto.

Resulta primordial que no se sepa.

Cuántas películas se han hecho y cuántos libros se han escrito teniendo este tema como argumento.

Los secretos son algo oculto.

Y lo está, porque sino fuera de esa manera afectaría relaciones, familias, empresas, etc.

El secreto es excluyente por el hecho mismo de serlo. Así, se crean dos grupos excluyentes entre sí: los que lo conocen y los que no.

¿Cómo determinamos el punto que separa a los dos grupos?

Podría entrar en una disgregación inacabable sobre este punto, pero mi objetivo no es ese.

Pienso que la clave radica en calibrar muy bien las consecuencias que acarrearía desvelarlo.

Muchos chantajes se han hecho amenazando con hacer pública una información.

Pero, a veces, no es necesario llegar hasta esos extremos.

Compartimos un secreto con otro cuando confiamos en esa persona. Le damos un voto de confianza que esperamos, sepa corresponder con la misma moneda.

Pero, en ocasiones no resulta ser así. Cierto es que cuando confiamos un secreto estamos involucrando a esa persona en el grupo que lo separa de «los que no lo conocen», y, además, le cargamos con un peso al no poder revelarlo.

Porque si fuera de dominio público no sería un secreto, evidentemente.

Cuando contamos un secreto que nos habían confiado estaríamos traicionando la confianza que ese alguien depositó en nosotros. Algo que pertenecía a lo privado lo hemos convertido en público.

Muchas veces confiamos en alguien que creemos que merece nuestra confianza y, no es verdad. Porque hay personas que son incapaces de guardar un secreto, o, simplemente en su cabeza no tienen establecida la frontera que marca los límites entre lo privado y lo público.

No tienen interiorizada la noción de límite. Es como si al contar las intimidades de otra persona se valorizaran ante los ojos de quienes les escuchan.

Sus necesidades de reconocimiento, valoración y de inclusión son tan grandes que no se paran a pensar si lo que están contando es correcto o no lo es.

Quizás crean que es algo banal y por eso lo cuentan. Pero lo peligroso de esa actuación es que no piensan en ningún momento si para quien les confió el secreto no era algo banal.

La falta de consciencia de esos límites es muy dañina.

Existe la creencia tácita de que hay cosas que no se cuentan fuera de los entornos íntimos como son la pareja, la familia y la amistad.

Pero desafortunadamente hay personas que cuentan todo lo que sucede en cualquier entorno. No son capaces de discernir entre qué se puede contar y qué no.

O, también es cierto que quienes son conscientes de que les resulta imposible guardar un secreto optan por advertírselo a sus allegados. Detalle que es de agradecer.

Para terminar cito a William Le Pen: «Es sabio no hablar de un secreto; y honesto no mencionarlo siquiera.»

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones virtuales.

 

(Imagen: elblogderamon.com )

 

Resiliencia

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Por Clara Olivares

«La resiliencia es la capacidad de los seres vivos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas. Cuando un sujeto o grupo es capaz de hacerlo, se dice que tiene una resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o incluso resultar fortalecido por éstos…»

Wikipedia

 Según los expertos, todos los seres humamos nacemos con esta capacidad, aunque no todos la desarrollan.

¿Por qué?

Me atrevería a decir que tiene que ver con las dificultades a las que cada persona ha tenido que enfrentarse en su vida.

Como reza el dicho: «lo que no te mata, te hace más fuerte».

He observado que aquellos que han tenido existencias difíciles ya sea física, emocional o económicamente suelen poseer una actitud diferente hacia la vida.

O bien están amargados, o bien desarrollan esa capacidad innata de la resiliencia. No obstante, estoy convencida de que convertirse en alguien amargad@, es una decisión que se toma consciente o inconscientemente en un momento de la vida.

La resiliencia no se debe comparar con una actitud pesimista u optimista. «Ver el vaso medio lleno o medio vacío», ayuda pero no es suficiente. La resiliencia es más que eso.

Significa pasar a la acción, avalar con nuestros actos nuestra forma de enfrentar la existencia.

Hay quienes tienen una existencia «tranquila» y otros que no la tienen.

«La resiliencia es la entereza más allá de la resistencia». No es simplemente resistir un período difícil, como digo más arriba, es demostrar con los hechos nuestra actitud. Es enfrentarse a la vida manteniendo la convicción de que se va a salir adelante, aunque la realidad te esté mostrando lo contrario.

No siempre se es consciente de la propia resiliencia, éstas personas consideran que esa es la forma natural de reaccionar ante las situaciones adversas.

Para alguien que siempre ha actuado así, resulta sorprendente la admiración que su propia actitud despierta en otros.

Es más, las dificultades y los obstáculos suponen un reto para ellas. Pareciera que éstos las aguijonearan y que recurrieran a toda su creatividad para sortearlos.

 Existe una certeza de que lograrán atravesar ese bache en el camino. Y lo cierto es que así lo hacen.

Los expertos apuntan una serie de características que poseen las personas que desarrollan su capacidad de resiliencia.

Éstas serían:

  • Sentido de la autoestima fuerte y flexible
  • Independencia de pensamiento y de acción
  • Habilidad para dar y recibir en las relaciones con los demás
  • Alto grado de disciplina y de sentido de la responsabilidad
  • Reconocimiento y desarrollo de sus propias capacidades
  • Una mente abierta y receptiva a nuevas ideas
  • Una disposición para soñar
  • Gran variedad de intereses
  • Un refinado sentido del humor
  • La percepción de sus propios sentimientos y de los sentimientos de los demás
  • Capacidad para comunicar estos sentimientos y de manera adecuada
  • Una gran tolerancia al sufrimiento
  • Capacidad de concentración
  • Las experiencias personales son interpretadas con un sentido de esperanza
  • Capacidad de afrontamiento
  • La existencia de un propósito significativo en la vida
  • La creencia de que uno puede influir en lo que sucede a su alrededor
  • La creencia de que uno puede aprender con sus experiencias, sean éstas positivas o negativas

Desarrollar la propia capacidad de resiliencia permite tener la sensación de un control sobre aquello que podemos controlar y de una aceptación de lo que se escapa a nuestro control.

Ya lo he dicho en otros artículos, aceptar la realidad que nos brinda la vida es un síntoma de sanidad mental.

Una aceptación que jamás debe confundirse con la resignación. Ésta significaría «bajar los brazos» y dejar de luchar.

Quienes han sido personas resilientes siempre hallan el aprendizaje que la situación a la que se han visto sometidas les ha ofrecido.

Os pregunto: ¿Cómo os enfrentáis a los avatares de la vida?

Probablemente no como quisiérais ni como deberíais, sino simplemente como podéis.

En mi próximo artículo hablaré sobre las compulsiones.

(Imagen: www.adeccorientacionempleo.com)

 

 

 

Relaciones fusionales

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Por Clara Olivares

No resulta tan evidente comprender el esquema de funcionamiento de una relación fusional.

El concepto parte de la idea de fusión: f. Acción y efecto de fundir o fundirse.

Real Academia de la Lengua

 

En otras palabras, las relaciones fusionales se caracterizan por el hecho de que una persona, literalmente, se «funde» con otra dando como resultado una pérdida total o parcial de la propia identidad.

Este tipo de relación se suele establecer desde la niñez hasta la adolescencia. Por lo general, se da entre padre(s) e hijo(s).

Es el progenitor quien establece este tipo de vínculo, en donde al niñ@ le resulta prácticamente imposible negarse.

¿Por qué?

Básicamente por la sencilla razón de que es un niñ@, y, como tal, depende del adulto para estructurarse internamente y así poder sobrevivir.

¿Qué necesitaría un niñ@ para crear una base sólida que le permita crecer con una identidad fuerte?

Se podrían resumir en tres puntos.

  1. Sentir el amor del adulto y tener una conexión con él
  2. Recibir suficiente cuidado y nutrición (física, psíquica y emocional)
  3. Aprender las estructuras y normas necesarias para interiorizar los límites y, por lo tanto, sentirse seguro.

Desgraciadamente la totalidad de estos puntos no suelen estar presentes en este tipo de relaciones.

Un padre/madre con una débil estructura psíquica, «fagocita» al hij@ para apoyarse en él/ella con la esperanza (inconsciente) de que éste le dé todo aquello de lo que carece.

En este caso, el adulto no le proporciona ninguno de los puntos que describo más arriba, y si lo hace, es de manera muy precaria.

Así, la situación del adulto hace que éste no reconozca las necesidades ni los deseos del niño. Dicho de otra forma, le niega.

Es incapaz de permitir que las señales, necesidades y deseos del bebé/niñ@ sean los que determinan las acciones y no las necesidades y los deseos de los padres.

Los niñ@s que han sufrido este tipo de relaciones suelen repetir el mismo esquema cuando son adultos. Lo repiten porque fué ese modelo el único que tuvieron.

Para ser aceptados y queridos aprendieron a fundirse con el otro sacrificando así su propia identidad.

Más adelante, con sus parejas, vuelven a recrear el mismo patrón

Son personas que desean que sus parejas y ellas sean, literalmente, una sola persona.

No hay diferenciación entre una y otra. Les resulta imposible concebir otro tipo de relación.

Este tipo de personas suelen establecer vínculos (inconscientemente) con el otro buscando ese amor, disfrute y/o protección del cual carecieron

Este déficit hace que esta búsqueda se convierta en su meta, dándose los siguientes tipos de comportamiento:

  1. los que salen a perseguir su meta
  2. los que niegan esa meta y van en contra de ella
  3. Los que se mueven entre un extremo y el otro, o dicho de otro modo, los ambivalentes.

Como señalo más arriba, se recrea el mismo tipo de vínculo que tuvieron en su infancia con la madre. Con sus parejas expresan la misma forma de relacionarse que su propia madre tuvo con ellos.

Hablaríamos entonces de cuatro formas básicas de establecer el vínculo:

  1. Búsqueda de un apego seguro: el individuo se siente angustiado por lo que con frecuencia busca en los demás ayuda y apoyo. Se sienten cómodos con la intimidad, se dejan conocer y suelen confiar en los demás. Probablemente tuvieron una relación cálida con uno de los progenitores o con ámbos. Percibieron la relación de sus padres como buena y basan las suyas propias en la confianza.
  1. Evitación de intimidad: son individuos que les cuesta mucho reconocer su propia angustia y por ende la búsqueda de apoyo. Son personas que no se sienten cómodas con la intimidad y no les gusta depender de nadie, razón por la cual les cuesta mucho abrirse a su pareja. Han tenido madres frías con tendencia a juzgar y a rechazar al otro. No creen mucho en la durabilidad de las parejas y la intensidad de su amor decrece con el tiempo.
  1. El apego ansioso-ambivalente: son individuos que muestran una hipersensibilidad hacia las emociones con matices negativos y muestran su angustia de manera intensa. Presentan grandes dudas respecto a su propia valía y suelen sentirse incomprendidos por el otro. Buscan parejas complicadas con una carga sexual muy fuerte con las cuales puedan vivir su amor ansioso. Seguramente tuvieron un padre/madre intrusivo y/o ambivalente que fueron percibidos como injustos. Buscan relaciones fusionales basadas en la dependencia afectiva y la idealización.
  1. Apego desorganizado y desorientado: expresan conductas contradictorias, como por ejemplo, se acercan pidiendo apoyo mirando hacia otro lado, o saludan al otro girando la cabeza sin mirarle.

Abría este artículo diciendo que este tipo de relaciones no son tan evidentes de explicar. Quienes las han padecido, perciben de manera inconsciente el mundo más desde la intuición que desde la cabeza. Aunque, paradójicamente, usen la racionalización como mecanismo de defensa.

En mi próximo artículo hablaré sobre la compasión.

(Imagen: www.telejunior.blogspot.com)

El arte de la discusión

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Por Clara Olivares

La palabra «discusión» en muchas ocasiones se confunde con el concepto de «pelear» o de «pelea».

Cuando se entabla una pelea, ésta sólo tiene dos finales posibles: ganar o perder. Consiste en un enfrentamiento entre dos o más personas/grupos en los cuales el objetivo que se persigue es el de combatir al otro(s) para, finalmente, imponer la propia voluntad y/o el propio punto de vista.

En otras palabras, lo que se hace es combatir. Nada más lejos del deseo de comunicar. En una pelea se emite un juicio sobre la idea o sobre la persona y se le califica: estás conmigo o contra mí.

En cambio discutir, como señalo en el título de este artículo «es un arte».

Una discusión es un discurso o una conversación en la que se intercambian puntos de vista, ponencias y críticas sobre un tema propuesto a debate. A menudo los grupos poseen ideas o visiones contrapuestas. 

Wikipedia

 La discusión enriquece.

Desgraciadamente, la educación que hemos recibido no nos enseña a discutir.

Por lo general, la curiosidad queda fuera de la ecuación, y sólo ésta permite que averigüemos de donde proviene el parecer del otr@.

Ésta (la curiosidad) hace que dejemos de mirarnos el ombligo y levantemos la vista para comenzar a «ver» al otr@.

Nos podremos plantear preguntas tales como:¿Qué ha hecho que esta persona piense de tal o cual manera? ¿De dónde provienen sus ideas? ¿Son suyas realmente o se las han transmitido?

Si ante una discusión alguien llega a tomárselo como un ataque personal, valdría la pena que se cuestionara sobre el porqué lo vive como una agresión.

Disentir con una idea jamás implica un ataque. Al contrario alguien disiente por una serie de razones que le han conducido a pensar o a sentir de esa forma.

Razones que, en la mayoría de los casos, no nos tomamos la molestia de indagar.

Oponerse por sistema es una actitud que adoptan algunas personas. Lo hacen porque seguramente aprendieron a funcionar así , o, por simple y llana rebeldía, o, porque esta era el único recurso de que dispusieron para sobrevivir a un entorno en donde la diferencia estaba prohibida.

Oponerse es una forma de confirmarse como individuo único e irrepetible. Ser consciente de esa unicidad es vital para la construcción de una identidad sólida.

Esta actitud hace que, por lo general, quienes poseen este tipo de funcionamiento no sean muy conscientes de éste, y que, seguramente de manera inconsciente, teman adentrarse es ese terreno.

Sin duda, llegar a saber cuáles son estas razones, requiere poseer un mínimo de auto-reflexión que le permita cuestionarse a sí mism@ sin el temor a lo que se pueda encontrar.

Repito, la discusión enriquece, no sólo porque ayuda a conocer al otro sino porque fomenta el autoconocimiento.

Quizás esta resistencia pueda deberse a la imposibilidad de soportar la diferencia. Diferencias que se expresan a través del pensamiento, las emociones, las acciones y el aspecto físico.

En algunos casos, esta imposibilidad puede ser fruto de una relación fusional con alguno de los progenitores.

Obviamente, existen grados de fusión. Quizás, el hecho de manifestar esa diferencia era penalizada en el entorno familiar y la consecuencia era la exclusión del grupo.

Hablo de la familia, pero este principio es aplicable a cualquier grupo: iguales, colegas, amigos, etc.

Ser o mostrarse diferente está mal visto.

De esta reflexión se desprende el terror que puede despertar en alguien que ha vivido esa experiencia ser protagonista de una discusión.

Me parece que cuándo descubramos lo apasionante que puede llegar a ser una discusión, seguramente nos haremos fans de ella.

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones fusionales.

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La depresión

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Por Clara Olivares

Antes de comenzar el artículo quiero aclarar que voy a hablar de la depresión vital, no de la depresión clínica, esa es otro asunto.

La depresión ha sido denostada, temida, vapuleada, degradada, descastada, pero yo soy una gran fan de ella.

Me sorprende el miedo que por lo general despierta. Es el coco, la «bicha», nadie quiere saber de ella.

¿Por qué se la teme de esa manera?

Imagino que la rodea un halo de prejuicios: «es malo deprimirse«, aunque no se dice por qué, «debes evitar deprimirte«…

Me parece que a las personas se les dispara el imaginario más catastrófico cuando se la nombra.

Pero me parece que justamente, es gracias a ella que contactamos con nuestros sentimientos más profundos.

Cierto es que cuando se destapa la caja de Pandora, no podemos saber (ni controlar) de antemano que puede salir de ella, y, eso genera mucho miedo.

Lo que no sabe la mayoría de la gente es que, deprimirse forma parte del proceso vital de crecimiento interior, en otras palabras, madurar.

Sólo cuando contactamos diréctamente con nuestros sentimientos y permitimos que éstos nos embarguen, sabremos quienes somos en realidad.

Sé de un caso en el que un señor un día se sentó en una silla (sólamente salía para ir a trabajar) y estuvo llorando durante un mes. Al cabo de ese tiempo, se levantó y retomó su vida cotidiana.

Jamás un proceso vital se completa totalmente hasta que no nos deprimimos.

Es necesaria, en algún momento de nuestra vida tenemos que deprimirnos y sentarnos a llorar.

Si no contactamos con nuestro sentir profundo y verdadero jamás conseguiremos la madurez.

Me decía una terapeuta: «para que un proceso terapéutico se complete, es indispensable que la persona viva una buena depresión«.

Gracias a ella nos humanizamos.

Es como si, de alguna forma, comenzáramos a ver el mundo desde otra óptica. Las cosas de la vida pasan de ser «blanco o negro» para adentrarnos en una visión que contempla todas las gamas del gris.

Ante cualquier evento al que nos enfrentamos podemos comenzar a mirar muchos más aspectos, aparte de lo que resulta obvio. Es como si comenzáramos a observar todo aquello que tiene lugar «tras bambalinas».

Seremos capaces de mirar «más allá» y, lo más importante, el órgano que comienza a tomar relevancia es el corazón.

Vemos con los ojos del corazón, no con los de la razón.

Y, eso, marca una diferencia abismal.

No estamos habituados a contemplar el mundo desde esta perspectiva, ni el mundo tampoco.

El corazón tiene razones poderosas para sentir lo que siente, aunque en muchas ocasiones se nos escape su significado profundo.

Podemos engañar a la razón con un discurso elaborado, pero al corazón, jamás.

Y es aquí cuando entran en juego todos los posibles sentimientos que alguien o algo nos despierta. Escapan a los juicios… se siente lo que se siente sin más.

¿Por qué no intentamos ser honestos con lo que sentimos? Hagamos la prueba. Igual nos sorprendemos.

En mi próximo artículo hablaré sobre la frustración.

(Imagen: www.revistareplicante.com)

La renuncia

 

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Por Clara Olivares

«La renuncia es el acto jurídico unilateral por el cual el titular de un derecho abdica al mismo, sin beneficiario determinado». Wikipedia.

Esta definición desde el punto de vista jurídico, creo que aclara muy bien el término.

Hace referencia al acto de dejar de ser beneficiario de algo, sin explicar las razones que han llevado a ello.

Me atrevería a afirmar que son dos las circunstancias en las que una renuncia tiene lugar: la que viene dada por una decisión personal sin hechos precedentes que la motiven; y, la que un sinnúmero de circunstancias han llevado a ella.

En el primer caso, se decide abstenerse de algo, un privilegio, una relación, dinero, una herencia, etc. por múltiples razones de índole personal.

En el segundo caso, la cosa es más compleja.

Me explico. En algunas ocasiones un ser humano se haya en una situación en la que pierde cosas… salud, justicia, bienes, y se encuentra ante la realidad que constata esa pérdida.

Como dirían es España: ¿y eso cómo se come?

La primera reacción, por lo general, es que se niegue la evidencia. Máxime cuando esa pérdida representa una parte importante de nuestra identidad.

La negación no hace que el hecho desaparezca mágicamente, ¡ojalá!

Pasada esta fase, la cruda realidad continua estando presente, y, ésta, no la podemos seguir negando. Sería como intentar tapar el sol con las manos: es imposible.

Esta constatación da paso a una época de luto. Sí, me parece que es muy importante autorizarnos a vivir el dolor que nos causa la desaparición de eso que tuvimos y ya no está.

Seguramente nos provocará mucha rabia en un principio, luego vendrá la necesidad de llorar la pérdida. Es necesario y sano hacerlo.

No podemos desvincular a nuestro corazón de nuestra vida. Lo que sentimos está ahí.

Otra cosa es que lo podamos escuchar…

Llegados a este punto, nos encontramos ante dos caminos: seguimos furiosos con la vida y nos amargamos, o, aceptamos la situación.

No es fácil, que duda cabe, pero no tenemos alternativa si decidimos que no nos queremos amargar.

Imagino que a ésto se le llama madurez.

Se requiere una gran dósis de humildad… supone un bofetón para la omnipotencia. Finalmente comprobamos que no podemos con todo, la VIDA no se puede controlar.

En mi próximo artículo hablaré sobre la necesidad de tener un sueño en la vida.

(Imagen: www.mipequeniograndiario.blogspot.com)

La aceptación

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Por Clara Olivares

La aceptación es un estado del espíritu que por lo general, nos cuesta conseguir.

Con ésto quiero decir que en la mayoría de los casos, suele haber una resistencia ante la nueva realidad que se dibuja en el horizonte.

Esta constatación no significa en ningún momento que no existan seres a los que les es más fácil adaptarse.

En muchas ocasiones se nos queda atragantada la nueva situación, impidiéndonos respirar y toser como si de un cuerpo extraño que se aloja en nuestra garganta se tratara. En los casos más difíciles, incluso nos ha llevado a la asfixia.

Aceptar la realidad de nuestro presente, requiere una buena dosis de humildad.

No de una falsa humildad. Es decir, de aquella que está revestida de una apariencia de mansedumbre, pero que en su interior alberga ira, rebeldía o lucha.

… Miguel de Cervantes dice en el famoso Diálogo de los Perros que «la humildad es la base y fundamento de todas virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea.» Opina así el príncipe de los ingenios que la modestia y la discreción mejora las demás virtudes y enriquece la personalidad.

El término humildad, como también lo dice la Real Academia se usa muchas veces en sentido peyorativo. Puede significar pertenecer a un hogar de recursos limitados, o incluso sumisión, dejadez o rendimiento.

Desde el punto de vista virtuoso, consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia, una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona soberbia, quien se siente auto-suficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia.

Wikipedia

Como plantea la definición de Wikipedia, «… la aceptación de nuestras habilidades y nuestros defectos…» implica una visión desnuda, sin adornos de lo que somos.

En algunas ocasiones esta constatación resulta gratificante y, en otras, nos produce rechazo.

¿Cuál es la verdadera? ¿La que proviene de nuestra propia percepción, o, la que proviene del exterior?

Una combinación de las dos.

Aunque dos personas vivan idéntica realidad, la construcción y la vivencia que cada una haga sobre ella será distinta.

En teoría, deberíamos aceptarnos tal y como somos. Así mismo, es deseable que asumamos la situación vital que nos ha tocado en suerte. Puede tratarse de un pérdida, de un divorcio, de una bancarrota, de una enfermedad, etc.

Quizás ésta nos conduzca a rememorar situaciones pasadas dolorosas u olvidadas. Lo que constituye una verdad es que la realidad cambia, jamás permanece igual.

Ya he hablado de él en otras ocasiones, existe un adagio chino que reza así: «si estás abajo, no te preocupes demasiado; y si estás arriba, tampoco te alegres tanto. Recuerda que todo lo que sube, baja y todo lo que baja, sube»

La vida está hecha de ciclos, buenos y malos.

Es como una línea que oscila: unas veces está arriba y otras abajo, nunca es una línea recta.

En más de una ocasión nos hemos empeñado en aferrarnos a una relación, a una idea, o a una situación que en ese desesperado intento por retener, únicamente nos ha acarreado sufrimiento.

Aprender a soltar es una lección que deberíamos aprender muy pronto. Desafortunadamente, lo aprendemos cuando nos hayamos en una situación que nos obliga a hacerlo.

«Fluír»… recuerdo esa publicidad en la que aparecía Bruce Lee diciendo: «…be water my friend.» Me sonrío porque en eso precisamente consiste la vida.

Me parece que uno de los secretos de la felicidad se basa en ese principio. No resulta fácil ni evidente.

Pero si no aceptamos la propia realidad, nos va a resultar dura y pesada la existencia.

Imagino que para aquellas personas que creen en un dios les resultará más tolerable aceptar las injusticias y las desgracias; los ate@s lo tienen más complicado, les toca asumir la realidad a palo seco.

A veces resulta muy duro.

En mi próximo artículo hablaré sobre el sufrimiento.

(Imagen: www.ateuch.blogspot.com)

 

 

La generosidad

www.cosetasdeadelita.blogspot1Por Clara Olivares

Una persona generosa, ¿nace o se hace?

Creo que ambas cosas.

Me explico: la naturaleza de aquel que ha nacido generoso le impulsará siempre a dar, mientras que el que se hace, aunque su primer impulso sea el de retener para sí, puede ir aprendiendo a dar, gracias al ejemplo de quien es generoso con él/ella.

En éste terreno la religión juega un papel importante. Para quienes crecimos en un entorno católico, éste promulga el desprendimiento material. Es decir, si con mis actos no demuestro que doy, significa que «no soy un buen cristiano».

Pero el hecho de dar, va más allá de lo material y, evidentemente de los credos.

Se es generoso con el dinero, que usualmente, resulta la demostración más tangible. Sin embargo, el hecho de dar dinero no significa necesariamente un acto de generosidad. Cierto es que, para quien mucho tiene, desprenderse de un poco no le supone un gran esfuerzo.

El reto surge cuando, al no poseer excedentes, damos y ayudamos a otro.

También se manifiesta esta cualidad a través del tiempo que dedicamos a otro y a la calidad de esa dedicación, o, al interés que demostramos por su estado en general, o, a la capacidad de escuchar sus aflicciones y al acompañamiento y cercanía que le proferimos, así mismo, se demuestra la generosidad socorriendo a quien necesita apoyo.

Puede que éste último, pida o no ayuda. Si alguien nos la pide y no se la damos, dudo mucho que seamos generos@s. Pasa un tanto de lo mismo cuando nos aprovechamos de la situación de esa persona para conseguir un beneficio para nosotros mismos.

«Obras son amores y no buenas razones», dicen en mi pueblo.

Aquello que nos mueve a dar, no tiene que ver con las motivaciones internas de cada un@. Lo que cuenta a la hora de la verdad, son los actos que ejecutamos.

Lo que finalmente nos define como seres humanos son nuestras actuaciones, y, éstas, pueden ser generosas o no.

Para la persona que nace siendo generosa, su deseo de dar aparece de forma natural. En cambio, quien carece de ese impulso, en algún momento de su vida decide, de forma conciente o inconsciente, primar siempre sus propios intereses a los del otro y actuar en consecuencia.

No creo que quienes funcionan en ese registro de forma consciente sean del todo inocentes.

Puede que uno actúe de una manera egoísta sin darse cuenta, pero, en el momento en que el otro nos señala nuestra actitud, ésta cambia (si se quiere, evidentemente).

Siempre me he preguntado la razón por la cual una persona que está en capacidad de tenderle la mano a otro, no lo hace.

No puedo evitar pensar que estoy frente a alguien egoísta, y llevado al extremo, miserable.

Quien busca de manera consciente aprovecharse de la situación desfavorable de otra persona, me habla de un individuo que opta por darle más importancia a su propio bienestar que al del otro.

Por ésta razón afirmo que no es del todo inocente, es decir, sabe lo que está haciendo de forma consciente.

Basta mirar cómo está el mundo actualmente para confirmar ésta teoría.

Quienes más, quienes menos, ha sido un pequeño grupo de avariciosos los que han propiciado la situación de debacle económico en que estamos sumidos.

«La avaricia rompe el saco», reza el dicho. Este tipo de personas me recuerda al personaje de Manolito de las tiras cómicas de Mafalda. Éste siempre quiere más.

Los antiguos griegos acuñaron el concepto de mesura. Gracias a él se mantiene un equilibrio personal y, por ende, social.

Vendría a significar la búsqueda de ese término medio que impide irse a los extremos.

Y, me parece que los tiempos que vivimos carecen de mesura.

La generosidad es una cualidad del corazón. Es desde ese lugar que se mueve un ser humano hacia la generosidad o hacia la avaricia.

Cada un@ de nosotr@ decide en un determinado momento de su vida cuál es el tipo de relación que desea entablar con el mundo y con el otro.

Ser generoso significa adelantarse a la necesidad del otro y ofrecerle lo que precisa.

Cierto es que, a veces, alguien que sufrió un chantaje afectivo por parte de otra persona que jugaba el papel de víctima para conseguir sus objetivos, le resulte confuso descifrar los mensajes de socorro que otro le envía.

El hecho de desatender esas llamadas no le convierte necesariamente a uno en una persona egoísta que sólo vela por sus propios intereses.

En su interior puede surgir la duda respecto al fin que esa persona necesitada persigue: ¿es cierto que necesita mi ayuda? o ¿me está manipulando y se está aprovechando de mí?

El momento que vivimos está sacando a la luz lo mejor y lo peor que cada un@ tiene en su interior.

Me parece que la vida nos está brindando una oportunidad para observar lo que realmente alberga nuestro corazón.

La próxima semana hablaré sobre la obediencia.

(Imagen: www.cosetasdeadelita.blogspot.com )

 

El compromiso

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Por Clara Olivares

Ésta suele ser una de esas palabras que generan miedo y de la cual muchas personas huyen de ella como de la peste.

Me parece que salen corriendo, porque existe una enorme confusión entre la idea de comprometerse y pensar que al hacerlo se produce una pérdida de la libertad.

Algunas personas están convencidas de que si se comprometen dejan de ser libres, en otras palabras, no «quieren tener ataduras».

Y yo me pregunto, ¿y eso qué significa exactamente?

¿Atarse a qué? ¿A una persona, o, a una situación, o, a …?

Se me ocurre este ejemplo sencillo para ilustrar el funcionamiento sobre el que se basa el compromiso (evidentemente, existen muchos grados de compromiso, desde el más simple, como el que mostraré a continuación, hasta aquel en el que se pone en juego la propia vida por una causa): imaginemos que queremos ir al cine con un amig@, entonces le llamamos y nos ponemos una cita a una hora determinada para ver la película.

Se da por sentado que tanto esa persona como yo mism@ acudiremos a la sala a la hora que comienza el pase que amb@s escogimos.

Tomamos la decisión de ir a ver esa película en ese cine porque simplemente nos apeteció.

¿Esto quiere decir que me obligaron a ir? o, que ¿perdí mi libertad personal al decidir ir al cine?

Es decir, me comprometí a acudir a la cita que concretamos. Doy por hecho que la otra persona va a acudir, de la misma forma en que yo voy a hacerlo.

Tanto esa persona como yo, hemos organizado nuestro tiempo y nuestras actividades en función del cine.

No acudir a la cita sería un acto de descortesía y de mala educación enorme con la otra persona. Descortesía porque no he pensado en ningún momento que él o ella va a estar esperándome en el cine.

La única parte que he tenido en cuenta es la mía.

¿En que momento y con qué acción se cree que se ha perdido la libertad?

Yo no veo ninguna: decidí ir al cine con esa persona en particular simplemente porque me dio la gana.

Luego la hipótesis de la pérdida de la libertad ha quedado descartada.

Ahora analicemos la idea de «quedar atad@».

¿Cómo me puede atar a algo que yo he escogido en plena libertad?

Acudir al sitio y a la hora prevista significa que ¿»me até» por acordar esa cita, y acudir a ella?

Un compromiso implica unos derechos y unos deberes.

En el caso que nos ocupa, tengo el derecho de ir a ver esa película, y no otra, con tal persona y no sol@ o en otra compañía. Mi deber es acudir a la cita.

Claro, habrá quién sólo desea disfrutar de los derechos sin asumir los deberes, por ejemplo, comprometiendo el tiempo de la otra persona, pero reservándose el deber de acudir o no a la cita (sin comunicárselo al otro, evidentemente).

Me parece que este tipo de comportamiento no es jugar limpio. Porque no es justo con el otro ni significa hacer lo correcto.

¿Y que pasaría si yo acudo a la cita y la otra persona no va? Seguro que me sentará como una patada en el estómago y que me enfadaré mucho.

El compromiso funciona exactamente de la misma forma.

En primer lugar es algo que adquiero de forma libre. Es cuando me comprometo cuando ejerzo mi completa libertad.

En segundo término disfrutaré de los beneficios que dan los derechos, pero también, en contrapartida, responderé asumiendo los deberes que se derivan de mis privilegios.

Relacionarse desde esta forma de operar no es lo más recomendable, ya que despierta la suspicacia en cada persona, y, ésta invita a no creer jamás en lo que otro promete. Indefectiblemente, esta actitud lleva a que las relaciones se resquebrajen y se rompan.

Si no puedo confiar ni puedo creer en lo que el otro me dice, ¿sobre qué bases se va a cimentar esa relación?

Existen personas que a causa de la confusión que menciono unas líneas más arriba, se mueven dentro de una zona de «no posicionamiento«. Es decir, jamás se definen por una postura en concreto.

Sí, este lugar pareciera más misterioso y más atractivo, pero lo que no saben es que esa actitud solo despierta la desconfianza en el otro.

Si desconozco qué piensa y qué siente la persona con la que tengo o voy a tener una relación, nunca voy a pisar terreno firme. Ese vínculo se cimentará sobre terreno fangoso.

Luego estas personas se sorprenden de que no se confíe en ellas. Y no es porque sean malas personas, es porque no se definen.

Probablemente no lo hagan porque creen que haciéndolo dejan de ser interesantes, o, es como si creyeran que siendo honestos perdieran el poder.

Y, ser honesto no significa en ningún momento ser tonto o ingenuo.

Quienes no se posicionan en la vida, quitando el caso de los psicópatas, probablemente se trate de personas muy inseguras de sí mism@s.

La falta de compromiso en una sociedad me indica que sus ciudadanos operan en un nivel muy infantil en el que prima la conservación y la justificación de sus privilegios.

¿Es este modelo el que deseamos fomentar con nuestras actuaciones?

En el siguiente artículo hablaré sobre la generosidad.

(Imagen: www.restsuraacciondelootro.com)