Por Clara Olivares
Hablar de la moderación no resulta una tarea fácil. Todos sabemos y comprendemos inmediatamente lo que significa pero resulta más complicado explicarla.
Me parece que este concepto está íntimamente ligado a la mesura, práctica recomendada por los antiguos griegos.
Para hablar de ella me es más fácil compararla con su opuesto: el exceso.
En términos generales, la moderación se considera una virtud frente a su opuesto: el vicio. Vicio entendido como «excesiva afición a algo, especialmente perjudicial».
Me parece que los seres humanos nos movemos entre estos dos extremos a lo largo de nuestra vida. Como con tantas otras cosas.
Creo que ir de un extremo al otro es profundamente humano. Nuestra naturaleza nos aboca a este movimiento constante.
La imagen mental que me suscita esta idea es la de un líquido encerrado en un recipiente, cuyo centro se apoya en un solo punto y que un motor hace que todo el líquido se desplace de un extremo al otro como un balancín.
Lo que motiva este desplazamiento es el desequilibrio.
A nosotr@s nos pasa lo mismo, cuando descubrimos que nuestro funcionamiento está en un extremo, naturalmente buscamos ir hacia el otro extremo.
«El arquero que rebasa el blanco no falla menos que aquel que no lo alcanza», dice Montaigne.
Me parece que sus palabras encierran una gran sabiduría.
Es el mismo caso que cuando perseguimos un ideal o una quimera. Creemos sinceramente que lo vamos a alcanzar. Lo que no sabemos es que creer en un ideal sirve para marcar el camino por el que deberíamos transitar, su función es la de indicarnos una dirección que dirija nuestros pasos. Nada más (y nada menos…).
Creo que cuando observamos algo dentro o fuera de nosotros que adolece de moderación, éste chirría y produce un rechazo.
La desmesura resulta grotesca.
Siempre hemos escuchado que tal persona «combate» su vicio de… lo que sea.
El deseo de combatirlo es lo que marca la diferencia. La manera de abordar la dificultad exclusivamente desde el combate con el fin de hacerla desaparecer es la clave.
No se trata de un combate que conlleve un aprendizaje, sino más bien se trata de uno que busca la desaparición del obstáculo.
Creo que nos pasamos media vida combatiendo aquello que no nos gusta de nosotros mismos en la creencia de que al combatir el vicio, éste mágicamente va a diluirse.
¡Qué ilusos!
De un combate de ésta índole sólo queda el cansancio y la frustración.
¿Y si elegimos otro camino? Por ejemplo el de la aceptación.
En el momento en que aceptamos que ese «vicio» forma parte de nuestras caraterísticas personales resultará más fácil aplicar la moderación.
Si integramos en nuestra psique y en nuestra autoimagen ese vicio del cual nos avergonzamos tanto, reconoceremos que somos humanos y, que como tales, poseemos virtudes y defectos.
Concebir una existencia carente de «lugares oscuros» resulta un tanto pueril.
Una de las ventajas que nos brinda la madurez es precisamente la consciencia de saber quienes somos en realidad.
Por fin podremos abandonar la idea de que somos intachables. TODOS poseemos algo de lo que nos avergonzamos.
¿Y?
Lo importante es descubrir nuestros vicios innombrables antes de morir. Porque una vez muertos ya no es posible aprender de nuestras limitaciones.
En mi próximo artículo hablaré sobre la resiliencia.
(Imagen: www.filosofia.laguia2000.com)
Siendo joven, estaba prendiendo la cocina algo apurada así que giré tan violentamente la perilla del gas que éste apagó el fósforo con el que intentaba prender la hornilla. Recuerdo haber sido conciente de repente de lo importante de la medida, de eso a lo que ahora puedo llamar mesura.
Gracias!!!
He aprendido mucho de este artículo, en especial sobre la forma «no combativa» de procesar las propias características. Y has definido el gran problema: el monopolio de la razón que tienen muchos jóvenes. En un mundo diseñado casi exclusivamente para ellos, es algo que deja fuera a mucha gente. La moderación no es popular ni populista, pese a ser cada vez más necesaria.
Queridos amigos! Gracias por esos comentarios… Me alegra saber que os gustado.