Cuando no se quiere ver (…o no se puede)

 

Gafas

Por Clara Olivares

El hecho de no ver lo que sucede a nuestro alrededor, o lo que hacemos sin enterarnos jamás de ello, suele observarse frecuentemente en dos situaciones muy diferentes entre sí.

En ambos casos, la ceguera es selectiva, aunque la raíz de la que nace es muy distinta.

En un lado está el que no quiere ver y en el otro está el que no puede hacerlo.

Hablaré en primer término del caso de la persona que no quiere ver.

Como reza el dicho popular: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Una muestra de este tipo de ceguera la ilustra muy bien la película de Stanley Kubrick, “Eyes wide shut”, en la que la pareja protagonista no quiere ver cómo se encuentra su propia relación, ni lo que sucede en su entorno.

Se ve únicamente aquello que conviene ver, es decir, únicamente se ven aquellas cosas que están dentro de su propia “zona de confort”, como dirían los actores. Si se sale de ella, se vería ante la tesitura de tener que cambiar algo en sí mismo/a, como por ejemplo, asumir su propia responsabilidad. Luego, es mucho mejor para esa persona no enterarse de lo que pasa, por si acaso.

Probablemente el miedo que siente es tan grande que es mejor continuar escudada en la negación y así no arriesga nada.

Claro, esta actitud puede librar a la persona de un cuestionamiento personal, pero sólo por un rato. El problema vendrá cuando la situación le estalle en la cara. Y lo que generalmente termina pasando, es que, efectivamente, le estalla.

De manera más o menos inconsciente, la persona sopesa la situación y analiza las consecuencias que le acarrearía ver. Si éstas son muy “caras”, es decir, si tuviera que hacer un esfuerzo para cambiar y ser consecuente, es preferible que sigan estando en la zona invisible.

Una de las consecuencias, por no decir LA CONSECUENCIA, es que esa persona se queda sola. Con su ceguera poco a poco se va aislando, y, termina por estar completamente sola.

El miedo es el que le impide enfrentar las situaciones. Y, en palabras de una colega, tanto el cobarde como el valiente tienen mucho miedo, la diferencia es que el valiente, a pesar del miedo, actúa, en tanto que el cobarde se queda inmóvil. Uno pensaría que el valiente no siente miedo, que si bien es una idea que está muy arraigada, está bastante alejada de la realidad.

El otro caso es el de la persona que no puede ver.

No puede hacerlo porque lo que está en juego es su salud mental, en otras palabras, su supervivencia psíquica.

Desafortunadamente, hay numerosos casos en los cuales la situación del entorno rebasa los cortafuegos que esa persona, de manera inconsciente, pone en juego y termina por perder todo el contacto con la realidad.

El mecanismo de defensa de la negación ayuda a que se pueda soportar el sufrimiento y el dolor que traería ver su propia realidad.

Tenemos ejemplos espeluznantes de este tipo, como el caso de matrimonios en los que el hombre viola a su hija y la mujer “no sabe nada”, o el del señor vienés que secuestró, encerró y violó a su hija con la que tuvo varias hijas, y su mujer jamás “supo nada”.

La realidad es tan atroz que se opta de forma inconsciente por no ver lo que está sucediendo.

En estos casos la negación viene a ser el mecanismo que le permite su supervivencia psíquica. Como ya lo dije en otro artículo, los mecanismos de defensa protegen, y, es sólo cuando la persona ya no necesita protegerse que ésta puede ver.

A continuación me parece oportuno introducir la definición de este mecanismo así como los casos en que este mecanismo se utiliza:

Para Lazarus la negación es adaptativa cuando: (1) No puede hacerse nada constructivo para vencer el daño o la amenaza, (2) Existe negación de implicación y no de hecho (por ejemplo se acepta que se tiene cáncer, aunque no que signifique sentencia de muerte) y (3) Permite reducir el nivel de activación y ser más eficiente en las soluciones.

La negación propiamente dicha, que sería un mecanismo de defensa ‘inmaduro’ por el que la persona reprime contenidos inconscientes o preconscientes desagradables o dolorosos. No es una decisión consciente de ‘posponer’ las cosas – como en la supresión- sino que éstas quedan bloqueadas en el inconsciente y se vive ajena a ellas.

Durán Pérez, Teresa et al. Muerte y Desaparición Forzada en la Araucanía: Una Aproximación Étnica KO’AGA ROÑE’ETA se.x (2000) http://www.derechos.org/koaga/x/mapuches/

Como señalo más arriba, este mecanismo preserva al sujeto de consecuencias devastadoras, como la locura, por ejemplo, en donde la realidad es inasumible.

Hay quien opina que todas las personas utilizamos la negación en nuestra cotidianeidad. No estoy muy segura de esta afirmación, simplemente creo que aprendemos a ser selectivos. Entre más conscientes seamos, más cuenta nos daremos de las cosas que nuestra psíquis considera importantes y nos será más fácill desechar aquellas que han dejado de serlo.

Imagino que existirán seres humanos extraordinarios que abarcan muchas más cosas de manera consciente, pero creo que para las personas corrientes ser absolutamente conscientes de todo, es imposible.

En mi próximo artículo hablaré sobre el sarcasmo.

 

(Imagen: www.platenesigloxxi.com )

La crueldad

 www.terapiaonline

Por Clara Olivares

«Se denomina crueldad a una acción cruel e inhumana que genera dolor y sufrimiento en otro ser. Por lo que representa este término derivado del latín crudelitas, el diccionario de la Real Academia Española lo cita como ejemplo y representación de impiedadinhumanidad y fiereza de ánimo».

Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe

Los seres humanos poseemos infinidad de defectos como por ejemplo, la pereza, los celos o la envidia, entre otros.

Me atrevería a afirmar que se nace con ellos. Desde muy pequeños comenzamos a manifestar las cualidades y los defectos que nos definirán como individuos.

Algunos de estos defectos son susceptibles de atenuarse y moldearse con la educación, afortunadamente.

Pero en el caso de la crueldad, no estoy tan segura de que alguien cruel deje de serlo alguna vez.

Dicen que los niños son crueles por naturaleza. No lo creo realmente, puede que en algunos casos sea una estrategia de supervivencia cuando se hayan en un entorno en donde rige la ley de la selva: «me matan o mato». Pero me parece que éstas son situaciones particulares y extremas.

En éstos casos se podría aplicar una parte de la definición del inicio, en cuanto a «la fiereza de ánimo». Fiereza que hace alusión a las fieras, a la manera de defenderse «con saña y bravura» cuando se sienten atacadas.

Aunque algunas personas puedan sentirse atacadas (eso no quiere decir que realmente sea así), su respuesta es como la de una fiera.

Cuando se trata de los seres humanos, creo que es su corazón el que posee los rasgos buenos y malos que lo definen. Podríamos decir entonces que se trata de ese impulso natural que se manifiesta a través de nuestras actuaciones cotidianas.

Poseemos un corazón que nos hace ser generosos o, por el contrario crueles.

Volviendo a la definición que abre este artículo, comenzaré por analizar «la impiedad», o, la ausencia de piedad.

La piedad podría ser sinónimo de compasión, es decir, esa capacidad de compartir el dolor de otro, de conmoverse con su sufrimiento.

Y es aquí cuando entra en juego la empatía. Ésta es la cualidad que se manifiesta a través de la capacidad que alguien tiene de ponerse en el lugar de otro.

Una persona cruel carece de empatía. No se conmueve con el dolor ajeno, podríamos decir que «tiene un corazón de piedra».

En una de las películas de La Guerra de las Galaxias en la que Luke Skywalker se enfrenta a El Emperador y éste le lanza descargas buscando su muerte, la expresión de placer que tiene su cara es similar a la que he visto en algunas personas crueles que he conocido en mi vida.

Existe una especie de éxtasis provocado por el profundo placer y deleite que le produce causarle daño a otro.

No me extraña que esta característica se contemple como un desorden de la personalidad que pertenece al apartado de las sociopatías.

No poseen un freno interior que les pare y les impida continuar haciendo daño.

Esta falta de freno ético o moral me lleva a enlazar con la siguiente característica de la definición que quisiera abordar: la inhumanidad.

Existen actuaciones «inhumanas», aquellas que causan daño de forma gratuita, simplemente por el placer de hacerlo.

Como la humillación, por ejemplo. A través de ella se somete al otro a una vejación con el fin de atacar su dignidad.

La gente cruel procura siempre hacerle sentir al otro que es inferior.

Pienso que nos hallamos ante la consabida necesidad insana y patológica de poder.

Si el otro es inferior quiere decir que yo soy superior. Y ese sentimiento le hace pensar que es grandioso, fuerte y poderoso.

¡Uf! me parece una actuación repugnante.

Pero, desgraciadamente por el mundo andan sueltos much@s psicopaton@s crueles y despiadados.

Me parece que ese sentimiento de repugnancia fué el que me llevó a tomar la decisión de intentar pasar por la vida sin dañar conscientemente. Puede que lo haya conseguido o puede que no, el tiempo lo dirá.

Pero de forma consciente intento no causar daño. Puede que lo haga sin darme cuenta, felizmente está el otro para señalármelo rápidamente.

El meollo del asunto es el de reparar el daño que hayamos podido causar. Si no realizamos un acto de reparación, estamos perdidos. Nos hemos ido «al lado oscuro» como dicen en la Guerra de Las Galaxias.

Reflexionemos frente a nosotr@s mismos sobre la calidad de nuestras actuaciones, éste ejercicio nos devolverá una imagen de qué es lo que albergamos en nuestros corazones.

Las actuaciones que hemos realizado a lo largo de nuestra vida son las que nos definen como personas.

¿Qué hemos decidido?

En mi próximo artículo hablaré sobre los mentiros@s.

(Imagen: www.terapiaonline.co)

 

Comunicación perversa (3)

 www.estarguapas.com

Por Clara Olivares

Antes de abordar el tema, considero que es necesario tener en cuenta algunos conceptos fundamentales de la comunicación.

Todo mensaje presenta dos aspectos: el contenido y la relación. El contenido hace referencia a la palabra, y la relación es todo lo que se comunica a través del lenguaje no verbal y que determina el tipo de vínculo que se crea entre ambas personas.

Por ejemplo, alguien puede decir «te quiero» mientras lee el periódico o mira para otro lado, o bien, acompañar la palabra con un beso. ¿Cuál de los dos casos confirmaría esa declaración?

Si el contenido y la definición de la relación concuerdan, es decir, ante una afirmación amorosa existe una expresión que la confirma, entonces no se crea confusión.

Es en el intercambio de la comunicación entre dos personas como se define el tipo de relación. La naturaleza de una relación queda condicionada por la valoración de los procesos comunicativos por parte de los interlocutores.

Todos los intercambios de comunicación son simétricos o complementarios en función del principio en el que están basados, así serán intercambios cimentados en la igualdad o en la complementariedad.

Por ejemplo, una madre con su hij@, o un jef@ con su emplead@, (complementaria) o dos amig@s, o compañeros de juego (simétrica).

Una relación puede ser simétrica en unos aspectos y complementaria en otros. Imaginemos una relación trabajador-patrón. En el aspecto laboral es una relación complementaria, pero si salen al campo de fútbol a jugar un partido, mientras juegan se transformará en una relación simétrica.

En el caso de la comunicación perversa se emiten mensajes contradictorios y simultáneos, es decir, se dice una cosa con la palabra y al mismo tiempo se niega lo dicho con el lenguaje no-verbal.

Ésta recibe el nombre de comunicación paradójica y el efecto que produce en el otro es la parálisis. Órdenes del tipo: «debes amarme, o, sé espontáneo», son en sí mismas una paradoja que impide una elección entre dos alternativas.

Si alguien ama a otra persona es porque lo desea, no porque se lo ordenan. Así mismo, si me imponen ser espontáneo, si intento serlo automáticamente dejo de serlo.

La persona en cuestión se encuentra ante una disyuntiva: ¿a quién creo? ¿A la persona que significa mucho para mí? o ¿le hago caso a mi percepción?.

En la mayoría de los casos, aparece este maltrato en el seno de una relación vital (bien sea amorosa, laboral, etc.). Ésto hace que para quien la sufre sea inasumible dudar de lo que esa persona dice, en consecuencia se piensa que quién está equivocad@ es él e irremediablemente se duda de la propia percepción.

¿Cómo pensar que una madre miente? o ¿que una pareja maltrata?

De esta forma se afianza la relación asimétrica entre ambas personas. No hay que olvidar que el perverso busca establecer una relación dominad@r-dominad@ basada en el poder y el dominio.

Pero volvamos a las estrategias que despliega.

Una de ellas es rechazar la comunicación directa: elude las preguntas directas, no nombra nada pero lo insinúa todo (levanta los hombros, suspira,…) de forma que la víctima se pregunte «¿qué habré hecho? o, ¿qué tendrá?. Como nada se habla claramente, lo reprochado puede ser cualquier cosa. Su comunicación verbal es escasa.

Niega la existencia del reproche y del conflicto, así paraliza a la víctima (es absurdo defenderse de algo que no existe).

Deforma el lenguaje: utiliza una voz monocorde, insulsa, ausente de cualquier tonalidad afectiva y por la que asoma el desprecio y la burla. Es muy importante abrir la escucha para detectar el tono y no quedarse en el contenido.

Utiliza mensajes vagos, imprecisos y contradictorios, como por ejemplo, «imposible!, o, ya debería ud. saberlo». Nunca va a explicar por qué es imposible ni qué es lo que debería saber.

También miente, es sarcástic@, se burla del otr@ y lo desprecia.

Suele descalificar constantemente, privando al otro de todas sus cualidades: «lo haces mal, eres inept@…»

También le fascina enfrentar a unos y otros sembrando cizaña, provoca celos y rivalidades mediante alusiones que siembran la duda: «¿No crees que fulano es así o asá?».

Así mismo, suele generar rumores falsos sobre el otr@ de forma tal que este último no pueda identificar su origen.

Por último, suelen ser dogmáticos e impositivos. La verdad es su privilegio, todo lo que no se acerque a su discurso no existe.

Como podréis comprobar, lo más prudente es alejarse de estos seres lo más rápidamente posible, y si esto no es posible, hay que neutralizarlos.

Recordad que con un pervers@ NO HAY CASO!!!! Descartad cualquier intento de salvarles… son casos perdidos.

A menos, claro, que por un milagro pudieran deprimirse y se volvieran human@s, sintiendo.

En mi próximo artículo hablaré sobre el valor terapéutico de la palabra.

(Imagen: www.estarguapas.com)

La obediencia

 

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 Por Clara Olivares

No resulta tan fácil ni tan evidente hablar sobre este tema.

Me parece que, para abordarlo tendría que partir de las definiciones que existen del término, para así, ir desgranando todo lo que éste implica.

El término obediencia (del Lat. ob audire = el que escucha), al igual que la acción de obedecer, indica el proceso que conduce de la escucha atenta a la acción, que puede ser puramente pasiva o exterior o, por el contrario, puede provocar una profunda actitud interna de respuesta.

… Obedecer implica, en diverso grado, la subordinación de la voluntad a una autoridad, el acatamiento de una instrucción, el cumplimiento de una demanda o la abstención de algo que prohíbe.

La figura de la autoridad que merece obediencia puede ser, ante todo, una persona o una comunidad, pero también una idea convincente, una doctrina o una ideología y, en grado sumo, la propia consciencia y además, para los creyentes, Dios. (Wikipedia)

Dos de los puntos que señala me parecen muy interesantes: la escucha y la noción de autoridad.

¿Qué hace que obedezcamos? ¿Por qué al escuchar la orden que nos da esa persona que «posee» el poder, acatamos su mandato?

Sin embargo, no tod@ aquel que ocupa un lugar de poder posee autoridad.

Por esa razón me gustaría incluir esta definición:

autoridad f. Derecho o poder de mandar, regir, gobernar, promulgar leyes, etc.

Persona revestida de este derecho o poder.

Crédito y fe que se da a una persona o cosa en determinada materia.

Texto que se cita en apoyo de lo que se dice: diccionario de autoridades.

 sociol. Poder justificado por las creencias de un grupo social que se somete a él.

Esta definición incluye la noción de poder. Para mí, uno de los puntos centrales del tema.

Y creo que es interesante hacer la distinción entre la obediencia porque se «debe» de la obediencia porque «se cree».

Cuando ocupamos un lugar en el que «debemos» obedecer (como en el ejército, o, en el trabajo, por poner sólo dos ejemplos), si no acatamos las órdenes que nos dan, las consecuencias que conlleva nuestra desobediencia, pueden ser más o menos graves, según sea el caso.

Es decir, que en este caso, obedecemos porque existe un poder ante el cual «tenemos» que doblegarnos.

Las razones que nos llevan a plegarnos a las órdenes de ese poder, son muy variadas, pero me parece importante destacar el miedo a las consecuencias que acarrearía la desobediencia, como una de las principales. Y me atrevería a decir que casi la única que nos mueve a doblegarnos.

Esta es una de las múltiples herramientas de las que se vale una persona de corte psicpat@n para conseguir el control sobre el otro.

Esto no significa, en ningún momento, que la orden nos pueda parecer justa, o, que hagamos lo que nos piden por placer.

En este punto, me parece interesante diferenciar entre autoridad y autoritarismo. Quien tiene autoridad, necesariamente ocupa un lugar de poder. Le obedecemos porque queremos hacerlo.

En el caso del autoritarismo, se obedece porque se debe, un «deber» que nace, por lo general, del miedo o/y del temor.

El autoritarismo impone, ejerce un abuso de poder y obliga a obedecer; en cambio la autoridad permite que el otro tome sus propias decisiones.

Entonces, ¿dónde queda nuestra capacidad para elegir?

Y, aquí es donde entra en juego la libertad.

Como lo señalo en artículos anteriores, nosotros elegimos si acatamos o no las órdenes que nos dan. Pero no olvidemos que, la verdadera libertad radica en qué elegimos, sabiendo cuáles son las consecuencias que genera nuestra elección.

Esa es la pequeña-gran diferencia. Sopesamos las alternativas y las consecuencias que éstas traen, antes de decantarnos por una de ellas.

Obedeceremos o no la orden, en función de lo que ésta implica y de lo que se pone en juego a todos los niveles.

No resulta del todo válido decir que «nos mandaron» hacer equis cosa, cada uno de nosotros, en su fuero interno, decidió hacerlo.

Y esta realidad, en general, no suele ser un plato de nuestro gusto.

Hay una película que me llamó la atención por el final que tiene («Devil’s advocate», con Al Pacino, K. Reeves y Charlize Theron). Se trata de la figura del mal encarnado como alguien con mucho encanto que invita al ser humano, a través de la seducción, a optar por la alternativa más atractiva.

Al final, el demonio dice: «la cualidad que más me gusta del ser humano es la del libre albedrío». Es cada un@ quien elige libremente qué hacer.

Cierto es que, en ocasiones, la opción de elegir no se contempla. Si otro nos amenaza con una pistola, lo más probable es que hagamos lo que nos pide, ya que preservar nuestra vida física y/o psíquica es lo más importante en ese momento.

Encuentro fascinante el papel del demonio en la película: es alguien que juega con los puntos débiles del ser humano para atraerle a su mundo. En este caso, juega con la vanidad del protagonista.

Siempre las películas que había visto sobre el tema, lo abordaban casi siempre desde el mismo ángulo: las posesiones demoníacas.

Ésta es la primera que veo que trata el tema desde la libertad que posee cada individuo para tomar las decisiones de su vida.

Y es aquí donde deseo plantear la siguiente pregunta: ¿Obedezco porque quiero, o, porque debo?.

Me gustaría pensar que cada persona escuche esa vocecita interna que le acompaña y decida «hacer lo correcto» (en otras palabras, actuar con ética), aquello que no cause daño a otro(s) y que favorezca la convivencia pacífica.

Habrá quienes posean un ámplio campo de influencia y habrá otros para quienes su círculo de personas cercanas sea reducido. A la larga, esta situación no tiene tanta relevancia.

En la medida en que cada un@ de nosotr@s pueda, ¿por qué no intentar hacer esta vida más fácil y hacérsela mas agradable al otr@?

En mi próximo artículo (15 de Julio) hablaré sobre el sentido de la vida: ¿Para qué vivir?

(Imagen: www.oraturiaencasa.wordpress.com)

La generosidad

www.cosetasdeadelita.blogspot1Por Clara Olivares

Una persona generosa, ¿nace o se hace?

Creo que ambas cosas.

Me explico: la naturaleza de aquel que ha nacido generoso le impulsará siempre a dar, mientras que el que se hace, aunque su primer impulso sea el de retener para sí, puede ir aprendiendo a dar, gracias al ejemplo de quien es generoso con él/ella.

En éste terreno la religión juega un papel importante. Para quienes crecimos en un entorno católico, éste promulga el desprendimiento material. Es decir, si con mis actos no demuestro que doy, significa que «no soy un buen cristiano».

Pero el hecho de dar, va más allá de lo material y, evidentemente de los credos.

Se es generoso con el dinero, que usualmente, resulta la demostración más tangible. Sin embargo, el hecho de dar dinero no significa necesariamente un acto de generosidad. Cierto es que, para quien mucho tiene, desprenderse de un poco no le supone un gran esfuerzo.

El reto surge cuando, al no poseer excedentes, damos y ayudamos a otro.

También se manifiesta esta cualidad a través del tiempo que dedicamos a otro y a la calidad de esa dedicación, o, al interés que demostramos por su estado en general, o, a la capacidad de escuchar sus aflicciones y al acompañamiento y cercanía que le proferimos, así mismo, se demuestra la generosidad socorriendo a quien necesita apoyo.

Puede que éste último, pida o no ayuda. Si alguien nos la pide y no se la damos, dudo mucho que seamos generos@s. Pasa un tanto de lo mismo cuando nos aprovechamos de la situación de esa persona para conseguir un beneficio para nosotros mismos.

«Obras son amores y no buenas razones», dicen en mi pueblo.

Aquello que nos mueve a dar, no tiene que ver con las motivaciones internas de cada un@. Lo que cuenta a la hora de la verdad, son los actos que ejecutamos.

Lo que finalmente nos define como seres humanos son nuestras actuaciones, y, éstas, pueden ser generosas o no.

Para la persona que nace siendo generosa, su deseo de dar aparece de forma natural. En cambio, quien carece de ese impulso, en algún momento de su vida decide, de forma conciente o inconsciente, primar siempre sus propios intereses a los del otro y actuar en consecuencia.

No creo que quienes funcionan en ese registro de forma consciente sean del todo inocentes.

Puede que uno actúe de una manera egoísta sin darse cuenta, pero, en el momento en que el otro nos señala nuestra actitud, ésta cambia (si se quiere, evidentemente).

Siempre me he preguntado la razón por la cual una persona que está en capacidad de tenderle la mano a otro, no lo hace.

No puedo evitar pensar que estoy frente a alguien egoísta, y llevado al extremo, miserable.

Quien busca de manera consciente aprovecharse de la situación desfavorable de otra persona, me habla de un individuo que opta por darle más importancia a su propio bienestar que al del otro.

Por ésta razón afirmo que no es del todo inocente, es decir, sabe lo que está haciendo de forma consciente.

Basta mirar cómo está el mundo actualmente para confirmar ésta teoría.

Quienes más, quienes menos, ha sido un pequeño grupo de avariciosos los que han propiciado la situación de debacle económico en que estamos sumidos.

«La avaricia rompe el saco», reza el dicho. Este tipo de personas me recuerda al personaje de Manolito de las tiras cómicas de Mafalda. Éste siempre quiere más.

Los antiguos griegos acuñaron el concepto de mesura. Gracias a él se mantiene un equilibrio personal y, por ende, social.

Vendría a significar la búsqueda de ese término medio que impide irse a los extremos.

Y, me parece que los tiempos que vivimos carecen de mesura.

La generosidad es una cualidad del corazón. Es desde ese lugar que se mueve un ser humano hacia la generosidad o hacia la avaricia.

Cada un@ de nosotr@ decide en un determinado momento de su vida cuál es el tipo de relación que desea entablar con el mundo y con el otro.

Ser generoso significa adelantarse a la necesidad del otro y ofrecerle lo que precisa.

Cierto es que, a veces, alguien que sufrió un chantaje afectivo por parte de otra persona que jugaba el papel de víctima para conseguir sus objetivos, le resulte confuso descifrar los mensajes de socorro que otro le envía.

El hecho de desatender esas llamadas no le convierte necesariamente a uno en una persona egoísta que sólo vela por sus propios intereses.

En su interior puede surgir la duda respecto al fin que esa persona necesitada persigue: ¿es cierto que necesita mi ayuda? o ¿me está manipulando y se está aprovechando de mí?

El momento que vivimos está sacando a la luz lo mejor y lo peor que cada un@ tiene en su interior.

Me parece que la vida nos está brindando una oportunidad para observar lo que realmente alberga nuestro corazón.

La próxima semana hablaré sobre la obediencia.

(Imagen: www.cosetasdeadelita.blogspot.com )

 

La desinformación y el poder

www.gamzuleta.wordpress.com2

Por Clara Olivares

En toda relación interpersonal el poder es un elemento implícito en la misma.

En otras palabras, no existe un vínculo entre dos personas, o, entre un estado y su población, o, entre dos o más países, sin que el poder esté presente.

No es posible una relación en la que no aparezca el poder. En sí mismo no es ni bueno ni malo.

Los problemas surgen cuando quien ostenta el poder se sirve de la desinformación para manipular.

No existirá ningún problema entre las partes implicadas si el poder cambia de manos, es decir, se turna. Unas veces lo tiene una parte, y otras veces, la otra.

Por ejemplo: una de las personas es muy buena ejecutando tareas mientras que la otra es una excelente organizadora. ¿Cómo se equilibra la balanza de poder?

Pues cuando se trate de organizar, se encargará de ello la primera persona, y para llevar a cabo la ejecución de esas tareas, será la segunda quien se ocupe. Así, se establece un equilibrio.

Pero en esta alternancia entran en juego otros aspectos vitales para la supervivencia del vínculo.

Estamos hablando del reconocimiento: de una habilidad en éste caso, o, de una cualidad, o, de una aptitud, etc.

Lo que es indispensable es que, ambas partes le hagan saber a la otra que es válid@ para algo, porque de ello depende que las dos se sientan con derecho a existir tal y como son.

Si no se construye un espacio en el que el otro sepa que se le necesita, que es valorad@, que se le tiene en cuenta, esta relación está abocada al fracaso.

El reconocimiento constituye una de las fuentes de alimentación de ese vínculo. Si no se le alimenta, más tarde o más temprano, éste morirá de inanición.

Y volviendo al tema del poder, ¿qué pasaría si solo lo ejerce una parte? ¿Si es siempre la misma persona la que ejecuta, organiza, piensa, etc.?

O bien nos encontramos ante alguien con pocas habilidades o se trata de una persona que necesita de manera enfermiza mantener el poder en sus manos. A este tipo de gente se le suele llamar pervers@, o, si su grado de consciencia es un poco mayor, perves@n.

Ya lo he dicho en otras ocasiones: utilizar una estrategia de tipo perverso no nos convierte en perversos (felizmente!).

El punto que diferencia un funcionamiento perverso de uno que no lo es, radica en que la persona perversa lo realiza con plena consciencia de lo que hace y lo repite una y otra vez.

Quien no es así, primero no es consiente de su actuación y, una vez que se lo señalan, deja de repetirla. Además suele excusarse ante la persona afectada.

Desafortunadamente, existen personas que no soportan dejar de controlar todo y a todos. Necesitan retener el poder en sus manos.

En estos casos estamos delante de un funcionamiento de tipo perverso.

Puede tratarse de personas, o, de gobiernos, o, de empresas, o, de sociedades.

¿Y cómo hacen para que el poder siempre esté en sus manos? Desinformando.

Desinformar significa no dar TODA la información. Siempre se reservan un poco, de manera que SERÁN ELL@S quienes mantengan el poder.

En otras palabras: siempre tendrán al otro (cuando se trata de personas) o a la población entera a su merced.

Entonces estamos hablando de un PODER con mayúsculas.

Me es indiferente que se trate de gobiernos, empresas, familias o parejas.

Si el contexto permite que se ejerza la desinformación, seguramente habrá desaprensiv@s que aprovechen la ocasión.

En el caso de los gobiernos, por regla general, necesitan que el poder esté siempre en sus manos. ¿Qué hacen? desinforman.

¿Cómo? Manipulando los medios de comunicación.

La expresión «la información es poder», no es inocente.

Antiguamente los poderosos retenían información o la publicaban parcialmente. Hoy en día se valen de la «inundación o avalancha» de datos para alcanzar el mismo objetivo.

Se peca tanto por exceso como por defecto, me repetían cuando era niña.

Esta clase de maniobra se ha venido utilizando desde que el mundo es mundo. Y si ha sobrevivido quiere decir que funciona.

La desinformación es una herramienta de poder que puede ser utilizada por un gobierno, un padre o una madre, un amig@, un herman@

Lo importante es que la totalidad de los datos sólo la tenga una de las partes. De ésa manera utilizo al otro para que haga lo que yo quiero.

En mi niñez escuché en más de una ocasión la expresión «sofisma de distracción». Ahora comprendo en qué consiste.

Creo que aquello que es más simple suele ser lo más efectivo.

Quien manipula a otro se encarga de arrojar un rumor que no tiene una base de veracidad que lo sustente.

Y simplemente, espera. Ese rumor crecerá, engordará, se agrandará y cuando esté maduro, quien lo lanzó actuará manipulando, es decir, llevando a las personas a que piensen, sientan y actúen tal y como él quería.

Maquiavélico, ¿no os parece?

En mi próximo artículo hablaré sobre las secuelas que deja la banalización.

(Imagen: www.gamzuletura.wordpress.com)

 

La soledad

(Por Clara Olivares)

La definición de «soledad» según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, sería, (Del lat. solitas) f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.

Esta definición comprende dos conceptos que a mi juicio son importantes a la hora de abordar el tema.

Habla de una carencia voluntaria y de una involuntaria.

En el grupo de la involuntaria incluiría la soledad que tiene que ver con una constatación de tipo existencial que nos hace conscientes de que, así estemos inmersos en el ruido y rodeados de gente, siempre estaremos solos.

Como reza el dicho: «nacemos y morimos solos».

Luego está la soledad que tiene que ver con la carencia de vínculos afectivos, relacionada con la soledad de tipo voluntario. En este grupo me parece importante analizar si es una cuestión de voluntad o de mera incapacidad.

Hay quienes eligen estar solos porque les agrada, les llena, les gusta.

Y hay quienes son incapaces de relacionarse con otro desde lo emocional, ya que sienten verdadero pánico ante la idea de creer que si se relacionan afectivamente van a convertirse en seres vulnerables y por ende, se enfrentarán al sufrimiento o al abandono, por poner un ejemplo.

En otras palabras, abrir el corazón abre también la puerta al dolor.

Lo cierto es que independientemente de que el origen de la soledad sea por  voluntad propia o no, ambas alternativas están relacionadas.

Todos sabemos en nuestro fuero interno que en realidad estamos solos, es decir, que cuando nos enfrentamos a la vida y a sus avatares, lo hacemos en solitario.

Como decía alguien: «el sufrimiento es intransferible».

Somos nosotros los que atravesamos el dolor, la separación, el abandono, etc. no el otro.

Pero felizmente también es cierto que estos caminos se hacen menos áridos si los recorremos con el apoyo y el amor de otro.

La capacidad para expresar lo que sentimos mediante la palabra es lo que nos diferencia del resto de las especies.

Poder manifestarle a otra persona la importancia que su presencia y su cariño tienen para nosotros, es un regalo de la naturaleza.

A veces es una lástima que haya personas que desaprovechen esta capacidad, porque a lo mejor el miedo que les provoca creerse vulnerables, prima sobre los beneficios que aporta entrar en contacto con otros.

Así mismo, los hay que llenan de ruido y de personas su entorno para no estar jamás consigo mismos.

Cuando no hay un elemento externo que le distancie de sí mismo no le queda más remedio que estar consigo.

Por ésta razón entiendo que haya personas a las que no les guste vivir solas, o simplemente, prefieren no estar solas.

Y yo pregunto: ¿a qué le tienen tanto miedo? ¿qué se imaginan que van a encontrar?

A mucha gente la sola idea les produce pánico.

Quizás ese miedo esté hecho de las llamadas «ideas irracionales» que alimentan la imaginación, ideando situaciones catastróficas en las que los monstruos que originan toman vida.

Estar consigo mismo favorece el auto-conocimiento. Cuando se está solo se emprende una aventura que da como resultado saber quién es uno.

Y al final, tampoco somos tan mala compañía.

Creo que el equilibrio se consigue en «el justo medio»: necesitamos estar solos pero también necesitamos la compañía del otro.

Tanto la una como la otra, las dos alternativas van a ayudar a saber quiénes somos.

Y yo pienso que entre más rápidamente nos descubramos, más capacitados estaremos para disfrutar de nuestra compañía así como de la del otro.

Nos estaremos enriqueciendo constantemente. Tengo la sensación de que jamás terminaremos de conocernos y no pararemos de sorprendernos ante nosotros mismos.

Me parece que fueron los antiguos griegos quienes dijeron: «conócete a tí mismo». Y vaya lío que armaron!

La pregunta que dejo en el aire sería: ¿qué actitud prefiero escoger ante la soledad? y ¿es una elección o es una huída?

Encuentro necesario e importante hablar de un tema que cada vez más está presente en los trabajos y en los colegios: el mobbing y el bullying.

Las dos modalidades de acoso moral llevan a una persona a estar completamente sola por un aislamiento impuesto por otra persona o por un grupo de personas.

Como digo en el párrafo anterior, se trata de un delito moral.  Está muy lejos el querer etiquetarlos como problemas de origen psicológico.

Generalmente lo ejerce un individuo perverso el cual tiene plena consciencia de lo que está haciendo.

Suele ser alguien que manipula al grupo para conseguir sus fines, en este caso aislar y destruir a la persona elegida.

La persona perversa suele elegir a sus víctimas entre los más vulnerables, generalmente aquellos que son los más humanos, o, los que están más solos.

Pueden acosar a otro porque utilizan siempre una amenaza (generalmente hecha de una verdad a medias) para ejercer su poder mediante el miedo y así someterle.

Por lo general, el pervers@ está enfermo de envidia. No pueden soportar que otro posea aquello de lo que ellos carecen. Suelen tener tal vacío dentro, que necesitan alimentarse del daño que le causan a otro, con la esperanza de que su sensación de vacío y angustia cese.

Perciben a ese otro como una amenaza y por ello se dedican a masacrarlo. Puede tratarse de una persona de otra raza, o, con otro color de piel, o, con otra preferencia sexual, o, simplemente por el hecho de ser diferente.

La única posibilidad de «redención» que tiene un pervers@, es la de deprimirse. Esta vía les proporcionaría una posibilidad de volverse humanos, pero el problema, es que le tienen pánico a sentir.

Por eso son tan fríos e inhumanos.

Toparse con una persona perversa en la vida es terrible. Si se sobrevive a este encuentro, se sale fortalecido y se desarrolla un olfato que permite detectarlos a kilómetros de distancia.

Se aprende a enfrentar al otro y al peligro que representa. La estrategia para cortarle las alas a una persona perversa es desenmascarar su juego.

El pervers@ teme a aquel que percibe como alguien fuerte y que está respaldado por más personas.

Éste ejerce su perversión porque puede hacerlo.

De ahí que escoja a sus víctimas entre las personas que son más vulnerables.

Si la víctima encuentra aunque sea a una sola persona que la apoye, saldrá adelante y podrá escapar de las garras del pervers@.

Si se tiene la desafortunada suerte de toparse con un especímen como éste, lo más prudente es HUIR.

En el siguiente artículo voy a hablar sobre las ideas irracionales.

(Imagen: www.twitter.com)

Intimidad: ¿es posible que deje de existir?¿hacia dónde conduciría?

(Por Clara Olivares)

Esta imagen aparecía en un artículo titulado «asuntos privados en lugares públicos» del día 5 de noviembre en el diario El País.

Habla sobre la exposición que se está realizando en Francfort la cual «indaga en la intimidad y el exhibicionismo a través del arte contemporáneo» desde los años 50 hasta ahora.

¿Qué posee esta imagen que perturba cuando se contempla?

No sé si todo el mundo siente lo mismo, pero en mí despertó una parálisis mental causada por el estado de perplejidad en el que me sumió.

Siguiendo esa pista llegué a desentrañar la confusión que a nivel emocional e intelectual me produjo. Es lo que en psicología se llama una «disonancia cognitiva».

La disonancia la causa la emisión simultánea de dos mensajes contradictorios que entran en conflicto. Despiertan un estado de perplejidad ya que los dos mensajes son opuestos y además están revestidos de una apariencia de verdad.

Esta fotografía muestra un momento «íntimo» que se percibe en su desnudez, en su habitación, en sus fotografías, en su peluche

Pero la niña se está haciendo un autorretrato. No es la presencia de esa cámara lo que perturba, es que no sabemos quién va a contemplar esa foto.

Lo preocupante del asunto es que, aunque no lo diga en ningún lugar, damos por sentado que es una fotografía que se va a publicar en una red social o en un medio de divulgación.

Y ¡premio! hemos acertado.

Resulta que es una pose. Esta foto en concreto no es espontánea, es una foto realizada por un fotógrafo.

Siguiendo con el artículo, el periodista incluye una frase que Mark Zuckerberg, fundador de facebook dijo en 2010 referente a la privacidad:  «una norma social que ha evolucionado», y luego éste (el periodista) agrega: «hasta quedar obsoleta».

Estas palabras merecen tomarse un tiempo para analizarlas y ver de qué estamos hablando.

Primero, cuando afirma Zuckerberg que «ha evolucionado», no sé a qué se refiere ni qué entiende por evolución. Para mi la evolución implica un progreso, una mejoría. Y en éste caso me parece que nada tiene que ver con la evolución, en todo caso tendrá que ver más con una transformación.

Una transformación en la que, sin ningún lugar a dudas, la irrupción de Internet ha tenido una importante relevancia, éste ha marcado un antes y un después en el pensamiento y en el comportamiento humano.

Por esa razón me parece muy acertado el título del artículo. Lo que ha cambiado es el concepto de intimidad: lo que antes era privado se ha convertido en algo público.

Pero, ¿dónde está el límite?

Aún no sabemos hacia dónde se dirige esta transformación, es demasiado pronto para saberlo, es necesario que pase más tiempo.

Sin duda los cerrojos que existían antes para salvaguardar el mundo íntimo del público, han saltado.

Hablamos de un fenómeno social que afecta diréctamente al individuo, evidentemente. La duda que despierta es la de pensar si la privacidad realmente ha quedado obsoleta.

No sé si es posible o no suprimir la intimidad. Me parece que no… si no se guarda algo para sí mismo, ¿con qué se queda?

Me parece que es absolutamente necesario para poseer una buena salud mental conservar una parcela de intimidad.

Si no existe ninguna diferencia entre lo que está afuera de lo que está adentro sin duda nos estaremos adentrando en el mundo de la locura.

La intimidad se construye cuando existe una frontera entre lo exterior y lo interior. Frontera absolutamente necesaria para diferenciarme del otro.

Aquello que pertenece a una esfera privada, se convierte en algo público. ¿Estamos hablando entonces de una invasión, es decir, de la irrupción de la mirada de otro en un terreno que pertenece a la intimidad de una persona?.

Dudo mucho que una red social en la que no existe la interacción con el otro provea una identidad sólida. Tener 500 «amigos» o no tener ninguno es lo mismo.

Es un contacto que se suele realizar de forma aislada. ¿Quienes son las personas con las que tengo esa relación? En el caso de que se pueda establecer una relación con un teclado.

Sí, impera una necesidad de «ser visto», pero ¿qué significa eso?

Hablamos de una mirada que no favorece la construcción de una estructura psíquica. Se trata de apretar una tecla que indica un «me gusta», pero no se sabe qué es lo que te gusta, el porqué te gusta, qué es lo que te despierta, por qué razón no te gusta…

Creo que se trata de actuaciones que se realizan en la soledad y en el aislamiento.

Sí, existen muchas personas que «miran«. No es de extrañar que este fenómeno despierte el exhibicionismo y el voyeurismo.

Pero esa mirada, ¿realmente está favoreciendo la estructura psíquica necesaria para la existencia de cualquier ser humano?

¿Hablamos entonces de una invasión, de una intromisión?

Si se derriban las fronteras que separan el mundo privado del público, ¿sobrevivirá la necesidad de intimidad que todos tenemos?

Espero que sí!

En el próximo artículo hablaré sobre la soledad.

(Imagen: www.evanbaden.com)

¿Cómo reconocer a una persona violenta? ¿Qué hacer?

(Por Clara Olivares)

Si nos tomamos el tiempo para examinar nuestra vida con un poco de detenimiento, encontraremos que alguna vez hemos sido violentos con un ser vivo, puede tratarse de una persona, o, de un animal.

Por lo general, quienes muestran comportamientos violentos (conscientes o inconscientes) suelen ser personas cuyo modo de relacionarse con otro es de tipo perverso.

Afortunadamente, el hecho de haber mostrado una actuación violenta o haber realizado una maniobra perversa en un determinado momento, no nos convierte necesariamente en una persona violenta.

Uno puede tener un comportamiento violento y no ser consciente de ello. Es gracias a que un tercero nos lo hace ver para que seamos conscientes de nuestra actuación y hagamos algo al respecto.

Esto hay que tenerlo muy presente a la hora de discernir entre quién es un perverso y quién no lo es.

Basta con decir una sola vez que la actuación que se ha tenido ha sido violenta para que ésta se detenga y no se vuelva a repetir.

Este instante es crucial, ya que es a partir de la respuesta y de la actitud que esa persona muestra ante quien le hace ver su funcionamiento, que podemos determinar si es alguien sano pero inconsciente o es un ser violento-perverso.

Si la persona en cuestión posee la capacidad para reconocer que ha obrado de forma violenta y se disculpa, es posible que haya una posibilidad de establecer una relación. Para que sea posible algo en lo que la violencia no esté presente, es indispensable que la persona realice una reparación del daño que causó y que no vuelva a repetir el acto violento, por supuesto.

Lo único que hace posible crear un vínculo con una persona que ha dañado a otra es que aquella repare el daño que provocó.

De nada vale que se disculpe o pida perdón y luego repita el acto violento. Si así actúa, lo más probable es que estemos en presencia de un/una pervers@.

Si ante la notificación de que ha vulnerado a otro siendo violent@, éste vuelca toda la culpa de lo sucedido sobre el que reclama, sin llegar a asumir su propia responsabilidad en la actuación que el otro le señala, «apaga y vámonos», como dicen sabiamente en España, nuevamente nos encontramos frente a una persona violenta-perversa.

Los sujetos violentos han aprendido a ser violentos. Quien maltrata, ha sido a su vez maltratad@. Es una cadena.

El perverso suele tener una herida narcisista enorme, no ha podido superar la etapa narcisista normal en cualquier proceso de maduración, es decir, no ha podido construir una buena imagen de sí mism@.

Este hecho es crucial para el sano desarrollo psíquico de un ser humano, es gracias a la interacción con el otro que se construye nuestra psiquis, ésta conformará la columna vertebral interna sobre la que una persona se estructura. Si hemos sido amados y respetados actuaremos de igual manera con los otros, seremos respetuosos y cariñosos con los que están a nuestro alrededor.

Si recibimos de nuestro entorno respeto, cariño, reconocimiento como seres humanos y hemos sido dignificados, entonces podremos poseer un buen concepto de nosotros mismos. Sabemos que somos seres que merecemos ser amados.

Con una persona violenta este proceso no se llevó a cabo.

Una persona adulta que reclama constantemente una mirada de admiración del otro, seguramente o no llegó a superar la etapa del desarrollo del período narcisista, o, es perversa.

Creo que es muy importante hacer la distinción entre alguien pervers@ y alguien que en algún momento dado tiene una actuación violenta, pero que no es consciente de que ha sido violento y repara el daño.

El primero ejerce la violencia con plena consciencia de lo que está haciendo. En el otro caso, puede tratarse de alguien que no puede soportar la imagen de sí mismo que le devuelve el otro y responde atacando de forma inconsciente.

Hablo de un perverso puro y duro  o de un «perversón» (utilizo este término para diferenciar el grado de consciencia con la que una persona ejerce la violencia), en ambos casos una relación sana con este tipo de personas no es posible.

Ambos poseen un vacío interior enorme que suelen llenar de diversas formas. El perverso se alimenta de lo que poseen otras personas: buen corazón, generosidad, auto estima, etc. Cree que si despoja a otro de las cualidades de las cuales él adolece, su vacío se va a llenar y su angustia va a cesar.

Un «perversón» no soporta su propia angustia y su malestar hace que se apodere de otro y le convierta en una extensión de sí mismo moldeándole a su gusto. Se trata de invasión, de falta de respeto, de carencia de límites, de violencia en resumidas cuentas.

Repito, lo que marca la gran diferencia entre uno y otro, es el grado de consciencia que estas personas poseen de sus actuaciones violentas y/o del deseo que tengan de ser conscientes de ellas, y, por supuesto, de si hay una reparación por su parte o no la hay.

Si no hay una reparación, nada es posible.

En el caso de un perverso la única vía posible para no perecer, es huír y lo más lejos de ser posible.

Cuando se trata de un «pervers@n», si éste no muestra un deseo real de reparar el daño que ha causado, o, de cuestionarse a sí mismo y permitir que la duda anide en él, lo más aconsejable es ponerse lejos de su alcance.

En el caso de la violencia ejercida por un/una pervers@, lo primero que debemos hacer es denunciarle ante las autoridades encargadas (policía) y en segundo término es dejarle claro que su actuación es violenta y que ésta constituye una vulneración de la integridad de cualquier persona además de  que social y moralmente no es aceptable.

Nadie, absolutamente nadie merece ser tratado de forma violenta.

Uno tiene derecho a enfadarse pero no puede causar daño a otro a causa de su enfado.

No existe ningún argumento válido para maltratar a otra persona. Cualquier discurso que se despliegue para justificar el daño causado carece de todo valor.

Una vez que nos hemos ocupado del pervers@/»pervers@n» de turno, a quien hay que atender inmediatamente es a la víctima.

Es muy importante transmitirle que ella no ha hecho ni dicho absolutamente nada para que merezca ser tratada de forma violenta.

La persona que ha sido maltratada cree profundamente que merece ser castigada, golpeada, etc. Este sentimiento surge del trabajo que ha hecho su verdug@ para llegar a tenerla bajo su poder total.

Nadie está exento de caer en las garras de un/una pervers@/»pervers@n», basta con tener un soporte psíquico precario, o, estar en una situación de desprotección, desarraigo, soledad, abandono, etc. que fragilice a la persona y la haga más vulnerable para que un pervers@/»pervers@n» la elija para dominarla.

Es importante mostrarle a la víctima que está bajo el poder de una persona perversa y que ella no es culpable de éso. También que lo que el perverso hace es violento.

El «perversón» así como el perverso no es que posean una gran inteligencia, es que son muy hábiles. Poseen una habilidad especial para encontrar el lado vulnerable del otro y atacar por ahí. En el caso de un/una «pervers@n» éste lo hace como una defensa inconsciente en tanto que el perverso lo hace para dominar, controlar y destruir al otro, necesita que el otro se fragilice y se rompa para tenerlo dominado y no pueda defenderse.

Una persona perversa necesita enmascarar sus propias debilidades y por eso destruye al que sí posee lo que ella no tiene.

Tanto el uno como el otro no van a permitir que su víctima les deje y se vaya sin presentar batalla. Desplegarán todo su armamento para evitarlo: manipulación, amenazas, culpabilización, etc. harán todo lo que juzguen necesario para que su presa no abandone el juego.

En dos de mis artículos anteriores hablo de algunas estrategias para decir no. Utilizarlas con este tipo de personas es tremendamente útil.

También es importante no morder el cebo que lanzan (con una descalificación, a través de la culpabilización, o haciéndose la víctima, por poner tres ejemplos) y caer en una cadena de justificaciones y de argumentos que terminará en la aceptación por parte de la víctima del argumento que ellos plantean. Siempre ganarán porque son tremendamente hábiles en ese juego.

Es importante mantenerse sereno, no «entrar al trapo» como reza el dicho, es decir, no responder al envite que nos lanzan, y, fundamental, no engancharnos en la rabia que nos despiertan sus palabras. Se trata de cebos, no lo olvidemos.

Si caemos en manos de este tipo de personas y conseguimos salir airosos será una lección que no olvidaremos en la vida. Desarrollaremos un olfato prodigioso para detectar a un/una pervers@ o a un «pervers@n» a leguas.

La semana que viene hablaré de algo mucho más ligero: el placer.

(Imagen: www.123rf.com)

¡Qué fea es la violencia!

(Por Clara Olivares)

Esta viñeta de Mafalda me encanta ya que ilustra muy bien el tema que voy a tratar.

Todos pensamos que somos no-violentos. El violento siempre es el otro, yo jamás!

Pero desafortunadamente, la violencia forma parte de nuestra condición humana. Es inherente a nuestra especie, qué le vamos a hacer!

La buena noticia es que podemos (y debemos) decidir si queremos destruir (permitiendo que nuestra parte violenta crezca y se desarrolle) o si queremos construir (renunciando a ella). En otras palabras, decidimos si queremos alimentar a la bestia o si la mantenemos a raya.

Cierto es que «la violencia engendra violencia». Quién ha aprendido ese funcionamiento, suele repetirlo. No ha conocido uno diferente.

Puede que en un principio no sea consciente de que está siendo violent@, pero en el momento en que alguien le señala que eso que realiza es un acto  violento, ya no puede seguir funcionando en la inconsciencia.

No es bonito, desde luego. La mirada que nos devuelve la víctima de nosotros mismos deja nuestra propia imagen muy maltrecha.

La violencia es fea!

Y después de la rabia que ésta genera viene la tristeza. Produce una pena enorme… Basta mirar la expresión de los ojos de una persona que ha sido sometida a comportamientos violentos: es triste, muy triste, o, muy rabiosa, o, una mezcla de las dos.

Existen básicamente dos tipos de violencia: la física (evidente) y la psicológica (nunca es evidente).

Si me ponen a escoger, la violencia física por lo menos implica un contacto entre agres@r-víctima. La psicológica es devastadora porque no se ve pero sí se siente, el estómago la siente.

Por regla general, la víctima cae en una locura que genera la persona que agrade, es lo que en psicología se llama una relación de tipo «doble vínculo».

A grosso modo viene a ser lo siguiente: la persona que ejerce la violencia (con quién la víctima tiene un vínculo vital, de necesidad o de supervivencia física o psicológica) lanza un mensaje verbal, un «te quiero mucho», por ejemplo, que acompaña de un gesto que desmiente lo que acaba de decir, como un bofetón. Con la particularidad añadida de que la víctima está sutilmente atada al agresor mediante el mandato implícito que este último se ha encargado de hacerle llegar indirectamente de que no puede abandonar el campo, de que no se puede ir.

Si la víctima intenta abandonar el campo, el agres@r le volverá a traer (mediante la culpa, o, la seducción, o, la amenaza). Es indispensable para este último que la víctima jamás abandone el juego.

El doble vínculo es una tela de araña que atrapa a la persona. Ésta es incapaz de ver lo que está pasando ya que duda de sus propias percepciones y piensa que quién siempre está equivocada es ella.

¿Qué hace que dude siempre de lo que percibe? Cuando se está en una relación de doble vínculo, la víctima siente y ve dos cosas contradictorias y simultáneas: por un lado la persona que le agrede dice que le ama, le protege, etc. pero inmediatamente se contradice con sus actos. ¿Qué creo? se pregunta la víctima, ¿lo que dice mi padre/madre, pareja, herman@, jefe? ¿O lo que yo estoy percibiendo/sintiendo? Cómo es impensable e inimaginable para la víctima que su padre/madre, pareja, etc. le esté mintiendo y no sea verdad que lo que dice no sea cierto, opta pues por creer que quién está equivocada es ella misma y lo que percibe y ve es producto de su propia imaginación.

Es decir, la persona percibe dos mensajes contradictorios de forma simultánea y dado que la relación que mantiene con quien la maltrata es vital, no puede ni pensar en que la persona que se equivoca es la misma que le daña, así que lo que hace es dudar siempre de sus propias percepciones, de lo que siente y nota su estómago.

Para poder salir de una relación de este tipo, es necesario un trabajo largo y doloroso gracias al cual la víctima llega a identificar el doble vínculo. Normalmente este camino se realiza a través de una psicoterapia, en la mayoría de los casos, ya que es el terapeuta quien le muestra al sujeto el tipo de relación que se ha establecido,  y, al descubrirlo, éste ya está en capacidad de desarticular el juego del maltratad@r.

Ya puede abandonar el campo, sabe que puede hacerlo a pesar de lo que «diga o haga» la persona que maltrata. Se ha liberado de la tela de araña que lo mantenía atrapad@.

Este tipo de relación se suele establecer en la infancia, o, en períodos de gran fragilidad y de soledad en la edad adulta.

Continuando con el hilo de mi artículo de la semana pasada, cuando se vulneran los límites físicos, emocionales o intelectuales de otra persona, se está siendo violento (no respetándolos, es decir, traspasándolos).

Se puede ejercer la violencia hacia otro y/o hacia uno mismo. Lo que he observado es que en los casos de maltrato, siempre la víctima de forma inconsciente, revierte la rabia que ha generado el maltrato hacia sí mism@, es decir, comienza a utilizar la misma forma de agresión que el agres@r usó con ella, pero esta vez dirigida hacia ella misma.

Cuando ya es capaz de identificar el doble vínculo, puede comenzar a tomar contacto con su rabia y puede darse cuenta de que la ha desviado ésta hacía sí mism@, en lugar de devolvérsela a quién la ha causado.

Es en este punto en el que la persona puede comenzar a decidir qué quiere hacer con esa rabia: ¿seguir volcándola hacia su persona? ¿devolvérsela a quién le maltrató? ¿usar esa energía para crear algo nuevo? ¿repetir el patrón de violencia, convirténdose ella misma en un ser violento que daña?

Él/ella es quien decide, nadie más lo puede hacer.

Quizás ahora se comprenda mejor lo que escribí en otras ocasiones: el cuerpo habla. Si enfermamos, los síntomas hablan de lo que cada uno de nosotros ha vivido, «nuestra propia historia está inscrita en nuestro cuerpo».

Repito: la violencia es muy fea, mata todo lo humano que hay en nosotros, de ahí que la encuentre tan, pero tan fea!

¿Por qué no tratamos de optar por no dañar? Mi propia experiencia me ha demostrado que siempre vale la pena y que es posible.

El próximo artículo hablará sobre cómo reconocer a una persona violenta y qué hacer frente a ella.

(Imagen: «Mafalda», Quino. Editorial Lumen, Barcelona, 1989)