El miedo

(Por Clara Olivares)

Existen miedos y miedos.

Me explico. Como bien dice la definición de Wikipedia, el miedo es una respuesta natural del organismo ante un peligro. Este mecanismo permite que el sujeto entre en estado de alerta y se prepare para la acción la cual le permitirá huir del peligro.

El primero en percibir un riesgo es el cuerpo. Éste lo percibe inmediatamente y manda señales mediante una contractura muscular, o, un encogimiento en la boca del estómago, o un dolor de cabeza, o a través de un malestar masivo e indeterminado.

Estas señales le están informando a la persona que está frente a algo o a alguien que constituye una amenaza para su salud física o psíquica.

Si el sujeto está en capacidad de percibir esas señales entonces su psiquis o su mente, interpreta esas señales y reacciona para que éste se aleje del peligro.

Pero si la conexión entre su mente y su cuerpo está cortada o es defectuosa, no podrá reaccionar y alejarse de lo que le amenaza.

Es necesario que la señal de alerta pase a la consciencia para que una persona se de cuenta de que está ante un peligro y reaccione.

Podría tratarse de una amenaza física (que alguien intente pegarte) o psicológica (un intento de manipulación). Es más fácil de detectar un peligro físico que uno psicológico.

Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie.(Wikipedia)

El miedo permite la supervivencia. Gracias a él se preserva la vida física y la vida psíquica.

¿Pero qué pasa cuando ese mecanismo no funciona de forma correcta? Es decir, cuando una persona es incapaz de reaccionar ante un peligro protegiéndose.

Las consecuencias suelen ser desastrosas ya que la persona es incapaz de protegerse para preservar su salud física o mental.

¿Y qué hace que esta conexión se corte? Probablemente la psiquis de esa persona la esté preservando de algo mucho peor, ya que hay situaciones en las que es mejor no enterarse de lo que está sucediendo alrededor.

Existen familias y sociedades en las que se enseña y se transmite claramente ante qué es necesario tener miedo y huir. Es el caso de un aprendizaje sano en el que se identifica la fuente del peligro.

Y también existen familias y sociedades en las que aparentemente no se identifica ningún peligro de forma clara pero en cambio se transmite el miedo a través del cuerpo (se dice que no se tiene miedo pero la persona está tensa, tiembla, etc.)

Si la palabra y el acto que sustenta ese discurso están en consonancia, esta situación no desencadenará ninguna alteración en la percepción del sujeto.

Pero cuando palabra y acción son opuestas y se refuerza la palabra como fuente de la verdad, la persona crece dividida en dos. Crece haciendo caso exclusivamente al discurso, siendo incapaz de ver que los actos que la acompañan son diametralmente opuestos.

Ha crecido sin ser consciente de esa disociación.

Desde el punto de vista psicológico es un estado afectivo, emocional, necesario para la correcta adaptación del organismo al medio, que provoca angustia y ansiedad en la persona, ya que la persona puede sentir miedo sin que parezca existir un motivo claro.(Wikipedia)

Repito, el cuerpo es el primero en registrar esa incoherencia, pero la mente esta incapacitada para interpretar esos mensajes y reaccionar. Por eso digo que la comunicación entre el cuerpo y la mente está cortada o es defectuosa.

Y si éste es el caso, la persona vive en un estado de desazón permanente en el que entra en un situación emocional de ansiedad y angustia, sin comprender de dónde proviene ese estado, o incluso, sin ser consciente de que lo padece.

Por ésta razón es importante estar alerta y aprender a escuchar al cuerpo. Cuando irrumpe una enfermedad o una dolencia no es gratuita su aparición. Probablemente habrá un importante componente emocional asociado.

Desde el punto de vista social y cultural, el miedo puede formar parte del carácter de la persona o de la organización social. Se puede por tanto aprender a temer objetos o contextos, y también se puede aprender a no temerlos, se relaciona de manera compleja con otros sentimientos (miedo al miedo, miedo al amor, miedo a la muerte, miedo al ridículo) y guarda estrecha relación con los distintos elementos de la cultura. (Wikipedia)

Cada uno de nosotros ha aprendido a comportarse ante el peligro de la misma forma en que lo hacía el entorno familiar y social en que se nació.

Existe una película magnífica que muestra de forma clarísima cómo un grupo utiliza el miedo para conseguir que ninguno de los miembros abandone el grupo. Se trata de «El bosque» (The village) del director M. Night Shyamalan.

Hablamos de una película, pero si nos trasladamos a la vida real, en las familias existe el mismo tipo de funcionamiento.

El trabajo al que nos enfrentamos como adultos consiste en seguir el rastro que va dejando nuestra forma de relacionarnos con nuestro cuerpo y con los otros para poder identificar si crecimos con esta disociación o no.

Es gracias a la comprensión del funcionamiento en el que crecimos que es posible liberarse de ese lastre que arrastramos, llamado aprendizaje. Esta comprensión permite al sujeto elegir realizar un nuevo aprendizaje desde la consciencia.

Es como ir desenredando una madeja siguiendo la punta de un hilo. En este caso, el hilo lo constituye la forma que cada uno tiene de relacionarse con su cuerpo y con el otro.

Nos podríamos preguntar el lugar que ocupa nuestro cuerpo en nuestra propia vida: ¿existe?, ¿es algo de lo que abuso?, ¿lo cuido?

Y, como todo en la vida, cada uno es libre para decidir si quiere o no desenredar su propia madeja.

Yo digo que es absolutamente recomendable hacerlo, pero repito, cada uno hará lo que puede.

A lo mejor hacerlo resulta demasiado doloroso y es mejor «no revolver el avispero».

La próxima semana hablaré sobre el estrés.

(Imagen: www.giovanny10.blogspot.com)

La ansiedad: amiga (o enemiga) inseparable.

(Por Clara Olivares)

Cómo canta el bolero: «… ansiedad, angustia y desesperación!» A menudo se utilizan las palabras ansiedad y angustia como sinónimos.

Pero, ¿qué es la ansiedad? Retomando las palabras de Freud, hablaríamos de «un estado afectivo penoso».

Y me parece que la clave la encierra el término afectivo.

Finalmente la ansiedad-angustia es un síntoma, y los síntomas indican que algo no anda bien.

Ésta se manifiesta a través de síntomas físicos tales como sudoración, palpitaciones, encogimiento en la boca del estómago, temblores y/o síntomas psicológicos como un temor indeterminado, un «no me hallo», siento miedo pero no logro saber a qué, terror a las cucarachas… etcétera.

La ansiedad es una respuesta natural del organismo que pone al individuo en un estado de alerta que le prepara para huir de un peligro real. Puede tratarse de un peligro físico o psicológico. La ansiedad advierte al sujeto de que es mejor que salga corriendo.

Es importante no confundir la angustia vital (la que se activa ante un hecho/situación real) de la angustia neurótica (que se activa cuando inconscientemente se evita una situación en la que se pueda recrear un acontecimiento traumático, o el temor a sentir, o al placer, etc.).

La angustia vital es evidente: me van a atacar con un objeto contundente, más vale que corra si no quiero morir.

La neurótica es más compleja.

Siempre subyace un sentimiento bajo la ansiedad. Suele ser, casi siempre, miedo o rabia, o las dos.

Cuando irrumpe la angustia podemos hacer muchas cosas al respecto, evidentemente. Pero existe un tipo de personas, bastantes desagradables por cierto, que, cuando sienten angustia buscan a alguien sobre quien «vomitarla».

Y digo vomitarla porque es eso precisamente lo que hacen. Se deshacen de ella traspasándosela a otro, quitándosela de encima y se quedan tan tranquilas.

¿O no recordamos la desagradable sensación con la que nos quedamos después de que nos la han endosado y nos han colocado encima toda esa angustia?

Como diría mi terapeuta: cada uno debe aprender a gestionar su propia angustia. Y yo añadiría: sin molestar o dañar a otro.

El título de este artículo habla de ella como de una «amiga inseparable» (aunque algunas veces se vive como una enemiga).

La llamo así porque pasará mucho tiempo hasta que descubramos cuál es el sentimiento que subyace y es este descubrimiento el que permite su tránsito hacia la consciencia. Ya  todos sabemos que es desde ese lugar en donde es posible modificar realmente este funcionamiento.

Si esto no se da, siempre estaremos a merced de lo que sentimos. Será nuestro inconsciente quien tome las riendas de nuestras vida y actúe por nosotros.

Seguramente su dominio estará apoyado por una serie de ideas catastróficas del tipo: si tomo contacto con mi angustia me enloqueceré, o, los demás se van a dar cuenta de que no estoy bien, o…

De ahí surge la mágica idea de pensar que si controlamos todo o a todos, neutralizaremos su poder. Inconscientemente, por supuesto.

¿Cuántos años de nuestra vida no hemos invertido en intentar controlar? En mi caso, muchos.

Luego, cuando nos hacemos conscientes, descubrimos que es imposible el control. Es un espejismo.

Pero volvamos al miedo. La angustia que se vivió durante las etapas anteriores de nuestra vida y que nos marcó sin lugar a dudas, se gesta en situaciones de incertidumbre o de inestabilidad casi siempre.

Y me refiero a una incertidumbre concreta y real, pero de índole psicológica y por lo general no explícita y, sobre todo, muy sutil. Es algo así «como no tener jamás la seguridad de saber si»: somos queridos, o, capaces, o, valiosos, o, somos importantes para alguien, etc.

Nos hemos inventado unas estrategias variadas y algunas estrafalarias para no sentir esa angustia: o, siempre estamos ocupados, o, acompañados, o, nos dedicamos a beber, o, comemos demasiado o no comemos, o, no paramos de hacer cosas, el abanico es tan variado como lo somos los seres humanos.

Es solo desde la consciencia que se puede hacer algo. Nosotros decidimos el que.

¿Deseamos perpetuar este comportamiento? ¿Le hacemos frente y lo vivimos, aunque hacerlo signifique pasarlo mal? ¿No deseamos hacer nada al respecto?. Cada uno de nosotros decide.

Lo que sí sé es que mientras no empecemos a tomar contacto con ese sentimiento y le reconozcamos, es decir, le aceptemos y nos digamos a nosotros mismos que sí, que ahí está, seguiremos siendo sus esclavos.

A los demás siempre les podemos contar lo que nos plazca, pero engañarnos a nosotros mismo no conduce a nada y, básicamente, no nos sirve para nada. Al contrario, es «escupir para arriba» como reza el dicho popular.

Es exclusivamente a través de la comprensión de lo que nos sucede y de los orígenes de nuestros funcionamientos que será posible liberarnos de aquello que nos limita y coarta.

No todo el mundo tiene que escoger esta alternativa, faltaría más! Siempre se puede escoger la opción de no querer hacer nada al respecto y es muy respetable.

Lo que no debemos olvidar jamás es que somos el resultado de nuestras propias decisiones y que estas decisiones traen consecuencias. No nos queda más remedio que aceptarlas, aunque sea a regañadientes.

En mi próximo artículo voy a hablar sobre los límites.

(Imagen: http://derechoanimal.es)