Por Clara Olivares
La compasión (del latín cumpassio, calco semántico o traducción del vocablo griego συμπάθεια (sympathia), palabra compuesta de συν πάσχω + = συμπάσχω, literalmente «sufrir juntos», «tratar con emociones …», simpatía) es un sentimiento humano que se manifiesta a partir y comprendiendo el sufrimiento de otro ser. Más intensa que la empatía, la compasión es la percepción y comprensión del sufrimiento del otro, y el deseo de aliviar, reducir o eliminar por completo tal sufrimiento.
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Me parece perfecta para ilustrar el tema una de la primeras escenas de la película «Blade Runner» (Ridley Scott, 1982), en la que mediante un test, se busca despertar respuestas emocionales en el individuo con el fin de detectar a un tipo de robots, llamados replicantes, que han vuelto a la tierra sin permiso.
Los replicantes carecen de emociones, así que una de las preguntas que le hacen a uno de los personajes (León) es: «…ud. va caminando por un desierto y ve una tortuga patas arriba, ésta no puede girarse sola»… «Él permanece en silencio y el examinador le dice, ¿ud. no la ayuda?».
Hay personas que funcionan igual que los replicantes: no se conmueven con el dolor ajeno.
Son incapaces de sentir empatía con el otr@. A este tipo de gente la pongo en el grupo de los «corazones de piedra». Y desgraciadamente hay más de los que se desearía.
Como dice la definición: «… la compasión es la percepción y comprensión del sufrimiento del otro, y el deseo de aliviar, reducir o eliminar por completo tal sufrimiento.»
Y me pregunto: las personas compasivas, ¿nacen o se hacen?
Yo me atrevería a afirmar que nacen así, aunque la educación a veces ayuda, pero no es una garantía.
El factor cultural juega un papel primordial en este tema. Los occidentales hemos estado influidos por la religión católica durante siglos, y ésta ha dejado su impronta.
Mostrar compasión ante el sufrimiento ajeno es una de ellas, y, desde esa herencia escribo.
He conocido gente que no se conmueve con el dolor de alguien pero que llora cuando ve un perro abandonado.
Esta incongruencia me lleva al siguiente punto: ¿son humanos?
Y cuando digo humanos, me refiero a esa característica que nos es propia: ser compasivos, sentir compasión.
Un abrazo, un apretón de manos, una mirada, etc. Cualquier manifestación por nuestra parte que le haga saber al otro que le acompañamos en su dolor y que lamentamos que esté pasando por ese momento.
Por eso en España, cuando alguien muere, la frase que se le dice al deudo es : «te acompaño en el sentimiento».
Leí en algún sitio que la compasión es lo que diferencia a una persona perversa de una que no lo es.
Y comparto esta afirmación.
Ya he hablado en otros artículos sobre los perversos o «perversones», como llamo a aquellos que tienen ramalazos de perversión.
No es de sorprender que en el budismo y en otras religiones orientales exista el buda de la compasión, o, Avolokitésvara.
La historia de este buda dice que «hizo un gran voto para escuchar los ruegos de todos los seres sensibles en momentos de dificultad y posponer su propia «budeidad» hasta haber ayudado a cada ser sobre la tierra a alcanzar el nirvana«.
Me parece que su figura resume claramente el concepto de la compasión.
No se trata únicamente de resonar con el sufrimiento del otro, es dar algo de uno mismo.
Es salir de nuestro propio egoísmo para tenderle la mano a otra persona.
Pero tendérsela desde el corazón, no desde la cabeza.
Existen seres que «parecen» compasivos, pero no lo son. Aparentan y representan un papel de alguien que se conmueve y es empático, pero, es una simple actuación.
Cuando una persona de verdad es compasiva, la otra siente su cercanía.
Preguntémonos si a lo largo de nuestra vida hemos sido capaces de mostrar compasión por alguien, o, si aquellos que presumen de ser compasivos en verdad lo son. Seguramente nos llevaremos más de una sorpresa.
En mi próximo artículo hablaré sobre la imagen vs. la identidad.
(Imagen: www.coaching-tecnologico.com)