El cuidado

www.dospuntodios.com

Por Clara Olivares

¿Qué significa realmente cuidar de otro?

Probablemente se nos vienen a la cabeza infinidad de ideas e imágenes que ilustran este concepto.

Una cosa si tenemos muy clara,  jamás olvidaremos aquella ocasión en que nos sentimos cuidados por alguien. Son momentos que seguramente quedaron grabados en nuestro corazón de manera indeleble.

Casi tod@s hemos estado en una situación en la que hemos necesitado que otro nos cuide y se haga cargo de nosotr@s.

Quizás atravesamos una época de indefensión y de vulnerabilidad (una enfermedad, una pérdida, un apuro económico, etc.) en la que agradecimos la ayuda que otra persona nos prestó.

De igual manera, esta experiencia nos capacitó para detectar cuándo otro precisa de nuestro apoyo.

Sería interesante plantearse varias preguntas al respecto: ¿verdaderamente esa persona necesita ayuda? o, ¿es mi propia necesidad la que me urge a actuar?

En algunas ocasiones tenemos enfrente de nuestras narices a alguien que nos necesita y, sin embargo, por razones que seguramente están más en relación con nuestra propia historia, somos incapaces de percibir sus mensajes de socorro.

Estos mensajes se expresan a través de gestos, de ademanes, de palabras, de miradas, etc.

Nos pueden indicar que precisan de un abrazo, o, de que le lancemos un salvavidas porque se está ahogando.

Desgraciadamente, existen personas que no son capaces de identificar una situación en la que alguien les envía una señal de socorro.

Recuerdo un ejemplo que encuentro muy ilustrativo. imaginemos que una persona se está ahogando en un lago. Estamos viendo que se ahoga, sin embargo, no le socorremos porque no nos ha pedido expresamente que le lancemos un salvavidas.

Pareciera que los actos de otro y la palabra que los acompaña estuvieran disociadas en nuestra cabeza. Es como si no fuéramos capaces de relacionar acto y palabra para poder comprender que ese alguien nos necesita.

No somos capaces de entender que quizás no nos pide que le lancemos un salvavidas porque no puede, se está ahogando. Si alguien nos pregunta por qué no le socorrimos podríamos responder que como no nos lo pidió de manera explícita, no lo hicimos.

Dicho así suena irrisorio, pero os sorprendería constatar que son muchos los sujetos que poseen ese tipo de funcionamiento.

Para desarrollar la habilidad para captar los gritos de socorro de otro es primordial que aprendamos a desplazar el centro de nuestra atención de nosotr@s mism@s hacia el otro.

No es un trabajo que se realiza automáticamente según nuestro deseo. Requiere de un arduo trabajo interior, no siempre agradable, mediante el cual aprendemos que el universo deje de girar sobre nuestro propio ombligo.

Este aprendizaje nos capacita para escuchar las señales de otro y al mismo tiempo, poder descifrar cuales son las necesidades que su mensaje encierra.

En algunas ocasiones lo que percibimos no necesariamente es lo que el otro quiere tansmitir.

Fruto de esta discrepancia nace la importancia de PREGUNTAR si eso que nosotros estamos percibiendo corresponde a la realidad: ¿el mensaje que el otro nos ha enviado es lo que esa persona quería pedirnos?

La teoría de la comunicación plantea un principio básico: el de comprobar que el mensaje transmite realmente lo que se desea decir.

Parece una tontería pero no lo es para nada.

La cantidad de malos entendidos que surgen de la falta de comunicación es pasmosa.

Es habitual que se confundan cuáles son los mensajes que nacen de mi propia necesidad y cuáles son de la otra persona.

Por esa razón es importante que se identifique rápidamente a quién pertenece la demanda: ¿de quién es?, ¿es la mía o la del otro?

No es raro que proyectemos sobre el otro nuestras propias expectativas y necesidades.

Recuerdo un chiste al respecto: «¿cuál es la definición de jersey? Eso que le ponen a un niño cuando la madre tiene frío».

¿Cuál es la forma habitual que tenemos de reaccionar? ¿Es la misma con todas las personas?

En mi próximo artículo hablaré sobre la orfandad.

(Imagen: www.dospuntodios.com)

La soledad

(Por Clara Olivares)

La definición de «soledad» según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, sería, (Del lat. solitas) f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.

Esta definición comprende dos conceptos que a mi juicio son importantes a la hora de abordar el tema.

Habla de una carencia voluntaria y de una involuntaria.

En el grupo de la involuntaria incluiría la soledad que tiene que ver con una constatación de tipo existencial que nos hace conscientes de que, así estemos inmersos en el ruido y rodeados de gente, siempre estaremos solos.

Como reza el dicho: «nacemos y morimos solos».

Luego está la soledad que tiene que ver con la carencia de vínculos afectivos, relacionada con la soledad de tipo voluntario. En este grupo me parece importante analizar si es una cuestión de voluntad o de mera incapacidad.

Hay quienes eligen estar solos porque les agrada, les llena, les gusta.

Y hay quienes son incapaces de relacionarse con otro desde lo emocional, ya que sienten verdadero pánico ante la idea de creer que si se relacionan afectivamente van a convertirse en seres vulnerables y por ende, se enfrentarán al sufrimiento o al abandono, por poner un ejemplo.

En otras palabras, abrir el corazón abre también la puerta al dolor.

Lo cierto es que independientemente de que el origen de la soledad sea por  voluntad propia o no, ambas alternativas están relacionadas.

Todos sabemos en nuestro fuero interno que en realidad estamos solos, es decir, que cuando nos enfrentamos a la vida y a sus avatares, lo hacemos en solitario.

Como decía alguien: «el sufrimiento es intransferible».

Somos nosotros los que atravesamos el dolor, la separación, el abandono, etc. no el otro.

Pero felizmente también es cierto que estos caminos se hacen menos áridos si los recorremos con el apoyo y el amor de otro.

La capacidad para expresar lo que sentimos mediante la palabra es lo que nos diferencia del resto de las especies.

Poder manifestarle a otra persona la importancia que su presencia y su cariño tienen para nosotros, es un regalo de la naturaleza.

A veces es una lástima que haya personas que desaprovechen esta capacidad, porque a lo mejor el miedo que les provoca creerse vulnerables, prima sobre los beneficios que aporta entrar en contacto con otros.

Así mismo, los hay que llenan de ruido y de personas su entorno para no estar jamás consigo mismos.

Cuando no hay un elemento externo que le distancie de sí mismo no le queda más remedio que estar consigo.

Por ésta razón entiendo que haya personas a las que no les guste vivir solas, o simplemente, prefieren no estar solas.

Y yo pregunto: ¿a qué le tienen tanto miedo? ¿qué se imaginan que van a encontrar?

A mucha gente la sola idea les produce pánico.

Quizás ese miedo esté hecho de las llamadas «ideas irracionales» que alimentan la imaginación, ideando situaciones catastróficas en las que los monstruos que originan toman vida.

Estar consigo mismo favorece el auto-conocimiento. Cuando se está solo se emprende una aventura que da como resultado saber quién es uno.

Y al final, tampoco somos tan mala compañía.

Creo que el equilibrio se consigue en «el justo medio»: necesitamos estar solos pero también necesitamos la compañía del otro.

Tanto la una como la otra, las dos alternativas van a ayudar a saber quiénes somos.

Y yo pienso que entre más rápidamente nos descubramos, más capacitados estaremos para disfrutar de nuestra compañía así como de la del otro.

Nos estaremos enriqueciendo constantemente. Tengo la sensación de que jamás terminaremos de conocernos y no pararemos de sorprendernos ante nosotros mismos.

Me parece que fueron los antiguos griegos quienes dijeron: «conócete a tí mismo». Y vaya lío que armaron!

La pregunta que dejo en el aire sería: ¿qué actitud prefiero escoger ante la soledad? y ¿es una elección o es una huída?

Encuentro necesario e importante hablar de un tema que cada vez más está presente en los trabajos y en los colegios: el mobbing y el bullying.

Las dos modalidades de acoso moral llevan a una persona a estar completamente sola por un aislamiento impuesto por otra persona o por un grupo de personas.

Como digo en el párrafo anterior, se trata de un delito moral.  Está muy lejos el querer etiquetarlos como problemas de origen psicológico.

Generalmente lo ejerce un individuo perverso el cual tiene plena consciencia de lo que está haciendo.

Suele ser alguien que manipula al grupo para conseguir sus fines, en este caso aislar y destruir a la persona elegida.

La persona perversa suele elegir a sus víctimas entre los más vulnerables, generalmente aquellos que son los más humanos, o, los que están más solos.

Pueden acosar a otro porque utilizan siempre una amenaza (generalmente hecha de una verdad a medias) para ejercer su poder mediante el miedo y así someterle.

Por lo general, el pervers@ está enfermo de envidia. No pueden soportar que otro posea aquello de lo que ellos carecen. Suelen tener tal vacío dentro, que necesitan alimentarse del daño que le causan a otro, con la esperanza de que su sensación de vacío y angustia cese.

Perciben a ese otro como una amenaza y por ello se dedican a masacrarlo. Puede tratarse de una persona de otra raza, o, con otro color de piel, o, con otra preferencia sexual, o, simplemente por el hecho de ser diferente.

La única posibilidad de «redención» que tiene un pervers@, es la de deprimirse. Esta vía les proporcionaría una posibilidad de volverse humanos, pero el problema, es que le tienen pánico a sentir.

Por eso son tan fríos e inhumanos.

Toparse con una persona perversa en la vida es terrible. Si se sobrevive a este encuentro, se sale fortalecido y se desarrolla un olfato que permite detectarlos a kilómetros de distancia.

Se aprende a enfrentar al otro y al peligro que representa. La estrategia para cortarle las alas a una persona perversa es desenmascarar su juego.

El pervers@ teme a aquel que percibe como alguien fuerte y que está respaldado por más personas.

Éste ejerce su perversión porque puede hacerlo.

De ahí que escoja a sus víctimas entre las personas que son más vulnerables.

Si la víctima encuentra aunque sea a una sola persona que la apoye, saldrá adelante y podrá escapar de las garras del pervers@.

Si se tiene la desafortunada suerte de toparse con un especímen como éste, lo más prudente es HUIR.

En el siguiente artículo voy a hablar sobre las ideas irracionales.

(Imagen: www.twitter.com)