La susceptabilidad

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Por Clara Olivares

 Para quienes son susceptibles en extremo, la vida, y en especial, la convivencia con el otro, puede resultarles en algunos momentos difícil. ¡Y ni que decir para los que viven con ellos!

Hay que extremar el cuidado en el momento de decirles algo, ya que se teme que lo dicho les ofenda y, en consecuencia se enfaden.

¿Qué caracteriza a estas personas? El rasgo más evidente es, por supuesto, que son muy fáciles de ofender.

Suelen ser personas frágiles emocionalmente y por lo general, con una baja autoestima.

Necesitan la atención del otro y la suelen buscar constantemente de manera inconsciente, están convencidos de que el mundo habla de ellos en todo momento.

Su falta de seguridad hace que sean muy exigentes con ellos mismos.

No es fácil que reconozcan sus errores y sus fallos.

Cuando les hacen halagos, los ignoran, y suelen desconfiar de quienes los hacen.

Por lo general, su capacidad de escucha no está muy desarrollada.

Buscan la aprobación de los demás con cada una de sus actuaciones. La necesitan de forma desesperada.

La aprobación deseada es una necesidad vital, pero lo triste es que por muchas veces que los aprueben y les hagan saber que son valiosos, nunca es suficiente porque no terminan de creérselo. Sólo en la medida en que vayan reforzando su autoestima esta necesidad se irá atenuando, hasta desaparecer.

Este tipo de personalidades se forjan en el seno de familias cuya educación es muy estricta o muy laxa, en donde no se suelen premiar las cosas positivas, y, en cambio se castigan con dureza los errores.

Esta particularidad hace que se sientan cuestionadas en todo momento.

Todo ésto favorece el hecho de que les resulte muy difícil relajarse y disfrutar.

La susceptibilidad está íntimamente ligada a una baja autoestima.

Es deseable que este tipo de personas inicien un trabajo personal en el cuál aprendan a desarrollar varias estrategias que les ayudarán a ser menos susceptibles, como por ejemplo:

  • Reducir la autocrítica y la auto-exigencia. En la medida en que lo vayan consiguiendo se volverán más humanos y esto les hará más tolerantes (con ellos y con los otros).
  • En consecuencia, estarán en capacidad de reducir su nivel de perfeccionismo. Es importante que comiencen a apreciar la diferencia que existe entre “hacer las cosas lo mejor que uno puede” y “hacerlas perfectas”. Es más, la perfección no existe.
  • Fomentar el auto-conocimiento: aprender que todos tenemos cualidades y defectos. Y a los dos hay que tratarlos con respeto.
  • En la medida en que su autoestima aumente, su susceptibilidad disminuirá.

No hay que olvidar jamás que este aprendizaje es un proceso, sólo se aprecian sus beneficios con el tiempo. Si no se contempla desde esta perspectiva es difícil que se consigan resultados.

En mi próximo artículo hablaré sobre una pregunta que nos podríamos hacer: ¿soy yo una persona vaga?

(Imagen: www.placasrojas.tv)

 

El sarcasmo

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Por Clara Olivares

Un sarcasmo es una burla pesada, una ironía mordaz, un comentario hiriente que ofende o maltrata. …El sarcasmo, en este sentido, es una especie de ironía amarga, humillante y provocadora que, a veces, raya en el insulto. A menudo, un comentario sarcástico puede resultar cruel al punto de ofender y afectar al destinatario.

El sarcasmo sirve para menospreciar, poner en ridículo, manifestar desagrado  y despreciar a una determinada persona o cosa de manera directa o indirecta.

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O como reza el dicho popular: “tira la piedra y esconde la mano”.

No todas las personas usan el sarcasmo para expresar su rabia, quiero focalizar la atención en las personalidades narcisistas que lo suelen utilizar con frecuencia.

Por medio del sarcasmo el narcisista encubre su agresividad. La disfraza para que no parezca un ataque pero lo que busca es dañar a la otra persona.

Es un mecanismo odioso y agresivo. Ataca verbalmente y cuando el otro reacciona suele decir: “¡por qué te molestas si era una broma!”. Pero de broma no tiene nada…

El mensaje que se transmite a través del sarcasmo es que, el que lo utiliza, está enfadado/a pero es incapaz de decirlo abiertamente.

¿Por qué? Porque están muy preocupados/as en mantener una imagen impoluta de cara al exterior. Tienen de sí mismos una idea idealizada y temen profundamente que ésta se vea en entredicho.

Son personas que no se gustan a sí mismas y lo que hacen es proyectar en el otro su malestar.

Por eso, cuando ven que la imagen que han buscado mostrar en el exterior se ve amenazada, se encolerizan. Así, a través del sarcasmo, le roba al otro su autoestima, su valor como persona. Lo que pretende es destruirle, está muy enfadado/a y ataca.

Este tipo de personalidades buscan ser el centro de atención, y, cuando no es así, se aburren. Las hay que llegan a dormirse, por ejemplo, y no porque estén cansadas, evidentemente!

No se distinguen por ser empáticos. No creo que sean capaces de ponerse en los zapatos de otro por un instante. Al hacerlo, dejarían de ser el centro y, esa alternativa está fuera de discusión.

Con el sarcasmo ponen de relieve otra de sus características: la cobardía.

Son incapaces de enfrentar nada. Huyen e intentan que sea otro el que ponga la cara por él/ella.

Por lo general se mueven entre dos extremos: todo o nada. Conmigo o contra mí, amor/odio, blanco o negro. No existe el término medio, la maravillosa gama de los grises no existe para ellos. Poseen una deficiente capacidad para equilibrar sus sentimientos y calmarlos.

No hay que confundirlo con la ironía.

– Burla sutil y disimulada:
“hablaba con ironía cuando dijo que mi trabajo era muy interesante”.

– Tono burlón con que se dice.

– Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se expresa.

– Lo que sucede de forma inesperada y parece una burla del destino:
“ironías de la vida, decía que no se casaría nunca y ya lleva tres divorcios”

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La gran diferencia entre ellas es que con la ironía no se persigue dañar ni menospreciar al otro. Al contrario, es una forma elegante de hacerle ver a alguien aquello que éste no puede ver, por ejemplo.

Por eso la definición con la que encabezo este artículo habla de una “ironía mordaz”, es decir, se trata de una ironía que está envenenada.

En mi próximo artículo hablaré sobre la susceptibilidad.

(Imagen: www.taringa.net)

La seducción

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Por Clara Olivares

Cuando pensamos en la seducción, lo primero que se nos viene a la cabeza es la sexual. ¿Por qué? Imagino que porque estamos saturados de mensajes que van en esa dirección. Los medios nos bombardean sin descanso, y, a veces resulta agobiante.

Pero, felizmente la sexual no es la única seducción que existe: también nos seduce un relato, una imagen, un olor, una charla, un gesto, una obra de arte, etcétera.

La seducción es el acto que consiste en inducir y persuadir a alguien con el fin de modificar su opinión o hacerle adoptar un determinado comportamiento o actitud. Suele emplearse sobre todo en el ámbito de lo sexual. El término puede tener una connotación positiva o negativa, según se considere mayor o menor cantidad de engaño incluido en la acción. Etimológicamente, seducir proviene del latín seductio («acción de apartar»). Y, según el Diccionario de la lengua española, en su primera acepción, seducir es «engañar con arte y maña», aunque al tratarse de un término tan emocional cada autor ha acuñado su propio término.

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Si y no. Me explico. Cierto es que en algunos casos existe un objetivo claro de llevarte a un punto determinado con premeditación, como en el caso de la publicidad, por ejemplo. Su propuesta se basa en este principio.

Y luego está el aspecto que tiene que ver con la estructura interna de una persona, con su identidad. Ya lo he dicho en más de una ocasión, si un ser humano crece sin este sostén, carece de estructura interna, y, lo más probable es que acarree con ese déficit hasta que consiga estructurarse.

Esto se consigue o no… dependiendo del sufrimiento que despierte en la persona su neurosis, de las “muletas” que se haya creado para sobrevivir, y de un amplio etcétera.

De lo que quiero hablar hoy es de los dos grandes apartados que tiene la seducción: el proceso de formación del yo y la característica personal que define a cada individuo.

Comencemos por el primer apartado: la necesidad vital del ser humano de construirse una identidad.

La utilización de la seducción como la única manera para relacionarse con el mundo y con el otro, suele ser el resultado de una enorme carencia de reconocimiento. Quienes operan en este registro, probablemente han adolecido en su infancia de una mirada del exterior que les valore y les transmitan el mensaje de que son valiosos y que tienen el derecho a ser como son. En otras palabras, que les estructure internamente.

Es el caso de esas personas que cada cosa que realizan en la vida va encaminada a obtener un reconocimiento del entorno. Mientras que el sujeto no termine de convencerse de que realmente vale, seguirá buscando fuera la aprobación.

Cuando ya se ha conseguido construir una identidad sólida, la estrategia de la seducción no es necesaria.

Hay personas que han nacido, o, han escogido, no lo sé, la seducción como el rasgo que los define.

Si pensamos en nuestros conocidos, seguramente sabremos de inmediato quién es un/una seductor/ra.

En segundo término, hablaríamos de la manera de ser que rige nuestro comportamiento.

“potenciar lo mejor de nosotros mismos al exterior”.

Esta definición que encontré en Internet, me parece muy ilustrativa.

Creo que esta forma de ser surge de forma espontánea. Me parece que cuando se intenta seducir siguiendo un manual, no funciona.

Por eso encuentro la definición que menciono más arriba muy acertada.

Creo que todos, de manera más o menos consciente, sabemos cuáles son nuestros puntos fuertes y los explotamos. Tontos seríamos si no lo hiciéramos…

Existen muchas páginas que hablan sobre las estrategias a seguir si quieres enamorar. Vale, pero vuelvo a lo mismo: seguir un guión, tarde o temprano, tiene un efecto contraproducente.

Recuerdo ahora la película de Stephen Frears, “Las amistades peligrosas”, que ilustra muy bien esta estrategia. Él despliega su artillería pesada para seducir a la pobre incauta, quién termina cayendo rendida a sus pies. Sí, ya sé que la película tiene un final trágico para todos los implicados, pero esa es otra historia.

Lo que me parece interesante es cómo él, que es una gran seductor, utiliza. todas sus armas para conseguir su objetivo (bastante cruel, por cierto), y lo logra.

Lo que intento decir, es que, siendo uno mismo ya se tiene ganada la partida. No creo que haya nada más seductor que una persona que es ella misma, sin artificios ni poses.

Como se diría en marketing: “sé tu propia marca”.

La manipulación es un juego que, para conseguir este propósito, es inadecuada.

Cuando conseguimos ser nosotros mismos, actuamos, sentimos y pensamos de acuerdo a lo que somos.

Y, creo que no existe persona más seductora que aquella que es auténtica.

Como ilustra la imagen, si nos permitimos ser “la galleta”, probablemente pocos perros se nos resistan.

En mi próximo artículo hablaré sobre el despilfarro.

(Imagen: www.taringa.net)

 

El desorden

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Por Clara Olivares

“el orden se define como todo aquello que funciona de determinada manera o la organización de elementos en determinado espacio, realizado por un individuo inteligente.”

La mente es maravillosa

¿Existe un desorden bueno y un desorden malo? En otras palabras, ¿uno aceptable y uno que no lo es?

Depende… en función de nuestra educación, nuestra forma de ser, nuestros objetivos, el tiempo de que dispongamos, nuestra cultura, las ganas que tengamos y un largo etcétera.

Digo esto porque los conceptos de orden-desorden son tan variados como lo son los seres humanos.

Lo que es orden para una persona, para otra puede ser desorden. Como dice la definición cada persona se organiza en función de sus propias necesidades.

Existen individuos que disponen su entorno de tal forma que parecería caótico y, sin embargo, si precisan de algo, lo encuentran inmediatamente. Saben en que lugar está cada cosa.

Y también los hay que disponen todo lo que les rodea de una manera sistemática y ordenada pero que son incapaces de encontrar rápidamente lo que buscan.

Y esto nos conduce al concepto de eficacia.

¿Es nuestro sistema de ordenar uno eficaz? ¿O por el contrario, no es operativo?

La manera que tenemos de organizar nuestro trabajo, nuestro horario o nuestra jornada nos dará una idea sobre lo apto que resulta éste a la hora de obtener los resultados esperados.

¿Responde a los objetivos que teníamos cuándo la diseñamos?

Si la respuesta es un si, quiere decir que nuestra forma de organizarnos es la adecuada. Pero, si es un no, quiere decir que, probablemente esa no es la idónea.

Yo tengo la teoría de que la manera en que nos organizamos ante cualquier tarea responde directamente a la forma en que discurre nuestro pensamiento. Así, la estructura de nuestro pensamiento se plasma en el modo en que nos organizamos.

Algunos teóricos hablan del desorden como de un mal hábito. Pienso que sólo en parte. He conocido a varias personas que no se han preocupado nunca de ordenar nada, ya que siempre ha habido alguien que se ocupaba de eso por ellos. A este fenómeno suelo llamarlo “la mano que limpia” ya que es invisible para el que la tiene.

Para mi, el orden está íntimamente ligado a la armonía y a la estética. Soy consciente de que es una percepción muy personal, aunque no creo que esté alejada del concepto en sí.

Me parece que cuando algo está ordenado, necesariamente es armónico y por lo tanto estético.

Y si voy más lejos, lo armónico es bello. Calma, apacigua, tranquiliza…

Como en muchas cosas, la rigidez es una mala consejera para una convivencia provechosa y pacífica. Es decir, que si nos ponemos muy rígidos con nuestra idea del desorden, podremos llegar a convertirnos es seres intolerantes.

Ya hemos visto que, como un individuo se organiza suele corresponderse con el orden lógico que rige su pensamiento y con sus necesidades.

Por eso creo que es muy importante ejercitar nuestra tolerancia ante el otro. A algunos les costará más y a otros menos.

En mi próximo artículo hablaré sobre la seducción.

(Imagen: www.cienciaciega.blogspot.com)

 

La tolerancia a la frustración

 

noticias.universia.cl

Por Clara Olivares

La frustración es una respuesta emocional común a la oposición,  relacionada con la ira y la decepción,  que surge de la percepción de resistencia al cumplimiento de la voluntad individual. Cuanto mayor es la obstrucción y la voluntad, mayor también será probablemente la frustración. La causa de la frustración puede ser interna o externa.

En las personas, la frustración interna puede surgir del conflicto y también puede ser una fuente interna de la frustración, cuando uno tiene objetivos contrapuestos que interfieran unos con otros, puede crear una disonancia cognitiva. Las causas externas de la frustración implican condiciones fuera de un individuo, como un camino bloqueado o una tarea difícil. Mientras que hacer frente a la frustración, algunas personas pueden participar en el comportamiento pasivo-agresivo, lo que hace difícil identificar las causas originales de su frustración, ya que las respuestas son indirectas. Una respuesta más directa, y común, es una propensión a la agresión.

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Como bien dice esta definición, la frustración aparece cuando nuestros deseos no se ven realizados, en otras palabras, cuando no se ve realizada nuestra propia voluntad.

Esta obstrucción genera rabia, aunque no en todos los casos se reacciona de la misma manera. La decepción me parece una reacción más sana.

Me explico: la rabia produce una descarga de adrenalina que no está favoreciendo la acción, al contrario, ese “chute” se revierte hacia nosotros mismos, y, lo único que provoca es mucho malestar.

El ritmo cardiaco se acelera y la presión sanguínea aumenta. No me extraña que a los enfermos del corazón se les ordene evitar situaciones en las que se puedan enfadar.

Este enfado en muchas especies se expresa a través de la expresión facial, el lenguaje corporal, la emisión de sonidos, mostrar los dientes o mirarse fijamente.

Recuerdo a alguien que cada vez que la misma persona le hacía fotos, literalmente “asesinaba” la cámara.

La respuesta natural ante una amenaza es el ataque o la huida. ¿Pero qué pasa cuando esa amenaza no es real?

Me refiero al caso al que he citado más arriba, ¿era ésta una amenaza¿ o ¿era vivida por esa persona como tal?

Ante este sentimiento de rabia y de decepción, ¿cómo reaccionamos?

Desafortunadamente, la educación que actualmente los padres dan a sus hijos (por lo menos en España) aboga por que los niños y los adolescentes vean satisfechas sus demandas de forma inmediata.

No se educa para que el sujeto vaya desarrollando un “umbral de frustración” sano y muy necesario para enfrentar la vida.

Estas personas crecen convencidas de que pueden satisfacer TODAS sus necesidades y expectativas de inmediato.

Nada mas alejado de la realidad.

La vida es un encadenamiento de frustraciones, que, si no sabemos encajarlas bien, nos lo harán pasar muy mal.

Si a una persona no le enseñan desde pequeña a manejar adecuadamente su frustración, saldrá al mundo exterior desnuda, sin armas para poder enfrentar los avatares de la vida.

El resultado puede ser el de criar a un tirano o el de crear un ser completamente desarmado y frágil que al menor embate de la realidad se derrumbe.

También nos podemos encontrar con personas amargadas y malhumoradas que siempre están enfadadas y que se muestran irritables y resentidas.

Sería interesante analizar las sociedades para poder observar como han sido educadas las diferentes poblaciones.

Recordemos que cuando la frustración es muy grande, la agresividad aumenta, inconscientemente, por supuesto.

Es una realidad que existen sociedades en que la situación social está tan desequilibrada que, precisamente ese desequilibrio es el que causa un mayor resentimiento.

Pero volvamos al individuo. Cuando éste adolece de unas expectativas internas que chocan con su realidad, poniendo en evidencia un desfase abrumador, generalmente en donde el sujeto no sale favorecido, y si además, no es consciente de ello, lo más seguro es que cargue con su ira sobre diferentes objetivos en el mundo exterior.

Charlando sobre el tema con varias colegas, éstas estaban asombradas al constatar cómo sujetos alrededor de los 30’s poseían un umbral a la frustración penosamente bajo.

¿Qué nos está mostrando este fenómeno? Tristemente, que es poco halagüeño.

Como digo más arriba, la vida es frustración (y deleite, por supuesto), pero sino sabemos encajar esta última, ¿cómo sobreviviremos sin convertirnos es seres frágiles e insoportables?

En mi próximo artículo hablaré sobre el desorden.

(Imagen:www.noticias.universa.cl)

 

Todo lo que encierra un simple gesto

www.tripeord.com

Por Clara Olivares

Como muestra esta imagen, el gesto que tiene el hombre al ofrecerle un calzado a la mujer que está descalza, habla por sí mismo.

No sabemos si ella lo aceptará o no. Lo que me parece interesante de la imagen es su elocuencia.

Muchas veces nos hemos visto en una situación en la que alguien tiene un gesto similar con nosotros y, por diversas razones, lo hemos rechazado.

Nos sorprendería descubrir que ese gesto estaba lleno de cariño y de buenas intenciones y que esa persona no pretendía en ningún momento fastidiarnos, todo lo contrario.

Solemos rechazar esa propuesta o esa sugerencia, generalmente por nuestra incapacidad de ver más allá.

Nos quedamos enredados en corroborar si aquello que nos brindan es lo que queremos, o, lo que deseamos, o, si estamos de acuerdo o no, o si va en contra de nuestras creencias.

Y con esta actitud somos incapaces de traspasar la superficie y ver lo que hay detrás del gesto.

Nuestra ceguera nos impide ahondar en el gesto que ese alguien tuvo para con nosotros.

Al hacerlo, situamos inconscientemente el centro de atención en nosotros mismos y, de esta forma nos olvidamos de la otra persona.

Es más, llegamos a ser incapaces de pensar en cómo se ha quedado esa persona con nuestro rechazo: me atrevería a decir que básicamente triste.

Aunque no se lo dijéramos diréctamente, le hemos transmitido nuestra negativa.

Seguramente nos sucede lo mismo en otros ámbitos.

No sé si es una cuestión de un solipsismo exacerbado, es decir, la creencia de que todo gira a nuestro alrededor.

Esta actitud la observaremos más claramente en los niños y en los adolescentes (aunque de forma cada vez más frecuente, la vemos en muchos adultos inmaduros).

La pregunta pertinente que deberíamos plantearnos es ¿y por qué me ofendo?

Seguramente porque con ese gesto me he sentido atacado.

Valdría la pena ahondar en ese sentimiento: ¿qué hace que el gesto generoso y desinteresado de otro yo lo recibamos como un ataque?

Probablemente, en el fondo, nos hemos sentido cuestionados.

Cuando caemos en un funcionamiento radical en donde no admitimos un cuestionamiento, algo en nosotros no está funcionando bien.

Cuando nos posicionamos en ese extremo ante cualquier tema, ocupamos un lugar que nos hace ser excesivamente rígidos.

¿Por qué necesitamos aferrarnos a esa postura radical?

¿Miedo quizás?

Cuando adoptamos una postura rígida, valdría la pena preguntarnos qué es lo que nos lleva a ocupar ese lugar.

¿Quizás es eso a lo único a lo que podemos agarrarnos para sentirnos seguros? ¿Es la única forma de sentirnos confirmados en nuestras creencias?

Sin duda, hay momentos de nuestra vida en los que necesitamos aferrarnos a algo para poder sobrevivir.

Pero, una vez pasado el momento álgido, ¿qué hace que sigamos en ese lugar de una rigidez extrema?

Como refleja la sabiduría popular: un objeto que sea muy rígido si se cae se rompe. Lo mismo nos puede suceder a nosotros!

Intentemos echar una mirada a nuestras reacciones para detectar ante cual de ellas nos ponemos muy rígidos: la clave radicaría en determinar los temas en los que no admitimos un cuestionamiento.

Si después de revisar nuestras actitudes encontramos algunas en las que el cuestionamiento no tiene cabida, vale la pena ahondar en ellas.

Como diría Platón: «Conócete a tí mismo».

Lo importante es comenzar a conocerse, este es un camino que jamás va a estar recorrido por completo, ya que éste acaba con la muerte.

¡Opino que siempre vale la pena iniciarlo!

En mi próximo artículo hablaré sobre la necesidad de confirmación.

(Imagen: www.tripeord.com)

La empatía

www.paraemocionarse.wordpress.com

Por Clara Olivares

La empatía se define como «la habilidad cognitiva de una persona para comprender el universo emocional de otra».

definición.es

Y la RAE la describe como:

1. Sentimiento de identificación con algo o alguien.

2. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos

La clave para asimilar el alcance de este concepto es la palabra comprender. Ésta implica, no sólamente entender algo, sino penetrarlo, asirlo, identificarse con el otro, en otras palabras, situarse en su lugar.

Por eso muchas veces se ha utilizado la imagen de «ponerse en los zapatos de alguien» para escenificar la empatía.

Para poder ser empático es necesario desplazar nuestro centro de atención, de uno mismo, al otro, y preguntarse: ¿Cómo sería estar en esa situación? Desde su óptica, ¿como se mira? y ¿cómo se siente?

Mientras no realicemos ese ejercicio será muy difícil que empaticemos con otra persona.

También es importante que dejemos de lado las ideas preconcebidas y los prejuicios.

Mientras continuemos emitiendo un juicio sobre la actuación de ese individuo será muy complicado que nos pongamos en su lugar.

Tendremos que hacer un esfuerzo para conseguir que nosotros mismos dejemos de ser el centro. Por eso a muchas personas les resulta tan difícil ser empáticas.

Así mismo deberíamos huír de la banalización, es decir, de restarle importancia a lo que nos cuenta el otro. En otras palabras, evitemos convertir la situación de él/ella en algo corriente y anodino.

Recordemos que para quien lo vive no es así, aunque nos parezca lo contrario, y es por esa razón precisamente que merece todo nuestro respeto.

Otro punto a tener en cuenta es, no cuestionar la actuación o la decisión de ese otro. Si nos tomamos el tiempo necesario, llegaremos a descubrir el por qué lo hizo. Seguramente hubo una razón de peso para esa persona que le llevó a elegir esa opción y no otra.

Tampoco es recomendable enumerarle una serie de casos similares con final feliz, por ejemplo, «eso no es nada, a fulanito o, a mí, nos pasó lo mismo y salimos adelante». Eso no la ve a ayudar, preguntémonos si no es nuestro propio temor el que está hablando a través de nuestra boca.

Si lo hacemos lo más seguro es que se enfade con nosotros, ya que, en realidad, no le estamos escuchando.

Y eso el otro lo siente.

La empatía se desarrolla, es algo que se aprende. Quizás la única condición para que sea eficaz es que sintamos de verdad lo que estamos diciendo.

No llegaremos a conectar con otra persona si decimos frases o palabras que en realidad no sentimos. En ese caso, es mejor no decir nada.

Lo mismo se aplica a una muestra de afecto como un abrazo o un beso. Si no lo sentimos será un gesto vacío.

Si le decimos a alguien: «lo siento mucho» es porque de verdad nos produce pena la situación por la que está pasando.

Las frases hechas del tipo: «estoy contigo», «cómo te comprendo», «saldrás adelante», etc. No consuelan si no están acompañadas de nuestro sentir.

Basta con asistir a un entierro para constatarlo, nos daremos cuenta inmediatamente de quién da el pésame sintiéndolo y quien lo hace sólo para quedar bien.

Mostrar una falsa compasión se detecta rápidamente.

En mi próximo artículo hablaré sobre la gran importancia que encierra un gesto.

(Imagen: www.paraemocionarse.wordpress.com)

 

Relaciones virtuales

dubanpfc.blogspot

Por Clara Olivares

La irrupción de Internet ha marcado, sin lugar a dudas, una nueva época en la historia de la humanidad: vivimos en «la era virtual».

Buscando la definición de virtual, me pareció muy interesante una que habla de «la creación de una situación de apariencia real, en la que se crea la sensación de estar allí y de estar interactuando con ese entorno».

Lo paradójico del asunto es que ese mundo virtual se inspira, mayoritariamente, en una experiencia real.

Pero, ¿qué pasa cuando esos lugares no existen en el mundo real? Ese es el caso, por ejemplo, de los miles de video-juegos que aparecen en el mercado en donde la imaginación está desatada.

En el terreno de las relaciones interpersonales la realidad virtual es bien diferente. Me atrevería a decir que en ese mundo paralelo se vuelcan todos los deseos e ideales de las personas que buscan tener una relación con otro.

Al encontrar a una persona que en apariencia satisface todos nuestros sueños, muchas veces se olvida que ésta no es del todo real.

¿Por qué lo digo?

Este tipo de intercambios permiten un acercamiento con el otro, pero desde mi punto de vista, es incompleto porque no intervienen todos los sentidos; están excluídos el tacto, el olfato y el gusto. Sentidos que a mi entender, son tan importantes como el oído y la vista.

Toda la información que nos brindan estos sentidos desaparece, y por lo tanto la imagen que nos formamos de la otra persona queda incompleta.

Creo que el mundo en que nos movemos actualmente prima el sentido de la vista sobre los demás. Cierto es que muchas cosas entran por los ojos, no obstante, me parece importante no olvidar los restantes.

Lo que encuentro preocupante del fenómeno virtual es que termina aislando. Las personas acaban relacionándose con una máquina y no con una persona.

He visto en varias ocasiones la siguiente escena en un restaurante: una familia o una pareja están sentados a una mesa, y, cada uno de ellos tienen en la mano un teléfono con el que «se comunican» con otras personas (imagino) durante toda la comida. Prácticamente no hablan entre ellos, no se miran, comen en silencio, o, siguen con el teléfono mientras lo hacen.

Encuentro peligroso que se llegue a no poder distinguir entre la realidad virtual y la auténtica.

Y a veces, lo que veo me parece alarmante.

No puedo dejar de preguntarme muchas cosas: ¿para qué han ido al restaurante?, sino tuvieran el teléfono, ¿de qué hablarían?

Intuyo que ese mundo virtual resulta más apetecible que el real. Por no hablar que en éste no hay problemas, no hay que hacer ningún esfuerzo por mantener una conversación, si me aburro me voy.

Lo sorprendente es que ves a gente de todas las edades caer en esta dinámica.

Imagino que, para las personas que en el mundo real les es muy difícil establecer relaciones con otros, este mundo virtual les ofrece la posibilidad de relacionarse salvaguardando siempre la interacción que implicaría estar presente y delante del otro.

Encuentro triste que las personas se priven de toda la información que nos aportan los sentidos del tacto, el olfato y el gusto. Sin ellos encuentro que no se acaba de conocer a otra persona.

En el caso de una pareja, por ejemplo. ¿Cómo sé si habrá o no química entre nosotros? ¿Me gustará su olor? ¿Cómo me toca? ¿Acepto o rechazo ese contacto? ¿Qué siento cuándo me besa?

No estaría de más preguntarnos si no hemos sido engullidos por este mundo y no somos conscientes de ello.

En mi próximo artículo hablaré sobre el destello de luz que es la vida.

(Imagen: www.dubanpfc.blogspot.com)

Los secretos

elblogderamon.com

 

Por Clara Olivares

¡Qué difícil resulta cargar con un secreto!

Lo que es cierto es que todos tenemos uno o varios. Los hay inconfesables y los hay menos graves.

El punto importante a tener en cuenta es la implicación que tendría para otras personas el hecho de que éste se conociera.

Y el drama es precisamente ese porque siempre afecta a otrospor esa razón es un secreto.

Resulta primordial que no se sepa.

Cuántas películas se han hecho y cuántos libros se han escrito teniendo este tema como argumento.

Los secretos son algo oculto.

Y lo está, porque sino fuera de esa manera afectaría relaciones, familias, empresas, etc.

El secreto es excluyente por el hecho mismo de serlo. Así, se crean dos grupos excluyentes entre sí: los que lo conocen y los que no.

¿Cómo determinamos el punto que separa a los dos grupos?

Podría entrar en una disgregación inacabable sobre este punto, pero mi objetivo no es ese.

Pienso que la clave radica en calibrar muy bien las consecuencias que acarrearía desvelarlo.

Muchos chantajes se han hecho amenazando con hacer pública una información.

Pero, a veces, no es necesario llegar hasta esos extremos.

Compartimos un secreto con otro cuando confiamos en esa persona. Le damos un voto de confianza que esperamos, sepa corresponder con la misma moneda.

Pero, en ocasiones no resulta ser así. Cierto es que cuando confiamos un secreto estamos involucrando a esa persona en el grupo que lo separa de «los que no lo conocen», y, además, le cargamos con un peso al no poder revelarlo.

Porque si fuera de dominio público no sería un secreto, evidentemente.

Cuando contamos un secreto que nos habían confiado estaríamos traicionando la confianza que ese alguien depositó en nosotros. Algo que pertenecía a lo privado lo hemos convertido en público.

Muchas veces confiamos en alguien que creemos que merece nuestra confianza y, no es verdad. Porque hay personas que son incapaces de guardar un secreto, o, simplemente en su cabeza no tienen establecida la frontera que marca los límites entre lo privado y lo público.

No tienen interiorizada la noción de límite. Es como si al contar las intimidades de otra persona se valorizaran ante los ojos de quienes les escuchan.

Sus necesidades de reconocimiento, valoración y de inclusión son tan grandes que no se paran a pensar si lo que están contando es correcto o no lo es.

Quizás crean que es algo banal y por eso lo cuentan. Pero lo peligroso de esa actuación es que no piensan en ningún momento si para quien les confió el secreto no era algo banal.

La falta de consciencia de esos límites es muy dañina.

Existe la creencia tácita de que hay cosas que no se cuentan fuera de los entornos íntimos como son la pareja, la familia y la amistad.

Pero desafortunadamente hay personas que cuentan todo lo que sucede en cualquier entorno. No son capaces de discernir entre qué se puede contar y qué no.

O, también es cierto que quienes son conscientes de que les resulta imposible guardar un secreto optan por advertírselo a sus allegados. Detalle que es de agradecer.

Para terminar cito a William Le Pen: «Es sabio no hablar de un secreto; y honesto no mencionarlo siquiera.»

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones virtuales.

 

(Imagen: elblogderamon.com )

 

La fidelidad

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Por Clara Olivares

Como muestra la imagen, el perro es el icono de la fidelidad por antonomasia.

¿Cómo se ganó esta fama? Quizás porque a pesar de todo aquello por lo que pueda pasar su amo, permanece a su lado.

Ser fiel es «seguir ahí» en las buenas y en las malas. Por esa misma razón, me llaman la atención los votos que hacen los recién casados: «en la salud y en la enfermedad». Son las mismas promesas que se realizan ante lo ojos de un dios o ante los de un juez.

Alguien que se compromete a cumplir sus promesas, lo hace tomando la decisión HOY sin saber qué derroteros seguirá su vida en el futuro incierto.

No obstante, lo hace de manera lúcida y libre. De hecho la ley contempla la reducción de una condena, si el delito se ha cometido bajo coacción.

Quien es fiel cumple sus promesas a pesar de los cambios que sufrirán sus ideas, convicciones y sentimientos. ¿Esto no es uno poco soberbio? Yo pienso que se trata más de una elección inconsciente.

Me parece que quizás se relaciona más con la omnipotencia (yo puedo con todo) que con cualquier otra cosa.

Es este sentimiento, tan juvenil, de estar convencidos de que es posible hacer no importa qué, el responsable, quizás, de nuestra inconsciencia. Tampoco olvidemos que es gracias a ella que nos hemos atrevido a hacer muchas cosas.

En la medida que envejecemos aprendemos a ser más cautos, menos mal!

La palabra fidelidad proviene del latín fidelitas que significa «servir a un dios».

Cierto es que existen muchos dioses: el dinero, la fama o el poder, entre otros.

Según la definición que ofrece Wikipedia la fidelidad implica «…una conexión verdadera con una fuente».

 Por eso creo que resulta muy difícil mantener una promesa con el paso del tiempo, o no…

Eso en el caso de un sólo individuo. Pero, ¿que pasa cuando se trata de la fidelidad a un grupo? Por ejemplo, ¿a la familia? Por fidelidad a ella se llegan a hacer grandes sacrificios personales.

Nos quedaríamos sorprendidos de lo que es capaz de sacrificar un ser humano (en especial un niño) por su familia. Llegaría incluso a comprometer su salud mental para salvar al grupo.

Así, la afirmación de que la fidelidad es una virtud cobra mucho sentido.

En este punto me gustaría matizar. Creo que gran parte de lo que significa ser fiel está en consonancia con lo que cada uno es realmente, es decir, para poder ser fiel a algo o a alguien es necesario, en primer lugar, ser honestos con nosotros mismos y saber a que dios es al que servimos.

Como todo en esta vida, nada permanece inamovible, la vida es movimiento.

Las actuaciones que tuvimos en un momento equis de nuestra existencia, felizmente, con la edad y la madurez, las abandonamos y las modificamos.

Quizás no fuímos fieles a algo o a alguien por un sinnúmero de circunstancias.

Probablemente, nuestras creencias y las maniobras inconscientes que se ponían en juego, estén relacionadas con la propia historia personal, así como las estrategias de supervivencia a las que recurrimos para ser aceptados o, simplemente, incluidos en un grupo social.

Seguramente estos comportamientos no fueron los más correctos ni los más deseables, lo importante es que algún día descubramos la razón de nuestras actuaciones.

Valdría la pena averiguar qué parte de nosotros mismos se estaba jugando cuando apostábamos por esta maniobra: ¿buscar la valoración? ¿conseguir una identidad? ¿Demostrarnos algo a nosotros mismos, o al grupo?

 Dejando al margen estas preguntas, el concepto de fidelidad otorga especial atención al deber, en otras palabras, a hacer lo correcto.

O, por lo menos, tener el deseo (o la virtud) de cumplir las promesas hechas.

Creo que en la actualidad este concepto se ha banalizado y se ha manoseado enormemente.

Si no, escuchemos las promesas que hacen los políticos en el momento de conseguir más votos, o, cuando alguien desaprensivo antepone siempre sus intereses personales para satisfacer sus deseos a cualquier precio.

 Desafortunadamente, parece que la sociedad actual premia estas conductas.

 Y cada uno de nosotros ¿es fiel a sí mism@?

¡Elegir esta senda no es un camino de rosas!

En mi próximo artículo hablaré sobre la superstición.

(Imagen:www.leynatural.es)