Darse permiso (o, autorizarse a…)

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Por Clara Olivares

Para las personas que han desarrollado una auto-exigencia muy elevada, el hecho de autorizarse a sí mismas a decir, actuar, expresar, disfrutar, y un largo etcétera, a veces resulta prácticamente impensable.

En el caso de ciertas emociones que socialmente están penalizadas, como por ejemplo la rabia o el enfado, se suele desarrollar un mecanismo de auto-censura. Son ellas mismas las que se coartan a sí mismas.

Desgraciadamente, el sistema social en que vivimos actualmente se ha valido de la misma estrategia y ha conseguido instaurar en cada ciudadano la misma auto-censura, y, me temo que lo “políticamente correcto” va encaminado a conseguir ese mismo objetivo.

Ha llegado a estar tan interiorizado el mandato de no permitirse expresar lo que se siente, que la sola idea de pensar que existe la posibilidad de no hacerlo, está fuera de cualquier discusión.

Desde el punto de vista emocional, es habitual que a estas personas les resulte muy difícil contactar con sus emociones, por eso es habitual observar que “actúen” aquello que sienten en lugar de sentirlo.

Este proceso es, evidentemente, inconsciente. Se pueden observar actuaciones como por ejemplo, criticar constantemente todo (personas, situaciones, grupos, etc.), o responder de manera agresiva, o despellejar a la persona con la que se está enfadado una vez que ésta se haya ido, por poner unos pocos ejemplos.

Casi todos esos condicionamientos están respaldados por una ley, manifiesta o tácita, que se aprendió en el seno familiar.

Al “autorizarse a”, se estaría contraviniendo una ley en concreto que fue inculcada por alguno de nuestros progenitores, o nuestros abuelos, o nuestros tíos. Ha sido la familia, nuclear o extendida así como el entorno social, los que se encargaron de enseñarnos y los que se aseguraron de que lo interiorizáramos.

Algunas veces el “super yo” que se desarrolla es tan enorme que se llega a ser despiadado consigo mismo, y por ende, con los demás. Se alcanzan cotas muy elevadas, como, por ejemplo, la de auto-aplicarse castigos absurdos y arbitrarios.

¿Qué ley se está infringiendo? ¿Quién la transmitió? ¿Qué es exactamente lo que se teme?

Podría ser, por ejemplo, la condena eterna, o la exclusión de la sociedad al ser señalado, o la crítica, o dejar de ser apreciado y aceptado por el medio, entre otros. En otras palabras, siempre subyace un castigo por haberse atrevido a desafiar lo establecido, es decir, a la norma.

En algunos casos, además de la obediencia ciega a la norma, se suma una profunda creencia de que no se es merecedor de, por ejemplo, un reconocimiento, o un placer, o un regalo, etc.

Con frecuencia las necesidades del otro se anteponen automáticamente a las propias. No digo que en algunas ocasiones es conveniente que así sea, me refiero al hecho de reaccionar siempre, y ante cualquier circunstancia, de esa manera.

Llega un momento en la vida en que es importante parar y replantearse los cimientos que sustentan nuestro funcionamiento.

¿Por qué no voy a ser merecedor de…?, o ¿Qué me impide ser feliz?, o ¿Por qué no voy a darme permiso para…?.

¿Es cierto que ese mandato tan rígido es válido para mí hoy en día? ¿Realmente quiero continuar obedeciéndolo?

No estoy refiriéndome a caer en un “laisser faire, laisser passer”, sino a plantearse si ese mandato se puede modificar por otro más en consonancia con nuestras necesidades y deseos en este momento de nuestra vida.

Lo he dicho antes y lo repito ahora: cualquier actuación es válida siempre y cuando no cause daño, a otro, o a uno mismo.

Para algunas personas es casi imposible “autorizarse a”, y me pregunto, mientras no dañe, ¿por qué no?

En mi próximo artículo hablaré sobre cuando no se quiere, o no se puede, ver.

(Imagen: www.diazbada.blogspot.com)

La seducción

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Por Clara Olivares

Cuando pensamos en la seducción, lo primero que se nos viene a la cabeza es la sexual. ¿Por qué? Imagino que porque estamos saturados de mensajes que van en esa dirección. Los medios nos bombardean sin descanso, y, a veces resulta agobiante.

Pero, felizmente la sexual no es la única seducción que existe: también nos seduce un relato, una imagen, un olor, una charla, un gesto, una obra de arte, etcétera.

La seducción es el acto que consiste en inducir y persuadir a alguien con el fin de modificar su opinión o hacerle adoptar un determinado comportamiento o actitud. Suele emplearse sobre todo en el ámbito de lo sexual. El término puede tener una connotación positiva o negativa, según se considere mayor o menor cantidad de engaño incluido en la acción. Etimológicamente, seducir proviene del latín seductio («acción de apartar»). Y, según el Diccionario de la lengua española, en su primera acepción, seducir es «engañar con arte y maña», aunque al tratarse de un término tan emocional cada autor ha acuñado su propio término.

Wikipedia

Si y no. Me explico. Cierto es que en algunos casos existe un objetivo claro de llevarte a un punto determinado con premeditación, como en el caso de la publicidad, por ejemplo. Su propuesta se basa en este principio.

Y luego está el aspecto que tiene que ver con la estructura interna de una persona, con su identidad. Ya lo he dicho en más de una ocasión, si un ser humano crece sin este sostén, carece de estructura interna, y, lo más probable es que acarree con ese déficit hasta que consiga estructurarse.

Esto se consigue o no… dependiendo del sufrimiento que despierte en la persona su neurosis, de las “muletas” que se haya creado para sobrevivir, y de un amplio etcétera.

De lo que quiero hablar hoy es de los dos grandes apartados que tiene la seducción: el proceso de formación del yo y la característica personal que define a cada individuo.

Comencemos por el primer apartado: la necesidad vital del ser humano de construirse una identidad.

La utilización de la seducción como la única manera para relacionarse con el mundo y con el otro, suele ser el resultado de una enorme carencia de reconocimiento. Quienes operan en este registro, probablemente han adolecido en su infancia de una mirada del exterior que les valore y les transmitan el mensaje de que son valiosos y que tienen el derecho a ser como son. En otras palabras, que les estructure internamente.

Es el caso de esas personas que cada cosa que realizan en la vida va encaminada a obtener un reconocimiento del entorno. Mientras que el sujeto no termine de convencerse de que realmente vale, seguirá buscando fuera la aprobación.

Cuando ya se ha conseguido construir una identidad sólida, la estrategia de la seducción no es necesaria.

Hay personas que han nacido, o, han escogido, no lo sé, la seducción como el rasgo que los define.

Si pensamos en nuestros conocidos, seguramente sabremos de inmediato quién es un/una seductor/ra.

En segundo término, hablaríamos de la manera de ser que rige nuestro comportamiento.

“potenciar lo mejor de nosotros mismos al exterior”.

Esta definición que encontré en Internet, me parece muy ilustrativa.

Creo que esta forma de ser surge de forma espontánea. Me parece que cuando se intenta seducir siguiendo un manual, no funciona.

Por eso encuentro la definición que menciono más arriba muy acertada.

Creo que todos, de manera más o menos consciente, sabemos cuáles son nuestros puntos fuertes y los explotamos. Tontos seríamos si no lo hiciéramos…

Existen muchas páginas que hablan sobre las estrategias a seguir si quieres enamorar. Vale, pero vuelvo a lo mismo: seguir un guión, tarde o temprano, tiene un efecto contraproducente.

Recuerdo ahora la película de Stephen Frears, “Las amistades peligrosas”, que ilustra muy bien esta estrategia. Él despliega su artillería pesada para seducir a la pobre incauta, quién termina cayendo rendida a sus pies. Sí, ya sé que la película tiene un final trágico para todos los implicados, pero esa es otra historia.

Lo que me parece interesante es cómo él, que es una gran seductor, utiliza. todas sus armas para conseguir su objetivo (bastante cruel, por cierto), y lo logra.

Lo que intento decir, es que, siendo uno mismo ya se tiene ganada la partida. No creo que haya nada más seductor que una persona que es ella misma, sin artificios ni poses.

Como se diría en marketing: “sé tu propia marca”.

La manipulación es un juego que, para conseguir este propósito, es inadecuada.

Cuando conseguimos ser nosotros mismos, actuamos, sentimos y pensamos de acuerdo a lo que somos.

Y, creo que no existe persona más seductora que aquella que es auténtica.

Como ilustra la imagen, si nos permitimos ser “la galleta”, probablemente pocos perros se nos resistan.

En mi próximo artículo hablaré sobre el despilfarro.

(Imagen: www.taringa.net)

 

El desorden

www.cienciaciego.blogspot.com

Por Clara Olivares

“el orden se define como todo aquello que funciona de determinada manera o la organización de elementos en determinado espacio, realizado por un individuo inteligente.”

La mente es maravillosa

¿Existe un desorden bueno y un desorden malo? En otras palabras, ¿uno aceptable y uno que no lo es?

Depende… en función de nuestra educación, nuestra forma de ser, nuestros objetivos, el tiempo de que dispongamos, nuestra cultura, las ganas que tengamos y un largo etcétera.

Digo esto porque los conceptos de orden-desorden son tan variados como lo son los seres humanos.

Lo que es orden para una persona, para otra puede ser desorden. Como dice la definición cada persona se organiza en función de sus propias necesidades.

Existen individuos que disponen su entorno de tal forma que parecería caótico y, sin embargo, si precisan de algo, lo encuentran inmediatamente. Saben en que lugar está cada cosa.

Y también los hay que disponen todo lo que les rodea de una manera sistemática y ordenada pero que son incapaces de encontrar rápidamente lo que buscan.

Y esto nos conduce al concepto de eficacia.

¿Es nuestro sistema de ordenar uno eficaz? ¿O por el contrario, no es operativo?

La manera que tenemos de organizar nuestro trabajo, nuestro horario o nuestra jornada nos dará una idea sobre lo apto que resulta éste a la hora de obtener los resultados esperados.

¿Responde a los objetivos que teníamos cuándo la diseñamos?

Si la respuesta es un si, quiere decir que nuestra forma de organizarnos es la adecuada. Pero, si es un no, quiere decir que, probablemente esa no es la idónea.

Yo tengo la teoría de que la manera en que nos organizamos ante cualquier tarea responde directamente a la forma en que discurre nuestro pensamiento. Así, la estructura de nuestro pensamiento se plasma en el modo en que nos organizamos.

Algunos teóricos hablan del desorden como de un mal hábito. Pienso que sólo en parte. He conocido a varias personas que no se han preocupado nunca de ordenar nada, ya que siempre ha habido alguien que se ocupaba de eso por ellos. A este fenómeno suelo llamarlo “la mano que limpia” ya que es invisible para el que la tiene.

Para mi, el orden está íntimamente ligado a la armonía y a la estética. Soy consciente de que es una percepción muy personal, aunque no creo que esté alejada del concepto en sí.

Me parece que cuando algo está ordenado, necesariamente es armónico y por lo tanto estético.

Y si voy más lejos, lo armónico es bello. Calma, apacigua, tranquiliza…

Como en muchas cosas, la rigidez es una mala consejera para una convivencia provechosa y pacífica. Es decir, que si nos ponemos muy rígidos con nuestra idea del desorden, podremos llegar a convertirnos es seres intolerantes.

Ya hemos visto que, como un individuo se organiza suele corresponderse con el orden lógico que rige su pensamiento y con sus necesidades.

Por eso creo que es muy importante ejercitar nuestra tolerancia ante el otro. A algunos les costará más y a otros menos.

En mi próximo artículo hablaré sobre la seducción.

(Imagen: www.cienciaciega.blogspot.com)

 

Los secretos

elblogderamon.com

 

Por Clara Olivares

¡Qué difícil resulta cargar con un secreto!

Lo que es cierto es que todos tenemos uno o varios. Los hay inconfesables y los hay menos graves.

El punto importante a tener en cuenta es la implicación que tendría para otras personas el hecho de que éste se conociera.

Y el drama es precisamente ese porque siempre afecta a otrospor esa razón es un secreto.

Resulta primordial que no se sepa.

Cuántas películas se han hecho y cuántos libros se han escrito teniendo este tema como argumento.

Los secretos son algo oculto.

Y lo está, porque sino fuera de esa manera afectaría relaciones, familias, empresas, etc.

El secreto es excluyente por el hecho mismo de serlo. Así, se crean dos grupos excluyentes entre sí: los que lo conocen y los que no.

¿Cómo determinamos el punto que separa a los dos grupos?

Podría entrar en una disgregación inacabable sobre este punto, pero mi objetivo no es ese.

Pienso que la clave radica en calibrar muy bien las consecuencias que acarrearía desvelarlo.

Muchos chantajes se han hecho amenazando con hacer pública una información.

Pero, a veces, no es necesario llegar hasta esos extremos.

Compartimos un secreto con otro cuando confiamos en esa persona. Le damos un voto de confianza que esperamos, sepa corresponder con la misma moneda.

Pero, en ocasiones no resulta ser así. Cierto es que cuando confiamos un secreto estamos involucrando a esa persona en el grupo que lo separa de «los que no lo conocen», y, además, le cargamos con un peso al no poder revelarlo.

Porque si fuera de dominio público no sería un secreto, evidentemente.

Cuando contamos un secreto que nos habían confiado estaríamos traicionando la confianza que ese alguien depositó en nosotros. Algo que pertenecía a lo privado lo hemos convertido en público.

Muchas veces confiamos en alguien que creemos que merece nuestra confianza y, no es verdad. Porque hay personas que son incapaces de guardar un secreto, o, simplemente en su cabeza no tienen establecida la frontera que marca los límites entre lo privado y lo público.

No tienen interiorizada la noción de límite. Es como si al contar las intimidades de otra persona se valorizaran ante los ojos de quienes les escuchan.

Sus necesidades de reconocimiento, valoración y de inclusión son tan grandes que no se paran a pensar si lo que están contando es correcto o no lo es.

Quizás crean que es algo banal y por eso lo cuentan. Pero lo peligroso de esa actuación es que no piensan en ningún momento si para quien les confió el secreto no era algo banal.

La falta de consciencia de esos límites es muy dañina.

Existe la creencia tácita de que hay cosas que no se cuentan fuera de los entornos íntimos como son la pareja, la familia y la amistad.

Pero desafortunadamente hay personas que cuentan todo lo que sucede en cualquier entorno. No son capaces de discernir entre qué se puede contar y qué no.

O, también es cierto que quienes son conscientes de que les resulta imposible guardar un secreto optan por advertírselo a sus allegados. Detalle que es de agradecer.

Para terminar cito a William Le Pen: «Es sabio no hablar de un secreto; y honesto no mencionarlo siquiera.»

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones virtuales.

 

(Imagen: elblogderamon.com )

 

Etapas del amor

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(Por Clara Olivares)

Cuando estaba en el colegio, al finalizar un curso se puso de moda pedirle a las compañeras de clase que nos escribieran algo en un cuaderno a modo de recuerdo.

Se me quedó grabado en la memoria uno de estos escritos: «todo amor implica sufrimiento, si no quieres sufrir, no ames. Pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?»

Ahora, de mayor, encuentro que estas palabras son mucho más que una simple máxima.

Amar es lo que le puede dar algún sentido a nuestra vida. Amar, no sólamente en pareja sino en todos los demás ámbitos de nuestra vida.

Como colofón a mis últimos artículos sobre el amor, hablaré sobre sus fases y sobre los puntos débiles que suele tener cada tipo.

Todos los amores, de pareja y/o amigos, atraviesan exactamente los mismos períodos: pasión o enamoramiento, desilusión y aceptación.

Durante la fase de pasión, «tenemos estrellitas en los ojos». Todo aquello que hace o dice la persona amada (o el amigo) es genial. No le encontramos defectos (y si los tiene, no los vemos) ni le hacemos ninguna crítica.

Sexualmente no descansamos (ni es nuestro deseo hacerlo). Pero como todo en esta vida, la pasión se acaba. Como sucede con el alka-seltzer, la efervescencia termina…

Y es en la fase de desilusión cuando muchas relaciones se rompen. A ambas personas se les «caen las escamas de los ojos» y ven al otro como es realmente.

A continuación hablaré sobre los puntos débiles que presenta cada tipo de amor en los dos miembros de la pareja. Tomo como ejemplo a una pareja conformada por un hombre y por una mujer pero las etapas por las que pasa cualquier tipo de relación son idénticas.

Se crea una mecánica de acción-reacción difícil de romper.

FIGURA DEL PADRE

– Se acentúan sus defectos, se vuelve autoritario y egoísta. Está de mal humor, y se convierte en una persona déspota. Lo único que le interesa es lo de él.

– Ante esto la mujer retira su apoyo y su dulzura.

Él reacciona generalmente con escenas de celos, se muestra caprichoso y no acepta sus propios errores.

– El hombre se enerva ante las exigencias femeninas y se cansa de protegerla. A su vez, la mujer se vuelve extremamente crítica e intolerante ante las debilidades de su pareja.

Ella tiene una profunda necesidad inconsciente de derribar el altar en el que subió a su idealizado compañero.

FIGURA DEL «MAGO»

– Este tipo de hombre hechiza a la mujer con su maneras seductoras mientras le chupa la savia. La vampiriza…

– En la etapa de desilusión, de pronto ella se da cuenta y es consciente de que siempre había escogido a este tipo de hombres y esto la horroriza.

Surge entonces un conflicto interno: a ella se le rompe el corazón y al mismo tiempo es consciente de que perdió toda su voluntad y su independencia. La rabia y el dolor la colocan entre la espada y la pared.

– Este tipo de amor es el que causa la mayor desilusión.

Si se trata de un aventurero que está de paso, el daño es menor ya que desaparece.

GUÍA ESPIRITUAL

– El intelectual es con frecuencia frío y avaro.

– Su imagen de bondad y sabiduría sólo la despliega ante su círculo de amistades.

– Presenta fuertes deficiencias sensuales y humanas.

– La mujer se siente utilizada como una colaboradora que únicamente recoge las migajas del saber de él.

Él cree que ella no está a su mismo nivel y la menosprecia «dejándola» que sea su secretaria o su bibliotecaria, negándose a hacerla partícipe de lo vivo y lo esencial de su obra.

– La mujer se cansa de realizar estos trabajos humillantes y fatigosos de manera que para ella él pierde su aureola de misterio y superioridad.

– Es por la misma razón que ella se vuelve hipersensible y se rebela ante el abuso y la explotación por parte de él. Todo aquello que antes la fascinaba, ahora la enerva.

– Esta reacción hace que él no le perdone sus críticas y sienta que se le «escapó de las manos».

– Es un mal perdedor así que termina por refugiarse en su grupo de admirador@s.

– Es un hombre herido que busca inconscientemente la venganza.

– La mujer reacciona como una hija rebelde y obstinada. Piensa que él no le reconoce sus derechos y la importancia que ella tiene.

– El hombre se cansa de la reacción automática e infantil de ella, y ésto hace que pierda el control emocional ante sus exigencias de comprensión y le aleja su amor, volviéndose un hombre déspota.

– Lo más probable es que el salga a buscar en otras mujeres la confirmación de su virilidad.

EL DON JUAN

Adolece de moral. Le falta caballerosidad y no es capaz de distinguir entre aquello que está bien de lo que no lo está.

– La mujer que ansía dominar despierta en él el deseo de huír.

Ella le exige frecuentemente pruebas de su amor.

EL COMPAÑERO

Deja que la mujer cargue sola con todo el peso de la responsabilidad de la relación.

– El hombre no mantiene sus promesas en el momento en que la situación se pone difícil.

Sólo un amor muy arraigado permite que se supere la crísis.

– Para lograrlo, se impone un trabajo de los dos para resolver sus problemas como pareja.

EL HERMANO

– Se caracteriza por un gran egoísmo.

– A su vez, la mujer, buscando comprensión, descuida el aspecto físico y sensual de la pareja.

– Esta relación incompleta la hace estar descontenta y se aburre, en especial cuando constata que el hombre comprensivo del que se enamoró ya no existe.

Él, a su vez, se centra únicamente en sus propios problemas.

EL HIJO

– Manifiesta una profunda ingratitud.

La relación se vicia y sufre mutaciones: la dulzura se transforma en prepotencia, la comprensión en egoísmo y el valor que tenía la unión se convierte en rencor y hostilidad.

 

Me perece que todos hemos vivido una o varias de estas relaciones. Es irrelevante de qué tipo ha sido la que nos enamoró, lo importante es que haya madurado y, por lo tanto, haya mutado.

Como me decía mi terapéuta: «una relación es como llevar un cesto entre dos personas. Cada una de ellas sujeta una de las asas, pero son AMBAS los que depositan en él cosas». ¿Con qué deseamos llenar ese cesto?

En mi próximo artículo hablaré sobre la honestidad.

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Quiero agradecer a todos aquellos que han comprado mi libro, e invito a los que no lo hayan hecho aún a que se anímen a unirse a ellos!

Los prejuicios

protestantedigital.com

Por Clara Olivares

 

«Juicio u opinión, generalmente negativo, que se forma inmotivadamente de antemano y sin el conocimiento necesario».

wordreference.com

Me atrevería a decir que no creo que exista una persona que no albergue un prejuicio, por pequeño que éste sea.

Como todos sabemos, los grupos humanos están conformados por individuos, sean asociaciones, amigos, clubes, etc. Estos grupos en ocasiones constituyen una fuente de prejuicios.

Quizás el grupo con más influencia en la creación de prejuicios sea la familia.

Ésto no quiere decir que dichos prejuicios carezcan de una base: la vivencia de alguna experiencia nefasta, como la discriminación o la violencia, por ejemplo, pueden ser el origen de éstos.

El problema surge cuando termina transmitiéndose de generación en generación, llegando muchas veces a olvidarse cuál fué su orígen y las razones y circunstancias que los generaron.

Estoy convencida de que el prejuicio se forma por un motivo. Como señalo más arriba, creo que en general los prejuicios tienen un origen.

El miedo y la ignorancia los alimentan.

Miedo ante lo desconocido o ante aquello que es diferente. E ignorancia ya que, o bien, no nos molestamos en averiguar de dónde proviene, o bien, el miedo nos paraliza impidiendo que veamos más allá de nuestras narices.

Los prejuicios por lo general tienen un componente negativo, pero también los hay con una connotación positiva, como «todo aquello que provenga de... siempre es bueno«. Por poner un ejemplo.

En este aspecto, la educación recibida influye notablemente. Quizás hemos crecido escuchando que tal o cual comportamiento es inapropiado, o, que las personas que tienen equis color de piel son peligrosas, o, que tal grupo busca nuestra ruina, etc. O, todo lo contrario, el espectro es bastante amplio.

El poder que tiene un grupo de pertenencia (aquellos que nos dan identidad) es enorme, y la familia en este caso es poderosa.

Me atrevería a afirmar que algunos de nuestro prejuicios, buenos y malos, son heredados. Nos los transmitieron y los acatamos sin rechistar.

Seguramente, sólo en la medida en que maduramos los podemos cuestionar.

Basta con observar a un niño pequeño, éste carece de prejuicios. Tiene una mirada abierta y sin juicios de valor sobre el mundo.

Por norma general, no percibe al otro como amenazante. A no ser que exista una razón que su instinto percibe rápidamente y despierta las alarmas.

En numerosas ocasiones la razón nos juega malas pasadas, incluso cuando disponemos de pruebas palpables de lo contrario. Seguimos aferrados a nuestra creencia haciendo caso omiso de lo que nuestro instinto nos alerta.

Optamos por seguir aquello que nos dicta la razón. ¿Porqué?

Quizás si hacemos caso a las pruebas nuestro mundo se derrumba, o, si mostráramos ante el entorno que hemos estado equivocados es algo inasumible, o, seremos marginados por el grupo, etc.

¿Qué es lo que nos impulsa a «no bajarnos del burro»?

Valdría la pena que hiciéramos una revisión de nuestros prejuicios y preguntémonos si merece la pena seguir aferrados a ellos.

Permitamos que la duda entre y nos haga cuestionarnos las premisas que damos por verdades inamovibles.

¿De dónde vienen? ¿Dónde los aprendí? ¿Quién lo dice?

En mi próximo artículo hablaré sobre la pereza.

(Imagen: protestantedigital.com)

El arte de la discusión

 www.todoavatar

Por Clara Olivares

La palabra «discusión» en muchas ocasiones se confunde con el concepto de «pelear» o de «pelea».

Cuando se entabla una pelea, ésta sólo tiene dos finales posibles: ganar o perder. Consiste en un enfrentamiento entre dos o más personas/grupos en los cuales el objetivo que se persigue es el de combatir al otro(s) para, finalmente, imponer la propia voluntad y/o el propio punto de vista.

En otras palabras, lo que se hace es combatir. Nada más lejos del deseo de comunicar. En una pelea se emite un juicio sobre la idea o sobre la persona y se le califica: estás conmigo o contra mí.

En cambio discutir, como señalo en el título de este artículo «es un arte».

Una discusión es un discurso o una conversación en la que se intercambian puntos de vista, ponencias y críticas sobre un tema propuesto a debate. A menudo los grupos poseen ideas o visiones contrapuestas. 

Wikipedia

 La discusión enriquece.

Desgraciadamente, la educación que hemos recibido no nos enseña a discutir.

Por lo general, la curiosidad queda fuera de la ecuación, y sólo ésta permite que averigüemos de donde proviene el parecer del otr@.

Ésta (la curiosidad) hace que dejemos de mirarnos el ombligo y levantemos la vista para comenzar a «ver» al otr@.

Nos podremos plantear preguntas tales como:¿Qué ha hecho que esta persona piense de tal o cual manera? ¿De dónde provienen sus ideas? ¿Son suyas realmente o se las han transmitido?

Si ante una discusión alguien llega a tomárselo como un ataque personal, valdría la pena que se cuestionara sobre el porqué lo vive como una agresión.

Disentir con una idea jamás implica un ataque. Al contrario alguien disiente por una serie de razones que le han conducido a pensar o a sentir de esa forma.

Razones que, en la mayoría de los casos, no nos tomamos la molestia de indagar.

Oponerse por sistema es una actitud que adoptan algunas personas. Lo hacen porque seguramente aprendieron a funcionar así , o, por simple y llana rebeldía, o, porque esta era el único recurso de que dispusieron para sobrevivir a un entorno en donde la diferencia estaba prohibida.

Oponerse es una forma de confirmarse como individuo único e irrepetible. Ser consciente de esa unicidad es vital para la construcción de una identidad sólida.

Esta actitud hace que, por lo general, quienes poseen este tipo de funcionamiento no sean muy conscientes de éste, y que, seguramente de manera inconsciente, teman adentrarse es ese terreno.

Sin duda, llegar a saber cuáles son estas razones, requiere poseer un mínimo de auto-reflexión que le permita cuestionarse a sí mism@ sin el temor a lo que se pueda encontrar.

Repito, la discusión enriquece, no sólo porque ayuda a conocer al otro sino porque fomenta el autoconocimiento.

Quizás esta resistencia pueda deberse a la imposibilidad de soportar la diferencia. Diferencias que se expresan a través del pensamiento, las emociones, las acciones y el aspecto físico.

En algunos casos, esta imposibilidad puede ser fruto de una relación fusional con alguno de los progenitores.

Obviamente, existen grados de fusión. Quizás, el hecho de manifestar esa diferencia era penalizada en el entorno familiar y la consecuencia era la exclusión del grupo.

Hablo de la familia, pero este principio es aplicable a cualquier grupo: iguales, colegas, amigos, etc.

Ser o mostrarse diferente está mal visto.

De esta reflexión se desprende el terror que puede despertar en alguien que ha vivido esa experiencia ser protagonista de una discusión.

Me parece que cuándo descubramos lo apasionante que puede llegar a ser una discusión, seguramente nos haremos fans de ella.

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones fusionales.

(Imagen: www.todoavatar.com)

La cobardía

 www.verbienane.wordpress

Por Clara Olivares

Popularmente se entiende la cobardía como la ausencia de valor, como la incapacidad de enfrentar los problemas.

Socialmente, a una persona cobarde se le desprecia y se le minusvalora.

Se le percibe como alguien débil y miedoso además de egoísta. Elige salvarse primero él mismo antes que a otro u otros. Antepone casi siempre su propio bienestar al de otro.

Me atrevería a afirmar que es el miedo la principal razón de su inacción. Éste le invade y en consecuencia le paraliza.

También se puede ser cobarde por puro egoísmo, aunque debajo de éste también subyace el miedo.

Alguna vez me dijo alguien: «¿sabes cuál es la diferencia entre alguien valiente y alguien cobarde? Ambos tienen mucho miedo, pero el valiente a pesar de ello, va y actúa».

Y estoy completamente de acuerdo.

Al atreverse a actuar uno se expone y se posiciona. Se adopta una postura y ésta nos define.

Puede ser que la propia vulnerabilidad quede a la vista de todos.

Si alguien siente que no puede aceptar del todo esa debilidad o que el temor a quedar desprotegido es más fuerte, lo más probable es que intente esconderla.

La cobardía hace que se evite a toda costa comprometerse, bien sea por las responsabilidades que conlleva, o por el riesgo que ésto implica.

Se trata del riesgo que se corre al adoptar una postura.

Existen familias en las que la norma implícita es la de no posicionarse ni tomar partido por nada. Si uno de sus miembros lo hace, lo más probable es que sea castigado por ello.

Quizás si se ahonda en la historia familiar se descubrirá que era una estrategia de supervivencia.

Pero, ¿y esas personas que a pesar de los peligros decidieron seguir adelante y actuar?

Entonces estamos ante una persona valiente. La valentía no implica no tener miedo, ya lo dije más arriba.

Quizás esa persona en cuestión se preguntó: ¿y si ésta vez me quedo y no huyo?

Porque una de las características de la cobardía es la huída.

Se huye de las situaciones difíciles… o se busca a otro que las enfrente en su lugar.

No salir corriendo puede traer descubrimientos sorprendentes sobre uno mismo.

Recordemos que huír es un mecanismo de defensa, desde ésa óptica quizás una actitud cobarde sea más fácil de comprender.

¿Y si por una vez nos quedamos a ver qué pasa?

¡A lo mejor no son tan catastróficas las consecuencias!

En mi próximo artículo hablaré sobre el arte de la discusión.

(Imagen: www.mediacablogs.diariomedico.com)

Cómo decir las cosas

 www.veniyve.com

Por Clara Olivares

Cuentan que Winston Churchill tenía una estrategia cuando estaba muy enfadado con alguien y le tenía que decir algo. Ésta consistía en coger papel y lápìz y escribir todas las cosas que deseaba decirle a esa persona «en caliente»: quejas, insultos, exabruptos, palabras malsonantes, descalificaciones, etc. Una vez que había descargado todo su enfado en el papel, quemaba la carta y, ya sereno, escribía aquello que necesitaba decirle a la persona sin que sus emociones tomaran el mando.

Sabia estrategia, ¿cierto?

Yo siempre he creído que se pueden decir todas las cosas, incluso las más duras, sin necesidad de dañar al otro.

Felizmente los humanos poseemos el lenguaje, ¡no desperdiciemos ese privilegio! Lo he dicho en otras ocasiones, y lo vuelvo a repetir, quizás el secreto radica en aprender a decir las cosas sin lastimar.

Es un arte sin duda y, como todas las artes, éstas se perfeccionan con la práctica.

Es recomendable alejarnos de las artimañas barriobajeras y retorcidas que much@s de nosotr@s hemos aprendido a utilizar de manera automática para conseguir nuestros propósitos.

Huyamos de la manipulación y de las estrategias culpabilizadoras y perversas, aunque éstas sean las que se hayan popularizado y su contagio se propague por doquier.

¿Qué tipo de sociedad queremos ayudar a crear? ¿Nos interesa fomentar intercambios basados en la agresividad y en la destrucción? Me imagino que no.

La estrategia de Winston Churchill me parece muy útil. Claro que nos enfadamos con el otro y que el primer impulso que tenemos es el de atacar. Pero si permitimos que éste prime, ¿a dónde se han ido tantos siglos de evolución?

Sería una pena desecharlos sin más.

¿Qué hacer? Lo primero es permitir la expresión de nuestras emociones, bien sea escribiéndolas o diciéndolas ante un espejo, o saliendo a correr, etc. El objetivo es evacuarlas SIN negarlas y, especialmente, sin causar daño.

Una vez calmadas nuestras ansias de sangre, analizar la situación, sin olvidar jamás que siempre son dos partes implicadas: el otro y yo.

Una fórmula eficaz es la de «ponerse en los zapatos del otro».

Nuestras abuelas siempre nos lo decían. Para poder prever las posibles reacciones del otro, es muy útil ponerse del otro lado y hacer el ejercicio de escuchar lo que tenemos pensado decir.

¿Cómo lo recibo? ¿Es una agresión? ¿Estoy descalificando a la persona?  ¿La estoy manipulando? ¿Le estoy haciendo sentir culpable?

Es muy importante utilizar un lenguaje neutro carente de carga emocional.

Os remito a algunos de los artículos que he escrito, como «los mensajes yo», «la culpabilización y todos sus derivados». En ellos expongo claves que nos permiten hacer un pequeño auto-análisis de nuestro comportamiento y aplicar conceptos sencillos y claros.

No sólo es importante analizar QUÉ digo sino CÓMO lo digo.

Es fácil enmascarar nuestro enfado detrás de palabras bonitas.

Los que utilizan las estrategias pasivo-agresivas son unos maestros en este arte. Sutilmente consiguen sus objetivos manipulando.

Hacerse la víctima o inocular la culpa suelen dar unos resultados muy efectivos.

Intentemos ser honestos con nosotr@s mism@s y no nos contemos historias. Podemos engañar a todo el mundo, pero no a nosotr@s mism@s.

Hagamos un ejercicio de empatía: pensemos en el otro como nuestro interlocutor, no como nuestro enemig@.

Me parece que no llegamos a ser del todo conscientes de la gran herramienta que poseemos. Utilicémosla para construír, no para destruír.

En mi próximo artículo voy a hablar sobre la renuncia.

(Imagen: www.venyve.com)

El valor terapéutico de la palabra

 mujer bla, bla, bla

Por Clara Olivares

No soy la primera ni seré la última en escribir sobre los enormes beneficios que tiene hablar sobre lo que nos inquieta y perturba.

La palabra posee la peculiaridad de liberar el alma.

En incontables ocasiones callamos. Por miedo, por creer que de nada sirve decir las cosas, por evitar conflictos, etc. Las causas por las que guardamos silencio son muy variadas.

Pero lo que no solemos pensar es que, precisamente, si hablamos, si nombramos las cosas, los fantasmas que albergamos en nuestro interior pueden encarnarse a través de la palabra y dejar de asustarnos.

No en vano, el eje central de las terapias consiste en poner en palabras lo que nos asusta o molesta, y al hacerlo, el poder que ésto poseía de perturbarnos y sumirnos en las brumas del mundo fantasmal, desaparece.

Si conseguimos expresar esos miedos, esos temores, esos secretos, etc. nos liberaremos de esa carga y seremos más libres.

La palabra, siendo algo aparentemente banal, encierra tal riqueza que al hacer uso de ella, actúa como un bálsamo.

Por esa razón es tan terapéutica, nos libera y dejamos de estar prisioneros por el mundo de los fantasmas y de las creencias, entre otras cosas.

También es cierto que algunas palabras están envenenadas, se utilizan para causar daño y para dominar.

Es importante estar alerta para detectar el veneno. Como lo he dicho en otras ocasiones, la «tripa» nunca miente. El cuerpo es el primero en registrar la agresión. Por eso es primordial que se abran los canales de percepción y se desplieguen las antenas para captar las actuaciones de ese tipo.

El cambio que ocurre cuando podemos poner en palabras y nombrar aquello que nos tiene paralizados, o atemorizados, es que aquello que vive en nuestro interior actuando como un veneno que nos carcome, se neutralice.

Recordemos que lo que no se nombra, no existe. Precisamente, es gracias a la palabra que el mundo se encarna.

Existen muchas familias en las que la palabra está secuestrada.

La regla imperante es el silencio. Sus miembros son capaces de ver y sentir lo que está sucediendo en su entorno pero al no nombrarlo, se enferma (física y psíquicamente).

Es como si a través de los síntomas se representara el drama familiar.

El trabajo a realizar es el de liberar la palabra permitiendo que las personas hablen.

No me cansaré de repetir, una y otra vez, la enorme importancia que tiene hablar para poseer un buena salud mental y mejorar la calidad de nuestras relaciones interpersonales.

Es muy fácil caer en las garras de la interpretación y de los malos entendidos por no decir las cosas. Con esta actuación sólo conseguiremos llenarnos de ira y resentimiento, perjudicando seriamente la relación con el otro.

El malestar que podemos llegar a sentir es muy grande. Me pregunto por qué no somos capaces de hablar la mayoría de las veces y optamos por permanecer en silencio.

Desde aquí os invito a intentar hablar. Los beneficios que obtendréis con ésta práctica siempre serán enormes.

Puede que al principio resulte difícil superar los prejuicios, pero sin duda el esfuerzo redundará en ventajas tanto para el que nombra como para el que escucha.

En mi próximo artículo hablaré sobre cómo decir las cosas.

(Imagen: www.reflejounpensamiento.blogspot.com)