Por Clara Olivares
Tod@s nos hemos criado en una familia, eso es una obviedad. Lo que me interesa resaltar es el hecho de que en muchos aspectos de nuestra forma de ser, recreamos el mismo patrón familiar: el de padre, madre e hij@.
Y en el amor, evidentemente, se vuelve a repetir el mismo fenómeno.
En un principio, escogemos de forma inconsciente al tipo de persona que responde a un modelo, bien sea el de padre, el de madre o el de hij@.
Lo que se recrea es el tipo de relación, es decir, se adopta el papel de padre, de madre o de hijo.
Por ejemplo, una mujer que se ha definido como madre, escogerá a un hijo. Un hombre que se ha ubicado como padre, eligirá a una hija y en el caso del herman@, escogerá a otro igual a él/ella.
Digo que «en un principio», porque afortunadamente, el patrón se puede trabajar hasta convertirlo en una relación de iguales, de compañer@s. A este modelo, se le llama «consorte».
El ideal sería establecer este tipo de relación desde el comienzo, pero la realidad me ha demostrado que no siempre es así.
Me parece que, si bien una relación se funda con un tipo de funcionamiento equis por ambas partes, a lo largo del tiempo y durante las diferentes etapas por las que pasa dicha relación, los dos miembros de la pareja asumen el papel de padre, madre o hij@.
Y no creo que ésto sea un lastre, al contrario, creo que forma parte de la propia evolución de la pareja.
Lo interesante es que cada uno identifique el tipo de relación que establece con los demás para poder así ir modificando los aspectos que le llevarían a un estancamiento personal e interpersonal.
En la elección de la pareja intervienen un sinfín de factores: la familia, el grupo social, las características propias del individuo, etc. Es decir, que en ningún caso se trata de algo inamovible.
He observado que el tipo de relación que establecemos con los otros, es por lo general, similar a la que desempeñàbamos en nuestra propia familia.
Si observamos con atención, descubriremos que existe un patrón que se repite cada vez que nos relacionamos con otro.
Tendemos a reproducirlo de forma inconsciente con los amigos y la pareja.
Así, que no es de extrañar que nos descubramos ejerciendo de padre-madre-herman@ con otros.
Así, vamos asumiendo las funciones propias de cada papel: el de un padre guía, el de una madre protectora o el de un hijo rebelde, por ejemplo.
Los problemas surgen cuando el patrón permanece idéntico a lo largo de los años. Lo normal es que éste se vaya modificando en la medida en que maduramos.
Sucede lo mismo cuando se va moldeando un temperamento hasta convertirlo en un carácter.
A lo largo de los siguientes artículos iré desglosando cada uno de estos patrones.
(Imagen: core.psykia.com)