Por Clara Olivares
En toda relación interpersonal el poder es un elemento implícito en la misma.
En otras palabras, no existe un vínculo entre dos personas, o, entre un estado y su población, o, entre dos o más países, sin que el poder esté presente.
No es posible una relación en la que no aparezca el poder. En sí mismo no es ni bueno ni malo.
Los problemas surgen cuando quien ostenta el poder se sirve de la desinformación para manipular.
No existirá ningún problema entre las partes implicadas si el poder cambia de manos, es decir, se turna. Unas veces lo tiene una parte, y otras veces, la otra.
Por ejemplo: una de las personas es muy buena ejecutando tareas mientras que la otra es una excelente organizadora. ¿Cómo se equilibra la balanza de poder?
Pues cuando se trate de organizar, se encargará de ello la primera persona, y para llevar a cabo la ejecución de esas tareas, será la segunda quien se ocupe. Así, se establece un equilibrio.
Pero en esta alternancia entran en juego otros aspectos vitales para la supervivencia del vínculo.
Estamos hablando del reconocimiento: de una habilidad en éste caso, o, de una cualidad, o, de una aptitud, etc.
Lo que es indispensable es que, ambas partes le hagan saber a la otra que es válid@ para algo, porque de ello depende que las dos se sientan con derecho a existir tal y como son.
Si no se construye un espacio en el que el otro sepa que se le necesita, que es valorad@, que se le tiene en cuenta, esta relación está abocada al fracaso.
El reconocimiento constituye una de las fuentes de alimentación de ese vínculo. Si no se le alimenta, más tarde o más temprano, éste morirá de inanición.
Y volviendo al tema del poder, ¿qué pasaría si solo lo ejerce una parte? ¿Si es siempre la misma persona la que ejecuta, organiza, piensa, etc.?
O bien nos encontramos ante alguien con pocas habilidades o se trata de una persona que necesita de manera enfermiza mantener el poder en sus manos. A este tipo de gente se le suele llamar pervers@, o, si su grado de consciencia es un poco mayor, perves@n.
Ya lo he dicho en otras ocasiones: utilizar una estrategia de tipo perverso no nos convierte en perversos (felizmente!).
El punto que diferencia un funcionamiento perverso de uno que no lo es, radica en que la persona perversa lo realiza con plena consciencia de lo que hace y lo repite una y otra vez.
Quien no es así, primero no es consiente de su actuación y, una vez que se lo señalan, deja de repetirla. Además suele excusarse ante la persona afectada.
Desafortunadamente, existen personas que no soportan dejar de controlar todo y a todos. Necesitan retener el poder en sus manos.
En estos casos estamos delante de un funcionamiento de tipo perverso.
Puede tratarse de personas, o, de gobiernos, o, de empresas, o, de sociedades.
¿Y cómo hacen para que el poder siempre esté en sus manos? Desinformando.
Desinformar significa no dar TODA la información. Siempre se reservan un poco, de manera que SERÁN ELL@S quienes mantengan el poder.
En otras palabras: siempre tendrán al otro (cuando se trata de personas) o a la población entera a su merced.
Entonces estamos hablando de un PODER con mayúsculas.
Me es indiferente que se trate de gobiernos, empresas, familias o parejas.
Si el contexto permite que se ejerza la desinformación, seguramente habrá desaprensiv@s que aprovechen la ocasión.
En el caso de los gobiernos, por regla general, necesitan que el poder esté siempre en sus manos. ¿Qué hacen? desinforman.
¿Cómo? Manipulando los medios de comunicación.
La expresión «la información es poder», no es inocente.
Antiguamente los poderosos retenían información o la publicaban parcialmente. Hoy en día se valen de la «inundación o avalancha» de datos para alcanzar el mismo objetivo.
Se peca tanto por exceso como por defecto, me repetían cuando era niña.
Esta clase de maniobra se ha venido utilizando desde que el mundo es mundo. Y si ha sobrevivido quiere decir que funciona.
La desinformación es una herramienta de poder que puede ser utilizada por un gobierno, un padre o una madre, un amig@, un herman@…
Lo importante es que la totalidad de los datos sólo la tenga una de las partes. De ésa manera utilizo al otro para que haga lo que yo quiero.
En mi niñez escuché en más de una ocasión la expresión «sofisma de distracción». Ahora comprendo en qué consiste.
Creo que aquello que es más simple suele ser lo más efectivo.
Quien manipula a otro se encarga de arrojar un rumor que no tiene una base de veracidad que lo sustente.
Y simplemente, espera. Ese rumor crecerá, engordará, se agrandará y cuando esté maduro, quien lo lanzó actuará manipulando, es decir, llevando a las personas a que piensen, sientan y actúen tal y como él quería.
Maquiavélico, ¿no os parece?
En mi próximo artículo hablaré sobre las secuelas que deja la banalización.
(Imagen: www.gamzuletura.wordpress.com)