La fidelidad

www.leynatural.es

Por Clara Olivares

Como muestra la imagen, el perro es el icono de la fidelidad por antonomasia.

¿Cómo se ganó esta fama? Quizás porque a pesar de todo aquello por lo que pueda pasar su amo, permanece a su lado.

Ser fiel es «seguir ahí» en las buenas y en las malas. Por esa misma razón, me llaman la atención los votos que hacen los recién casados: «en la salud y en la enfermedad». Son las mismas promesas que se realizan ante lo ojos de un dios o ante los de un juez.

Alguien que se compromete a cumplir sus promesas, lo hace tomando la decisión HOY sin saber qué derroteros seguirá su vida en el futuro incierto.

No obstante, lo hace de manera lúcida y libre. De hecho la ley contempla la reducción de una condena, si el delito se ha cometido bajo coacción.

Quien es fiel cumple sus promesas a pesar de los cambios que sufrirán sus ideas, convicciones y sentimientos. ¿Esto no es uno poco soberbio? Yo pienso que se trata más de una elección inconsciente.

Me parece que quizás se relaciona más con la omnipotencia (yo puedo con todo) que con cualquier otra cosa.

Es este sentimiento, tan juvenil, de estar convencidos de que es posible hacer no importa qué, el responsable, quizás, de nuestra inconsciencia. Tampoco olvidemos que es gracias a ella que nos hemos atrevido a hacer muchas cosas.

En la medida que envejecemos aprendemos a ser más cautos, menos mal!

La palabra fidelidad proviene del latín fidelitas que significa «servir a un dios».

Cierto es que existen muchos dioses: el dinero, la fama o el poder, entre otros.

Según la definición que ofrece Wikipedia la fidelidad implica «…una conexión verdadera con una fuente».

 Por eso creo que resulta muy difícil mantener una promesa con el paso del tiempo, o no…

Eso en el caso de un sólo individuo. Pero, ¿que pasa cuando se trata de la fidelidad a un grupo? Por ejemplo, ¿a la familia? Por fidelidad a ella se llegan a hacer grandes sacrificios personales.

Nos quedaríamos sorprendidos de lo que es capaz de sacrificar un ser humano (en especial un niño) por su familia. Llegaría incluso a comprometer su salud mental para salvar al grupo.

Así, la afirmación de que la fidelidad es una virtud cobra mucho sentido.

En este punto me gustaría matizar. Creo que gran parte de lo que significa ser fiel está en consonancia con lo que cada uno es realmente, es decir, para poder ser fiel a algo o a alguien es necesario, en primer lugar, ser honestos con nosotros mismos y saber a que dios es al que servimos.

Como todo en esta vida, nada permanece inamovible, la vida es movimiento.

Las actuaciones que tuvimos en un momento equis de nuestra existencia, felizmente, con la edad y la madurez, las abandonamos y las modificamos.

Quizás no fuímos fieles a algo o a alguien por un sinnúmero de circunstancias.

Probablemente, nuestras creencias y las maniobras inconscientes que se ponían en juego, estén relacionadas con la propia historia personal, así como las estrategias de supervivencia a las que recurrimos para ser aceptados o, simplemente, incluidos en un grupo social.

Seguramente estos comportamientos no fueron los más correctos ni los más deseables, lo importante es que algún día descubramos la razón de nuestras actuaciones.

Valdría la pena averiguar qué parte de nosotros mismos se estaba jugando cuando apostábamos por esta maniobra: ¿buscar la valoración? ¿conseguir una identidad? ¿Demostrarnos algo a nosotros mismos, o al grupo?

 Dejando al margen estas preguntas, el concepto de fidelidad otorga especial atención al deber, en otras palabras, a hacer lo correcto.

O, por lo menos, tener el deseo (o la virtud) de cumplir las promesas hechas.

Creo que en la actualidad este concepto se ha banalizado y se ha manoseado enormemente.

Si no, escuchemos las promesas que hacen los políticos en el momento de conseguir más votos, o, cuando alguien desaprensivo antepone siempre sus intereses personales para satisfacer sus deseos a cualquier precio.

 Desafortunadamente, parece que la sociedad actual premia estas conductas.

 Y cada uno de nosotros ¿es fiel a sí mism@?

¡Elegir esta senda no es un camino de rosas!

En mi próximo artículo hablaré sobre la superstición.

(Imagen:www.leynatural.es)

La pereza

 www.todohistorietas.com.ar 

Por Clara Olivares

Mientras me documentaba para escribir este artículo, encontré algo que me llamó enormemente la atención.

Parece ser que la pereza surge cuando el hombre comienza a realizar planes para el futuro. Cuando el tiempo transcurrido entre la aparición del deseo y la acción que desencadena su satisfacción se hizo mayor, la idea de postergarla favoreció la aparición de la pereza, resumida en un «lo dejo para más tarde».

La diferencia entre el hombre primitivo y el actual es que cuando aquel tenía hambre, sed o necesidades sexuales satisfacía estas necesidades de forma inmediata ya que no existía otra posibilidad.

Vivían en un «presente» constante. Pasaba a la acción rápidamente, las circunstancias que lo rodeaban le obligaban a satisfacer ese deseo y a actuar de forma inmediata.

Con la noción de futuro se materializó un lapso de tiempo entre la irrupción del deseo y la acción que desencadena su satisfacción.

Es decir, se aprendió a postergar la acción. Como siempre, cuando aparece otra alternativa a nuestra situación, ésta conlleva aspectos positivos y aspectos negativos.

Todos los seres vivos tienden a no malgastar la energía si no se obtiene un beneficio.

Según los expertos, en el caso de los humanos, al tener un cerebro más grande, hace que éste consuma el 20% del total de la energía, se utilice o no.

Es decir, que nuestro cerebro posee un 20% de nuestra energía total para que dispongamos de ella como nos plazca.

Podemos utilizarla o no. Quienes no la utilizan caen en el aburrimiento mientras que el que la aprovecha favorece la curiosidad que le mueve a buscar actividades interesantes.

Me parece que esta particularidad diferencia a una persona activa de una pasiva.

La activa se mueve en un tándem deseo-acción muy cercano, mientras que la pasiva posterga la acción.

Es por esta razón que nos es posible identificar a las personas «vagas», caracterizadas por realizar la tarea con negligencia, tedio o descuido.

Es importante descartar los problemas de alimentación o de enfermedades que favorezcan la inacción.

Como digo más arriba, el hombre primitivo vivía en un presente constante, es decir, el beneficio lo obtenía en el «aquí y el ahora».

La diferencia entre ambas épocas, es que, en el pasado no existía la posibilidad de postergar la acción, ya que, al hacerlo existía el riesgo de no sobrevivir.

Actualmente parece que la forma de reaccionar generalizada ha convertido la satisfacción del deseo en algo que se limita, casi exclusivamente, en obtener un beneficio a corto plazo.

Tristemente se ha favorecido la satisfacción inmediata de cualquier deseo o necesidad. ¿Dónde ha quedado la capacidad para soportar la frustración?

Soy consciente de que el concepto de frustración es un fenómeno de nuestro tiempo. Si éste no se desarrolla es complicado que se soporten los avatares de la vida y se llegue a poseer una buena salud mental.

Por el simple hecho de estar vivos, estamos sometidos a soportar una buena dosis de frustración. No siempre podemos satisfacer nuestros deseos.

Es un hecho que hoy nos podemos dar el lujo de escoger el modo en que deseamos vivir: en el presente o en el futuro.

Como casi todo en la vida, lo sensato es ubicarse en el punto medio huyendo de los extremos.

Imagino que existe un tipo de deseo que requiere su satisfacción inmediata y otro que permite que se postergue.

Sería interesante que realizáramos la revisión de nuestra forma de actuar ante los obstáculos, grandes y pequeños, que nos pone la existencia.

«Después de la de conservarse, la primera y más poderosa pasión del hombre es la de no hacer nada.»

J. J. Rousseau

 

La pereza viene a ser, entonces, un asunto más psicológico que físico.

 

Un hecho interesante que descubrí cuando el tiempo transcurrido entre la aparición del deseo y la acción que desencadena su satisfacción, fomentó la aparición del ocio. ¿Cómo utilizo este tiempo que me sobra?

Me parece una pregunta relevante.

En mi próximo artículo hablaré sobre el carácter.

 

Recordad visitar el nuevo apartado de «Grupos de Apoyo».

 

(Imagen: www.todohostorietas.com.ar)

 

Resiliencia

 www.adeccorientaempleo

Por Clara Olivares

«La resiliencia es la capacidad de los seres vivos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas. Cuando un sujeto o grupo es capaz de hacerlo, se dice que tiene una resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o incluso resultar fortalecido por éstos…»

Wikipedia

 Según los expertos, todos los seres humamos nacemos con esta capacidad, aunque no todos la desarrollan.

¿Por qué?

Me atrevería a decir que tiene que ver con las dificultades a las que cada persona ha tenido que enfrentarse en su vida.

Como reza el dicho: «lo que no te mata, te hace más fuerte».

He observado que aquellos que han tenido existencias difíciles ya sea física, emocional o económicamente suelen poseer una actitud diferente hacia la vida.

O bien están amargados, o bien desarrollan esa capacidad innata de la resiliencia. No obstante, estoy convencida de que convertirse en alguien amargad@, es una decisión que se toma consciente o inconscientemente en un momento de la vida.

La resiliencia no se debe comparar con una actitud pesimista u optimista. «Ver el vaso medio lleno o medio vacío», ayuda pero no es suficiente. La resiliencia es más que eso.

Significa pasar a la acción, avalar con nuestros actos nuestra forma de enfrentar la existencia.

Hay quienes tienen una existencia «tranquila» y otros que no la tienen.

«La resiliencia es la entereza más allá de la resistencia». No es simplemente resistir un período difícil, como digo más arriba, es demostrar con los hechos nuestra actitud. Es enfrentarse a la vida manteniendo la convicción de que se va a salir adelante, aunque la realidad te esté mostrando lo contrario.

No siempre se es consciente de la propia resiliencia, éstas personas consideran que esa es la forma natural de reaccionar ante las situaciones adversas.

Para alguien que siempre ha actuado así, resulta sorprendente la admiración que su propia actitud despierta en otros.

Es más, las dificultades y los obstáculos suponen un reto para ellas. Pareciera que éstos las aguijonearan y que recurrieran a toda su creatividad para sortearlos.

 Existe una certeza de que lograrán atravesar ese bache en el camino. Y lo cierto es que así lo hacen.

Los expertos apuntan una serie de características que poseen las personas que desarrollan su capacidad de resiliencia.

Éstas serían:

  • Sentido de la autoestima fuerte y flexible
  • Independencia de pensamiento y de acción
  • Habilidad para dar y recibir en las relaciones con los demás
  • Alto grado de disciplina y de sentido de la responsabilidad
  • Reconocimiento y desarrollo de sus propias capacidades
  • Una mente abierta y receptiva a nuevas ideas
  • Una disposición para soñar
  • Gran variedad de intereses
  • Un refinado sentido del humor
  • La percepción de sus propios sentimientos y de los sentimientos de los demás
  • Capacidad para comunicar estos sentimientos y de manera adecuada
  • Una gran tolerancia al sufrimiento
  • Capacidad de concentración
  • Las experiencias personales son interpretadas con un sentido de esperanza
  • Capacidad de afrontamiento
  • La existencia de un propósito significativo en la vida
  • La creencia de que uno puede influir en lo que sucede a su alrededor
  • La creencia de que uno puede aprender con sus experiencias, sean éstas positivas o negativas

Desarrollar la propia capacidad de resiliencia permite tener la sensación de un control sobre aquello que podemos controlar y de una aceptación de lo que se escapa a nuestro control.

Ya lo he dicho en otros artículos, aceptar la realidad que nos brinda la vida es un síntoma de sanidad mental.

Una aceptación que jamás debe confundirse con la resignación. Ésta significaría «bajar los brazos» y dejar de luchar.

Quienes han sido personas resilientes siempre hallan el aprendizaje que la situación a la que se han visto sometidas les ha ofrecido.

Os pregunto: ¿Cómo os enfrentáis a los avatares de la vida?

Probablemente no como quisiérais ni como deberíais, sino simplemente como podéis.

En mi próximo artículo hablaré sobre las compulsiones.

(Imagen: www.adeccorientacionempleo.com)

 

 

 

La cobardía

 www.verbienane.wordpress

Por Clara Olivares

Popularmente se entiende la cobardía como la ausencia de valor, como la incapacidad de enfrentar los problemas.

Socialmente, a una persona cobarde se le desprecia y se le minusvalora.

Se le percibe como alguien débil y miedoso además de egoísta. Elige salvarse primero él mismo antes que a otro u otros. Antepone casi siempre su propio bienestar al de otro.

Me atrevería a afirmar que es el miedo la principal razón de su inacción. Éste le invade y en consecuencia le paraliza.

También se puede ser cobarde por puro egoísmo, aunque debajo de éste también subyace el miedo.

Alguna vez me dijo alguien: «¿sabes cuál es la diferencia entre alguien valiente y alguien cobarde? Ambos tienen mucho miedo, pero el valiente a pesar de ello, va y actúa».

Y estoy completamente de acuerdo.

Al atreverse a actuar uno se expone y se posiciona. Se adopta una postura y ésta nos define.

Puede ser que la propia vulnerabilidad quede a la vista de todos.

Si alguien siente que no puede aceptar del todo esa debilidad o que el temor a quedar desprotegido es más fuerte, lo más probable es que intente esconderla.

La cobardía hace que se evite a toda costa comprometerse, bien sea por las responsabilidades que conlleva, o por el riesgo que ésto implica.

Se trata del riesgo que se corre al adoptar una postura.

Existen familias en las que la norma implícita es la de no posicionarse ni tomar partido por nada. Si uno de sus miembros lo hace, lo más probable es que sea castigado por ello.

Quizás si se ahonda en la historia familiar se descubrirá que era una estrategia de supervivencia.

Pero, ¿y esas personas que a pesar de los peligros decidieron seguir adelante y actuar?

Entonces estamos ante una persona valiente. La valentía no implica no tener miedo, ya lo dije más arriba.

Quizás esa persona en cuestión se preguntó: ¿y si ésta vez me quedo y no huyo?

Porque una de las características de la cobardía es la huída.

Se huye de las situaciones difíciles… o se busca a otro que las enfrente en su lugar.

No salir corriendo puede traer descubrimientos sorprendentes sobre uno mismo.

Recordemos que huír es un mecanismo de defensa, desde ésa óptica quizás una actitud cobarde sea más fácil de comprender.

¿Y si por una vez nos quedamos a ver qué pasa?

¡A lo mejor no son tan catastróficas las consecuencias!

En mi próximo artículo hablaré sobre el arte de la discusión.

(Imagen: www.mediacablogs.diariomedico.com)

La omnipotencia

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Por Clara Olivares 

El término omnipotente o todopoderoso proviene de dos vocablos, omni, que significa todo, y potente, que significa poder. Por tanto, alguien omnipotente es una persona que es capaz de hacer todo (o casi) cualquier cosa, que lo puede todo, que lo abarca todo, que no tiene ningún tipo de dificultad. Un ser omnipotente es aquel que no necesita a nadie, es poderoso en todos los sentidos, tiene un poder inagotable y sin límites, un poder infinito e ilimitado.

www.significados.com

Como especifica la definición, la omnipotencia se caracteriza por pensar y creer firmemente que uno puede con todo.

No importa lo que la vida nos depare, ni las dificultades que nos pongan la zancadilla, «yo puedo», así que, ¿para qué preocuparme?

Es más, ni siquiera pasa por nuestra imaginación pensar que no vayamos a ser capaces de salir siempre airosos.

Hasta que comienzan a aparecer las consecuencias de esa creencia. Puede que al principio tímidamente con síntomas que, por lo general, pasan desapercibidos y a los que más adelante diréctamente ignoramos.

Cansancio, estrés, angustia y en especial, mucha rabia.

¿Contra quién? Contra nosotr@s mism@s, contra la vida, contra «el culpable» de turno. Tristemente somos incapaces de darnos cuenta de que quién dice siempre sí, somos nosotr@s mism@s.

Como siempre en la vida, es más fácil culpar a otro de nuestras desgracias que reconocer y darnos cuenta de que quién decide siempre es uno mismo, nadie más.

El término omnipotencia generalmente se asocia a Dios, el que todo lo puede. ¿Será que en nuestra estúpida arrogancia estamos convencidos de que somos dioses?

Probablemente sí.

Es habitual observar este comportamiento en los niños y en los adolescentes en especial. En el caso de los niños éstos van aprendiendo, a medida que crecen, que existen límites que les indican que su poder no es infinito, que existen topes, gracias a ello se van formando y preparando para enfrentar la vida.

En la adolescencia el aprendizaje, muchas veces, se realiza a golpes. La vida o el otro les detienen (menos mal!)

Pero, ¿que pasa cuándo la lección no se aprendió?

La temeridad y la enorme dificultad para decir que no, constituyen dos de las consecuencias más frecuentes.

Si digo que no quizás piense de manera inconsciente que no puedo, y eso, por supuesto, es inadmisible.

La incapacidad para negarse ante cualquier cosa está ligada a una convicción profunda de creer y pensar que yo solo puedo asumir lo que venga, entonces si digo que no a alguien significaría que soy débil, que no puedo. «Yo me basto y me sobro» reza el dicho popular.

Si éste es el caso, es lógico que jamás necesite a otro, ¿para qué?

Con frecuencia nos encontramos frente a personas de 30, 40, 50 y hasta 80 años, que siguen con ese sentimiento de omnipotencia intacto. Quizás se trate de individuos que han tenido mucha suerte en la vida y en apariencia su experiencia les ha demostrado que es verdad, que son omnipotentes.

Pero, la realidad les termina por demostrar que están equivocados.

Ay! el batacazo cuando se dan cuenta de que no es así es enorme.

Entonces aparece la rabia o se deprimen. Recordemos que rabia y depresión son las dos caras de una misma moneda.

Estas personas se encuentran ante una disyuntiva: si siempre he podido con todo, ¿por qué ahora no es así? La disonancia cognitiva está servida.

Es verdad que no entienden el porqué.

Suele suceder que un hecho o una situación en concreto les haga abrir los ojos… o no.

Si en este punto no dan el salto hacia la consciencia y se dan cuenta de que su funcionamiento infantil les ha conducido a esa situación, se les va a hacer aún más difícil el camino porque estarán cada vez más ciegos.

Recordemos que no hay que confundir la valentía con la temeridad. En el primer caso se conocen de antemano las consecuencias que trae una actuación, y aún sabiéndolo, se actúa. En el segundo caso se enfrentan al peligro ciegamente sin contemplar las consecuencias que pueden acarrear su enfrentamiento.

Están convencidos de que van a salir ilesos porque siempre ha sido de esa manera.

«Crecer duele». Aceptar que no se puede con todo y de que siempre se necesita a otro, les hace vulnerables.

El antídoto para neutralizar esta dolencia es una buena dosis de humildad.

Reconocer que nuestro cuerpo tiene límites y que es indispensable escucharlos y respetarlos, impedirá continuar actuando en un registro omnipotente a la hora de enfrentar las obligaciones y los avatares de la vida.

La humildad también nos enseña que necesitamos de otro y, que no por eso somos menos fuertes.

Para conseguir superar este funcionamiento infantil, aprendamos a decir que no, sabiendo que hay cosas que no podemos asumir porque tenemos límites. Cuando se aceptan la propia fragilidad y la propia vulnerabilidad, nos humanizamos, y, gracias a este proceso se va curando la omnipotencia.

En mi próximo artículo hablaré sobre la crueldad.

(Imagen: www.dfjr.blogspot.com)

La renuncia

 

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Por Clara Olivares

«La renuncia es el acto jurídico unilateral por el cual el titular de un derecho abdica al mismo, sin beneficiario determinado». Wikipedia.

Esta definición desde el punto de vista jurídico, creo que aclara muy bien el término.

Hace referencia al acto de dejar de ser beneficiario de algo, sin explicar las razones que han llevado a ello.

Me atrevería a afirmar que son dos las circunstancias en las que una renuncia tiene lugar: la que viene dada por una decisión personal sin hechos precedentes que la motiven; y, la que un sinnúmero de circunstancias han llevado a ella.

En el primer caso, se decide abstenerse de algo, un privilegio, una relación, dinero, una herencia, etc. por múltiples razones de índole personal.

En el segundo caso, la cosa es más compleja.

Me explico. En algunas ocasiones un ser humano se haya en una situación en la que pierde cosas… salud, justicia, bienes, y se encuentra ante la realidad que constata esa pérdida.

Como dirían es España: ¿y eso cómo se come?

La primera reacción, por lo general, es que se niegue la evidencia. Máxime cuando esa pérdida representa una parte importante de nuestra identidad.

La negación no hace que el hecho desaparezca mágicamente, ¡ojalá!

Pasada esta fase, la cruda realidad continua estando presente, y, ésta, no la podemos seguir negando. Sería como intentar tapar el sol con las manos: es imposible.

Esta constatación da paso a una época de luto. Sí, me parece que es muy importante autorizarnos a vivir el dolor que nos causa la desaparición de eso que tuvimos y ya no está.

Seguramente nos provocará mucha rabia en un principio, luego vendrá la necesidad de llorar la pérdida. Es necesario y sano hacerlo.

No podemos desvincular a nuestro corazón de nuestra vida. Lo que sentimos está ahí.

Otra cosa es que lo podamos escuchar…

Llegados a este punto, nos encontramos ante dos caminos: seguimos furiosos con la vida y nos amargamos, o, aceptamos la situación.

No es fácil, que duda cabe, pero no tenemos alternativa si decidimos que no nos queremos amargar.

Imagino que a ésto se le llama madurez.

Se requiere una gran dósis de humildad… supone un bofetón para la omnipotencia. Finalmente comprobamos que no podemos con todo, la VIDA no se puede controlar.

En mi próximo artículo hablaré sobre la necesidad de tener un sueño en la vida.

(Imagen: www.mipequeniograndiario.blogspot.com)

Los mecanismos de defensa

 www.visionpsicologica.blogspot.com

Por Clara Olivares

Durante décadas los mecanismos de defensa se han percibido como algo negativo que es necesario desactivar.

Las terapias cuyo único objetivo es abolirlos pueden llegar a causar mucho daño ya que dejan al sujeto desamparado, es decir, le despojan de las muletas que le ayudan a enfrentar su vida cotidiana, aunque éstas no sean las ideales.

Darse cuenta de cuales son los mecanismos que utilizamos, no significa en ningún momento erradicarlos sin más. Antes es necesario asegurarse de que la persona ha construido un soporte identitario en el cual apoyarse para enfrentar la vida.

Hasta que no se haya construido otra forma más sana de relacionarse con los otros y con el mundo, es poco recomendable dejar desnudo psíquicamente al individuo. Si no se le ha dotado de unos mecanismos útiles para enfrentarse al mundo, es un acto de irresponsabilidad despojarle del único recurso que posee.

Descubrir de manera consciente cuales son los mecanismos que utilizamos, sólo será posible en la medida en que seamos capaces de reconocer y de asumir las actuaciones que ponemos en marcha cuando la vida nos coloca ante una dificultad.

En otras palabras, lo que percibiremos de nuestra propia realidad serán únicamente aquellos aspectos que somos capaces de ver.

En numerosas ocasiones ésta nos desborda ya que su dureza la hace inasumible.

¿Significa ésto que somos unos inútiles gestionando nuestras particularidades para conseguir la ansiada madurez? No necesariamente.

El nombre más adecuado para designar a estos mecanismos sería «mecanismos de supervivencia» más que de defensa. Quizás si no hubiéramos recurrido a ellos no habríamos preservado a nuestra psiquis de la locura.

Gracias a ellos mantuvimos un anclaje en la realidad, sin su ayuda, probablemente nos hubiéramos adentrado en un mundo del que quizás no podríamos regresar.

Ver nuestra realidad directa y claramente no siempre es posible.

¿Cómo ser consciente de que siento tanto dolor, o, de que soy víctima de tanto maltrato, o, de tanto abandono, o, de tanto abuso?¿Cómo hacer para seguir soportando esa realidad sin desear morir?

Son numerosas las situaciones en las que la única alternativa que tiene una persona es la de desaparecer (física, emocional o psíquicamente).

Felizmente la psiquis despliega unos mecanismos que preservan al individuo y le ayudan a hacer soportable su realidad.

Es como si de forma inconsciente la mente tuviera que escoger entre morir (física o psíquicamente) o recurrir a una herramienta que distorsione la realidad pero le preserve la vida.

Una vez que la situación de peligro ha desaparecido, bien porque ésta ha cesado, o bien porque ya no se está en ese entorno, o porque se ha buscado ayuda; el primer paso es asumir las propias actuaciones, luego hacerse responsable de ellas y por último decidir si se desea o no modificarlas.

Evidentemente existen grados de gravedad. No es lo mismo olvidar el cumpleaños de un conocido a olvidar una violación sufrida.

Son numerosos los mecanismos de defensa que utilizamos. Desarrollamos aquellos que nos permiten sobrellevar las frustraciones y las amenazas que nos circundan.

Evidentemente, es el inconsciente quien se encarga de activarlos. El ejercicio de cada persona es el de llevar esos mecanismos inconscientes a la consciencia. Sólo en la medida en que alguien ejercita la introspección conseguirá el éxito en esta tarea.

He escogido cuatro de ellos, ya que me parecen que son los que la mayoría de nosotros utilizamos.

  1. 1.    Disociación: se refiere al mecanismo mediante el cual el inconsciente nos hace olvidar enérgicamente eventos o pensamientos que serían dolorosos si se les permitiese acceder a nuestro pensamiento consciente. Ejemplo: olvidarnos del cumpleaños de antiguas parejas, fechas, etc.
  2. 2.    Negación: se denomina así al fenómeno mediante el cual el individuo trata factores obvios de la realidad como si no existieran. Ejemplo: cuando una persona pierde a un familiar muy querido, como por ejemplo su madre, y se niega a aceptar que ella ya ha muerto y se convence a sí mismo de que sólo está de viaje u otra excusa.
  3. 3.    Proyección: es el mecanismo por el cual sentimientos o ideas dolorosas son proyectadas hacia otras personas o cosas cercanas pero que el individuo siente ajenas y que no tienen nada que ver con él.
  4. Racionalización: es la sustitución de una razón inaceptable pero real, por otra aceptable. Ejemplo: un estudiante no afronta que no desea estudiar para el examen. Así decide que uno debe relajarse para los exámenes, lo cual justifica que se vaya al cine a ver una película cuando debería estar estudiando.

Wikipedia

Estos mecanismo son muletas que ayudan a hacerle frente a la realidad. Cuando llegan a convertirse en elementos que perjudican a quien los utiliza, entonces ha llegado el momento de cambiarlos por otros que no sean limitantes para el individuo.

Finalmente el objetivo que se desea alcanzar es relacionarse con los otros y con el mundo sin causar daño.

Lo que quiero decir es que estos mecanismos cumplen una función, generalmente de preservación. Todos los recursos que desplegamos en determinado momento de nuestra vida, no son un acto caprichoso; tienen una razón de ser, lo importante es descubrir cuál es.

Me gustaría dedicarle un espacio especial a la sublimación.

Un proceso psíquico algo diferente, aunque suela confundírsele erróneamente con los mecanismos de la defensa psíquica, constituye la sublimación. Aquí el impulso es canalizado a un nuevo y más aceptable destino. Se dice que la pulsión se sublima en la medida en que es derivada a un nuevo fin, no sexual, y busca realizarse en objetos socialmente valorados, principalmente la actividad artística y la investigación intelectual. Ejemplo: el deseo de un niño de exhibirse puede sublimarse en una carrera vocacional por el teatro.

Wikipedia

Como bien reza su definición se utiliza esa energía para convertirla en algo más productivo para el individuo y quienes le rodean.

Parece que todos nuestros actos creativos se apoyan sobre este mecanismo. Cualquier manifestación de la creatividad en cualquier terreno: el lenguaje, el artístico, e incluso la solución que alguien encuentra para un problema es de origen creativo.

Si no sublimáramos toda la rabia, la frustración y la impotencia que nos causa la vida, probablemente nos convertiríamos en seres muy destructivos.

Al sublimar estamos alimentando la creatividad, y, ésta es una opción mucho más sana y constructiva.

En mi próximo artículo hablaré sobre los pervers@s.

(Imagen: www.visionpsicologicablogspot.com)

 

Cuando nos rompen el corazón

www.doctorpercyzapata.blogspot.com

Por Clara Olivares

Esta idea se asocia, casi exclusivamente, con un amor no correspondido. Desafortunadamente, no es un patrimonio exclusivo de la pareja.

Todos los seres humanos creamos vínculos afectivos e identitarios con otras personas o con otros grupos.

Puede tratarse de la familia, de los amigos y/o de una institución.

Depositamos en ellos unas expectativas que nacen de múltiples factores, como por ejemplo, de la educación recibida y de la experiencia vivida.

Uno de los aspectos que juega un papel importante en este terreno, son los valores morales que cada uno de nosotr@s posee.

Éstos los vamos forjando a lo largo de nuestra vida.

En función de lo que consideramos que «debe» ser un amig@, o, una familia, o, un grupo, esperamos tal o cual respuesta.

Generalmente se sabe de qué material estamos hechos cuando nos encontramos en una situación de necesidad.

Y, también nos damos cuenta de la generosidad o del egoísmo de los otros.

Cuando se atraviesa una situación difícil y le pedimos a otro que nos socorra, esperamos que nos tienda la mano de la misma forma en que nosotros lo haríamos con él.

Cuando constatamos que priman los propios intereses sobre nuestra llamada de auxilio, se nos rompe el corazón.

La idea que nos habíamos hecho de esa persona se rompe estrepitosamente.

Como en casi todo, hay unas roturas más dolorosas que otras.

Algunas nos dejan herid@s de muerte.

En estos casos, no nos queda más remedio que recoger los trozos de nuestro corazón destrozado y recomponerlo.

De lo que no somos demasiado conscientes es de que, en algunos casos, nos rompieron el corazón siendo muy jóvenes, incluso niñ@s.

Situaciones de abandono psicológico (no necesariamente físico), desamparo y desprotección dejan huellas imborrables en el alma y en la psiquis de una persona.

Descubrir, de adulto, que nos dejaron solos ante nuestra suerte, o, que incluso fuimos nosotr@s mism@s quienes cuidamos y protegimos a nuestros padres es un duro golpe.

Con el paso de tiempo nos vamos dando cuenta de que nos hicieron añicos el corazón. Hay personas que buscan la manera de recomponerlo buscando el contacto con otros ajenos al entorno familiar y creando vínculos profundos.

Estos vínculos se van convirtiendo en una pertenencia que provee al sujeto del sostén identitario necesario para poder sobrevivir.

Cada uno de nosotr@s nace en un entorno en el que no existe ninguna posibilidad de elegir a su propia familia. Felizmente, en el caso de las amistades gozamos de un amplio margen de elección.

En la convivencia se ponen de manifiesto las cualidades y los defectos más llamativos de cada un@ de los miembr@s de nuestras familias y de nuestros allegados.

Hay quienes nacen con una predisposición innata que le impulsa a dar, es decir, a poder anteponer las necesidades de otra persona a las suyas propias.

En otras palabras, éstas son aquellas personas que poseen un corazón generoso.

Pero, de igual manera, están quienes son incapaces de dar y priman en cada ocasión sus intereses personales a los de alguno o algunos de los de la familia o de los amig@s.

Suelen ser personas egoístas, centradas en sí mism@s.

Puede que hasta que no se presenta una situación que brinda la oportunidad de mostrarse generos@ (o no), no llegamos a conocer el corazón de estas personas.

Surge entonces una pregunta: ¿Por qué no me ha ayudado cuando le necesité?

Constatar que un miembro de la familia, o alguien cercano, nos niega una ayuda cuando puede darla, hace que se nos encoja el corazón.

Es una actuación inesperada, y quizás por esa misma razón, es que nos rompe el corazón.

Finalmente, buscamos en la familia y en las personas cercanas ese gesto que nos indica que nos encontramos ante alguien que sabe dar, que puede ver más allá de sus narices, y contemplar al otro.

Podemos no estar de acuerdo con sus ideas o con su forma de vivir, pero por encima de estos aspectos está la capacidad de compadecernos de ese otro que sufre o que nos necesita.

En este punto radica la diferencia entre una persona egoísta o una persona generosa.

En algún momento de nuestra vida decidimos que tipo de interacción estableceremos con otro.

Nuestros actos revelarán cuál fue nuestra decisión.

En el próximo artículo hablaré sobre lo que implica cuidar de otro.

(Imagen: www.doctorpercyzapata.blogspot.com)

El sentido de la vida

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Por Clara Olivares

¿Para qué vivir?

Esta es una pregunta que, si bien no nos la hacemos constantemente, sí nos la planteamos en algún momento de nuestra vida.

El cine, la literatura, la filosofía, la religión, la teología, etcétera, etcétera, etcétera, han intentado dar una respuesta.

Honestamente, no sé si lo han conseguido o no, dejando a quien pregunta satisfecho con su respuesta.

Pero el objetivo de mi escrito no pretende contestar a esa pregunta, creo que sería una gran pretensión por mi parte intentar hacerlo.

Lo que me interesa, es que independientemente de las creencias personales,  cada un@ de nosotr@s necesita algo que le dé sentido a su propia existencia.

La única realidad que conocemos es que nacimos, estamos vivos. ¿Lo pedimos? ¿Lo escogimos? ¿Fué el azar quién nos colocó en este mundo?

Cada persona tendrá su propia lectura.

Puede que se tenga una relación transcendente o inmanente con la vida.

Lo que sí es cierto, es que los momentos de sufrimiento y de gozo, vienen a ser idénticos para TOD@S.

No creo que exista una forma mejor que otra. Cada un@ se crea la suya propia, ésa que le anima a levantarse todas las mañanas y salir de la cama.

Para algunos será una utopía, o, un sueño, o, un Dios, o, un@s hij@s, o, una pareja, o, una familia.

Lo que cuenta es que le sirva.

¿Qué hace que desee continuar viv@? Me parece que la pregunta es ésa.

Ya sabéis que me encanta partir de una definición para desarrollar un tema. Y, este artículo no va a ser la excepción.

Hay personas que tiene una relación con la vida desde la transcendencia, y otras, desde la inmanencia.

Wikipedia las define y señala la diferencia entre ámbas.

El sentido más inmediato y elemental de la voz trascendencia se refiere a una metáfora espacial. Trascender (de trans, más allá, y scando, escalar) significa pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los separa. Desde un punto de vista filosófico, el concepto de trascendencia incluye además la idea de superación o superioridad. En la tradición filosófica occidental, la trascendencia supone un «más allá» del punto de referencia. Trascender significa la acción de «sobresalir», de pasar de «dentro» a «fuera» de un determinado ámbito, superando su limitación o clausura.

Así, Agustín de Hipona (San Agustín) pudo decir, refiriéndose a los platónicos: «trascendieron todos los cuerpos buscando a Dios». Trascendencia se opone, entonces, a inmanencia. Lo trascendente es aquello que se encuentra «por encima» de lo puramente inmanente. Y la inmanencia es, precisamente, la propiedad por la que una determinada realidad permanece como cerrada en sí misma, agotando en ella todo su ser y su actuar. La trascendencia supone, por tanto, la inmanencia como uno de sus momentos, al cual se añade la superación que el trascender representa.

Lo inmanente se toma entonces como el mundo, lo que vivimos en la experiencia, siendo lo trascendente la cuestión sobre si hay algo más fuera del mundo que conocemos. Es decir afrontar lo que es el universo. Las respuestas a esta cuestión tienen un origen cultural en lo mágico-religioso y su reflexión crítica en la filosofía.

La filosofía tradicional orienta la cuestión de la trascendencia hacia una demostración o prueba de la inmortalidad del alma y de la existencia de Dios. Para ello se recurre a la analogía del Ser.

En otras palabras, se tiene una visión transcendente (se cree en un Dios) o inmanente (tengo la convicción de que ésta es la única vida que voy a vivir) de la existencia.

Para aquellas personas que creen en un Dios, la tarea de sobrellevar su propia vida resulta menos difícil de gestionar. Finalmente, su paso por la tierra tiene un sentido claro gracias a las respuestas que hallan en su Dios.

En cambio, para los que no creen en él la cosa no está tan clara.

Éstos tienen que inventarse en qué creer y agarrarse a ello para poder sobrellevar su propia existencia.

¿En qué creo? Esta pregunta me recuerda la fabulosa película de Woody Allen, «Love and death» que plantea muy claramente todos estos mismos interrogantes.

Como planteo más arriba, el dolor y la incertidumbre que suponen estar vivo son los mismos para todos los seres humanos, creyentes y no creyentes.

La existencia es como subirse en un tobogán, en un instante estás arriba eufórico y feliz, y al siguiente vas en picado hacia abajo sintiendo un gran vacío en el estómago.

El sentido que un@ va dándole a su propia vida varía a lo largo de la misma.

Hoy soy un ate@ recalcitrante y mañana me convierto en un creyente devoto.

Creo que jamás podemos pensar y creer que tenemos todas las respuestas y que éstas permanecerán idénticas hasta que muramos.

Nos puede sobrevenir una enfermedad, o, un accidente, o, lo que sea que hace que nuestra concepción de la existencia cambie por completo.

La vida es tan frágil y tan fuerte al mismo tiempo. Es una paradoja andante.

¿Cómo la resuelvo? ¿De qué me aferro para soportarla?

Me parece que la creatividad juega un papel muy importante en este aspecto.

Estoy convencida de que todo muta, se transforma y no nos queda más remedio que aceptarlo y adaptarnos.

¿Merece la pena combatir todo y a todos para que no nada cambie?

Creo que ésta actitud supone un gasto enorme de energía. ¿Y si utilizamos esa fuerza para reinventarnos? o, ¿Aprendemos un nuevo oficio? o, ¿Intentamos hacernos la vida más llevadera (a nosotr@s mism@s y a los demás?

En fin, las alternativas son infinitas.

En mi próximo articulo hablaré de lo que nos sucede cuando nos rompen el corazón. 

(Imagen: www.oscarmauricioysusnotas.blogspot.com)

La obediencia

 

www.oratoriaencasa.wordpress,com

 Por Clara Olivares

No resulta tan fácil ni tan evidente hablar sobre este tema.

Me parece que, para abordarlo tendría que partir de las definiciones que existen del término, para así, ir desgranando todo lo que éste implica.

El término obediencia (del Lat. ob audire = el que escucha), al igual que la acción de obedecer, indica el proceso que conduce de la escucha atenta a la acción, que puede ser puramente pasiva o exterior o, por el contrario, puede provocar una profunda actitud interna de respuesta.

… Obedecer implica, en diverso grado, la subordinación de la voluntad a una autoridad, el acatamiento de una instrucción, el cumplimiento de una demanda o la abstención de algo que prohíbe.

La figura de la autoridad que merece obediencia puede ser, ante todo, una persona o una comunidad, pero también una idea convincente, una doctrina o una ideología y, en grado sumo, la propia consciencia y además, para los creyentes, Dios. (Wikipedia)

Dos de los puntos que señala me parecen muy interesantes: la escucha y la noción de autoridad.

¿Qué hace que obedezcamos? ¿Por qué al escuchar la orden que nos da esa persona que «posee» el poder, acatamos su mandato?

Sin embargo, no tod@ aquel que ocupa un lugar de poder posee autoridad.

Por esa razón me gustaría incluir esta definición:

autoridad f. Derecho o poder de mandar, regir, gobernar, promulgar leyes, etc.

Persona revestida de este derecho o poder.

Crédito y fe que se da a una persona o cosa en determinada materia.

Texto que se cita en apoyo de lo que se dice: diccionario de autoridades.

 sociol. Poder justificado por las creencias de un grupo social que se somete a él.

Esta definición incluye la noción de poder. Para mí, uno de los puntos centrales del tema.

Y creo que es interesante hacer la distinción entre la obediencia porque se «debe» de la obediencia porque «se cree».

Cuando ocupamos un lugar en el que «debemos» obedecer (como en el ejército, o, en el trabajo, por poner sólo dos ejemplos), si no acatamos las órdenes que nos dan, las consecuencias que conlleva nuestra desobediencia, pueden ser más o menos graves, según sea el caso.

Es decir, que en este caso, obedecemos porque existe un poder ante el cual «tenemos» que doblegarnos.

Las razones que nos llevan a plegarnos a las órdenes de ese poder, son muy variadas, pero me parece importante destacar el miedo a las consecuencias que acarrearía la desobediencia, como una de las principales. Y me atrevería a decir que casi la única que nos mueve a doblegarnos.

Esta es una de las múltiples herramientas de las que se vale una persona de corte psicpat@n para conseguir el control sobre el otro.

Esto no significa, en ningún momento, que la orden nos pueda parecer justa, o, que hagamos lo que nos piden por placer.

En este punto, me parece interesante diferenciar entre autoridad y autoritarismo. Quien tiene autoridad, necesariamente ocupa un lugar de poder. Le obedecemos porque queremos hacerlo.

En el caso del autoritarismo, se obedece porque se debe, un «deber» que nace, por lo general, del miedo o/y del temor.

El autoritarismo impone, ejerce un abuso de poder y obliga a obedecer; en cambio la autoridad permite que el otro tome sus propias decisiones.

Entonces, ¿dónde queda nuestra capacidad para elegir?

Y, aquí es donde entra en juego la libertad.

Como lo señalo en artículos anteriores, nosotros elegimos si acatamos o no las órdenes que nos dan. Pero no olvidemos que, la verdadera libertad radica en qué elegimos, sabiendo cuáles son las consecuencias que genera nuestra elección.

Esa es la pequeña-gran diferencia. Sopesamos las alternativas y las consecuencias que éstas traen, antes de decantarnos por una de ellas.

Obedeceremos o no la orden, en función de lo que ésta implica y de lo que se pone en juego a todos los niveles.

No resulta del todo válido decir que «nos mandaron» hacer equis cosa, cada uno de nosotros, en su fuero interno, decidió hacerlo.

Y esta realidad, en general, no suele ser un plato de nuestro gusto.

Hay una película que me llamó la atención por el final que tiene («Devil’s advocate», con Al Pacino, K. Reeves y Charlize Theron). Se trata de la figura del mal encarnado como alguien con mucho encanto que invita al ser humano, a través de la seducción, a optar por la alternativa más atractiva.

Al final, el demonio dice: «la cualidad que más me gusta del ser humano es la del libre albedrío». Es cada un@ quien elige libremente qué hacer.

Cierto es que, en ocasiones, la opción de elegir no se contempla. Si otro nos amenaza con una pistola, lo más probable es que hagamos lo que nos pide, ya que preservar nuestra vida física y/o psíquica es lo más importante en ese momento.

Encuentro fascinante el papel del demonio en la película: es alguien que juega con los puntos débiles del ser humano para atraerle a su mundo. En este caso, juega con la vanidad del protagonista.

Siempre las películas que había visto sobre el tema, lo abordaban casi siempre desde el mismo ángulo: las posesiones demoníacas.

Ésta es la primera que veo que trata el tema desde la libertad que posee cada individuo para tomar las decisiones de su vida.

Y es aquí donde deseo plantear la siguiente pregunta: ¿Obedezco porque quiero, o, porque debo?.

Me gustaría pensar que cada persona escuche esa vocecita interna que le acompaña y decida «hacer lo correcto» (en otras palabras, actuar con ética), aquello que no cause daño a otro(s) y que favorezca la convivencia pacífica.

Habrá quienes posean un ámplio campo de influencia y habrá otros para quienes su círculo de personas cercanas sea reducido. A la larga, esta situación no tiene tanta relevancia.

En la medida en que cada un@ de nosotr@s pueda, ¿por qué no intentar hacer esta vida más fácil y hacérsela mas agradable al otr@?

En mi próximo artículo (15 de Julio) hablaré sobre el sentido de la vida: ¿Para qué vivir?

(Imagen: www.oraturiaencasa.wordpress.com)