La pereza

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Por Clara Olivares

Mientras me documentaba para escribir este artículo, encontré algo que me llamó enormemente la atención.

Parece ser que la pereza surge cuando el hombre comienza a realizar planes para el futuro. Cuando el tiempo transcurrido entre la aparición del deseo y la acción que desencadena su satisfacción se hizo mayor, la idea de postergarla favoreció la aparición de la pereza, resumida en un «lo dejo para más tarde».

La diferencia entre el hombre primitivo y el actual es que cuando aquel tenía hambre, sed o necesidades sexuales satisfacía estas necesidades de forma inmediata ya que no existía otra posibilidad.

Vivían en un «presente» constante. Pasaba a la acción rápidamente, las circunstancias que lo rodeaban le obligaban a satisfacer ese deseo y a actuar de forma inmediata.

Con la noción de futuro se materializó un lapso de tiempo entre la irrupción del deseo y la acción que desencadena su satisfacción.

Es decir, se aprendió a postergar la acción. Como siempre, cuando aparece otra alternativa a nuestra situación, ésta conlleva aspectos positivos y aspectos negativos.

Todos los seres vivos tienden a no malgastar la energía si no se obtiene un beneficio.

Según los expertos, en el caso de los humanos, al tener un cerebro más grande, hace que éste consuma el 20% del total de la energía, se utilice o no.

Es decir, que nuestro cerebro posee un 20% de nuestra energía total para que dispongamos de ella como nos plazca.

Podemos utilizarla o no. Quienes no la utilizan caen en el aburrimiento mientras que el que la aprovecha favorece la curiosidad que le mueve a buscar actividades interesantes.

Me parece que esta particularidad diferencia a una persona activa de una pasiva.

La activa se mueve en un tándem deseo-acción muy cercano, mientras que la pasiva posterga la acción.

Es por esta razón que nos es posible identificar a las personas «vagas», caracterizadas por realizar la tarea con negligencia, tedio o descuido.

Es importante descartar los problemas de alimentación o de enfermedades que favorezcan la inacción.

Como digo más arriba, el hombre primitivo vivía en un presente constante, es decir, el beneficio lo obtenía en el «aquí y el ahora».

La diferencia entre ambas épocas, es que, en el pasado no existía la posibilidad de postergar la acción, ya que, al hacerlo existía el riesgo de no sobrevivir.

Actualmente parece que la forma de reaccionar generalizada ha convertido la satisfacción del deseo en algo que se limita, casi exclusivamente, en obtener un beneficio a corto plazo.

Tristemente se ha favorecido la satisfacción inmediata de cualquier deseo o necesidad. ¿Dónde ha quedado la capacidad para soportar la frustración?

Soy consciente de que el concepto de frustración es un fenómeno de nuestro tiempo. Si éste no se desarrolla es complicado que se soporten los avatares de la vida y se llegue a poseer una buena salud mental.

Por el simple hecho de estar vivos, estamos sometidos a soportar una buena dosis de frustración. No siempre podemos satisfacer nuestros deseos.

Es un hecho que hoy nos podemos dar el lujo de escoger el modo en que deseamos vivir: en el presente o en el futuro.

Como casi todo en la vida, lo sensato es ubicarse en el punto medio huyendo de los extremos.

Imagino que existe un tipo de deseo que requiere su satisfacción inmediata y otro que permite que se postergue.

Sería interesante que realizáramos la revisión de nuestra forma de actuar ante los obstáculos, grandes y pequeños, que nos pone la existencia.

«Después de la de conservarse, la primera y más poderosa pasión del hombre es la de no hacer nada.»

J. J. Rousseau

 

La pereza viene a ser, entonces, un asunto más psicológico que físico.

 

Un hecho interesante que descubrí cuando el tiempo transcurrido entre la aparición del deseo y la acción que desencadena su satisfacción, fomentó la aparición del ocio. ¿Cómo utilizo este tiempo que me sobra?

Me parece una pregunta relevante.

En mi próximo artículo hablaré sobre el carácter.

 

Recordad visitar el nuevo apartado de «Grupos de Apoyo».

 

(Imagen: www.todohostorietas.com.ar)

 

El deseo

(Por Clara Olivares)

A menudo la palabra deseo suele asociarse a su componente sexual casi exclusivamente.

Pero el deseo es mucho más que eso.

Me gusta recurrir al diccionario para ver cuál es el significado de una palabra. En éste caso, el diccionario de la Real Academia de la Lengua dice: (Del lat. desidium) m. Movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa.

Sería interesante ir desgranando cada uno de los elementos de su significado.

«Movimiento enérgico de la voluntad»: el deseo es el impulso que mueve hacia algo, activa al sujeto para que se ponga en movimiento y vaya a conseguir aquello que desea.

En otras palabras, es un motor que genera la fuerza necesaria para ir hacia ese algo que despierta mi deseo.

Desde el psicoanálisis se habla de pulsión, entendida como «el proceso dinámico consistente en un empuje (carga energética, factor de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Según Freud, una pulsión tiene su fuente en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin». (Diccionario de psicoanálisis, J. Laplanche y B . Pontalis, Paidós, 1993).

Si revisamos nuestra trayectoria de vida nos daremos cuenta de que hemos llevado a cabo sólo aquello que realmente hemos deseado, aunque en muchas ocasiones ni siquiera lo hemos hecho de forma consciente.

Pero el deseo no se puede exigir, aparece o no aparece. No hay que olvidarlo.

Si no existiese un deseo subyacente que alimentara el movimiento, estaríamos muertos. En otras palabras, ha sido el deseo el que ha propiciado que desarrollemos un proyecto, o, que construyamos una relación con otro, o, que seamos creativos.

«…hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa» Y esta segunda parte de la definición acaba de aclarar la dirección hacia la cual nuestro deseo nos encamina. Correspondería al «objeto» del cual habla el psicoanálisis.

Finalmente es energía con la que cada persona puede, de forma consciente o inconsciente, construir o destruir. Hablaríamos entonces de la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos).

La ausencia de deseo significa la muerte.

Si nos vamos a la mitología griega encontramos que Eros es el dios de la atracción sexual, el amor y el sexo.

Fue concebido por Poros (la abundancia) y Penia (la pobreza). («El Banquete» de Platón).

Es muy elocuente el origen de Eros. Éste nos habla de las dos fuerzas opuestas que existen en el deseo. Podríamos afirmar que la abundancia representaría el deseo de vida, en tanto que la pobreza iría dirigida hacia el deseo de muerte.

Quisiera unir este concepto de deseo a la naturaleza. ¿Por qué? Porque la naturaleza es al mismo tiempo constructora y destructora. Su fuerza es arrolladora.

Me viene a la mente la imagen de una pequeñísima planta que brota a través del asfalto. La pujanza que la vida tiene se da la maña para atravesar una materia inerme como es el asfalto y crecer.

Es más fuerte la pulsión de vida que la pulsión de muerte.

En una ocasión me dijo una psicóloga: «ábrete a la vida y deja que ésta te atraviese».

Sí, ¿cuántos años de nuestra vida hemos invertido en negarnos la vida? Nos hemos cerrado a cualquier evento que nos conduzca a entregarnos a la vida, a esa fuerza extraordinaria que nos permite transformarnos y que nos conecta con nuestro instinto.

El instinto siempre va encaminado hacia la vida, es muy raro que conduzca hacia la muerte.

¿Y por qué no comenzamos a abrirnos a la vida y nos dejamos guiar por ella?

Finalmente de nada sirve resistirnos, peleamos y peleamos y ésta pelea nos desgasta ya que desde su inicio es una batalla que está perdida.

Nos tenemos por seres muy racionales y muy controladores pero la realidad es bien distinta.

A la larga terminamos llevando a cabo sólo aquello que en el fondo de nuestro corazón deseabamos.

¿Qué hace que nos resistamos tanto a la vida?

«El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo«. («El alma está en el cerebro», Eduard Punset).

En mi próximo artículo hablaré sobre la viabilidad de ser o no ser.

(Imagen: www.alemdodivan.blogspot.com)

 

¿Tenemos un espacio para el placer en nuestra vida?

(Por Clara Olivares)

Creo que la palabra «placer» ha sido bastante denostada y ha estado asociada a «bajas pasiones«, «vicios«, «desenfrenos«, vamos, que socialmente ha estado (y está) muy mal vista.

Casi todos hemos sido educados para abordar la existencia desde el «debes»/»deberías», «tienes que»/»tendrías que» sin darle un espacio a un «me gustaría», o, a un «desearía»/»no desearía», y no hablemos de un «no quiero».

Alguna vez que me he atrevido a manifestar abiertamente que «no quiero» tal cosa, y de forma inmediata (e imagino que inconsciente) las personas de mi entorno me han lanzado un «sí bueno, pero deberías…»

Y yo también he lanzado el mismo discurso. Pareciera que manifestar nuestro deseo abiertamente es algo que continúa estando penalizado por la sociedad así como por nosotros mismos.

Decir claramente lo que se desea o no se desea, crea desazón, incomodidad y miedo en el otro.

El sistema de creencias en el que crecimos está fundamentado en un discurso cuyo eje central es el deber.

El «¿qué te apetece?», o, «¿qué quieres?» se circunscribe casi exclusivamente a la carta del restaurante.

Nos han enseñado a anteponer siempre las necesidades y los deseos del otro a los nuestros.

Os propongo que hagáis una prueba: preguntadle a cualquier persona que esté en vuestro entorno qué quiere. Os quedaréis sorprendid@s al constatar que un altísimo porcentaje no lo sabe muy bien ya que no lo tiene muy claro. Es más, si se lo preguntáis a una mujer, apostaría a que casi ninguna sabría contestar de forma inmediata.

¿Realmente sabemos qué queremos?, o, ¿pensamos que lo sabemos?

Para que una sociedad funcione y sea productiva, es necesario que la población se mueva en el deber y no en el placer.

«Todo extremo es vicioso», como sabiamente reza el dicho popular.

Como todo en la vida, tanto el uno como el otro tiene sus pros y sus contras.

Operar exclusivamente en el deber o en el placer, llevará indefectiblemente a una extrema rigidez, o, al caos.

Como en cualquier arte, el equilibrio está en el punto medio. Saber vivir es un arte que se perfecciona a través de los años en la medida en que se va viviendo. Nadie nace aprendido

La reflexión que me ha suscitado la anécdota que cuento arriba es la siguiente: ¿cuál es el eje de nuestra existencia?. Funcionamos porque «toca» o existe alguna parcela en la que tenga cabida un «me gustaría».

Puede que nos hayamos vuelto muy rígidos y que la modalidad que marca nuestra existencia, sólamente puede ser ésa y nada más que ésa. Entonces,  cuando nos topemos con la frustración, ¿qué hacemos?

Para mí, dos de los principales aprendizajes que da la vida es que «no todo lo que deseo y quiero lo puedo obtener, y menos aún de forma inmediata», y «que siempre la existencia lleva una dosis (grande o pequeña) de frustración ya que ésta jamás es cómo yo desearía que fuera».

La realidad nos da una bofetada en plena cara. Todos tenemos el derecho a enfadarnos o a deprimirnos ante la frustración. Pero pasado ese momento, ¿cuánto tiempo me voy a quedar en ese estado?

Nos sorprendería constatar la cantidad de años de nuestra propia vida que utilizamos en estar furiosos y resentidos. El lugar en que nos coloca el «mírame, qué injusta ha sido la vida conmigo, pobrecit@ yo», conlleva una cantidad de beneficios secundarios.

Uno de ellos podría ser despertar la compasión en el otro, o, conseguir siempre lo que yo deseo, o… cada uno de nosotros podría hacer una larga lista con los beneficios que obtiene con la forma que tiene de relacionarse con el otro y/o con su propia vida.

Como lo comentaba en un artículo anterior, siempre es más fácil culpar a otro de mi situación actual en lugar de ver cuál ha sido mi participación en ella.

¿Y por qué no comenzamos a asumir la propia responsabilidad en cada una de las decisiones que hemos tomado? Por pasivo, o por activo, hemos aceptado ésa situación.

Me parece que mientras no demos ése paso siempre vamos a estar a merced de la rabia, o, del resentimiento, o de la culpa.

¿Cuántas promesas y propósitos no nos hemos trazado, y pasado el tiempo, hemos comprobado que nunca los llevamos a cabo? ¿Qué pasó en el camino?

Sospecho que en realidad «no lo deseábamos». En el fondo de nuestro corazón sabemos si queremos o no equis cosa.

«Yo soy mi deseo». Siempre terminamos haciendo solamente aquello que en realidad deseamos.

Nos podemos contar una cantidad de historias a nosotros mismos o a los demás, pero en el fondo de nosotros sabemos cuál es la verdadera razón que nos ha movido a hacer o a dejar de hacer algo.

La vida está compuesta de un poco de «debo» y un poco de «quiero». Si caemos en alguno de los dos extremos se producirá un desequilibrio.

Vale la pena preguntarnos: ¿Cómo estamos operando hoy? ¿Cuál es el lugar en el que me coloco para conseguir el impulso para ponerme en movimiento? ¿Es la rabia, la oposición, el rechazo, o cualquier otro el motor que me mueve?

Se nos olvida que somos nosotros mismos quienes construimos nuestra propia realidad.

¿Cómo deseamos que sea? ¿Qué queremos que esté presente y qué no?

La semana que viene hablaré sobre las crisis: que viene el coco!

(Imagen: www.arielarrieta.com)