Comunicación perversa (3)

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Por Clara Olivares

Antes de abordar el tema, considero que es necesario tener en cuenta algunos conceptos fundamentales de la comunicación.

Todo mensaje presenta dos aspectos: el contenido y la relación. El contenido hace referencia a la palabra, y la relación es todo lo que se comunica a través del lenguaje no verbal y que determina el tipo de vínculo que se crea entre ambas personas.

Por ejemplo, alguien puede decir «te quiero» mientras lee el periódico o mira para otro lado, o bien, acompañar la palabra con un beso. ¿Cuál de los dos casos confirmaría esa declaración?

Si el contenido y la definición de la relación concuerdan, es decir, ante una afirmación amorosa existe una expresión que la confirma, entonces no se crea confusión.

Es en el intercambio de la comunicación entre dos personas como se define el tipo de relación. La naturaleza de una relación queda condicionada por la valoración de los procesos comunicativos por parte de los interlocutores.

Todos los intercambios de comunicación son simétricos o complementarios en función del principio en el que están basados, así serán intercambios cimentados en la igualdad o en la complementariedad.

Por ejemplo, una madre con su hij@, o un jef@ con su emplead@, (complementaria) o dos amig@s, o compañeros de juego (simétrica).

Una relación puede ser simétrica en unos aspectos y complementaria en otros. Imaginemos una relación trabajador-patrón. En el aspecto laboral es una relación complementaria, pero si salen al campo de fútbol a jugar un partido, mientras juegan se transformará en una relación simétrica.

En el caso de la comunicación perversa se emiten mensajes contradictorios y simultáneos, es decir, se dice una cosa con la palabra y al mismo tiempo se niega lo dicho con el lenguaje no-verbal.

Ésta recibe el nombre de comunicación paradójica y el efecto que produce en el otro es la parálisis. Órdenes del tipo: «debes amarme, o, sé espontáneo», son en sí mismas una paradoja que impide una elección entre dos alternativas.

Si alguien ama a otra persona es porque lo desea, no porque se lo ordenan. Así mismo, si me imponen ser espontáneo, si intento serlo automáticamente dejo de serlo.

La persona en cuestión se encuentra ante una disyuntiva: ¿a quién creo? ¿A la persona que significa mucho para mí? o ¿le hago caso a mi percepción?.

En la mayoría de los casos, aparece este maltrato en el seno de una relación vital (bien sea amorosa, laboral, etc.). Ésto hace que para quien la sufre sea inasumible dudar de lo que esa persona dice, en consecuencia se piensa que quién está equivocad@ es él e irremediablemente se duda de la propia percepción.

¿Cómo pensar que una madre miente? o ¿que una pareja maltrata?

De esta forma se afianza la relación asimétrica entre ambas personas. No hay que olvidar que el perverso busca establecer una relación dominad@r-dominad@ basada en el poder y el dominio.

Pero volvamos a las estrategias que despliega.

Una de ellas es rechazar la comunicación directa: elude las preguntas directas, no nombra nada pero lo insinúa todo (levanta los hombros, suspira,…) de forma que la víctima se pregunte «¿qué habré hecho? o, ¿qué tendrá?. Como nada se habla claramente, lo reprochado puede ser cualquier cosa. Su comunicación verbal es escasa.

Niega la existencia del reproche y del conflicto, así paraliza a la víctima (es absurdo defenderse de algo que no existe).

Deforma el lenguaje: utiliza una voz monocorde, insulsa, ausente de cualquier tonalidad afectiva y por la que asoma el desprecio y la burla. Es muy importante abrir la escucha para detectar el tono y no quedarse en el contenido.

Utiliza mensajes vagos, imprecisos y contradictorios, como por ejemplo, «imposible!, o, ya debería ud. saberlo». Nunca va a explicar por qué es imposible ni qué es lo que debería saber.

También miente, es sarcástic@, se burla del otr@ y lo desprecia.

Suele descalificar constantemente, privando al otro de todas sus cualidades: «lo haces mal, eres inept@…»

También le fascina enfrentar a unos y otros sembrando cizaña, provoca celos y rivalidades mediante alusiones que siembran la duda: «¿No crees que fulano es así o asá?».

Así mismo, suele generar rumores falsos sobre el otr@ de forma tal que este último no pueda identificar su origen.

Por último, suelen ser dogmáticos e impositivos. La verdad es su privilegio, todo lo que no se acerque a su discurso no existe.

Como podréis comprobar, lo más prudente es alejarse de estos seres lo más rápidamente posible, y si esto no es posible, hay que neutralizarlos.

Recordad que con un pervers@ NO HAY CASO!!!! Descartad cualquier intento de salvarles… son casos perdidos.

A menos, claro, que por un milagro pudieran deprimirse y se volvieran human@s, sintiendo.

En mi próximo artículo hablaré sobre el valor terapéutico de la palabra.

(Imagen: www.estarguapas.com)

Celos y envidia: unos monstruos que generan mucha vergüenza.

(Por Clara Olivares)

Los celos y la envidia tienen muy mala prensa. Nadie admite abiertamente que ha sentido celos en algún momento o que envidia algo que posee otro.

Por más vergüenza que nos de sentir estos sentimientos, resulta que forman parte de nuestra naturaleza.

«…la Psicología actual explica que los celos son la respuesta natural ante la amenaza de perder una relación interpersonal importante para la persona celosa. Los celos parecen estar presentes en todas las personas, indistintamente de su condición socio-económica o forma de crianza y manifestarse en personalidades que aparentemente parecían seguras de sí mismas…

 Los celos también tienen relación con la vergüenza que es una respuesta natural del organismo. Muchas de ellas, una vez que los padecen, se sorprenden de si mismas ya que ni siquiera sospechaban que los padecieran…»  (Wikipedia)

TOD@S hemos sentido en algún momento de nuestra vida celos o envidia de alguien o de algo.

Los celos son la respuesta que damos cuando la otra persona hace cosas que los despiertan.

Excepto en los casos en que existe una patología, una persona se pone celosa porque alguien le provoca esa reacción.

Nadie se pone celoso sin razón ni es «celos@» porque sí. Repito, los celos se despiertan porque existe una causa que los ha activado.

Puede tratarse que, ya siendo adultos, nos hemos quedado en un estadío infantil y sentimos celos sin que exista una causa directa en apariencia.

Pero si ése fuera el caso, sentir esos celos «levanta la liebre» como dicen en España, es decir, es un síntoma de algo más profundo.

Es el caso de los niños pequeños cuando nace un hermanit@. Temen perder su lugar, el cariño y la atención de los padres, ahora eso que tenían de forma exclusiva lo tienen que compartir con ese intruso. Es natural que sientan celos al ver en su nuevo herman@ una amenaza que pone en peligro su estatus.

Esa es la buena noticia, la mala es que existen grados. La pregunta que surge sería¿hasta dónde me están llevando mis sentimientos de celos o envidia?

Ante el temor de perder una relación importante en mi vida, ¿qué hago? El cine está lleno de ejemplos que muestran hasta donde es capaz de llegar una persona cuando tiene un ataque de celos.

Recordemos la famosa película de Charles Vidor, Gilda, en donde los dos protagonistas (Rita Hayworth y Glenn Ford) llegan casi a destruirse mutuamente por culpa de los celos.

Celos.  4. Recelo que uno siente de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda, llegue a ser alcanzado por otro. 6. sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra. (Diccionario de la Real Academia de la lengua)

¿Y qué pasa con la envidia? Me atrevería a decir que más o menos un poco de lo mismo.

La envidia es aquel sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas.La RAE la ha definido como tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee.

En términos médicos la envidia ha sido definida por diversos términos según los diagnósticos psiquiátricos. El que más ha marcado redundancia en los últimos tiempos es la frase citada por el Dr. Saúl F. Salischiker:

 

«Cuando una persona se obsesiona y deja de vivir por estar pendiente de tu vida o en este caso en la vida de su adversario, de su entorno, y entre otras cosas siente agobio por cada uno de sus triunfos… Aparte de mostrar signos graves de inferioridad, te muestra que estas tratando con una persona psiquiátricamente enferma.»

(Wikipedia)

Existen personas en las familias que están «enfermas de envidia«.

Es normal que en el proceso de maduración hacia la edad adulta se pasen períodos de envidia. Los problemas sobrevienen cuando nos quedamos clavados en esa etapa y no crecemos.

Sentir envidia de lo que pueda poseer otro, como belleza, dinero, éxito, etc. es lícito, somos humanos. Lo desastroso viene cuando no lo decimos abiertamente y no lo reconocemos.

Uno le puede decir tranquilamente a su mejor amiga o a su hermano que le envidia equis cosa o característica. Y no pasa nada.

Como casi todo en la vida, una vez que reconocemos y vemos cuáles son nuestros sentimientos, el siguiente paso sería hacernos esta pregunta, ¿y ahora qué hago con esto?

Puedo hacer muchas cosas: decírselo al otro, analizar si ese sentimiento me hace sentir inferior o peor persona…

O tener deseos de destruir al otro o lo que posee.

Lo dramático de la envidia es que la persona que la siente cree firmemente que en «eso» que posee el otro se centra la belleza, o, el éxito o, la popularidad…

En realidad quien sufre es el que siente la envidia, no el que es envidiado.

Se comprende que esa persona quiera poseer lo mismo que tiene a quien envidia con la esperanza de conseguir aquello que, según su creencia, le va a dar la felicidad.

Si yo llego a tener lo que el otro tiene entonces seré feliz, o, tendré valor, o, conseguiré aquello que anhelo… existen razones tan dispares y tan variadas como lo son los corazones humanos.

Quizás el «antídoto» para detener ese sentimiento es aceptar la frustración.

Sería como decirse a sí mismo: vale, yo no poseo la belleza, o, la astucia, o, el don de gentes, etc. de fulanito, ni nunca lo tendré porque yo soy distinto de él/ella y por esa razón yo poseo otras cosas que hacen que yo sea yo.

Brevemente, la frustración es aceptar que no puedo obtener lo que quiero y deseo, que mis necesidades quizás no pueden ser satisfechas o que las tengo que postergar.

Esta aceptación abre las puertas hacia la libertad, ya que la persona estaría en la capacidad de abandonar el ancla que le sujeta a la furia que le produce creer que puede poseer siempre lo que desea.

En otras palabras, ver que en tanto que seres humanos poseemos límites. Y éstos nos enseñan que existe una línea que no se puede traspasar, un «hasta aquí».

En mi próximo artículo hablaré sobre el miedo.

(imagen: www.ideasmx.com.mx)

¡Qué fea es la violencia!

(Por Clara Olivares)

Esta viñeta de Mafalda me encanta ya que ilustra muy bien el tema que voy a tratar.

Todos pensamos que somos no-violentos. El violento siempre es el otro, yo jamás!

Pero desafortunadamente, la violencia forma parte de nuestra condición humana. Es inherente a nuestra especie, qué le vamos a hacer!

La buena noticia es que podemos (y debemos) decidir si queremos destruir (permitiendo que nuestra parte violenta crezca y se desarrolle) o si queremos construir (renunciando a ella). En otras palabras, decidimos si queremos alimentar a la bestia o si la mantenemos a raya.

Cierto es que «la violencia engendra violencia». Quién ha aprendido ese funcionamiento, suele repetirlo. No ha conocido uno diferente.

Puede que en un principio no sea consciente de que está siendo violent@, pero en el momento en que alguien le señala que eso que realiza es un acto  violento, ya no puede seguir funcionando en la inconsciencia.

No es bonito, desde luego. La mirada que nos devuelve la víctima de nosotros mismos deja nuestra propia imagen muy maltrecha.

La violencia es fea!

Y después de la rabia que ésta genera viene la tristeza. Produce una pena enorme… Basta mirar la expresión de los ojos de una persona que ha sido sometida a comportamientos violentos: es triste, muy triste, o, muy rabiosa, o, una mezcla de las dos.

Existen básicamente dos tipos de violencia: la física (evidente) y la psicológica (nunca es evidente).

Si me ponen a escoger, la violencia física por lo menos implica un contacto entre agres@r-víctima. La psicológica es devastadora porque no se ve pero sí se siente, el estómago la siente.

Por regla general, la víctima cae en una locura que genera la persona que agrade, es lo que en psicología se llama una relación de tipo «doble vínculo».

A grosso modo viene a ser lo siguiente: la persona que ejerce la violencia (con quién la víctima tiene un vínculo vital, de necesidad o de supervivencia física o psicológica) lanza un mensaje verbal, un «te quiero mucho», por ejemplo, que acompaña de un gesto que desmiente lo que acaba de decir, como un bofetón. Con la particularidad añadida de que la víctima está sutilmente atada al agresor mediante el mandato implícito que este último se ha encargado de hacerle llegar indirectamente de que no puede abandonar el campo, de que no se puede ir.

Si la víctima intenta abandonar el campo, el agres@r le volverá a traer (mediante la culpa, o, la seducción, o, la amenaza). Es indispensable para este último que la víctima jamás abandone el juego.

El doble vínculo es una tela de araña que atrapa a la persona. Ésta es incapaz de ver lo que está pasando ya que duda de sus propias percepciones y piensa que quién siempre está equivocada es ella.

¿Qué hace que dude siempre de lo que percibe? Cuando se está en una relación de doble vínculo, la víctima siente y ve dos cosas contradictorias y simultáneas: por un lado la persona que le agrede dice que le ama, le protege, etc. pero inmediatamente se contradice con sus actos. ¿Qué creo? se pregunta la víctima, ¿lo que dice mi padre/madre, pareja, herman@, jefe? ¿O lo que yo estoy percibiendo/sintiendo? Cómo es impensable e inimaginable para la víctima que su padre/madre, pareja, etc. le esté mintiendo y no sea verdad que lo que dice no sea cierto, opta pues por creer que quién está equivocada es ella misma y lo que percibe y ve es producto de su propia imaginación.

Es decir, la persona percibe dos mensajes contradictorios de forma simultánea y dado que la relación que mantiene con quien la maltrata es vital, no puede ni pensar en que la persona que se equivoca es la misma que le daña, así que lo que hace es dudar siempre de sus propias percepciones, de lo que siente y nota su estómago.

Para poder salir de una relación de este tipo, es necesario un trabajo largo y doloroso gracias al cual la víctima llega a identificar el doble vínculo. Normalmente este camino se realiza a través de una psicoterapia, en la mayoría de los casos, ya que es el terapeuta quien le muestra al sujeto el tipo de relación que se ha establecido,  y, al descubrirlo, éste ya está en capacidad de desarticular el juego del maltratad@r.

Ya puede abandonar el campo, sabe que puede hacerlo a pesar de lo que «diga o haga» la persona que maltrata. Se ha liberado de la tela de araña que lo mantenía atrapad@.

Este tipo de relación se suele establecer en la infancia, o, en períodos de gran fragilidad y de soledad en la edad adulta.

Continuando con el hilo de mi artículo de la semana pasada, cuando se vulneran los límites físicos, emocionales o intelectuales de otra persona, se está siendo violento (no respetándolos, es decir, traspasándolos).

Se puede ejercer la violencia hacia otro y/o hacia uno mismo. Lo que he observado es que en los casos de maltrato, siempre la víctima de forma inconsciente, revierte la rabia que ha generado el maltrato hacia sí mism@, es decir, comienza a utilizar la misma forma de agresión que el agres@r usó con ella, pero esta vez dirigida hacia ella misma.

Cuando ya es capaz de identificar el doble vínculo, puede comenzar a tomar contacto con su rabia y puede darse cuenta de que la ha desviado ésta hacía sí mism@, en lugar de devolvérsela a quién la ha causado.

Es en este punto en el que la persona puede comenzar a decidir qué quiere hacer con esa rabia: ¿seguir volcándola hacia su persona? ¿devolvérsela a quién le maltrató? ¿usar esa energía para crear algo nuevo? ¿repetir el patrón de violencia, convirténdose ella misma en un ser violento que daña?

Él/ella es quien decide, nadie más lo puede hacer.

Quizás ahora se comprenda mejor lo que escribí en otras ocasiones: el cuerpo habla. Si enfermamos, los síntomas hablan de lo que cada uno de nosotros ha vivido, «nuestra propia historia está inscrita en nuestro cuerpo».

Repito: la violencia es muy fea, mata todo lo humano que hay en nosotros, de ahí que la encuentre tan, pero tan fea!

¿Por qué no tratamos de optar por no dañar? Mi propia experiencia me ha demostrado que siempre vale la pena y que es posible.

El próximo artículo hablará sobre cómo reconocer a una persona violenta y qué hacer frente a ella.

(Imagen: «Mafalda», Quino. Editorial Lumen, Barcelona, 1989)