Por Clara Olivares
Antes de abordar el tema, considero que es necesario tener en cuenta algunos conceptos fundamentales de la comunicación.
Todo mensaje presenta dos aspectos: el contenido y la relación. El contenido hace referencia a la palabra, y la relación es todo lo que se comunica a través del lenguaje no verbal y que determina el tipo de vínculo que se crea entre ambas personas.
Por ejemplo, alguien puede decir «te quiero» mientras lee el periódico o mira para otro lado, o bien, acompañar la palabra con un beso. ¿Cuál de los dos casos confirmaría esa declaración?
Si el contenido y la definición de la relación concuerdan, es decir, ante una afirmación amorosa existe una expresión que la confirma, entonces no se crea confusión.
Es en el intercambio de la comunicación entre dos personas como se define el tipo de relación. La naturaleza de una relación queda condicionada por la valoración de los procesos comunicativos por parte de los interlocutores.
Todos los intercambios de comunicación son simétricos o complementarios en función del principio en el que están basados, así serán intercambios cimentados en la igualdad o en la complementariedad.
Por ejemplo, una madre con su hij@, o un jef@ con su emplead@, (complementaria) o dos amig@s, o compañeros de juego (simétrica).
Una relación puede ser simétrica en unos aspectos y complementaria en otros. Imaginemos una relación trabajador-patrón. En el aspecto laboral es una relación complementaria, pero si salen al campo de fútbol a jugar un partido, mientras juegan se transformará en una relación simétrica.
En el caso de la comunicación perversa se emiten mensajes contradictorios y simultáneos, es decir, se dice una cosa con la palabra y al mismo tiempo se niega lo dicho con el lenguaje no-verbal.
Ésta recibe el nombre de comunicación paradójica y el efecto que produce en el otro es la parálisis. Órdenes del tipo: «debes amarme, o, sé espontáneo», son en sí mismas una paradoja que impide una elección entre dos alternativas.
Si alguien ama a otra persona es porque lo desea, no porque se lo ordenan. Así mismo, si me imponen ser espontáneo, si intento serlo automáticamente dejo de serlo.
La persona en cuestión se encuentra ante una disyuntiva: ¿a quién creo? ¿A la persona que significa mucho para mí? o ¿le hago caso a mi percepción?.
En la mayoría de los casos, aparece este maltrato en el seno de una relación vital (bien sea amorosa, laboral, etc.). Ésto hace que para quien la sufre sea inasumible dudar de lo que esa persona dice, en consecuencia se piensa que quién está equivocad@ es él e irremediablemente se duda de la propia percepción.
¿Cómo pensar que una madre miente? o ¿que una pareja maltrata?
De esta forma se afianza la relación asimétrica entre ambas personas. No hay que olvidar que el perverso busca establecer una relación dominad@r-dominad@ basada en el poder y el dominio.
Pero volvamos a las estrategias que despliega.
Una de ellas es rechazar la comunicación directa: elude las preguntas directas, no nombra nada pero lo insinúa todo (levanta los hombros, suspira,…) de forma que la víctima se pregunte «¿qué habré hecho? o, ¿qué tendrá?. Como nada se habla claramente, lo reprochado puede ser cualquier cosa. Su comunicación verbal es escasa.
Niega la existencia del reproche y del conflicto, así paraliza a la víctima (es absurdo defenderse de algo que no existe).
Deforma el lenguaje: utiliza una voz monocorde, insulsa, ausente de cualquier tonalidad afectiva y por la que asoma el desprecio y la burla. Es muy importante abrir la escucha para detectar el tono y no quedarse en el contenido.
Utiliza mensajes vagos, imprecisos y contradictorios, como por ejemplo, «imposible!, o, ya debería ud. saberlo». Nunca va a explicar por qué es imposible ni qué es lo que debería saber.
También miente, es sarcástic@, se burla del otr@ y lo desprecia.
Suele descalificar constantemente, privando al otro de todas sus cualidades: «lo haces mal, eres inept@…»
También le fascina enfrentar a unos y otros sembrando cizaña, provoca celos y rivalidades mediante alusiones que siembran la duda: «¿No crees que fulano es así o asá?».
Así mismo, suele generar rumores falsos sobre el otr@ de forma tal que este último no pueda identificar su origen.
Por último, suelen ser dogmáticos e impositivos. La verdad es su privilegio, todo lo que no se acerque a su discurso no existe.
Como podréis comprobar, lo más prudente es alejarse de estos seres lo más rápidamente posible, y si esto no es posible, hay que neutralizarlos.
Recordad que con un pervers@ NO HAY CASO!!!! Descartad cualquier intento de salvarles… son casos perdidos.
A menos, claro, que por un milagro pudieran deprimirse y se volvieran human@s, sintiendo.
En mi próximo artículo hablaré sobre el valor terapéutico de la palabra.
(Imagen: www.estarguapas.com)