La personalidad viciosa

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Por Clara Olivares

«la utilización más frecuente del concepto está vinculada al gusto especial y desmedido de algo, que lleva a usarlo o consumirlo frecuentemente y con exceso: “Las películas son mi vicio: puedo ver unas cinco por fin de semana”, “Mi único vicio son las papas fritas”, “Me gusta el juego, pero no puedo decir que sea un vicio para mí”.

Los vicios, por otra parte, son los hábitos considerados como inmorales o degradantes para una sociedad. La obscenidad, la lujuria y la corrupción son algunos de los ejemplos más comunes: “La corrupción de nuestra clase dirigente es un vicio que carcome las posibilidades de progreso”.

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Como dice la definición, es un gusto extremadamente placentero para quién lo tiene y, quizás, precisamente por el placer que le procura lo consume sin mesura.

Por esa misma razón, al ser desmedido el gusto, a la persona le resulta muy difícil poner un límite a su deleite. De ahí que la estrategia que desarrolla sea la de “todo o nada”.

Es como si se dijeran a sí mismos:  “si no lo puedo tener en la medida en que lo deseo, mejor no lo tengo”. No pueden parar. Les resulta imposible conformarse sólo con un poco. No existe el término medio.

Este tipo de personas no son capaces de diseñar objetivos a largo plazo ya que el motor que les mueve a actuar es la impulsividad.

Parece que ese comportamiento obsesivo les ayuda a calmar la angustia y la ansiedad que les acompaña constantemente.

Algunas veces, para evadir los problemas que tienen en su vida cotidiana, comienzan a realizar exclusivamente esas actividades que les causan placer.

El vicio que escojan puede ser cualquier cosa: desde un helado, una bebida, un cigarrillo o un tipo de comida, hasta las cosas más extravagantes. No hay reglas.

La frase que podría definir a una persona viciosa podría ser: “me gusta, quiero más”.

Existe un tipo de personalidad que también tiene muchos puntos en común con la que describo más arriba, es la personalidad borderline.

«un trastorno de la personalidad que se caracteriza primariamente por inestabilidad emocional, pensamiento extremadamente polarizado y dicotómico y relaciones interpersonales caóticas».

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A las personas borderline, les cuesta mucho manejar los límites. Es un concepto que no tienen interiorisado.

No comprenden que es bueno que se paren, que aprendan a pararse. De ahí que compartan la característica del “todo o nada”, en ambos casos la angustia y la ansiedad está presente, pero de manera diferente.

Es inconsciente en ambos casos (la personalidad viciosa y la borderline), si bien la manera de abordarla y tratarla es distinta.

Para aliviar estas emociones, que viven de manera muy intensa, suelen refugiarse en conductas que, aparentemente les calman, como, por ejemplo, las compras inútiles, o la bebida, o la promiscuidad, entre otras.

Del punto anterior se deduce que son personas impulsivas, con los gastos, el sexo, abuso de sustancias, etc.

Como se diría en psicología, “pasan al acto” directamente, es decir, sienten el impulso de comprar, de gastar, de beber, etc. y no existe el momento de reflexión previo para preguntarse si es conveniente o no, sino que lo hacen sin más.

Repito, como en el caso de la persona viciosa, éstas no respetan los límites. En el caso del borderline, en especial, no respetan ni los  ajenos ni los propios.

En mi próximo artículo hablaré sobre una pregunta: ¿seré una persona que es bienvenida?

(Imagen: www.imujer.com)

¿Con qué parte me quedo?

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Por Clara Olivares

Es evidente que todas las personas poseemos diferentes facetas. No somos unidimensionales.

Y también es cierto que, por lo general, solemos mostrar sólo una de ellas a la gente que nos rodea. No obstante, a todo el mundo no le ofrecemos la misma cara. Y no todos los individuos nos perciben de la misma forma.

Puede que ante una persona equis saquemos la faceta divertida, ante otra, la intelectual y ante otra la humana.

Pero a pesar de ello, siempre hay una que sobresale más que otras.

Sin embargo, existen individuos que son incapaces de ver todo lo que es una persona o bien, se dejan influír por el discurso de otra, y, al final, sólo ven una única faceta de ésta.

Por eso planteo la pregunta ¿con cuál me quedo?

¿Qué es lo que me impide en este momento ver más de una sola faceta de esa persona?

Podría ser por resentimiento o, simplemente, porque se pueda sentir amenazada por el entorno si lo hace.

Es decir, si se atreve a mirar más allá y ve facetas que son más agradables, o que le conmueven, tendría que modificar la idea que tiene sobre esa persona.

Y, a veces, puede resultar más cómoda la postura de quedarse inmóvil o, en ocasiones, le permite evitar discusiones con otros si muestra otras facetas de esa persona.

Podríamos hacer el ejercicio de repasar las percepciones que tenemos sobre nuestros amigos, parejas y familiares.

¿Los estoy tachando de mi lista? ¿Soy capaz de ver todas sus facetas?

Todos tenemos facetas odiosas, agradables, pesadas, etc.

De todas ellas, ¿con cuál me quedo?

Al final, todo se reduce al hecho de que puedo o no puedo ver más allá.

Por eso recalco la idea de la libertad de escoger. Todos tenemos esa opción, pero, ¿la utilizamos?

Si, es cierto que ciertas personas poseen facetas espinosas o, que van en contra de nuestra manera de ver la vida.

Pero, ¿vale la pena quedarnos sólo con eso?

¿Y si intentáramos ampliar el espectro?

Nadie es totalmente odioso o totalmente adorable, existen los matices.

Y vuelvo al mismo punto: ¿con cuál me quedo?

No olvidemos que los seres humanos somos animales de costumbres. ¿Para qué molestarme en indagar más allá?

Créanme que vale la pena hacerlo. Nos llevaremos muchas sorpresas al hacerlo. Os animo a ello!

En mi próximo artículo hablaré sobre la personalidad viciosa.

(Imagen: www.desmotivacion.es)

La susceptabilidad

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Por Clara Olivares

 Para quienes son susceptibles en extremo, la vida, y en especial, la convivencia con el otro, puede resultarles en algunos momentos difícil. ¡Y ni que decir para los que viven con ellos!

Hay que extremar el cuidado en el momento de decirles algo, ya que se teme que lo dicho les ofenda y, en consecuencia se enfaden.

¿Qué caracteriza a estas personas? El rasgo más evidente es, por supuesto, que son muy fáciles de ofender.

Suelen ser personas frágiles emocionalmente y por lo general, con una baja autoestima.

Necesitan la atención del otro y la suelen buscar constantemente de manera inconsciente, están convencidos de que el mundo habla de ellos en todo momento.

Su falta de seguridad hace que sean muy exigentes con ellos mismos.

No es fácil que reconozcan sus errores y sus fallos.

Cuando les hacen halagos, los ignoran, y suelen desconfiar de quienes los hacen.

Por lo general, su capacidad de escucha no está muy desarrollada.

Buscan la aprobación de los demás con cada una de sus actuaciones. La necesitan de forma desesperada.

La aprobación deseada es una necesidad vital, pero lo triste es que por muchas veces que los aprueben y les hagan saber que son valiosos, nunca es suficiente porque no terminan de creérselo. Sólo en la medida en que vayan reforzando su autoestima esta necesidad se irá atenuando, hasta desaparecer.

Este tipo de personalidades se forjan en el seno de familias cuya educación es muy estricta o muy laxa, en donde no se suelen premiar las cosas positivas, y, en cambio se castigan con dureza los errores.

Esta particularidad hace que se sientan cuestionadas en todo momento.

Todo ésto favorece el hecho de que les resulte muy difícil relajarse y disfrutar.

La susceptibilidad está íntimamente ligada a una baja autoestima.

Es deseable que este tipo de personas inicien un trabajo personal en el cuál aprendan a desarrollar varias estrategias que les ayudarán a ser menos susceptibles, como por ejemplo:

  • Reducir la autocrítica y la auto-exigencia. En la medida en que lo vayan consiguiendo se volverán más humanos y esto les hará más tolerantes (con ellos y con los otros).
  • En consecuencia, estarán en capacidad de reducir su nivel de perfeccionismo. Es importante que comiencen a apreciar la diferencia que existe entre “hacer las cosas lo mejor que uno puede” y “hacerlas perfectas”. Es más, la perfección no existe.
  • Fomentar el auto-conocimiento: aprender que todos tenemos cualidades y defectos. Y a los dos hay que tratarlos con respeto.
  • En la medida en que su autoestima aumente, su susceptibilidad disminuirá.

No hay que olvidar jamás que este aprendizaje es un proceso, sólo se aprecian sus beneficios con el tiempo. Si no se contempla desde esta perspectiva es difícil que se consigan resultados.

En mi próximo artículo hablaré sobre una pregunta que nos podríamos hacer: ¿soy yo una persona vaga?

(Imagen: www.placasrojas.tv)

 

El sarcasmo

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Por Clara Olivares

Un sarcasmo es una burla pesada, una ironía mordaz, un comentario hiriente que ofende o maltrata. …El sarcasmo, en este sentido, es una especie de ironía amarga, humillante y provocadora que, a veces, raya en el insulto. A menudo, un comentario sarcástico puede resultar cruel al punto de ofender y afectar al destinatario.

El sarcasmo sirve para menospreciar, poner en ridículo, manifestar desagrado  y despreciar a una determinada persona o cosa de manera directa o indirecta.

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O como reza el dicho popular: “tira la piedra y esconde la mano”.

No todas las personas usan el sarcasmo para expresar su rabia, quiero focalizar la atención en las personalidades narcisistas que lo suelen utilizar con frecuencia.

Por medio del sarcasmo el narcisista encubre su agresividad. La disfraza para que no parezca un ataque pero lo que busca es dañar a la otra persona.

Es un mecanismo odioso y agresivo. Ataca verbalmente y cuando el otro reacciona suele decir: “¡por qué te molestas si era una broma!”. Pero de broma no tiene nada…

El mensaje que se transmite a través del sarcasmo es que, el que lo utiliza, está enfadado/a pero es incapaz de decirlo abiertamente.

¿Por qué? Porque están muy preocupados/as en mantener una imagen impoluta de cara al exterior. Tienen de sí mismos una idea idealizada y temen profundamente que ésta se vea en entredicho.

Son personas que no se gustan a sí mismas y lo que hacen es proyectar en el otro su malestar.

Por eso, cuando ven que la imagen que han buscado mostrar en el exterior se ve amenazada, se encolerizan. Así, a través del sarcasmo, le roba al otro su autoestima, su valor como persona. Lo que pretende es destruirle, está muy enfadado/a y ataca.

Este tipo de personalidades buscan ser el centro de atención, y, cuando no es así, se aburren. Las hay que llegan a dormirse, por ejemplo, y no porque estén cansadas, evidentemente!

No se distinguen por ser empáticos. No creo que sean capaces de ponerse en los zapatos de otro por un instante. Al hacerlo, dejarían de ser el centro y, esa alternativa está fuera de discusión.

Con el sarcasmo ponen de relieve otra de sus características: la cobardía.

Son incapaces de enfrentar nada. Huyen e intentan que sea otro el que ponga la cara por él/ella.

Por lo general se mueven entre dos extremos: todo o nada. Conmigo o contra mí, amor/odio, blanco o negro. No existe el término medio, la maravillosa gama de los grises no existe para ellos. Poseen una deficiente capacidad para equilibrar sus sentimientos y calmarlos.

No hay que confundirlo con la ironía.

– Burla sutil y disimulada:
“hablaba con ironía cuando dijo que mi trabajo era muy interesante”.

– Tono burlón con que se dice.

– Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se expresa.

– Lo que sucede de forma inesperada y parece una burla del destino:
“ironías de la vida, decía que no se casaría nunca y ya lleva tres divorcios”

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La gran diferencia entre ellas es que con la ironía no se persigue dañar ni menospreciar al otro. Al contrario, es una forma elegante de hacerle ver a alguien aquello que éste no puede ver, por ejemplo.

Por eso la definición con la que encabezo este artículo habla de una “ironía mordaz”, es decir, se trata de una ironía que está envenenada.

En mi próximo artículo hablaré sobre la susceptibilidad.

(Imagen: www.taringa.net)

Cuando no se quiere ver (…o no se puede)

 

Gafas

Por Clara Olivares

El hecho de no ver lo que sucede a nuestro alrededor, o lo que hacemos sin enterarnos jamás de ello, suele observarse frecuentemente en dos situaciones muy diferentes entre sí.

En ambos casos, la ceguera es selectiva, aunque la raíz de la que nace es muy distinta.

En un lado está el que no quiere ver y en el otro está el que no puede hacerlo.

Hablaré en primer término del caso de la persona que no quiere ver.

Como reza el dicho popular: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Una muestra de este tipo de ceguera la ilustra muy bien la película de Stanley Kubrick, “Eyes wide shut”, en la que la pareja protagonista no quiere ver cómo se encuentra su propia relación, ni lo que sucede en su entorno.

Se ve únicamente aquello que conviene ver, es decir, únicamente se ven aquellas cosas que están dentro de su propia “zona de confort”, como dirían los actores. Si se sale de ella, se vería ante la tesitura de tener que cambiar algo en sí mismo/a, como por ejemplo, asumir su propia responsabilidad. Luego, es mucho mejor para esa persona no enterarse de lo que pasa, por si acaso.

Probablemente el miedo que siente es tan grande que es mejor continuar escudada en la negación y así no arriesga nada.

Claro, esta actitud puede librar a la persona de un cuestionamiento personal, pero sólo por un rato. El problema vendrá cuando la situación le estalle en la cara. Y lo que generalmente termina pasando, es que, efectivamente, le estalla.

De manera más o menos inconsciente, la persona sopesa la situación y analiza las consecuencias que le acarrearía ver. Si éstas son muy “caras”, es decir, si tuviera que hacer un esfuerzo para cambiar y ser consecuente, es preferible que sigan estando en la zona invisible.

Una de las consecuencias, por no decir LA CONSECUENCIA, es que esa persona se queda sola. Con su ceguera poco a poco se va aislando, y, termina por estar completamente sola.

El miedo es el que le impide enfrentar las situaciones. Y, en palabras de una colega, tanto el cobarde como el valiente tienen mucho miedo, la diferencia es que el valiente, a pesar del miedo, actúa, en tanto que el cobarde se queda inmóvil. Uno pensaría que el valiente no siente miedo, que si bien es una idea que está muy arraigada, está bastante alejada de la realidad.

El otro caso es el de la persona que no puede ver.

No puede hacerlo porque lo que está en juego es su salud mental, en otras palabras, su supervivencia psíquica.

Desafortunadamente, hay numerosos casos en los cuales la situación del entorno rebasa los cortafuegos que esa persona, de manera inconsciente, pone en juego y termina por perder todo el contacto con la realidad.

El mecanismo de defensa de la negación ayuda a que se pueda soportar el sufrimiento y el dolor que traería ver su propia realidad.

Tenemos ejemplos espeluznantes de este tipo, como el caso de matrimonios en los que el hombre viola a su hija y la mujer “no sabe nada”, o el del señor vienés que secuestró, encerró y violó a su hija con la que tuvo varias hijas, y su mujer jamás “supo nada”.

La realidad es tan atroz que se opta de forma inconsciente por no ver lo que está sucediendo.

En estos casos la negación viene a ser el mecanismo que le permite su supervivencia psíquica. Como ya lo dije en otro artículo, los mecanismos de defensa protegen, y, es sólo cuando la persona ya no necesita protegerse que ésta puede ver.

A continuación me parece oportuno introducir la definición de este mecanismo así como los casos en que este mecanismo se utiliza:

Para Lazarus la negación es adaptativa cuando: (1) No puede hacerse nada constructivo para vencer el daño o la amenaza, (2) Existe negación de implicación y no de hecho (por ejemplo se acepta que se tiene cáncer, aunque no que signifique sentencia de muerte) y (3) Permite reducir el nivel de activación y ser más eficiente en las soluciones.

La negación propiamente dicha, que sería un mecanismo de defensa ‘inmaduro’ por el que la persona reprime contenidos inconscientes o preconscientes desagradables o dolorosos. No es una decisión consciente de ‘posponer’ las cosas – como en la supresión- sino que éstas quedan bloqueadas en el inconsciente y se vive ajena a ellas.

Durán Pérez, Teresa et al. Muerte y Desaparición Forzada en la Araucanía: Una Aproximación Étnica KO’AGA ROÑE’ETA se.x (2000) http://www.derechos.org/koaga/x/mapuches/

Como señalo más arriba, este mecanismo preserva al sujeto de consecuencias devastadoras, como la locura, por ejemplo, en donde la realidad es inasumible.

Hay quien opina que todas las personas utilizamos la negación en nuestra cotidianeidad. No estoy muy segura de esta afirmación, simplemente creo que aprendemos a ser selectivos. Entre más conscientes seamos, más cuenta nos daremos de las cosas que nuestra psíquis considera importantes y nos será más fácill desechar aquellas que han dejado de serlo.

Imagino que existirán seres humanos extraordinarios que abarcan muchas más cosas de manera consciente, pero creo que para las personas corrientes ser absolutamente conscientes de todo, es imposible.

En mi próximo artículo hablaré sobre el sarcasmo.

 

(Imagen: www.platenesigloxxi.com )

Darse permiso (o, autorizarse a…)

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Por Clara Olivares

Para las personas que han desarrollado una auto-exigencia muy elevada, el hecho de autorizarse a sí mismas a decir, actuar, expresar, disfrutar, y un largo etcétera, a veces resulta prácticamente impensable.

En el caso de ciertas emociones que socialmente están penalizadas, como por ejemplo la rabia o el enfado, se suele desarrollar un mecanismo de auto-censura. Son ellas mismas las que se coartan a sí mismas.

Desgraciadamente, el sistema social en que vivimos actualmente se ha valido de la misma estrategia y ha conseguido instaurar en cada ciudadano la misma auto-censura, y, me temo que lo “políticamente correcto” va encaminado a conseguir ese mismo objetivo.

Ha llegado a estar tan interiorizado el mandato de no permitirse expresar lo que se siente, que la sola idea de pensar que existe la posibilidad de no hacerlo, está fuera de cualquier discusión.

Desde el punto de vista emocional, es habitual que a estas personas les resulte muy difícil contactar con sus emociones, por eso es habitual observar que “actúen” aquello que sienten en lugar de sentirlo.

Este proceso es, evidentemente, inconsciente. Se pueden observar actuaciones como por ejemplo, criticar constantemente todo (personas, situaciones, grupos, etc.), o responder de manera agresiva, o despellejar a la persona con la que se está enfadado una vez que ésta se haya ido, por poner unos pocos ejemplos.

Casi todos esos condicionamientos están respaldados por una ley, manifiesta o tácita, que se aprendió en el seno familiar.

Al “autorizarse a”, se estaría contraviniendo una ley en concreto que fue inculcada por alguno de nuestros progenitores, o nuestros abuelos, o nuestros tíos. Ha sido la familia, nuclear o extendida así como el entorno social, los que se encargaron de enseñarnos y los que se aseguraron de que lo interiorizáramos.

Algunas veces el “super yo” que se desarrolla es tan enorme que se llega a ser despiadado consigo mismo, y por ende, con los demás. Se alcanzan cotas muy elevadas, como, por ejemplo, la de auto-aplicarse castigos absurdos y arbitrarios.

¿Qué ley se está infringiendo? ¿Quién la transmitió? ¿Qué es exactamente lo que se teme?

Podría ser, por ejemplo, la condena eterna, o la exclusión de la sociedad al ser señalado, o la crítica, o dejar de ser apreciado y aceptado por el medio, entre otros. En otras palabras, siempre subyace un castigo por haberse atrevido a desafiar lo establecido, es decir, a la norma.

En algunos casos, además de la obediencia ciega a la norma, se suma una profunda creencia de que no se es merecedor de, por ejemplo, un reconocimiento, o un placer, o un regalo, etc.

Con frecuencia las necesidades del otro se anteponen automáticamente a las propias. No digo que en algunas ocasiones es conveniente que así sea, me refiero al hecho de reaccionar siempre, y ante cualquier circunstancia, de esa manera.

Llega un momento en la vida en que es importante parar y replantearse los cimientos que sustentan nuestro funcionamiento.

¿Por qué no voy a ser merecedor de…?, o ¿Qué me impide ser feliz?, o ¿Por qué no voy a darme permiso para…?.

¿Es cierto que ese mandato tan rígido es válido para mí hoy en día? ¿Realmente quiero continuar obedeciéndolo?

No estoy refiriéndome a caer en un “laisser faire, laisser passer”, sino a plantearse si ese mandato se puede modificar por otro más en consonancia con nuestras necesidades y deseos en este momento de nuestra vida.

Lo he dicho antes y lo repito ahora: cualquier actuación es válida siempre y cuando no cause daño, a otro, o a uno mismo.

Para algunas personas es casi imposible “autorizarse a”, y me pregunto, mientras no dañe, ¿por qué no?

En mi próximo artículo hablaré sobre cuando no se quiere, o no se puede, ver.

(Imagen: www.diazbada.blogspot.com)

El despilfarro

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Por Clara Olivares

¿Qué hace que una persona sea despilfarradora?

Como en tantas otras cosas, existe un componente biológico y otro psicológico.

Parece ser que el “núcleo accumbens” tiene mucho que ver en eso. Son un grupo de neuronas del encéfalo que tienen una función importante en el placer.

Este núcleo recibe información de diferentes centros emocionales y de la actividad motora. Es el encargado de “analizar” esta información y favorecer o no la repetición de una experiencia.

Es decir, que el aprendizaje se afianza gracias a este núcleo. Afectivamente, existen experiencias vitales positivas, negativas y neutras. La función de este núcleo favorece las experiencias positivas, es decir, preserva las que han generado un estado positivo.

Lo que vendría a hacer sería recompensar estas experiencias, ya que la secreción de dopamina se incrementa, y este neurotransmisor es el responsable del placer.

Hasta aquí, muy bien. Pero ¿que hacemos cuando a lo biológico se le une lo psicológico?

Y en este punto es cuando “la puerquita torció el rabo” (dicho popular colombiano para expresar que a partir de este momento la cosa de complica).

Puede que a través de ese comportamiento estemos llenando un vacío interno, como por ejemplo, la búsqueda de aprobación o la necesidad de reconocimiento, entre otros. O simplemente despilfarremos para acallar la angustia.

¿Por qué necesitamos llenarnos de cosas?

En algunos casos he observado una “compulsión” por comprar, aunque no lo necesitemos.

No hay que olvidar así mismo, que estamos inmersos en una sociedad de consumo que nos bombardea constantemente con un solo mensaje: COMPRA.

Y tenemos que hacer un esfuerzo para no caer en esa dinámica.

Hace poco vi un documental en el que un periodista deseaba averiguar en qué gastaban su dinero los multimillonarios. El programa se centraba en la comida, así que entrevistaban a un chef que cocinaba para ellos. Lo que más me llamó la atención era que este hombre decía que lo que buscaban últimamente era “tener la experiencia”.

Poco importaba lo que costara la exclusividad, la clave estaba en ser ellos los primeros en degustarla. Así, el chef buscaba por todo el mundo alimentos raros, como por ejemplo, un grano de café que un animal que vivía en una selva se lo tragaba, lo digería y buscando en sus excrementos lo encontraban, lo limpiaban y preparaban con él un café que estas personas degustaban.

¡No hablemos del precio de una taza!

El despilfarro de dinero me dejó sin habla. ¿Por qué unos poquísimos privilegiados dilapidaban esas sumas?

Pienso que el vacío interior debe ser enorme. Quizás necesiten realizar esas extravagancias para sentirse vivos.

Y me pregunto: ¿dónde está el límite? ¿Alguien lo marca? ¿Por qué se acepta? ¿Por qué existe un público para ello?

Creo que sucede lo mismo con las “snuff movies”. No creo que el “todo vale” para encontrar placer sea válido.

¿Qué nos está pasando que hemos perdido por completo el norte?

Pongo los ejemplos más extremos, pero a un nivel más cercano me atrevería a afirmar que, en mayor o en menor medida, nosotros también podríamos adolecer del mismo mal.

En mi próximo artículo hablaré sobre “darse permiso para”.

(Imagen: www.periodistadigital.com )

 

 

La seducción

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Por Clara Olivares

Cuando pensamos en la seducción, lo primero que se nos viene a la cabeza es la sexual. ¿Por qué? Imagino que porque estamos saturados de mensajes que van en esa dirección. Los medios nos bombardean sin descanso, y, a veces resulta agobiante.

Pero, felizmente la sexual no es la única seducción que existe: también nos seduce un relato, una imagen, un olor, una charla, un gesto, una obra de arte, etcétera.

La seducción es el acto que consiste en inducir y persuadir a alguien con el fin de modificar su opinión o hacerle adoptar un determinado comportamiento o actitud. Suele emplearse sobre todo en el ámbito de lo sexual. El término puede tener una connotación positiva o negativa, según se considere mayor o menor cantidad de engaño incluido en la acción. Etimológicamente, seducir proviene del latín seductio («acción de apartar»). Y, según el Diccionario de la lengua española, en su primera acepción, seducir es «engañar con arte y maña», aunque al tratarse de un término tan emocional cada autor ha acuñado su propio término.

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Si y no. Me explico. Cierto es que en algunos casos existe un objetivo claro de llevarte a un punto determinado con premeditación, como en el caso de la publicidad, por ejemplo. Su propuesta se basa en este principio.

Y luego está el aspecto que tiene que ver con la estructura interna de una persona, con su identidad. Ya lo he dicho en más de una ocasión, si un ser humano crece sin este sostén, carece de estructura interna, y, lo más probable es que acarree con ese déficit hasta que consiga estructurarse.

Esto se consigue o no… dependiendo del sufrimiento que despierte en la persona su neurosis, de las “muletas” que se haya creado para sobrevivir, y de un amplio etcétera.

De lo que quiero hablar hoy es de los dos grandes apartados que tiene la seducción: el proceso de formación del yo y la característica personal que define a cada individuo.

Comencemos por el primer apartado: la necesidad vital del ser humano de construirse una identidad.

La utilización de la seducción como la única manera para relacionarse con el mundo y con el otro, suele ser el resultado de una enorme carencia de reconocimiento. Quienes operan en este registro, probablemente han adolecido en su infancia de una mirada del exterior que les valore y les transmitan el mensaje de que son valiosos y que tienen el derecho a ser como son. En otras palabras, que les estructure internamente.

Es el caso de esas personas que cada cosa que realizan en la vida va encaminada a obtener un reconocimiento del entorno. Mientras que el sujeto no termine de convencerse de que realmente vale, seguirá buscando fuera la aprobación.

Cuando ya se ha conseguido construir una identidad sólida, la estrategia de la seducción no es necesaria.

Hay personas que han nacido, o, han escogido, no lo sé, la seducción como el rasgo que los define.

Si pensamos en nuestros conocidos, seguramente sabremos de inmediato quién es un/una seductor/ra.

En segundo término, hablaríamos de la manera de ser que rige nuestro comportamiento.

“potenciar lo mejor de nosotros mismos al exterior”.

Esta definición que encontré en Internet, me parece muy ilustrativa.

Creo que esta forma de ser surge de forma espontánea. Me parece que cuando se intenta seducir siguiendo un manual, no funciona.

Por eso encuentro la definición que menciono más arriba muy acertada.

Creo que todos, de manera más o menos consciente, sabemos cuáles son nuestros puntos fuertes y los explotamos. Tontos seríamos si no lo hiciéramos…

Existen muchas páginas que hablan sobre las estrategias a seguir si quieres enamorar. Vale, pero vuelvo a lo mismo: seguir un guión, tarde o temprano, tiene un efecto contraproducente.

Recuerdo ahora la película de Stephen Frears, “Las amistades peligrosas”, que ilustra muy bien esta estrategia. Él despliega su artillería pesada para seducir a la pobre incauta, quién termina cayendo rendida a sus pies. Sí, ya sé que la película tiene un final trágico para todos los implicados, pero esa es otra historia.

Lo que me parece interesante es cómo él, que es una gran seductor, utiliza. todas sus armas para conseguir su objetivo (bastante cruel, por cierto), y lo logra.

Lo que intento decir, es que, siendo uno mismo ya se tiene ganada la partida. No creo que haya nada más seductor que una persona que es ella misma, sin artificios ni poses.

Como se diría en marketing: “sé tu propia marca”.

La manipulación es un juego que, para conseguir este propósito, es inadecuada.

Cuando conseguimos ser nosotros mismos, actuamos, sentimos y pensamos de acuerdo a lo que somos.

Y, creo que no existe persona más seductora que aquella que es auténtica.

Como ilustra la imagen, si nos permitimos ser “la galleta”, probablemente pocos perros se nos resistan.

En mi próximo artículo hablaré sobre el despilfarro.

(Imagen: www.taringa.net)

 

La tolerancia a la frustración

 

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Por Clara Olivares

La frustración es una respuesta emocional común a la oposición,  relacionada con la ira y la decepción,  que surge de la percepción de resistencia al cumplimiento de la voluntad individual. Cuanto mayor es la obstrucción y la voluntad, mayor también será probablemente la frustración. La causa de la frustración puede ser interna o externa.

En las personas, la frustración interna puede surgir del conflicto y también puede ser una fuente interna de la frustración, cuando uno tiene objetivos contrapuestos que interfieran unos con otros, puede crear una disonancia cognitiva. Las causas externas de la frustración implican condiciones fuera de un individuo, como un camino bloqueado o una tarea difícil. Mientras que hacer frente a la frustración, algunas personas pueden participar en el comportamiento pasivo-agresivo, lo que hace difícil identificar las causas originales de su frustración, ya que las respuestas son indirectas. Una respuesta más directa, y común, es una propensión a la agresión.

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Como bien dice esta definición, la frustración aparece cuando nuestros deseos no se ven realizados, en otras palabras, cuando no se ve realizada nuestra propia voluntad.

Esta obstrucción genera rabia, aunque no en todos los casos se reacciona de la misma manera. La decepción me parece una reacción más sana.

Me explico: la rabia produce una descarga de adrenalina que no está favoreciendo la acción, al contrario, ese “chute” se revierte hacia nosotros mismos, y, lo único que provoca es mucho malestar.

El ritmo cardiaco se acelera y la presión sanguínea aumenta. No me extraña que a los enfermos del corazón se les ordene evitar situaciones en las que se puedan enfadar.

Este enfado en muchas especies se expresa a través de la expresión facial, el lenguaje corporal, la emisión de sonidos, mostrar los dientes o mirarse fijamente.

Recuerdo a alguien que cada vez que la misma persona le hacía fotos, literalmente “asesinaba” la cámara.

La respuesta natural ante una amenaza es el ataque o la huida. ¿Pero qué pasa cuando esa amenaza no es real?

Me refiero al caso al que he citado más arriba, ¿era ésta una amenaza¿ o ¿era vivida por esa persona como tal?

Ante este sentimiento de rabia y de decepción, ¿cómo reaccionamos?

Desafortunadamente, la educación que actualmente los padres dan a sus hijos (por lo menos en España) aboga por que los niños y los adolescentes vean satisfechas sus demandas de forma inmediata.

No se educa para que el sujeto vaya desarrollando un “umbral de frustración” sano y muy necesario para enfrentar la vida.

Estas personas crecen convencidas de que pueden satisfacer TODAS sus necesidades y expectativas de inmediato.

Nada mas alejado de la realidad.

La vida es un encadenamiento de frustraciones, que, si no sabemos encajarlas bien, nos lo harán pasar muy mal.

Si a una persona no le enseñan desde pequeña a manejar adecuadamente su frustración, saldrá al mundo exterior desnuda, sin armas para poder enfrentar los avatares de la vida.

El resultado puede ser el de criar a un tirano o el de crear un ser completamente desarmado y frágil que al menor embate de la realidad se derrumbe.

También nos podemos encontrar con personas amargadas y malhumoradas que siempre están enfadadas y que se muestran irritables y resentidas.

Sería interesante analizar las sociedades para poder observar como han sido educadas las diferentes poblaciones.

Recordemos que cuando la frustración es muy grande, la agresividad aumenta, inconscientemente, por supuesto.

Es una realidad que existen sociedades en que la situación social está tan desequilibrada que, precisamente ese desequilibrio es el que causa un mayor resentimiento.

Pero volvamos al individuo. Cuando éste adolece de unas expectativas internas que chocan con su realidad, poniendo en evidencia un desfase abrumador, generalmente en donde el sujeto no sale favorecido, y si además, no es consciente de ello, lo más seguro es que cargue con su ira sobre diferentes objetivos en el mundo exterior.

Charlando sobre el tema con varias colegas, éstas estaban asombradas al constatar cómo sujetos alrededor de los 30’s poseían un umbral a la frustración penosamente bajo.

¿Qué nos está mostrando este fenómeno? Tristemente, que es poco halagüeño.

Como digo más arriba, la vida es frustración (y deleite, por supuesto), pero sino sabemos encajar esta última, ¿cómo sobreviviremos sin convertirnos es seres frágiles e insoportables?

En mi próximo artículo hablaré sobre el desorden.

(Imagen:www.noticias.universa.cl)

 

Necesidad de confirmación

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Por Clara Olivares

Todo ser humano necesita ser confirmado por otro para poder construir su identidad.

Desafortunadamente uno necesita la confirmación de otro ser humano para existir. En este caso, la auto-confirmación no sirve de nada.

Confirmación significa la ratificación de tu mismidad como individuo. Es necesario que ese otro ratifique mediante la confirmación que tú eres tú y que tienes derecho a ser como eres.

Al confirmar a alguien se le está transmitiendo este mensaje: «te acepto tal y como eres y tienes derecho a ser así”.

El ideal es que, durante el período de formación de un ser humano (niñez y adolescencia) su entorno familiar y social le permita construir su propia identidad mediante la confirmación.

En un mundo perfecto este proceso se llevaría a cabo de manera satisfactoria y tendríamos personas con identidades sólidas.

Pero, la realidad nos muestra que no siempre suele ser así.

Es frecuente que nos topemos con individuos que están pidiendo confirmación, es decir, que necesitan la constatación permanente de que el otro le reconozca y le certifique como un ser valioso, inteligente, bueno, bello, etc. dependiendo del tipo de confirmación que éste necesite.

Hasta que la persona no compruebe por sí misma que es alguien con valores y cualidades que le hacen merecedor del aprecio y del respeto del entorno, ésta no dejará de demandar confirmación.

Lo que alguien necesita que le confirmen dependerá de la carencia que cada uno tenga, de esta forma la demanda que haga estará encaminada a confirmar aquello de lo que siente que carece.

Por ejemplo: una persona puede sentirse tremendamente insegura de su capacidad intelectual, creyendo firmemente que no posee las habilidades necesarias para que la consideren inteligente.

Necesitará comprobar una y otra vez que sí está capacitada. No importa el número de veces que su entorno le haya manifestado su error, lo importante es que ella SE CONVENZA A SÍ MISMA de que es cierto y se lo crea.

Mientras que esa persona no se convenza de que es capaz, demandará constantemente pruebas de ello a los otros.

Así encontramos individuos que les piden a su pareja, por ejemplo, pruebas constantes de su amor porque no se acaban de creer que sea merecedores de ese amor.

Lo paradójico es que nunca llegan a ser conscientes de lo que hacen. Solamente después de realizar un trabajo de auto-conocimiento profundo lo pueden hacer consciente.

Para las personas que están a su alrededor puede llegar a ser cansino, básicamente porque nunca acaban de ser suficientes las pruebas que les den.

Dejarán de pedir la confirmación de otro en el momento en que hayan construido una identidad sólida y ya no necesiten más pruebas.

Como suele ser una demanda inconsciente, terminan realizando actuaciones, más o menos estrafalarias, que a ojos de los que los observan desde fuera resultan chocantes.

Por ejemplo, pueden hacer patente una habilidad o un conocimiento en el momento menos oportuno para “lucirse” y poner de manifiesto que ellos son “mejores” que los demás.

Visto desde afuera puede llegar a ser irritante o patético. Lo que el otro puede percibir es un grito sordo para ser confirmado. Y, eso, provoca ternura cuando podemos mirar lo que subyace detrás de su actuación.

Todos hemos realizado actuaciones de esta índole en algún momento de nuestra vida, no se nos puede culpar por ello. Lo que sí me parece importante es que nos demos cuenta de lo que hacemos y la razón que nos impulsa a hacerlo.

Seguramente, cuando nos encontramos ante una situación que no acabamos de controlar del todo y ante la cual nos sentimos inseguros, es totalmente natural que busquemos confirmación de que nuestro desempeño es el correcto.

La diferencia es que necesitamos esa aprobación del entorno de manera puntual. Lo preocupante sería que esta necesidad estuviera presente en todas nuestras actuaciones cotidianas.

En mi próximo artículo hablaré sobre la tolerancia a la frustración.

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