La frustración

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Por Clara Olivares

Sucede con frecuencia que nuestros deseos y nuestras necesidades no llegan a cumplirse de la forma en que quisiéramos.

¿Cómo reacciono ante ese sentimiento?

Quizás sienta mucha rabia o tristeza, la cara b del enfado.

Si nos limitáramos exclusivamente a tener ese sentimiento, no habría problema. Éste viene cuando nuestra actuación desemboca en una pataleta, una agresión, una descalificación, etc.

En el Vigeland Park de Oslo (Noruega) hay una escultura muy elocuente de un niño teniendo un ataque de rabia (o una pataleta).

Pués así nos ponemos cuando algo es contrario a nuestros deseos. Ya adultos no lo expresamos de una forma tan directa (¡teóricamente!), pero en nuestro interior somos igual a ese niño.

A que no resulta muy bonito, ¿cierto?

Afortunadamente en este tema la educación juega un papel esencial. Si nos dejaron silvestres y no hubo un adulto cerca que nos pusiera un límite, es decir, que detuviera ese estado emocional, lo vamos a tener muy complicado en el futuro.

No es sólo porque el espectáculo es lamentable, sino porque en el interior de esa persona la angustia se desboca.

De allí la imperiosa necesidad de aprender a parar, de desarrollar un «umbral de tolerancia a la frustración».

Entre más alto sea éste, menos sufrimiento vamos a padecer.

Si desde pequeños nos enseñan a parar y a comprender que esa desazón no dura eternamente y, más aún, que somos capaces de soportarla sin desintegrarnos, nos habrán hecho un favor enorme.

Los niños piden a gritos (literalmente) que les marquen un límite, que les paren, ya que ellos aún no son capaces de hacerlo por sí mismos.

La educación es un proceso que poco a poco permite que el individuo interiorice los límites y ya no sea necesaria la presencia de otra persona para que lo haga por él.

La desazón es tan grande y la angustia que se vive es tan insoportable que la persona hace lo que sea para que ésta cese.

El aprendizaje a realizar es «quedarse y sentir la angustia». No es agradable, evidentemente, pero la cantidad de sufrimiento que nos ahorramos bien lo vale.

Me pregunto si la tendencia social imperante de satisfacer los deseos en el instante mismo en que éstos surgen no tendrá su raíz atrapada en este estadío infantil.

Puede que nos hayamos construído ideas catastróficas de lo más descabelladas en nuestro imaginario sobre todo aquello que nos sucedería si aguantáramos el chaparrón, por eso es imprescindible para la persona que lo vive, escapar como dé lugar de ese sentimiento.

Repito, para salir del estado infantil, el antídoto para la frustración es quedarse y vivir la angustia.

Poco a poco se va aprendiendo que «no nos vamos a morir» y «que la podemos soportar». Aplazando la satisfacción inmediata de esos deseos o de esas necesidades se puede superar el sentimiento de frustración.

De otra forma me parece muy difícil.

Se trata de ir construyendo poquito a poquito ese «umbral de frustración» del que he hablado.

En mi próximo artículo hablaré sobre la omnipotencia.

(Imagen: www.guide.esntrain.org)