¿Seré yo una persona vaga?

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Por Clara Olivares

La pereza que nos invade a la hora de acometer una tarea puede llegar a convertirse en un hábito que se puede volver en nuestra contra.

Evidentemente, no todas las tareas nos despiertan el mismo entusiasmo. Razón por la cual las vamos postergando, es humano!

Ahora, ¿cuánto las retrasamos? Y ¿Con qué frecuencia?

La actitud con la que encaramos aquello que requiere esfuerzo de nuestra parte dependerá del tipo de persona que seamos, grosso modo, diría que en general existen dos grandes grupos: los activos y los pasivos.

Es como si se encendiera un motor interno que nos impulsa a la acción. Y la celeridad con que éste se enciende no es la misma para todos ni para todas las tareas.

Es normal que algunas de estas tareas las resolvamos de forma inmediata, porque nos hacen ilusión o, porque pican nuestra curiosidad o, simplemente porque nos produce placer hacerlas. Habrá tareas ante las cuales somos más activos y otras ante las que somos más pasivos.

Al margen de esto, si es verdad que la manera como actúa una persona activa difiere enormemente de la pasiva.

Para la activa, tanto las tareas agradables como las desagradables las enfrentan y las resuelven rápidamente, se pone en acción sin mayor dilación.

No la deja tranquila ni relajada la idea de tener un “pendiente” merodeando por ahí.

Prefiere disponer de su energía y de su tiempo para hacerlo y quitarse de encima el peso que le ocasionaría postergarlo.

Postergar le causa desazón. El motivo que le lleva a actuar rápidamente, quizás sea evitar sentir ese malestar.

Por lo general no le causa temor enfrentar las cosas y, aunque si así fuera, coge de la mano el miedo y hace frente a la situación.

Estas personas se caracterizan por poseer una gran fuerza de voluntad. Podría decir que es la gasolina de su motor.

Trabajan con energía y rapidez y suelen realizar su cometido en el momento en que se habla de él.

En resumen, este tipo de personas no son “vagas”.

Por el contrario, las personas pasivas suelen reaccionar ante una tarea pendiente con el “motor a ralentí” o simplemente lo tienen apagado.

No todos aquellos que son pasivos se convierten en unos vagos. Pero sí es cierto que si se instaura el hábito de postergar la tarea, terminarán convirtiéndose en vagos/as.

El rasgo más característico que poseen es el de postergar la acción.

Algunos autores a esto lo llaman procrastinación.

Muchas veces llegan a postergar aquello que les apetece. Paradójico, ¿no?

Pero, ¿por qué lo hacen?

Son varias las posibles respuestas. Puede que la tarea les suponga un cambio o, que les produzca dolor o, incomodidad o, que ésta requiera una energía que sienten que no poseen. O, simplemente que ésta suponga un compromiso para ellas.

Y esta actitud les genera mucho estrés.

Se podría decir que terminan por abordar lo importante en detrimento de lo urgente.

La poca fuerza de voluntad que demuestran, no les ayuda a encender su motor interno.

Muchas veces optan por realizar tareas que les son más agradables o que son irrelevantes.

Finalmente, me parece interesante hacer un pequeño balance sobre nuestra forma de actuar ante una tarea pendiente. Creo que al descubrir como reaccionamos podremos tener un mejor conocimiento de nosotros mismos y podremos saber qué es lo que de verdad nos mueve a la acción o, a la inacción.

En mi próximo artículo hablaré sobre el hábito que tenemos de quedarnos sólo con una parte de las múltiples características del otro, sin llegar a veces, a ser conscientes de ello.

(Imagen: www.coachingindoor.com)

Cuando no se quiere ver (…o no se puede)

 

Gafas

Por Clara Olivares

El hecho de no ver lo que sucede a nuestro alrededor, o lo que hacemos sin enterarnos jamás de ello, suele observarse frecuentemente en dos situaciones muy diferentes entre sí.

En ambos casos, la ceguera es selectiva, aunque la raíz de la que nace es muy distinta.

En un lado está el que no quiere ver y en el otro está el que no puede hacerlo.

Hablaré en primer término del caso de la persona que no quiere ver.

Como reza el dicho popular: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Una muestra de este tipo de ceguera la ilustra muy bien la película de Stanley Kubrick, “Eyes wide shut”, en la que la pareja protagonista no quiere ver cómo se encuentra su propia relación, ni lo que sucede en su entorno.

Se ve únicamente aquello que conviene ver, es decir, únicamente se ven aquellas cosas que están dentro de su propia “zona de confort”, como dirían los actores. Si se sale de ella, se vería ante la tesitura de tener que cambiar algo en sí mismo/a, como por ejemplo, asumir su propia responsabilidad. Luego, es mucho mejor para esa persona no enterarse de lo que pasa, por si acaso.

Probablemente el miedo que siente es tan grande que es mejor continuar escudada en la negación y así no arriesga nada.

Claro, esta actitud puede librar a la persona de un cuestionamiento personal, pero sólo por un rato. El problema vendrá cuando la situación le estalle en la cara. Y lo que generalmente termina pasando, es que, efectivamente, le estalla.

De manera más o menos inconsciente, la persona sopesa la situación y analiza las consecuencias que le acarrearía ver. Si éstas son muy “caras”, es decir, si tuviera que hacer un esfuerzo para cambiar y ser consecuente, es preferible que sigan estando en la zona invisible.

Una de las consecuencias, por no decir LA CONSECUENCIA, es que esa persona se queda sola. Con su ceguera poco a poco se va aislando, y, termina por estar completamente sola.

El miedo es el que le impide enfrentar las situaciones. Y, en palabras de una colega, tanto el cobarde como el valiente tienen mucho miedo, la diferencia es que el valiente, a pesar del miedo, actúa, en tanto que el cobarde se queda inmóvil. Uno pensaría que el valiente no siente miedo, que si bien es una idea que está muy arraigada, está bastante alejada de la realidad.

El otro caso es el de la persona que no puede ver.

No puede hacerlo porque lo que está en juego es su salud mental, en otras palabras, su supervivencia psíquica.

Desafortunadamente, hay numerosos casos en los cuales la situación del entorno rebasa los cortafuegos que esa persona, de manera inconsciente, pone en juego y termina por perder todo el contacto con la realidad.

El mecanismo de defensa de la negación ayuda a que se pueda soportar el sufrimiento y el dolor que traería ver su propia realidad.

Tenemos ejemplos espeluznantes de este tipo, como el caso de matrimonios en los que el hombre viola a su hija y la mujer “no sabe nada”, o el del señor vienés que secuestró, encerró y violó a su hija con la que tuvo varias hijas, y su mujer jamás “supo nada”.

La realidad es tan atroz que se opta de forma inconsciente por no ver lo que está sucediendo.

En estos casos la negación viene a ser el mecanismo que le permite su supervivencia psíquica. Como ya lo dije en otro artículo, los mecanismos de defensa protegen, y, es sólo cuando la persona ya no necesita protegerse que ésta puede ver.

A continuación me parece oportuno introducir la definición de este mecanismo así como los casos en que este mecanismo se utiliza:

Para Lazarus la negación es adaptativa cuando: (1) No puede hacerse nada constructivo para vencer el daño o la amenaza, (2) Existe negación de implicación y no de hecho (por ejemplo se acepta que se tiene cáncer, aunque no que signifique sentencia de muerte) y (3) Permite reducir el nivel de activación y ser más eficiente en las soluciones.

La negación propiamente dicha, que sería un mecanismo de defensa ‘inmaduro’ por el que la persona reprime contenidos inconscientes o preconscientes desagradables o dolorosos. No es una decisión consciente de ‘posponer’ las cosas – como en la supresión- sino que éstas quedan bloqueadas en el inconsciente y se vive ajena a ellas.

Durán Pérez, Teresa et al. Muerte y Desaparición Forzada en la Araucanía: Una Aproximación Étnica KO’AGA ROÑE’ETA se.x (2000) http://www.derechos.org/koaga/x/mapuches/

Como señalo más arriba, este mecanismo preserva al sujeto de consecuencias devastadoras, como la locura, por ejemplo, en donde la realidad es inasumible.

Hay quien opina que todas las personas utilizamos la negación en nuestra cotidianeidad. No estoy muy segura de esta afirmación, simplemente creo que aprendemos a ser selectivos. Entre más conscientes seamos, más cuenta nos daremos de las cosas que nuestra psíquis considera importantes y nos será más fácill desechar aquellas que han dejado de serlo.

Imagino que existirán seres humanos extraordinarios que abarcan muchas más cosas de manera consciente, pero creo que para las personas corrientes ser absolutamente conscientes de todo, es imposible.

En mi próximo artículo hablaré sobre el sarcasmo.

 

(Imagen: www.platenesigloxxi.com )

El despilfarro

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Por Clara Olivares

¿Qué hace que una persona sea despilfarradora?

Como en tantas otras cosas, existe un componente biológico y otro psicológico.

Parece ser que el “núcleo accumbens” tiene mucho que ver en eso. Son un grupo de neuronas del encéfalo que tienen una función importante en el placer.

Este núcleo recibe información de diferentes centros emocionales y de la actividad motora. Es el encargado de “analizar” esta información y favorecer o no la repetición de una experiencia.

Es decir, que el aprendizaje se afianza gracias a este núcleo. Afectivamente, existen experiencias vitales positivas, negativas y neutras. La función de este núcleo favorece las experiencias positivas, es decir, preserva las que han generado un estado positivo.

Lo que vendría a hacer sería recompensar estas experiencias, ya que la secreción de dopamina se incrementa, y este neurotransmisor es el responsable del placer.

Hasta aquí, muy bien. Pero ¿que hacemos cuando a lo biológico se le une lo psicológico?

Y en este punto es cuando “la puerquita torció el rabo” (dicho popular colombiano para expresar que a partir de este momento la cosa de complica).

Puede que a través de ese comportamiento estemos llenando un vacío interno, como por ejemplo, la búsqueda de aprobación o la necesidad de reconocimiento, entre otros. O simplemente despilfarremos para acallar la angustia.

¿Por qué necesitamos llenarnos de cosas?

En algunos casos he observado una “compulsión” por comprar, aunque no lo necesitemos.

No hay que olvidar así mismo, que estamos inmersos en una sociedad de consumo que nos bombardea constantemente con un solo mensaje: COMPRA.

Y tenemos que hacer un esfuerzo para no caer en esa dinámica.

Hace poco vi un documental en el que un periodista deseaba averiguar en qué gastaban su dinero los multimillonarios. El programa se centraba en la comida, así que entrevistaban a un chef que cocinaba para ellos. Lo que más me llamó la atención era que este hombre decía que lo que buscaban últimamente era “tener la experiencia”.

Poco importaba lo que costara la exclusividad, la clave estaba en ser ellos los primeros en degustarla. Así, el chef buscaba por todo el mundo alimentos raros, como por ejemplo, un grano de café que un animal que vivía en una selva se lo tragaba, lo digería y buscando en sus excrementos lo encontraban, lo limpiaban y preparaban con él un café que estas personas degustaban.

¡No hablemos del precio de una taza!

El despilfarro de dinero me dejó sin habla. ¿Por qué unos poquísimos privilegiados dilapidaban esas sumas?

Pienso que el vacío interior debe ser enorme. Quizás necesiten realizar esas extravagancias para sentirse vivos.

Y me pregunto: ¿dónde está el límite? ¿Alguien lo marca? ¿Por qué se acepta? ¿Por qué existe un público para ello?

Creo que sucede lo mismo con las “snuff movies”. No creo que el “todo vale” para encontrar placer sea válido.

¿Qué nos está pasando que hemos perdido por completo el norte?

Pongo los ejemplos más extremos, pero a un nivel más cercano me atrevería a afirmar que, en mayor o en menor medida, nosotros también podríamos adolecer del mismo mal.

En mi próximo artículo hablaré sobre “darse permiso para”.

(Imagen: www.periodistadigital.com )

 

 

La seducción

www.taringa.net

Por Clara Olivares

Cuando pensamos en la seducción, lo primero que se nos viene a la cabeza es la sexual. ¿Por qué? Imagino que porque estamos saturados de mensajes que van en esa dirección. Los medios nos bombardean sin descanso, y, a veces resulta agobiante.

Pero, felizmente la sexual no es la única seducción que existe: también nos seduce un relato, una imagen, un olor, una charla, un gesto, una obra de arte, etcétera.

La seducción es el acto que consiste en inducir y persuadir a alguien con el fin de modificar su opinión o hacerle adoptar un determinado comportamiento o actitud. Suele emplearse sobre todo en el ámbito de lo sexual. El término puede tener una connotación positiva o negativa, según se considere mayor o menor cantidad de engaño incluido en la acción. Etimológicamente, seducir proviene del latín seductio («acción de apartar»). Y, según el Diccionario de la lengua española, en su primera acepción, seducir es «engañar con arte y maña», aunque al tratarse de un término tan emocional cada autor ha acuñado su propio término.

Wikipedia

Si y no. Me explico. Cierto es que en algunos casos existe un objetivo claro de llevarte a un punto determinado con premeditación, como en el caso de la publicidad, por ejemplo. Su propuesta se basa en este principio.

Y luego está el aspecto que tiene que ver con la estructura interna de una persona, con su identidad. Ya lo he dicho en más de una ocasión, si un ser humano crece sin este sostén, carece de estructura interna, y, lo más probable es que acarree con ese déficit hasta que consiga estructurarse.

Esto se consigue o no… dependiendo del sufrimiento que despierte en la persona su neurosis, de las “muletas” que se haya creado para sobrevivir, y de un amplio etcétera.

De lo que quiero hablar hoy es de los dos grandes apartados que tiene la seducción: el proceso de formación del yo y la característica personal que define a cada individuo.

Comencemos por el primer apartado: la necesidad vital del ser humano de construirse una identidad.

La utilización de la seducción como la única manera para relacionarse con el mundo y con el otro, suele ser el resultado de una enorme carencia de reconocimiento. Quienes operan en este registro, probablemente han adolecido en su infancia de una mirada del exterior que les valore y les transmitan el mensaje de que son valiosos y que tienen el derecho a ser como son. En otras palabras, que les estructure internamente.

Es el caso de esas personas que cada cosa que realizan en la vida va encaminada a obtener un reconocimiento del entorno. Mientras que el sujeto no termine de convencerse de que realmente vale, seguirá buscando fuera la aprobación.

Cuando ya se ha conseguido construir una identidad sólida, la estrategia de la seducción no es necesaria.

Hay personas que han nacido, o, han escogido, no lo sé, la seducción como el rasgo que los define.

Si pensamos en nuestros conocidos, seguramente sabremos de inmediato quién es un/una seductor/ra.

En segundo término, hablaríamos de la manera de ser que rige nuestro comportamiento.

“potenciar lo mejor de nosotros mismos al exterior”.

Esta definición que encontré en Internet, me parece muy ilustrativa.

Creo que esta forma de ser surge de forma espontánea. Me parece que cuando se intenta seducir siguiendo un manual, no funciona.

Por eso encuentro la definición que menciono más arriba muy acertada.

Creo que todos, de manera más o menos consciente, sabemos cuáles son nuestros puntos fuertes y los explotamos. Tontos seríamos si no lo hiciéramos…

Existen muchas páginas que hablan sobre las estrategias a seguir si quieres enamorar. Vale, pero vuelvo a lo mismo: seguir un guión, tarde o temprano, tiene un efecto contraproducente.

Recuerdo ahora la película de Stephen Frears, “Las amistades peligrosas”, que ilustra muy bien esta estrategia. Él despliega su artillería pesada para seducir a la pobre incauta, quién termina cayendo rendida a sus pies. Sí, ya sé que la película tiene un final trágico para todos los implicados, pero esa es otra historia.

Lo que me parece interesante es cómo él, que es una gran seductor, utiliza. todas sus armas para conseguir su objetivo (bastante cruel, por cierto), y lo logra.

Lo que intento decir, es que, siendo uno mismo ya se tiene ganada la partida. No creo que haya nada más seductor que una persona que es ella misma, sin artificios ni poses.

Como se diría en marketing: “sé tu propia marca”.

La manipulación es un juego que, para conseguir este propósito, es inadecuada.

Cuando conseguimos ser nosotros mismos, actuamos, sentimos y pensamos de acuerdo a lo que somos.

Y, creo que no existe persona más seductora que aquella que es auténtica.

Como ilustra la imagen, si nos permitimos ser “la galleta”, probablemente pocos perros se nos resistan.

En mi próximo artículo hablaré sobre el despilfarro.

(Imagen: www.taringa.net)

 

El desorden

www.cienciaciego.blogspot.com

Por Clara Olivares

“el orden se define como todo aquello que funciona de determinada manera o la organización de elementos en determinado espacio, realizado por un individuo inteligente.”

La mente es maravillosa

¿Existe un desorden bueno y un desorden malo? En otras palabras, ¿uno aceptable y uno que no lo es?

Depende… en función de nuestra educación, nuestra forma de ser, nuestros objetivos, el tiempo de que dispongamos, nuestra cultura, las ganas que tengamos y un largo etcétera.

Digo esto porque los conceptos de orden-desorden son tan variados como lo son los seres humanos.

Lo que es orden para una persona, para otra puede ser desorden. Como dice la definición cada persona se organiza en función de sus propias necesidades.

Existen individuos que disponen su entorno de tal forma que parecería caótico y, sin embargo, si precisan de algo, lo encuentran inmediatamente. Saben en que lugar está cada cosa.

Y también los hay que disponen todo lo que les rodea de una manera sistemática y ordenada pero que son incapaces de encontrar rápidamente lo que buscan.

Y esto nos conduce al concepto de eficacia.

¿Es nuestro sistema de ordenar uno eficaz? ¿O por el contrario, no es operativo?

La manera que tenemos de organizar nuestro trabajo, nuestro horario o nuestra jornada nos dará una idea sobre lo apto que resulta éste a la hora de obtener los resultados esperados.

¿Responde a los objetivos que teníamos cuándo la diseñamos?

Si la respuesta es un si, quiere decir que nuestra forma de organizarnos es la adecuada. Pero, si es un no, quiere decir que, probablemente esa no es la idónea.

Yo tengo la teoría de que la manera en que nos organizamos ante cualquier tarea responde directamente a la forma en que discurre nuestro pensamiento. Así, la estructura de nuestro pensamiento se plasma en el modo en que nos organizamos.

Algunos teóricos hablan del desorden como de un mal hábito. Pienso que sólo en parte. He conocido a varias personas que no se han preocupado nunca de ordenar nada, ya que siempre ha habido alguien que se ocupaba de eso por ellos. A este fenómeno suelo llamarlo “la mano que limpia” ya que es invisible para el que la tiene.

Para mi, el orden está íntimamente ligado a la armonía y a la estética. Soy consciente de que es una percepción muy personal, aunque no creo que esté alejada del concepto en sí.

Me parece que cuando algo está ordenado, necesariamente es armónico y por lo tanto estético.

Y si voy más lejos, lo armónico es bello. Calma, apacigua, tranquiliza…

Como en muchas cosas, la rigidez es una mala consejera para una convivencia provechosa y pacífica. Es decir, que si nos ponemos muy rígidos con nuestra idea del desorden, podremos llegar a convertirnos es seres intolerantes.

Ya hemos visto que, como un individuo se organiza suele corresponderse con el orden lógico que rige su pensamiento y con sus necesidades.

Por eso creo que es muy importante ejercitar nuestra tolerancia ante el otro. A algunos les costará más y a otros menos.

En mi próximo artículo hablaré sobre la seducción.

(Imagen: www.cienciaciega.blogspot.com)

 

La tolerancia a la frustración

 

noticias.universia.cl

Por Clara Olivares

La frustración es una respuesta emocional común a la oposición,  relacionada con la ira y la decepción,  que surge de la percepción de resistencia al cumplimiento de la voluntad individual. Cuanto mayor es la obstrucción y la voluntad, mayor también será probablemente la frustración. La causa de la frustración puede ser interna o externa.

En las personas, la frustración interna puede surgir del conflicto y también puede ser una fuente interna de la frustración, cuando uno tiene objetivos contrapuestos que interfieran unos con otros, puede crear una disonancia cognitiva. Las causas externas de la frustración implican condiciones fuera de un individuo, como un camino bloqueado o una tarea difícil. Mientras que hacer frente a la frustración, algunas personas pueden participar en el comportamiento pasivo-agresivo, lo que hace difícil identificar las causas originales de su frustración, ya que las respuestas son indirectas. Una respuesta más directa, y común, es una propensión a la agresión.

Wikipedia

Como bien dice esta definición, la frustración aparece cuando nuestros deseos no se ven realizados, en otras palabras, cuando no se ve realizada nuestra propia voluntad.

Esta obstrucción genera rabia, aunque no en todos los casos se reacciona de la misma manera. La decepción me parece una reacción más sana.

Me explico: la rabia produce una descarga de adrenalina que no está favoreciendo la acción, al contrario, ese “chute” se revierte hacia nosotros mismos, y, lo único que provoca es mucho malestar.

El ritmo cardiaco se acelera y la presión sanguínea aumenta. No me extraña que a los enfermos del corazón se les ordene evitar situaciones en las que se puedan enfadar.

Este enfado en muchas especies se expresa a través de la expresión facial, el lenguaje corporal, la emisión de sonidos, mostrar los dientes o mirarse fijamente.

Recuerdo a alguien que cada vez que la misma persona le hacía fotos, literalmente “asesinaba” la cámara.

La respuesta natural ante una amenaza es el ataque o la huida. ¿Pero qué pasa cuando esa amenaza no es real?

Me refiero al caso al que he citado más arriba, ¿era ésta una amenaza¿ o ¿era vivida por esa persona como tal?

Ante este sentimiento de rabia y de decepción, ¿cómo reaccionamos?

Desafortunadamente, la educación que actualmente los padres dan a sus hijos (por lo menos en España) aboga por que los niños y los adolescentes vean satisfechas sus demandas de forma inmediata.

No se educa para que el sujeto vaya desarrollando un “umbral de frustración” sano y muy necesario para enfrentar la vida.

Estas personas crecen convencidas de que pueden satisfacer TODAS sus necesidades y expectativas de inmediato.

Nada mas alejado de la realidad.

La vida es un encadenamiento de frustraciones, que, si no sabemos encajarlas bien, nos lo harán pasar muy mal.

Si a una persona no le enseñan desde pequeña a manejar adecuadamente su frustración, saldrá al mundo exterior desnuda, sin armas para poder enfrentar los avatares de la vida.

El resultado puede ser el de criar a un tirano o el de crear un ser completamente desarmado y frágil que al menor embate de la realidad se derrumbe.

También nos podemos encontrar con personas amargadas y malhumoradas que siempre están enfadadas y que se muestran irritables y resentidas.

Sería interesante analizar las sociedades para poder observar como han sido educadas las diferentes poblaciones.

Recordemos que cuando la frustración es muy grande, la agresividad aumenta, inconscientemente, por supuesto.

Es una realidad que existen sociedades en que la situación social está tan desequilibrada que, precisamente ese desequilibrio es el que causa un mayor resentimiento.

Pero volvamos al individuo. Cuando éste adolece de unas expectativas internas que chocan con su realidad, poniendo en evidencia un desfase abrumador, generalmente en donde el sujeto no sale favorecido, y si además, no es consciente de ello, lo más seguro es que cargue con su ira sobre diferentes objetivos en el mundo exterior.

Charlando sobre el tema con varias colegas, éstas estaban asombradas al constatar cómo sujetos alrededor de los 30’s poseían un umbral a la frustración penosamente bajo.

¿Qué nos está mostrando este fenómeno? Tristemente, que es poco halagüeño.

Como digo más arriba, la vida es frustración (y deleite, por supuesto), pero sino sabemos encajar esta última, ¿cómo sobreviviremos sin convertirnos es seres frágiles e insoportables?

En mi próximo artículo hablaré sobre el desorden.

(Imagen:www.noticias.universa.cl)

 

Necesidad de confirmación

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Por Clara Olivares

Todo ser humano necesita ser confirmado por otro para poder construir su identidad.

Desafortunadamente uno necesita la confirmación de otro ser humano para existir. En este caso, la auto-confirmación no sirve de nada.

Confirmación significa la ratificación de tu mismidad como individuo. Es necesario que ese otro ratifique mediante la confirmación que tú eres tú y que tienes derecho a ser como eres.

Al confirmar a alguien se le está transmitiendo este mensaje: «te acepto tal y como eres y tienes derecho a ser así”.

El ideal es que, durante el período de formación de un ser humano (niñez y adolescencia) su entorno familiar y social le permita construir su propia identidad mediante la confirmación.

En un mundo perfecto este proceso se llevaría a cabo de manera satisfactoria y tendríamos personas con identidades sólidas.

Pero, la realidad nos muestra que no siempre suele ser así.

Es frecuente que nos topemos con individuos que están pidiendo confirmación, es decir, que necesitan la constatación permanente de que el otro le reconozca y le certifique como un ser valioso, inteligente, bueno, bello, etc. dependiendo del tipo de confirmación que éste necesite.

Hasta que la persona no compruebe por sí misma que es alguien con valores y cualidades que le hacen merecedor del aprecio y del respeto del entorno, ésta no dejará de demandar confirmación.

Lo que alguien necesita que le confirmen dependerá de la carencia que cada uno tenga, de esta forma la demanda que haga estará encaminada a confirmar aquello de lo que siente que carece.

Por ejemplo: una persona puede sentirse tremendamente insegura de su capacidad intelectual, creyendo firmemente que no posee las habilidades necesarias para que la consideren inteligente.

Necesitará comprobar una y otra vez que sí está capacitada. No importa el número de veces que su entorno le haya manifestado su error, lo importante es que ella SE CONVENZA A SÍ MISMA de que es cierto y se lo crea.

Mientras que esa persona no se convenza de que es capaz, demandará constantemente pruebas de ello a los otros.

Así encontramos individuos que les piden a su pareja, por ejemplo, pruebas constantes de su amor porque no se acaban de creer que sea merecedores de ese amor.

Lo paradójico es que nunca llegan a ser conscientes de lo que hacen. Solamente después de realizar un trabajo de auto-conocimiento profundo lo pueden hacer consciente.

Para las personas que están a su alrededor puede llegar a ser cansino, básicamente porque nunca acaban de ser suficientes las pruebas que les den.

Dejarán de pedir la confirmación de otro en el momento en que hayan construido una identidad sólida y ya no necesiten más pruebas.

Como suele ser una demanda inconsciente, terminan realizando actuaciones, más o menos estrafalarias, que a ojos de los que los observan desde fuera resultan chocantes.

Por ejemplo, pueden hacer patente una habilidad o un conocimiento en el momento menos oportuno para “lucirse” y poner de manifiesto que ellos son “mejores” que los demás.

Visto desde afuera puede llegar a ser irritante o patético. Lo que el otro puede percibir es un grito sordo para ser confirmado. Y, eso, provoca ternura cuando podemos mirar lo que subyace detrás de su actuación.

Todos hemos realizado actuaciones de esta índole en algún momento de nuestra vida, no se nos puede culpar por ello. Lo que sí me parece importante es que nos demos cuenta de lo que hacemos y la razón que nos impulsa a hacerlo.

Seguramente, cuando nos encontramos ante una situación que no acabamos de controlar del todo y ante la cual nos sentimos inseguros, es totalmente natural que busquemos confirmación de que nuestro desempeño es el correcto.

La diferencia es que necesitamos esa aprobación del entorno de manera puntual. Lo preocupante sería que esta necesidad estuviera presente en todas nuestras actuaciones cotidianas.

En mi próximo artículo hablaré sobre la tolerancia a la frustración.

(Imagen: www.es.123rf.com)

 

La empatía

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Por Clara Olivares

La empatía se define como «la habilidad cognitiva de una persona para comprender el universo emocional de otra».

definición.es

Y la RAE la describe como:

1. Sentimiento de identificación con algo o alguien.

2. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos

La clave para asimilar el alcance de este concepto es la palabra comprender. Ésta implica, no sólamente entender algo, sino penetrarlo, asirlo, identificarse con el otro, en otras palabras, situarse en su lugar.

Por eso muchas veces se ha utilizado la imagen de «ponerse en los zapatos de alguien» para escenificar la empatía.

Para poder ser empático es necesario desplazar nuestro centro de atención, de uno mismo, al otro, y preguntarse: ¿Cómo sería estar en esa situación? Desde su óptica, ¿como se mira? y ¿cómo se siente?

Mientras no realicemos ese ejercicio será muy difícil que empaticemos con otra persona.

También es importante que dejemos de lado las ideas preconcebidas y los prejuicios.

Mientras continuemos emitiendo un juicio sobre la actuación de ese individuo será muy complicado que nos pongamos en su lugar.

Tendremos que hacer un esfuerzo para conseguir que nosotros mismos dejemos de ser el centro. Por eso a muchas personas les resulta tan difícil ser empáticas.

Así mismo deberíamos huír de la banalización, es decir, de restarle importancia a lo que nos cuenta el otro. En otras palabras, evitemos convertir la situación de él/ella en algo corriente y anodino.

Recordemos que para quien lo vive no es así, aunque nos parezca lo contrario, y es por esa razón precisamente que merece todo nuestro respeto.

Otro punto a tener en cuenta es, no cuestionar la actuación o la decisión de ese otro. Si nos tomamos el tiempo necesario, llegaremos a descubrir el por qué lo hizo. Seguramente hubo una razón de peso para esa persona que le llevó a elegir esa opción y no otra.

Tampoco es recomendable enumerarle una serie de casos similares con final feliz, por ejemplo, «eso no es nada, a fulanito o, a mí, nos pasó lo mismo y salimos adelante». Eso no la ve a ayudar, preguntémonos si no es nuestro propio temor el que está hablando a través de nuestra boca.

Si lo hacemos lo más seguro es que se enfade con nosotros, ya que, en realidad, no le estamos escuchando.

Y eso el otro lo siente.

La empatía se desarrolla, es algo que se aprende. Quizás la única condición para que sea eficaz es que sintamos de verdad lo que estamos diciendo.

No llegaremos a conectar con otra persona si decimos frases o palabras que en realidad no sentimos. En ese caso, es mejor no decir nada.

Lo mismo se aplica a una muestra de afecto como un abrazo o un beso. Si no lo sentimos será un gesto vacío.

Si le decimos a alguien: «lo siento mucho» es porque de verdad nos produce pena la situación por la que está pasando.

Las frases hechas del tipo: «estoy contigo», «cómo te comprendo», «saldrás adelante», etc. No consuelan si no están acompañadas de nuestro sentir.

Basta con asistir a un entierro para constatarlo, nos daremos cuenta inmediatamente de quién da el pésame sintiéndolo y quien lo hace sólo para quedar bien.

Mostrar una falsa compasión se detecta rápidamente.

En mi próximo artículo hablaré sobre la gran importancia que encierra un gesto.

(Imagen: www.paraemocionarse.wordpress.com)

 

La vida: un simple destello

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Por Clara Olivares

Lawrence Durrell (El cuarteto de Alejandría) escribió: «la vida es un simple destello de luz entre dos eternidades de tinieblas«.

Terrible y, a la vez, una imagen muy poética.

Sin lugar a dudas la vida es un milagro que irradia luz y calor. Hoy estamos vivos, mañana no lo sabemos

¿Y qué hacemos con ese breve destello?

Me parece que casi nadie llega a ser consciente de esa realidad. Creemos que lo natural es estar vivos.

Esta frase de Durrell me suscita muchas reflexiones.

Pienso que para las personas creyentes, esta afirmación carece de sentido. Pero, ¿y para los no creyentes?

Me pregunto cómo administramos ese momento fugaz que es nuestra vida: ¿en qué lo estamos invirtiendo? ¿cuánto tiempo dedicamos a disfrutar de ella? o, por el contrario, nos lamentamos, nos peleamos con la existencia y renegamos de nuestra suerte, o, de nuestra familia, pareja, herman@s, trabajo, etc.

Creo que no llegamos a ser conscientes de que nuestra vida dura muy poco comparada con la magnitud del universo.

¿Por qué desperdiciamos ese don en perder mucho tiempo en pelearnos con nuestro pasado, con nuestros padres, con nuestro entorno, etc.?

Cierto es que en algún momento de nuestra existencia atravesamos épocas, por otra parte necesarias, en las cuales «ordenamos la casa», es decir, revisamos nuestra historia familiar e intentamos poner en su lugar las cosas y a las personas.

Y después de hacerlo, ¿qué?

¿Cómo deseamos pasar el resto de vida que nos queda? ¿En qué la queremos invertir?

Es una realidad que consumimos diariamente un tiempo considerable en conseguir los recursos económicos necesarios para poder sobrevivir. Pero en esa labor no creo que sea aconsejable gastar más del tiempo necesario.

Es más, creo que paralelamente, deberíamos seguir aprovechando el hecho de que aún seguimos vivos.

Volviendo a la imagen que acompaña este artículo, habrá quienes se enfaden porque su cerilla debería ser más larga, o, dar más luz, o, ser una que jamás se consumiera.

Soy consciente de lo difícil que resulta a veces ver la realidad y, más aún aceptarla.

Me he cruzado con personas que, desde que las conozco, se pasan el tiempo quejándose, de su pareja, de su familias, de los políticos, etc. Y, honestamente, resulta cansino.

Pienso: ¿ésta persona no se dará cuenta de que ha desperdiciado su vida en culpar a otros de su suerte? Evidentemente no.

Siento tristeza por ellos porque aún no se han enterado de que la vida es corta y fugaz. Malgastan su limitado tiempo en nimiedades que, básicamente, no pueden ya cambiar, en lugar de invertir ese tiempo en vivir.

Disfrutar de lo que generosamente la vida les ha proporcionado, de las personas que les quieren, de la salud que tienen, de sus habilidades, de su inteligencia... la lista llegaría a ser interminable.

A todas ellas les repito una frase que decía mi madre con frecuencia: «en vida, hermano, en vida».

Cuando muramos, todos los «posibles» desaparecerán. Entonces ya no podremos hacer nada.

Os invito a mirar a vuestro alrededor y disfrutar de lo que tenéis. Dejad de lamentaros por lo que no tenéis. Os sorprendería descubrir que son muchas más las cosas de las que podéis disfrutar.

Como dice la famosa máxima de Rabindranath Tagore: «No llores por la puesta de sol, porque tus lágrimas te impedirán ver la belleza de las estrellas».

En mi próximo artículo hablaré sobre la empatía.

(Imagen: www.blog.somosdesign.es )

La fidelidad

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Por Clara Olivares

Como muestra la imagen, el perro es el icono de la fidelidad por antonomasia.

¿Cómo se ganó esta fama? Quizás porque a pesar de todo aquello por lo que pueda pasar su amo, permanece a su lado.

Ser fiel es «seguir ahí» en las buenas y en las malas. Por esa misma razón, me llaman la atención los votos que hacen los recién casados: «en la salud y en la enfermedad». Son las mismas promesas que se realizan ante lo ojos de un dios o ante los de un juez.

Alguien que se compromete a cumplir sus promesas, lo hace tomando la decisión HOY sin saber qué derroteros seguirá su vida en el futuro incierto.

No obstante, lo hace de manera lúcida y libre. De hecho la ley contempla la reducción de una condena, si el delito se ha cometido bajo coacción.

Quien es fiel cumple sus promesas a pesar de los cambios que sufrirán sus ideas, convicciones y sentimientos. ¿Esto no es uno poco soberbio? Yo pienso que se trata más de una elección inconsciente.

Me parece que quizás se relaciona más con la omnipotencia (yo puedo con todo) que con cualquier otra cosa.

Es este sentimiento, tan juvenil, de estar convencidos de que es posible hacer no importa qué, el responsable, quizás, de nuestra inconsciencia. Tampoco olvidemos que es gracias a ella que nos hemos atrevido a hacer muchas cosas.

En la medida que envejecemos aprendemos a ser más cautos, menos mal!

La palabra fidelidad proviene del latín fidelitas que significa «servir a un dios».

Cierto es que existen muchos dioses: el dinero, la fama o el poder, entre otros.

Según la definición que ofrece Wikipedia la fidelidad implica «…una conexión verdadera con una fuente».

 Por eso creo que resulta muy difícil mantener una promesa con el paso del tiempo, o no…

Eso en el caso de un sólo individuo. Pero, ¿que pasa cuando se trata de la fidelidad a un grupo? Por ejemplo, ¿a la familia? Por fidelidad a ella se llegan a hacer grandes sacrificios personales.

Nos quedaríamos sorprendidos de lo que es capaz de sacrificar un ser humano (en especial un niño) por su familia. Llegaría incluso a comprometer su salud mental para salvar al grupo.

Así, la afirmación de que la fidelidad es una virtud cobra mucho sentido.

En este punto me gustaría matizar. Creo que gran parte de lo que significa ser fiel está en consonancia con lo que cada uno es realmente, es decir, para poder ser fiel a algo o a alguien es necesario, en primer lugar, ser honestos con nosotros mismos y saber a que dios es al que servimos.

Como todo en esta vida, nada permanece inamovible, la vida es movimiento.

Las actuaciones que tuvimos en un momento equis de nuestra existencia, felizmente, con la edad y la madurez, las abandonamos y las modificamos.

Quizás no fuímos fieles a algo o a alguien por un sinnúmero de circunstancias.

Probablemente, nuestras creencias y las maniobras inconscientes que se ponían en juego, estén relacionadas con la propia historia personal, así como las estrategias de supervivencia a las que recurrimos para ser aceptados o, simplemente, incluidos en un grupo social.

Seguramente estos comportamientos no fueron los más correctos ni los más deseables, lo importante es que algún día descubramos la razón de nuestras actuaciones.

Valdría la pena averiguar qué parte de nosotros mismos se estaba jugando cuando apostábamos por esta maniobra: ¿buscar la valoración? ¿conseguir una identidad? ¿Demostrarnos algo a nosotros mismos, o al grupo?

 Dejando al margen estas preguntas, el concepto de fidelidad otorga especial atención al deber, en otras palabras, a hacer lo correcto.

O, por lo menos, tener el deseo (o la virtud) de cumplir las promesas hechas.

Creo que en la actualidad este concepto se ha banalizado y se ha manoseado enormemente.

Si no, escuchemos las promesas que hacen los políticos en el momento de conseguir más votos, o, cuando alguien desaprensivo antepone siempre sus intereses personales para satisfacer sus deseos a cualquier precio.

 Desafortunadamente, parece que la sociedad actual premia estas conductas.

 Y cada uno de nosotros ¿es fiel a sí mism@?

¡Elegir esta senda no es un camino de rosas!

En mi próximo artículo hablaré sobre la superstición.

(Imagen:www.leynatural.es)