El valor terapéutico de la palabra

 mujer bla, bla, bla

Por Clara Olivares

No soy la primera ni seré la última en escribir sobre los enormes beneficios que tiene hablar sobre lo que nos inquieta y perturba.

La palabra posee la peculiaridad de liberar el alma.

En incontables ocasiones callamos. Por miedo, por creer que de nada sirve decir las cosas, por evitar conflictos, etc. Las causas por las que guardamos silencio son muy variadas.

Pero lo que no solemos pensar es que, precisamente, si hablamos, si nombramos las cosas, los fantasmas que albergamos en nuestro interior pueden encarnarse a través de la palabra y dejar de asustarnos.

No en vano, el eje central de las terapias consiste en poner en palabras lo que nos asusta o molesta, y al hacerlo, el poder que ésto poseía de perturbarnos y sumirnos en las brumas del mundo fantasmal, desaparece.

Si conseguimos expresar esos miedos, esos temores, esos secretos, etc. nos liberaremos de esa carga y seremos más libres.

La palabra, siendo algo aparentemente banal, encierra tal riqueza que al hacer uso de ella, actúa como un bálsamo.

Por esa razón es tan terapéutica, nos libera y dejamos de estar prisioneros por el mundo de los fantasmas y de las creencias, entre otras cosas.

También es cierto que algunas palabras están envenenadas, se utilizan para causar daño y para dominar.

Es importante estar alerta para detectar el veneno. Como lo he dicho en otras ocasiones, la «tripa» nunca miente. El cuerpo es el primero en registrar la agresión. Por eso es primordial que se abran los canales de percepción y se desplieguen las antenas para captar las actuaciones de ese tipo.

El cambio que ocurre cuando podemos poner en palabras y nombrar aquello que nos tiene paralizados, o atemorizados, es que aquello que vive en nuestro interior actuando como un veneno que nos carcome, se neutralice.

Recordemos que lo que no se nombra, no existe. Precisamente, es gracias a la palabra que el mundo se encarna.

Existen muchas familias en las que la palabra está secuestrada.

La regla imperante es el silencio. Sus miembros son capaces de ver y sentir lo que está sucediendo en su entorno pero al no nombrarlo, se enferma (física y psíquicamente).

Es como si a través de los síntomas se representara el drama familiar.

El trabajo a realizar es el de liberar la palabra permitiendo que las personas hablen.

No me cansaré de repetir, una y otra vez, la enorme importancia que tiene hablar para poseer un buena salud mental y mejorar la calidad de nuestras relaciones interpersonales.

Es muy fácil caer en las garras de la interpretación y de los malos entendidos por no decir las cosas. Con esta actuación sólo conseguiremos llenarnos de ira y resentimiento, perjudicando seriamente la relación con el otro.

El malestar que podemos llegar a sentir es muy grande. Me pregunto por qué no somos capaces de hablar la mayoría de las veces y optamos por permanecer en silencio.

Desde aquí os invito a intentar hablar. Los beneficios que obtendréis con ésta práctica siempre serán enormes.

Puede que al principio resulte difícil superar los prejuicios, pero sin duda el esfuerzo redundará en ventajas tanto para el que nombra como para el que escucha.

En mi próximo artículo hablaré sobre cómo decir las cosas.

(Imagen: www.reflejounpensamiento.blogspot.com)

La sexualidad

www. revistaecclesia.com

Por Clara Olivares

Este tema no ha dejado indiferente a ninguna sociedad ni a ningún individuo a lo largo de la historia. Ni tampoco en la actualidad.

Sin duda alguna, durante mucho tiempo ha sido objeto de temor, ésto ha llevado a que se le controle. No siempre de la misma manera ni al mismo sexo.

Es una parte consustancial al ser humano: genéticamente nacemos XX (mujer) o XY (hombre) y a partir de este hecho comienza la aventura que nos llevará finalmente a definirnos y a convertirnos en un hombre o en una mujer, en toda la amplitud de la palabra.

Cada un@ de nosotr@s tiene una idea al respecto en la que han intervenido varios aspectos,  en especial tres: el personal, el familiar y el social.

La sexualidad constituye uno de los pilares sobre los que se asienta la identidad de cada persona.

Del cocktail de los tres aspectos mencionados antes, surge la identidad sexual.

No es un estado fijo y estático que permanece inmutable a lo largo de la vida: cambia en función del aprendizaje, de las experiencias y de las diferentes etapas por las que pasamos hasta que morimos. En la medida en que transitamos la propia existencia, observaremos como también se va transformando lo que pensábamos al respecto y la manera en que lo hemos vivido.

En la medida en que la vayamos viviendo (la sexualidad), ésta va mutando.

Una colega psicóloga y sexóloga me ofreció una visión de este tema que me sirvió para aclarar algunas de las ideas que tenía al respecto.

Decía que no existe un sexo «puro», es imposible que se den los absolutos. Es como si se trazara una línea en la que en un extremo se ubica el hombre y en el otro la mujer. Cada un@ de nosotr@s transita a lo largo de ese continuo durante toda la vida.

Es decir, en algún momento se estará más cerca del extremo XX y en otro más del XY, o en el medio, o más hacia un lado o más hacia el otro. Lo que me venía a contar es que nunca permanecemos en el mismo lugar.

Este punto de vista ofrece un abanico enorme de posibilidades, y, encuentro que se acerca mucho a la realidad.

Si caminamos sobre la línea que mencionaba mi colega, lo personal, lo social así como lo familiar determinará por cual de los dos sexos se decanta una persona. Puede que durante una época de la vida se incline hacia un lado, y, en otra vire hacia el extremo opuesto. Lo interesante del tema es que finalmente descubrirá cuál es el lugar que desea ocupar.

Preguntas como: ¿Qué estaba bien o mal visto en el lugar donde nací? ¿Cómo abordaba mi familia el tema? ¿Se hablaba de él, o, al contrario ni se nombraba?¿Producía mucho o poco miedo? ¿A quién(s) asustaba?¿Había que reprimir ciertas actitudes o expresiones?, etcétera. Ayudarán a despejar el camino hacia el propio conocimiento.

Y, a nivel personal, ¿qué me resulta atractivo, y qué no?

Es imposible desligar cualquiera de los aspectos personal, familiar y social de los otros dos. Preguntémonos cuál era el margen de movilidad que tuve en el pasado y el que tengo ahora: ¿es el mismo? ¿ha cambiado? ¿cómo?

Un aspecto que me resulta importante mencionar es el de identificar si mi comportamiento sexual (represión, promiscuidad, etc.) está ligado con la rebeldía, o, con la oposición (que es una forma de afirmación), o, con la curiosidad, o, con la búsqueda de aventuras que me permitirán saber, a través de las experiencias qué me gusta y qué no? o, con la competencia y con la rivalidad.

En este terreno se suelen jugar auténticas batallas de poder.

Finalmente es en esa exploración en que vamos descubriendo quién soy yo. Y para saberlo, es necesario que abordemos el aspecto sexual.

A través de mi comportamiento sexual, ¿qué he buscado? y ¿a quién o a quienes iba dirigida esa búsqueda?

No es un tema de fácil acercamiento, ya que, despierta muchos fantasmas, algunos de los cuales ni siquiera me pertenecen, quizás eran de mis padres, o de mis herman@s, o del entorno en el que crecí.

La visión que mi colega ofrece desde la sexología, aborda el tema desde tres ángulos: el primero de ellos es el sexo (hace referencia a lo cultural, a lo hormonal, al desarrollo genital, es decir, al proceso mediante el cual llegamos a convertirnos en hombre o mujer). El segundo hace referencia a la sexualidad mediante la cual definimos nuestra orientación sexual (homo o heterosexual), hace referencia a cómo vivo mi proceso de hacerme hombre o mujer, y por último, la erótica, es decir, cómo expreso mi sexualidad.

Resumiendo, son tres los aspectos a tener en cuenta: el sexo (XX o XY), el aprendizaje mediante la experiencia (cómo la vivo) y la erótica (cómo la expreso).

Me resulta muy interesante volver a mirar el mundo de lo erótico. En algunas culturas ese mundo es el gran olvidado.

Si buscara su contrario, lo encontraría en el aspecto genital.

Hago un inciso en este punto para hablar de la enorme influencia que la educación católica ha tenido sobre la cultura occidental. Quizás porque ésta ha decretado que la sexualidad humana solo persigue un fin: la reproducción.

Esta búsqueda prima la satisfacción masculina exclusivamente. Sin un orgasmo por parte del hombre es inviable que una mujer quede embarazada. Este hecho hace que se centre la atención casi exclusivamente en lo genital.

Desafortunadamente este tipo de sexo es muy limitado. Reduce el intercambio sexual entre dos personas a sus genitales, en donde el objetivo final es conseguir un orgasmo. Desde esta óptica es poco lo que se puede explorar.

¿Y dónde queda el placer que no sea exclusivamente genital?

Felizmente el mundo erótico ofrece explorar un mundo infinito. Adentrándose en ese terreno es en donde podemos desplegar toda la creatividad de la que seamos capaces. Es el mundo de la fantasía (ojo! una cosa es la fantasía que alimenta el erotismo y otra cosa bien distinta es convertir al otro en mi objeto de placer y llevar a la acción mis fantasías, entonces nos adentramos en la perversión).

En el nivel erótico, toda la piel se convierte en un órgano de placer. Y no sólo la piel, también un baile, una mirada, un gesto, una indumentaria, un roce, etc.

El único objetivo ya no es el de alcanzar el orgasmo. Permite y persigue el descubrimiento del otro y de un@ mism@ mediante el juego.

Esta imagen me suscita la de dos cachorros de cualquier especie, incluida la humana: aprenden, descubren, experimentan y llegan a conocerse mutuamente y a sí mism@s a través de una actividad lúdica.

Os invito a sumergiros en este terreno, a veces insondable, oscuro y luminoso a la vez, pero del que siempre se sale aprendiendo algo más de nosotros mismos.

La semana que viene hablaré sobre el erotismo.

(Imagen: www.revistaecclesia.com)

Hablar, hablar, hablar y cuando se canse, siga hablando…

(Por Clara Olivares)

En mi artículo anterior hablaba sobre la retorsión, finalmente, tanto el que la practica como el que la sufre se quedan con una desagradable sensación de frustración ya que, básicamente, el problema de base sigue sin resolverse.

El ser humano posee una herramienta única en relación al resto de las otras especies: LA PALABRA.

Gracias a ella se puede decir lo que se siente en lugar de actuarlo. Es preferible decirle al otro que se está enfadado en lugar de  pegarle…

¿Y por qué no utilizamos la capacidad de hablar que nos ha regalado la naturaleza para acabar con el malestar que producen las emociones no expresadas?

Además es gratis!

Para mí, el gran valor que posee la palabra a través del diálogo, es que libera los fantasmas que duermen en nuestro interior. Permite que éstos se encarnen y al hacerlo, dejan de ser seres que asustan y paralizan causando dolor y daño.

¿Y cómo se consigue?

Es gracias a unas sencillas estrategias de comunicación que se pueden superar los malos entendidos que suelen aparecer como un muro insalvable entre las personas.

El hecho de que «otro» y «yo» seamos dos personas diferentes implica un conflicto. Pongamos un ejemplo muy simple: uno quiere ir a cenar a un restaurante japonés y el otro a comer una hamburguesa. ¿Qué hacer si tanto el uno como el otro detesta (o simplemente no le apetece en ese momento) la cocina propuesta por el/la compañero/a?: CONFLICTO

En lugar de imponerle al otro una comida que no le gusta, ¿qué tal si encontramos un punto medio?

Hablar es evidente, pero la vida nos demuestra que lo evidente, y quizás por esa misma razón, en pocas ocasiones le hacemos caso.

Parece una soberana tontería, pero, ¿cuántas veces nos hemos quedado callados sin decir que esto o aquello no nos gusta o no nos apetece?, o, ¿en cuántas ocasiones hemos hecho un sacrificio por alguien sin preguntarle a ese alguien si eso es lo que desea?, o, ¿en cuántas ocasiones hemos terminado haciendo algo que no nos gusta ni queremos?

Damos por hecho un sinnúmero de cosas sin enterarnos jamás de si al otro eso le apetece, o, lo necesita, o…

Para dejar de tropezarnos siempre con la misma piedra, que lo único que nos aporta es malestar, sentémonos a hablar. Digamos qué nos gusta y qué no, cómo nos sentimos, cuál es nuestro deseo… Así el otro se entera de cómo es la persona que vive o trabaja con ella, la conoce y también se conoce a sí misma (resulta que descubre que a ella también le gusta la música equis y no se había dado cuenta, o, que posee una habilidad excepcional para la informática…)

La educación que hemos recibido no fomenta esta práctica. En muchos casos se piensa que si se dice lo que se siente se es maleducado, o, inadecuado, o, simplemente surge la afirmación: ¿para qué? si hablar de las emociones es cosa de viejas…

Aunque parezca increíble, para un número importante de personas, hablar de sus emociones, sensaciones y percepciones les produce vergüenza… se piensa que se es estúpido al decirlo, total ¡si es una tontería!.

De lo que aún no nos hemos dado cuenta es de que las emociones no dichas se acumulan y se fermentan. No por el hecho de esconderlas debajo de la alfombra o no hablar de ellas va a hacer que éstas desaparezcan. Al no expresarlas, sucede lo mismo que con los cadáveres que no se sepultan: se pudren y huelen! Y por más ambientador que usemos, el mal olor no se evapora.

Retomemos el simple caso expuesto arriba. Si se opta por callar y se va a comer hamburguesa, por ejemplo, el que termina comiéndose algo que no le gusta (por «darle gusto» al otro quizás) y no lo dice, lo más probable es que, primero, la cena le siente fatal, segundo, acumule un poco más de furia y frustración porque «mira los sacrificios que hago por él/ella» y, tercero, en lugar de disfrutar del momento y de la compañía regresa a casa con la sensación de estar cada vez más distanciado/a emocionalmente del otro.

En el próximo artículo hablaré de otra estrategia de comunicación muy útil a la hora de decir las cosas. No basta con hablar de ellas, hay que saber cómo hacerlo con respeto y gracia y, sobre todo, hacerlo sin causarle daño a quién lo escucha…

(Imagen: elmundo.es)