(Por Clara Olivares)
Creo que la palabra «placer» ha sido bastante denostada y ha estado asociada a «bajas pasiones«, «vicios«, «desenfrenos«, vamos, que socialmente ha estado (y está) muy mal vista.
Casi todos hemos sido educados para abordar la existencia desde el «debes»/»deberías», «tienes que»/»tendrías que» sin darle un espacio a un «me gustaría», o, a un «desearía»/»no desearía», y no hablemos de un «no quiero».
Alguna vez que me he atrevido a manifestar abiertamente que «no quiero» tal cosa, y de forma inmediata (e imagino que inconsciente) las personas de mi entorno me han lanzado un «sí bueno, pero deberías…»
Y yo también he lanzado el mismo discurso. Pareciera que manifestar nuestro deseo abiertamente es algo que continúa estando penalizado por la sociedad así como por nosotros mismos.
Decir claramente lo que se desea o no se desea, crea desazón, incomodidad y miedo en el otro.
El sistema de creencias en el que crecimos está fundamentado en un discurso cuyo eje central es el deber.
El «¿qué te apetece?», o, «¿qué quieres?» se circunscribe casi exclusivamente a la carta del restaurante.
Nos han enseñado a anteponer siempre las necesidades y los deseos del otro a los nuestros.
Os propongo que hagáis una prueba: preguntadle a cualquier persona que esté en vuestro entorno qué quiere. Os quedaréis sorprendid@s al constatar que un altísimo porcentaje no lo sabe muy bien ya que no lo tiene muy claro. Es más, si se lo preguntáis a una mujer, apostaría a que casi ninguna sabría contestar de forma inmediata.
¿Realmente sabemos qué queremos?, o, ¿pensamos que lo sabemos?
Para que una sociedad funcione y sea productiva, es necesario que la población se mueva en el deber y no en el placer.
«Todo extremo es vicioso», como sabiamente reza el dicho popular.
Como todo en la vida, tanto el uno como el otro tiene sus pros y sus contras.
Operar exclusivamente en el deber o en el placer, llevará indefectiblemente a una extrema rigidez, o, al caos.
Como en cualquier arte, el equilibrio está en el punto medio. Saber vivir es un arte que se perfecciona a través de los años en la medida en que se va viviendo. Nadie nace aprendido…
La reflexión que me ha suscitado la anécdota que cuento arriba es la siguiente: ¿cuál es el eje de nuestra existencia?. Funcionamos porque «toca» o existe alguna parcela en la que tenga cabida un «me gustaría».
Puede que nos hayamos vuelto muy rígidos y que la modalidad que marca nuestra existencia, sólamente puede ser ésa y nada más que ésa. Entonces, cuando nos topemos con la frustración, ¿qué hacemos?
Para mí, dos de los principales aprendizajes que da la vida es que «no todo lo que deseo y quiero lo puedo obtener, y menos aún de forma inmediata», y «que siempre la existencia lleva una dosis (grande o pequeña) de frustración ya que ésta jamás es cómo yo desearía que fuera».
La realidad nos da una bofetada en plena cara. Todos tenemos el derecho a enfadarnos o a deprimirnos ante la frustración. Pero pasado ese momento, ¿cuánto tiempo me voy a quedar en ese estado?
Nos sorprendería constatar la cantidad de años de nuestra propia vida que utilizamos en estar furiosos y resentidos. El lugar en que nos coloca el «mírame, qué injusta ha sido la vida conmigo, pobrecit@ yo», conlleva una cantidad de beneficios secundarios.
Uno de ellos podría ser despertar la compasión en el otro, o, conseguir siempre lo que yo deseo, o… cada uno de nosotros podría hacer una larga lista con los beneficios que obtiene con la forma que tiene de relacionarse con el otro y/o con su propia vida.
Como lo comentaba en un artículo anterior, siempre es más fácil culpar a otro de mi situación actual en lugar de ver cuál ha sido mi participación en ella.
¿Y por qué no comenzamos a asumir la propia responsabilidad en cada una de las decisiones que hemos tomado? Por pasivo, o por activo, hemos aceptado ésa situación.
Me parece que mientras no demos ése paso siempre vamos a estar a merced de la rabia, o, del resentimiento, o de la culpa.
¿Cuántas promesas y propósitos no nos hemos trazado, y pasado el tiempo, hemos comprobado que nunca los llevamos a cabo? ¿Qué pasó en el camino?
Sospecho que en realidad «no lo deseábamos». En el fondo de nuestro corazón sabemos si queremos o no equis cosa.
«Yo soy mi deseo». Siempre terminamos haciendo solamente aquello que en realidad deseamos.
Nos podemos contar una cantidad de historias a nosotros mismos o a los demás, pero en el fondo de nosotros sabemos cuál es la verdadera razón que nos ha movido a hacer o a dejar de hacer algo.
La vida está compuesta de un poco de «debo» y un poco de «quiero». Si caemos en alguno de los dos extremos se producirá un desequilibrio.
Vale la pena preguntarnos: ¿Cómo estamos operando hoy? ¿Cuál es el lugar en el que me coloco para conseguir el impulso para ponerme en movimiento? ¿Es la rabia, la oposición, el rechazo, o cualquier otro el motor que me mueve?
Se nos olvida que somos nosotros mismos quienes construimos nuestra propia realidad.
¿Cómo deseamos que sea? ¿Qué queremos que esté presente y qué no?
La semana que viene hablaré sobre las crisis: que viene el coco!
(Imagen: www.arielarrieta.com)