La susceptabilidad

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Por Clara Olivares

 Para quienes son susceptibles en extremo, la vida, y en especial, la convivencia con el otro, puede resultarles en algunos momentos difícil. ¡Y ni que decir para los que viven con ellos!

Hay que extremar el cuidado en el momento de decirles algo, ya que se teme que lo dicho les ofenda y, en consecuencia se enfaden.

¿Qué caracteriza a estas personas? El rasgo más evidente es, por supuesto, que son muy fáciles de ofender.

Suelen ser personas frágiles emocionalmente y por lo general, con una baja autoestima.

Necesitan la atención del otro y la suelen buscar constantemente de manera inconsciente, están convencidos de que el mundo habla de ellos en todo momento.

Su falta de seguridad hace que sean muy exigentes con ellos mismos.

No es fácil que reconozcan sus errores y sus fallos.

Cuando les hacen halagos, los ignoran, y suelen desconfiar de quienes los hacen.

Por lo general, su capacidad de escucha no está muy desarrollada.

Buscan la aprobación de los demás con cada una de sus actuaciones. La necesitan de forma desesperada.

La aprobación deseada es una necesidad vital, pero lo triste es que por muchas veces que los aprueben y les hagan saber que son valiosos, nunca es suficiente porque no terminan de creérselo. Sólo en la medida en que vayan reforzando su autoestima esta necesidad se irá atenuando, hasta desaparecer.

Este tipo de personalidades se forjan en el seno de familias cuya educación es muy estricta o muy laxa, en donde no se suelen premiar las cosas positivas, y, en cambio se castigan con dureza los errores.

Esta particularidad hace que se sientan cuestionadas en todo momento.

Todo ésto favorece el hecho de que les resulte muy difícil relajarse y disfrutar.

La susceptibilidad está íntimamente ligada a una baja autoestima.

Es deseable que este tipo de personas inicien un trabajo personal en el cuál aprendan a desarrollar varias estrategias que les ayudarán a ser menos susceptibles, como por ejemplo:

  • Reducir la autocrítica y la auto-exigencia. En la medida en que lo vayan consiguiendo se volverán más humanos y esto les hará más tolerantes (con ellos y con los otros).
  • En consecuencia, estarán en capacidad de reducir su nivel de perfeccionismo. Es importante que comiencen a apreciar la diferencia que existe entre “hacer las cosas lo mejor que uno puede” y “hacerlas perfectas”. Es más, la perfección no existe.
  • Fomentar el auto-conocimiento: aprender que todos tenemos cualidades y defectos. Y a los dos hay que tratarlos con respeto.
  • En la medida en que su autoestima aumente, su susceptibilidad disminuirá.

No hay que olvidar jamás que este aprendizaje es un proceso, sólo se aprecian sus beneficios con el tiempo. Si no se contempla desde esta perspectiva es difícil que se consigan resultados.

En mi próximo artículo hablaré sobre una pregunta que nos podríamos hacer: ¿soy yo una persona vaga?

(Imagen: www.placasrojas.tv)

 

El sarcasmo

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Por Clara Olivares

Un sarcasmo es una burla pesada, una ironía mordaz, un comentario hiriente que ofende o maltrata. …El sarcasmo, en este sentido, es una especie de ironía amarga, humillante y provocadora que, a veces, raya en el insulto. A menudo, un comentario sarcástico puede resultar cruel al punto de ofender y afectar al destinatario.

El sarcasmo sirve para menospreciar, poner en ridículo, manifestar desagrado  y despreciar a una determinada persona o cosa de manera directa o indirecta.

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O como reza el dicho popular: “tira la piedra y esconde la mano”.

No todas las personas usan el sarcasmo para expresar su rabia, quiero focalizar la atención en las personalidades narcisistas que lo suelen utilizar con frecuencia.

Por medio del sarcasmo el narcisista encubre su agresividad. La disfraza para que no parezca un ataque pero lo que busca es dañar a la otra persona.

Es un mecanismo odioso y agresivo. Ataca verbalmente y cuando el otro reacciona suele decir: “¡por qué te molestas si era una broma!”. Pero de broma no tiene nada…

El mensaje que se transmite a través del sarcasmo es que, el que lo utiliza, está enfadado/a pero es incapaz de decirlo abiertamente.

¿Por qué? Porque están muy preocupados/as en mantener una imagen impoluta de cara al exterior. Tienen de sí mismos una idea idealizada y temen profundamente que ésta se vea en entredicho.

Son personas que no se gustan a sí mismas y lo que hacen es proyectar en el otro su malestar.

Por eso, cuando ven que la imagen que han buscado mostrar en el exterior se ve amenazada, se encolerizan. Así, a través del sarcasmo, le roba al otro su autoestima, su valor como persona. Lo que pretende es destruirle, está muy enfadado/a y ataca.

Este tipo de personalidades buscan ser el centro de atención, y, cuando no es así, se aburren. Las hay que llegan a dormirse, por ejemplo, y no porque estén cansadas, evidentemente!

No se distinguen por ser empáticos. No creo que sean capaces de ponerse en los zapatos de otro por un instante. Al hacerlo, dejarían de ser el centro y, esa alternativa está fuera de discusión.

Con el sarcasmo ponen de relieve otra de sus características: la cobardía.

Son incapaces de enfrentar nada. Huyen e intentan que sea otro el que ponga la cara por él/ella.

Por lo general se mueven entre dos extremos: todo o nada. Conmigo o contra mí, amor/odio, blanco o negro. No existe el término medio, la maravillosa gama de los grises no existe para ellos. Poseen una deficiente capacidad para equilibrar sus sentimientos y calmarlos.

No hay que confundirlo con la ironía.

– Burla sutil y disimulada:
“hablaba con ironía cuando dijo que mi trabajo era muy interesante”.

– Tono burlón con que se dice.

– Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se expresa.

– Lo que sucede de forma inesperada y parece una burla del destino:
“ironías de la vida, decía que no se casaría nunca y ya lleva tres divorcios”

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La gran diferencia entre ellas es que con la ironía no se persigue dañar ni menospreciar al otro. Al contrario, es una forma elegante de hacerle ver a alguien aquello que éste no puede ver, por ejemplo.

Por eso la definición con la que encabezo este artículo habla de una “ironía mordaz”, es decir, se trata de una ironía que está envenenada.

En mi próximo artículo hablaré sobre la susceptibilidad.

(Imagen: www.taringa.net)

Darse permiso (o, autorizarse a…)

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Por Clara Olivares

Para las personas que han desarrollado una auto-exigencia muy elevada, el hecho de autorizarse a sí mismas a decir, actuar, expresar, disfrutar, y un largo etcétera, a veces resulta prácticamente impensable.

En el caso de ciertas emociones que socialmente están penalizadas, como por ejemplo la rabia o el enfado, se suele desarrollar un mecanismo de auto-censura. Son ellas mismas las que se coartan a sí mismas.

Desgraciadamente, el sistema social en que vivimos actualmente se ha valido de la misma estrategia y ha conseguido instaurar en cada ciudadano la misma auto-censura, y, me temo que lo “políticamente correcto” va encaminado a conseguir ese mismo objetivo.

Ha llegado a estar tan interiorizado el mandato de no permitirse expresar lo que se siente, que la sola idea de pensar que existe la posibilidad de no hacerlo, está fuera de cualquier discusión.

Desde el punto de vista emocional, es habitual que a estas personas les resulte muy difícil contactar con sus emociones, por eso es habitual observar que “actúen” aquello que sienten en lugar de sentirlo.

Este proceso es, evidentemente, inconsciente. Se pueden observar actuaciones como por ejemplo, criticar constantemente todo (personas, situaciones, grupos, etc.), o responder de manera agresiva, o despellejar a la persona con la que se está enfadado una vez que ésta se haya ido, por poner unos pocos ejemplos.

Casi todos esos condicionamientos están respaldados por una ley, manifiesta o tácita, que se aprendió en el seno familiar.

Al “autorizarse a”, se estaría contraviniendo una ley en concreto que fue inculcada por alguno de nuestros progenitores, o nuestros abuelos, o nuestros tíos. Ha sido la familia, nuclear o extendida así como el entorno social, los que se encargaron de enseñarnos y los que se aseguraron de que lo interiorizáramos.

Algunas veces el “super yo” que se desarrolla es tan enorme que se llega a ser despiadado consigo mismo, y por ende, con los demás. Se alcanzan cotas muy elevadas, como, por ejemplo, la de auto-aplicarse castigos absurdos y arbitrarios.

¿Qué ley se está infringiendo? ¿Quién la transmitió? ¿Qué es exactamente lo que se teme?

Podría ser, por ejemplo, la condena eterna, o la exclusión de la sociedad al ser señalado, o la crítica, o dejar de ser apreciado y aceptado por el medio, entre otros. En otras palabras, siempre subyace un castigo por haberse atrevido a desafiar lo establecido, es decir, a la norma.

En algunos casos, además de la obediencia ciega a la norma, se suma una profunda creencia de que no se es merecedor de, por ejemplo, un reconocimiento, o un placer, o un regalo, etc.

Con frecuencia las necesidades del otro se anteponen automáticamente a las propias. No digo que en algunas ocasiones es conveniente que así sea, me refiero al hecho de reaccionar siempre, y ante cualquier circunstancia, de esa manera.

Llega un momento en la vida en que es importante parar y replantearse los cimientos que sustentan nuestro funcionamiento.

¿Por qué no voy a ser merecedor de…?, o ¿Qué me impide ser feliz?, o ¿Por qué no voy a darme permiso para…?.

¿Es cierto que ese mandato tan rígido es válido para mí hoy en día? ¿Realmente quiero continuar obedeciéndolo?

No estoy refiriéndome a caer en un “laisser faire, laisser passer”, sino a plantearse si ese mandato se puede modificar por otro más en consonancia con nuestras necesidades y deseos en este momento de nuestra vida.

Lo he dicho antes y lo repito ahora: cualquier actuación es válida siempre y cuando no cause daño, a otro, o a uno mismo.

Para algunas personas es casi imposible “autorizarse a”, y me pregunto, mientras no dañe, ¿por qué no?

En mi próximo artículo hablaré sobre cuando no se quiere, o no se puede, ver.

(Imagen: www.diazbada.blogspot.com)

El desorden

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Por Clara Olivares

“el orden se define como todo aquello que funciona de determinada manera o la organización de elementos en determinado espacio, realizado por un individuo inteligente.”

La mente es maravillosa

¿Existe un desorden bueno y un desorden malo? En otras palabras, ¿uno aceptable y uno que no lo es?

Depende… en función de nuestra educación, nuestra forma de ser, nuestros objetivos, el tiempo de que dispongamos, nuestra cultura, las ganas que tengamos y un largo etcétera.

Digo esto porque los conceptos de orden-desorden son tan variados como lo son los seres humanos.

Lo que es orden para una persona, para otra puede ser desorden. Como dice la definición cada persona se organiza en función de sus propias necesidades.

Existen individuos que disponen su entorno de tal forma que parecería caótico y, sin embargo, si precisan de algo, lo encuentran inmediatamente. Saben en que lugar está cada cosa.

Y también los hay que disponen todo lo que les rodea de una manera sistemática y ordenada pero que son incapaces de encontrar rápidamente lo que buscan.

Y esto nos conduce al concepto de eficacia.

¿Es nuestro sistema de ordenar uno eficaz? ¿O por el contrario, no es operativo?

La manera que tenemos de organizar nuestro trabajo, nuestro horario o nuestra jornada nos dará una idea sobre lo apto que resulta éste a la hora de obtener los resultados esperados.

¿Responde a los objetivos que teníamos cuándo la diseñamos?

Si la respuesta es un si, quiere decir que nuestra forma de organizarnos es la adecuada. Pero, si es un no, quiere decir que, probablemente esa no es la idónea.

Yo tengo la teoría de que la manera en que nos organizamos ante cualquier tarea responde directamente a la forma en que discurre nuestro pensamiento. Así, la estructura de nuestro pensamiento se plasma en el modo en que nos organizamos.

Algunos teóricos hablan del desorden como de un mal hábito. Pienso que sólo en parte. He conocido a varias personas que no se han preocupado nunca de ordenar nada, ya que siempre ha habido alguien que se ocupaba de eso por ellos. A este fenómeno suelo llamarlo “la mano que limpia” ya que es invisible para el que la tiene.

Para mi, el orden está íntimamente ligado a la armonía y a la estética. Soy consciente de que es una percepción muy personal, aunque no creo que esté alejada del concepto en sí.

Me parece que cuando algo está ordenado, necesariamente es armónico y por lo tanto estético.

Y si voy más lejos, lo armónico es bello. Calma, apacigua, tranquiliza…

Como en muchas cosas, la rigidez es una mala consejera para una convivencia provechosa y pacífica. Es decir, que si nos ponemos muy rígidos con nuestra idea del desorden, podremos llegar a convertirnos es seres intolerantes.

Ya hemos visto que, como un individuo se organiza suele corresponderse con el orden lógico que rige su pensamiento y con sus necesidades.

Por eso creo que es muy importante ejercitar nuestra tolerancia ante el otro. A algunos les costará más y a otros menos.

En mi próximo artículo hablaré sobre la seducción.

(Imagen: www.cienciaciega.blogspot.com)

 

Los secretos

elblogderamon.com

 

Por Clara Olivares

¡Qué difícil resulta cargar con un secreto!

Lo que es cierto es que todos tenemos uno o varios. Los hay inconfesables y los hay menos graves.

El punto importante a tener en cuenta es la implicación que tendría para otras personas el hecho de que éste se conociera.

Y el drama es precisamente ese porque siempre afecta a otrospor esa razón es un secreto.

Resulta primordial que no se sepa.

Cuántas películas se han hecho y cuántos libros se han escrito teniendo este tema como argumento.

Los secretos son algo oculto.

Y lo está, porque sino fuera de esa manera afectaría relaciones, familias, empresas, etc.

El secreto es excluyente por el hecho mismo de serlo. Así, se crean dos grupos excluyentes entre sí: los que lo conocen y los que no.

¿Cómo determinamos el punto que separa a los dos grupos?

Podría entrar en una disgregación inacabable sobre este punto, pero mi objetivo no es ese.

Pienso que la clave radica en calibrar muy bien las consecuencias que acarrearía desvelarlo.

Muchos chantajes se han hecho amenazando con hacer pública una información.

Pero, a veces, no es necesario llegar hasta esos extremos.

Compartimos un secreto con otro cuando confiamos en esa persona. Le damos un voto de confianza que esperamos, sepa corresponder con la misma moneda.

Pero, en ocasiones no resulta ser así. Cierto es que cuando confiamos un secreto estamos involucrando a esa persona en el grupo que lo separa de «los que no lo conocen», y, además, le cargamos con un peso al no poder revelarlo.

Porque si fuera de dominio público no sería un secreto, evidentemente.

Cuando contamos un secreto que nos habían confiado estaríamos traicionando la confianza que ese alguien depositó en nosotros. Algo que pertenecía a lo privado lo hemos convertido en público.

Muchas veces confiamos en alguien que creemos que merece nuestra confianza y, no es verdad. Porque hay personas que son incapaces de guardar un secreto, o, simplemente en su cabeza no tienen establecida la frontera que marca los límites entre lo privado y lo público.

No tienen interiorizada la noción de límite. Es como si al contar las intimidades de otra persona se valorizaran ante los ojos de quienes les escuchan.

Sus necesidades de reconocimiento, valoración y de inclusión son tan grandes que no se paran a pensar si lo que están contando es correcto o no lo es.

Quizás crean que es algo banal y por eso lo cuentan. Pero lo peligroso de esa actuación es que no piensan en ningún momento si para quien les confió el secreto no era algo banal.

La falta de consciencia de esos límites es muy dañina.

Existe la creencia tácita de que hay cosas que no se cuentan fuera de los entornos íntimos como son la pareja, la familia y la amistad.

Pero desafortunadamente hay personas que cuentan todo lo que sucede en cualquier entorno. No son capaces de discernir entre qué se puede contar y qué no.

O, también es cierto que quienes son conscientes de que les resulta imposible guardar un secreto optan por advertírselo a sus allegados. Detalle que es de agradecer.

Para terminar cito a William Le Pen: «Es sabio no hablar de un secreto; y honesto no mencionarlo siquiera.»

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones virtuales.

 

(Imagen: elblogderamon.com )

 

La superstición

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Por Clara Olivares

Lo dije en su momento y lo vuelvo a repetir: todos los seres humanos necesitamos asirnos a algo que nos haga levantarnos todas las mañanas y salir de la cama.

En otras palabras, es imprescindible creer en algo, o en alguien, para no hundirnos es la más espesa niebla de la existencia pura y dura.

 Los expertos consideran que el pensamiento mágico está ligado a la superstición y estoy en parte de acuerdo, no obstante, me pregunto si ¿es posible vivir completamente despojados de este tipo de pensamiento?

Yo diría que no del todo aunque hay grados y grados, evidentemente.

Desde el hombre primitivo hasta nuestros días, el ser humano ha necesitado dar una explicación a aquellos fenómenos que no alcanza a comprender, o, que simplemente le producen miedo y temor.

Me parece que las creencias que cada uno de nosotros posee son una especie de antídoto ante la profunda angustia que produce estar vivo.

Nuestras creencias nos definen como individuo.

En este punto deseo señalar una de las diferencias fundamentales entre religión y superstición: la primera transmite unos valores morales, en tanto que la segunda no lo hace.

Ésto no quiere decir que algunas religiones posean un componente mágico como por ejemplo, la misa de la religión católica, ¿no es mágico creer que la hostia se convierte en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre?

 Ya sé que se me podría rebatir alegando que se trata de una metáfora y que es algo simbólico. Más, ¿no es pensamiento mágico? cuando se comulga se tiene a Dios dentro y éste se funde con nosotros.

 ¿Está más alejado ésto de los rituales que practican algunas poblaciones tribales? No creo…

El argumento fundamental para diferenciar aquello que es superstición de lo que no lo es, es la razón, el pensamiento.

Y este argumento se apoya en la demostración científica del hecho. Cuando la relación entre causa-efecto se comprueba científicamente, es decir, se ha demostrado en la práctica su causalidad. Un simple ejemplo: si se somete a un organismo vivo a muy bajas temperaturas éste se congela.

Analicemos la etimología de la palabra superstición: súper = exceso, stare = estar de pié y tion = acción. En otras palabras, «mediante la acción estar presente (la creencia) de manera excesiva». Por ejemplo, creer firmemente que cuando se pasa por debajo de una escalera se va a tener mala suerte.

Se despliegan pequeños o grandes rituales para conjurar los males. Y éstos son transmitidos de generación en generación. Se basan en la transmisión de tradiciones populares.

Las creencias de una persona pueden basarse, en este caso, en ese resquicio de pensamiento mágico, que siendo adultos, permanece en nuestro imaginario.

Repito, existe un abanico ámplio de grados de superstición. Creo que todos los seres humanos hemos seguido conservando alguno de ellos.

En resumen, este tipo de pensamiento implica una explicación de carácter mágico entre el fenómeno y las consecuencias que se le atribuyen.

Es fascinante observar a un niño jugar con dos muñecos. Lo primero que hace es convertirlos en seres que están vivos y que establecen un diálogo entre ellos. Es en esta particularidad que su pensamiento se convierte en mágico.

El hecho de dotar de vida a un ser inanimado es lo que lo hace mágico.

En mi próximo artículo hablaré sobre la corporalidad.

(Imagen: www.magiainterior.com)

La fidelidad

www.leynatural.es

Por Clara Olivares

Como muestra la imagen, el perro es el icono de la fidelidad por antonomasia.

¿Cómo se ganó esta fama? Quizás porque a pesar de todo aquello por lo que pueda pasar su amo, permanece a su lado.

Ser fiel es «seguir ahí» en las buenas y en las malas. Por esa misma razón, me llaman la atención los votos que hacen los recién casados: «en la salud y en la enfermedad». Son las mismas promesas que se realizan ante lo ojos de un dios o ante los de un juez.

Alguien que se compromete a cumplir sus promesas, lo hace tomando la decisión HOY sin saber qué derroteros seguirá su vida en el futuro incierto.

No obstante, lo hace de manera lúcida y libre. De hecho la ley contempla la reducción de una condena, si el delito se ha cometido bajo coacción.

Quien es fiel cumple sus promesas a pesar de los cambios que sufrirán sus ideas, convicciones y sentimientos. ¿Esto no es uno poco soberbio? Yo pienso que se trata más de una elección inconsciente.

Me parece que quizás se relaciona más con la omnipotencia (yo puedo con todo) que con cualquier otra cosa.

Es este sentimiento, tan juvenil, de estar convencidos de que es posible hacer no importa qué, el responsable, quizás, de nuestra inconsciencia. Tampoco olvidemos que es gracias a ella que nos hemos atrevido a hacer muchas cosas.

En la medida que envejecemos aprendemos a ser más cautos, menos mal!

La palabra fidelidad proviene del latín fidelitas que significa «servir a un dios».

Cierto es que existen muchos dioses: el dinero, la fama o el poder, entre otros.

Según la definición que ofrece Wikipedia la fidelidad implica «…una conexión verdadera con una fuente».

 Por eso creo que resulta muy difícil mantener una promesa con el paso del tiempo, o no…

Eso en el caso de un sólo individuo. Pero, ¿que pasa cuando se trata de la fidelidad a un grupo? Por ejemplo, ¿a la familia? Por fidelidad a ella se llegan a hacer grandes sacrificios personales.

Nos quedaríamos sorprendidos de lo que es capaz de sacrificar un ser humano (en especial un niño) por su familia. Llegaría incluso a comprometer su salud mental para salvar al grupo.

Así, la afirmación de que la fidelidad es una virtud cobra mucho sentido.

En este punto me gustaría matizar. Creo que gran parte de lo que significa ser fiel está en consonancia con lo que cada uno es realmente, es decir, para poder ser fiel a algo o a alguien es necesario, en primer lugar, ser honestos con nosotros mismos y saber a que dios es al que servimos.

Como todo en esta vida, nada permanece inamovible, la vida es movimiento.

Las actuaciones que tuvimos en un momento equis de nuestra existencia, felizmente, con la edad y la madurez, las abandonamos y las modificamos.

Quizás no fuímos fieles a algo o a alguien por un sinnúmero de circunstancias.

Probablemente, nuestras creencias y las maniobras inconscientes que se ponían en juego, estén relacionadas con la propia historia personal, así como las estrategias de supervivencia a las que recurrimos para ser aceptados o, simplemente, incluidos en un grupo social.

Seguramente estos comportamientos no fueron los más correctos ni los más deseables, lo importante es que algún día descubramos la razón de nuestras actuaciones.

Valdría la pena averiguar qué parte de nosotros mismos se estaba jugando cuando apostábamos por esta maniobra: ¿buscar la valoración? ¿conseguir una identidad? ¿Demostrarnos algo a nosotros mismos, o al grupo?

 Dejando al margen estas preguntas, el concepto de fidelidad otorga especial atención al deber, en otras palabras, a hacer lo correcto.

O, por lo menos, tener el deseo (o la virtud) de cumplir las promesas hechas.

Creo que en la actualidad este concepto se ha banalizado y se ha manoseado enormemente.

Si no, escuchemos las promesas que hacen los políticos en el momento de conseguir más votos, o, cuando alguien desaprensivo antepone siempre sus intereses personales para satisfacer sus deseos a cualquier precio.

 Desafortunadamente, parece que la sociedad actual premia estas conductas.

 Y cada uno de nosotros ¿es fiel a sí mism@?

¡Elegir esta senda no es un camino de rosas!

En mi próximo artículo hablaré sobre la superstición.

(Imagen:www.leynatural.es)

La honestidad

www.reflexionesdiarias.wordpress.com

Por Clara Olivares

La honestidad (De latín honestĭtas, -ātis1 ) o también llamado honradez, es el valor de decir la verdad, ser decente, recatado, razonable, justo y honrado. Desde un punto de vista filosófico es una cualidad humana que consiste en actuar de acuerdo como se piensa y se siente. Se refiere a la cualidad con la cual se designa a aquella persona que se muestra, tanto en su obrar como en su manera de pensar, como justa, recta e íntegra. Quien obra con honradez se caracterizará por la rectitud de ánimo, integridad con la cual procede en todo en lo que actúa, respetando por sobre todas las cosas las normas que se consideran como correctas y adecuadas en la comunidad en la cual vive.

Wikipedia

 

En otras palabras, ser consecuente.

Y en la mayoría de las ocasiones no lo conseguimos

Fácil no resulta, ni mucho menos. Lo importante es no cejar en nuestro empeño.

 Se supone que una persona madura es aquella en la que su manera de pensar, sentir y actuar es la misma.

 Como reza el dicho: «obras son amores y no buenas razones«. Ya lo he dicho en otros artículos, las palabras se las lleva el viento, lo que cuenta y queda son los hechos.

Si conseguimos llegar a ser consecuentes y demostrar con hechos aquello que es lo correcto hacer, ya tenemos ganada la partida.

Otro tema es lo que nuestro corazón siente.

A veces, lo que deseamos hacer no es lo más adecuado ni lo más correcto.

Entonces, ¿seguimos el dictado de nuestro deseo, o no lo hacemos?

 Este es el eterno dilema que se nos plantea.

Seguramente, todos nos hemos encontrado alguna vez en esa tesitura. ¿Qué hacer?

Personalmente, yo he seguido las indicaciones de mi corazón, y, me atrevería a decir que, siempre esta decisión me ha dejado en paz conmigo misma.

Imagino que cada persona tomará una decisión en función de la escala de valores que rija su vida. La cual no tiene que coincidir necesariamente con la nuestra.

Me parece que la honestidad la debemos aplicar, en primera instancia, con nosotros mismos. Dejemos de contarnos historias que tomamos como reales cuando no lo son.

 Intentemos decir la verdad, aunque nos cueste. Pero también es cierto que también tenemos que ser muy ciudadosos para no dañar con nuestras palabras.

Es todo un arte, y como tal, requiere de un equilibrio para sopesar todas las variables y elegir aquella que es la más adecuada.

Para Confucio, la honestidad era uno de los valores y uno de los componentes de una personalidad saludable.

Esto implica un compromiso interno para respetar la verdad.

Así mismo, seremos bondadosos al no anteponer nuestro propio interés al de otros. Es decir, prevalecerá lo que es justo.

En mi próximo artículo hablaré sobre la fidelidad.

(Imagen: wwwr.reflexionesdiarias.wordpress.com)

 

Amores tipo hijo

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Por Clara Olivares

Por lo general se trata de jóvenes inexpertos, pasivos y soñadores.

Éstos poseen un temperamento sensible y dulce con una fuerte carga sensual poco despierta.

Resultan fáciles de seducir ya que son sumisos y maleables.

Atraen a mujeres de recia personalidad y con un carácter dominante en donde ellas son fuertes y protectoras.

Esta clase de mujer suele tener un aire varonil, así como un erotismo decidido y agresivo.

Generalmente el hombre termina siendo esclavizado por la mujer, ya que, éste busca en ella amparo y le atrae una clase de amor tiránico y tormentoso.

En este tipo de amor se suelen dar tres clases de relación:

  1. Aquella que tiene un tinte incestuoso.
  2. El amor sentimental.
  3. 3. La amistad ideal.

Analicemos cada uno:

  1. Aspecto incestuoso: Suelen ser hombres atractivos que permiten que sea la mujer quien tome la iniciativa.

Una mujer experimentada suele darle al hombre aquello que una joven no podría hacerlo.

En este tipo de hombre subyace un componente inconsciente de vampirismo y de materialismo, es decir, se alimentan de su pareja tanto psíquica como materialmente.

La mujer estimula los aspectos sensuales primitivos de la psique masculina.

Desafortunadamente, el hombre termina utilizándola en su propio beneficio.

 

  1. El amor sentimental:

El hombre busca en el amor apoyo para su incertidumbre y para su propia debilidad interior. La mujer saca ventaja de estos aspectos y sabe como atarlo a su lado con dulzura y comprensión.

La experiencia de ella le permite al hombre encontrar la calma y desarrollar raíces profundas que le conducirán a un conocimiento de sí mismo.

Como explicaba más arriba, estos jóvenes inexpertos de carácter pasivo, terminan de completar su formación al amparo del apoyo maternal que le brinda la mujer. Así crecen intelectualmente y retoman su energía.

 

  1. La amistad ideal:

Se desarrolla básicamente en el plano espiritual, quedando el erótico en un último lugar.

La posible atracción física queda sublimada reduciéndose este aspecto a un flirteo.

El punto de unión entre los dos es el interés cultural. El hombre la admira teniendo un profundo sentimiento de amistad. El atractivo sexual se queda en un simple trasfondo agradable.

En la mayoría de los casos se trata de una amistad idealizada y platónica.

 

Con este somero análisis es posible tener una visión general del tipo de amor que hemos escogido a lo largo de nuestra vida. Aunque también hay que tener en cuenta que, en la medida en que maduramos, vamos variando nuestro patrón para buscar relaciones con una mayor igualdad.

En mi próximo artículo hablaré del amor del tipo hermano.

(Imagen: www.lookfordiagnosis.com )

Los prejuicios

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Por Clara Olivares

 

«Juicio u opinión, generalmente negativo, que se forma inmotivadamente de antemano y sin el conocimiento necesario».

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Me atrevería a decir que no creo que exista una persona que no albergue un prejuicio, por pequeño que éste sea.

Como todos sabemos, los grupos humanos están conformados por individuos, sean asociaciones, amigos, clubes, etc. Estos grupos en ocasiones constituyen una fuente de prejuicios.

Quizás el grupo con más influencia en la creación de prejuicios sea la familia.

Ésto no quiere decir que dichos prejuicios carezcan de una base: la vivencia de alguna experiencia nefasta, como la discriminación o la violencia, por ejemplo, pueden ser el origen de éstos.

El problema surge cuando termina transmitiéndose de generación en generación, llegando muchas veces a olvidarse cuál fué su orígen y las razones y circunstancias que los generaron.

Estoy convencida de que el prejuicio se forma por un motivo. Como señalo más arriba, creo que en general los prejuicios tienen un origen.

El miedo y la ignorancia los alimentan.

Miedo ante lo desconocido o ante aquello que es diferente. E ignorancia ya que, o bien, no nos molestamos en averiguar de dónde proviene, o bien, el miedo nos paraliza impidiendo que veamos más allá de nuestras narices.

Los prejuicios por lo general tienen un componente negativo, pero también los hay con una connotación positiva, como «todo aquello que provenga de... siempre es bueno«. Por poner un ejemplo.

En este aspecto, la educación recibida influye notablemente. Quizás hemos crecido escuchando que tal o cual comportamiento es inapropiado, o, que las personas que tienen equis color de piel son peligrosas, o, que tal grupo busca nuestra ruina, etc. O, todo lo contrario, el espectro es bastante amplio.

El poder que tiene un grupo de pertenencia (aquellos que nos dan identidad) es enorme, y la familia en este caso es poderosa.

Me atrevería a afirmar que algunos de nuestro prejuicios, buenos y malos, son heredados. Nos los transmitieron y los acatamos sin rechistar.

Seguramente, sólo en la medida en que maduramos los podemos cuestionar.

Basta con observar a un niño pequeño, éste carece de prejuicios. Tiene una mirada abierta y sin juicios de valor sobre el mundo.

Por norma general, no percibe al otro como amenazante. A no ser que exista una razón que su instinto percibe rápidamente y despierta las alarmas.

En numerosas ocasiones la razón nos juega malas pasadas, incluso cuando disponemos de pruebas palpables de lo contrario. Seguimos aferrados a nuestra creencia haciendo caso omiso de lo que nuestro instinto nos alerta.

Optamos por seguir aquello que nos dicta la razón. ¿Porqué?

Quizás si hacemos caso a las pruebas nuestro mundo se derrumba, o, si mostráramos ante el entorno que hemos estado equivocados es algo inasumible, o, seremos marginados por el grupo, etc.

¿Qué es lo que nos impulsa a «no bajarnos del burro»?

Valdría la pena que hiciéramos una revisión de nuestros prejuicios y preguntémonos si merece la pena seguir aferrados a ellos.

Permitamos que la duda entre y nos haga cuestionarnos las premisas que damos por verdades inamovibles.

¿De dónde vienen? ¿Dónde los aprendí? ¿Quién lo dice?

En mi próximo artículo hablaré sobre la pereza.

(Imagen: protestantedigital.com)