La cobardía

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Por Clara Olivares

Popularmente se entiende la cobardía como la ausencia de valor, como la incapacidad de enfrentar los problemas.

Socialmente, a una persona cobarde se le desprecia y se le minusvalora.

Se le percibe como alguien débil y miedoso además de egoísta. Elige salvarse primero él mismo antes que a otro u otros. Antepone casi siempre su propio bienestar al de otro.

Me atrevería a afirmar que es el miedo la principal razón de su inacción. Éste le invade y en consecuencia le paraliza.

También se puede ser cobarde por puro egoísmo, aunque debajo de éste también subyace el miedo.

Alguna vez me dijo alguien: «¿sabes cuál es la diferencia entre alguien valiente y alguien cobarde? Ambos tienen mucho miedo, pero el valiente a pesar de ello, va y actúa».

Y estoy completamente de acuerdo.

Al atreverse a actuar uno se expone y se posiciona. Se adopta una postura y ésta nos define.

Puede ser que la propia vulnerabilidad quede a la vista de todos.

Si alguien siente que no puede aceptar del todo esa debilidad o que el temor a quedar desprotegido es más fuerte, lo más probable es que intente esconderla.

La cobardía hace que se evite a toda costa comprometerse, bien sea por las responsabilidades que conlleva, o por el riesgo que ésto implica.

Se trata del riesgo que se corre al adoptar una postura.

Existen familias en las que la norma implícita es la de no posicionarse ni tomar partido por nada. Si uno de sus miembros lo hace, lo más probable es que sea castigado por ello.

Quizás si se ahonda en la historia familiar se descubrirá que era una estrategia de supervivencia.

Pero, ¿y esas personas que a pesar de los peligros decidieron seguir adelante y actuar?

Entonces estamos ante una persona valiente. La valentía no implica no tener miedo, ya lo dije más arriba.

Quizás esa persona en cuestión se preguntó: ¿y si ésta vez me quedo y no huyo?

Porque una de las características de la cobardía es la huída.

Se huye de las situaciones difíciles… o se busca a otro que las enfrente en su lugar.

No salir corriendo puede traer descubrimientos sorprendentes sobre uno mismo.

Recordemos que huír es un mecanismo de defensa, desde ésa óptica quizás una actitud cobarde sea más fácil de comprender.

¿Y si por una vez nos quedamos a ver qué pasa?

¡A lo mejor no son tan catastróficas las consecuencias!

En mi próximo artículo hablaré sobre el arte de la discusión.

(Imagen: www.mediacablogs.diariomedico.com)

¿Qué hacer ante un@ pervers@? (2)

www.muyalfondodemi.blogspot(2)

Por Clara Olivares

Como ilustra la imagen, si un perverso se cruza en nuestro camino lo aconsejable es alejarse.

A ser posible, literalmente, es decir, poniendo tierra por medio. Y si no lo es, es aconsejable buscar un alejamiento en la relación, de forma que se circunscriba de forma exclusiva al contexto de la misma (trabajo, vínculo de sangre, amistad, etc.) sin buscar ni esperar jamás una cercanía emocional.

¿Que hacer para escapar de sus garras?

Nunca hay que olvidar que con un perverso es IMPOSIBLE establecer un vínculo de igual a igual, más aún, ningún tipo de relación interpersonal.

Ellos sólo buscan las relaciones de fuerza en las que se crea un intercambio del tipo dominador-dominado. Evidentemente, ya sospechamos quién se ubicará en el lugar dominante.

Cree firmemente que cualquier relación parte de la desconfianza y la manipulación. Piensa que nadie escapa a este principio.

El perverso abortará sistemáticamente cualquier intento que la persona haga porque aflore el conflicto (contrariamente a lo que está en el imaginario de mucha gente, el conflicto es sano y necesario).

Con él se reconoce al otro como interlocutor con el que puedes estar o no de acuerdo, pero siempre se parte del hecho que el otro EXISTE. El conflicto permite establecer una relación simétrica (las dos personas están al mismo nivel y se reconocen mútuamente como seres humanos).

Recordemos que para un@ pervers@ el otro no existe, es un objeto.

Por eso es tan importante lograr que no consiga su objetivo al lograr que el otro funcione de la misma forma que él. En el momento en que respondemos utilizando su mismo esquema, él ha ganado.

Su objetivo primordial es destruir al otro y que mejor forma de hacerlo que pervirtiéndolo, es decir convirtiéndolo en alguien semejante a él.

Es importante recordar que un@ pervers@ no siente culpa, por eso no hay que caer en el juego de hacerlo sentir culpable con recriminaciones, acusaciones, etc.

Desde el principio, tenemos la partida perdida. Ell@s son tremendamente hábiles para convertir en culpable a quien le hace un reproche. Ell@s nunca son culpables de nada, el problema siempre es del otro.

En cuanto a la descalificación sistemática que hace, es recomendable no caer en ese juego.

Me explico: ante una descalificación (sin base real, nunca la tiene) lo habitual y lo normal es que la persona agraviada proteste e intente justificar que ella no es así. El perverso no lo reconocerá nunca y lo seguirá descalificando, entonces la persona se esforzará por aportar más pruebas, pero él seguirá negándolo.

Este intercambio desembocará en un juego infernal en el que el agraviado NUNCA va a ganar. Por esta razón lo más inteligente es renunciar a modificar la imagen negativa que de nosotros nos devuelve el perverso.

Con decirle: «sí, quizás soy aburrida (o una nulidad, o, una calamidad, etc.) «, le cortamos de raíz su juego. Pensemos que al buscar destruir al otro, ataca su imagen devolviéndole un retrato negativo de sí mismo. Nadie soporta tener una auto-imagen negativa, por esa razón es fácil caer en su juego.

Va destruyendo poco a poco la valía del otro hasta conseguir que pierda toda su autoestima.

Es importante no creer lo que nos dice sobre nosotros. Busca el lugar que más le duele al otro y es allí donde asesta el golpe.

De ahí la inmensa importancia que tiene estar alerta para reconocer lo más rápido posible el veneno que intenta inocular y desactivarle el juego.

Los pasos a seguir se podrían resumir en cuatro puntos:

1. Identificar

2. Actuar

3. Resistir psicológicamente

4. intervención de la justicia, si es necesario.

La descripción que he venido haciendo de ell@s, posee varios elementos que permiten identificar con mayor rapidez a estos personajes. Soy consciente que hacerlo no siempre es evidente, ell@s saben muy bien cómo camuflarse. Pero también sé que una vez que se ha sufrido a uno de ellos se desarrolla un olfato muy fino para poder identificarlos.

La acción es el siguiente paso, para ello es primordial parar inmediatamente sus juegos.

La resistencia psicológica es importantísima a la hora de atravesar esa situación. Lo más probable es que las personas cercanas tomen partido e incluso lleguen a pensar que uno exagera.

Buscar apoyo en aquellos amigos incondicionales, éstos son aquellos que no juzgan y que están ahí.

Si fuese necesario, se debe buscar la ayuda profesional.

Lo importante es no quedarse aislado (eso será lo que buscará el perverso) y encontrar arropamiento y apoyo.

Es lamentable constatar la proliferación de estos personajes. Parece que la sociedad en que vivimos favorece su expansión. Confiemos en que no durará mucho tiempo.

Concluyo afirmando que un perverso actúa porque puede, es decir, ejerce su perversión porque el entorno social y familiar lo permite.

En mi próximo artículo hablaré sobre la comunicación perversa.

(Imagen: www.muyalfondodemi.blogspot.com)

El miedo

(Por Clara Olivares)

Existen miedos y miedos.

Me explico. Como bien dice la definición de Wikipedia, el miedo es una respuesta natural del organismo ante un peligro. Este mecanismo permite que el sujeto entre en estado de alerta y se prepare para la acción la cual le permitirá huir del peligro.

El primero en percibir un riesgo es el cuerpo. Éste lo percibe inmediatamente y manda señales mediante una contractura muscular, o, un encogimiento en la boca del estómago, o un dolor de cabeza, o a través de un malestar masivo e indeterminado.

Estas señales le están informando a la persona que está frente a algo o a alguien que constituye una amenaza para su salud física o psíquica.

Si el sujeto está en capacidad de percibir esas señales entonces su psiquis o su mente, interpreta esas señales y reacciona para que éste se aleje del peligro.

Pero si la conexión entre su mente y su cuerpo está cortada o es defectuosa, no podrá reaccionar y alejarse de lo que le amenaza.

Es necesario que la señal de alerta pase a la consciencia para que una persona se de cuenta de que está ante un peligro y reaccione.

Podría tratarse de una amenaza física (que alguien intente pegarte) o psicológica (un intento de manipulación). Es más fácil de detectar un peligro físico que uno psicológico.

Desde el punto de vista biológico, el miedo es un esquema adaptativo, y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y para su especie.(Wikipedia)

El miedo permite la supervivencia. Gracias a él se preserva la vida física y la vida psíquica.

¿Pero qué pasa cuando ese mecanismo no funciona de forma correcta? Es decir, cuando una persona es incapaz de reaccionar ante un peligro protegiéndose.

Las consecuencias suelen ser desastrosas ya que la persona es incapaz de protegerse para preservar su salud física o mental.

¿Y qué hace que esta conexión se corte? Probablemente la psiquis de esa persona la esté preservando de algo mucho peor, ya que hay situaciones en las que es mejor no enterarse de lo que está sucediendo alrededor.

Existen familias y sociedades en las que se enseña y se transmite claramente ante qué es necesario tener miedo y huir. Es el caso de un aprendizaje sano en el que se identifica la fuente del peligro.

Y también existen familias y sociedades en las que aparentemente no se identifica ningún peligro de forma clara pero en cambio se transmite el miedo a través del cuerpo (se dice que no se tiene miedo pero la persona está tensa, tiembla, etc.)

Si la palabra y el acto que sustenta ese discurso están en consonancia, esta situación no desencadenará ninguna alteración en la percepción del sujeto.

Pero cuando palabra y acción son opuestas y se refuerza la palabra como fuente de la verdad, la persona crece dividida en dos. Crece haciendo caso exclusivamente al discurso, siendo incapaz de ver que los actos que la acompañan son diametralmente opuestos.

Ha crecido sin ser consciente de esa disociación.

Desde el punto de vista psicológico es un estado afectivo, emocional, necesario para la correcta adaptación del organismo al medio, que provoca angustia y ansiedad en la persona, ya que la persona puede sentir miedo sin que parezca existir un motivo claro.(Wikipedia)

Repito, el cuerpo es el primero en registrar esa incoherencia, pero la mente esta incapacitada para interpretar esos mensajes y reaccionar. Por eso digo que la comunicación entre el cuerpo y la mente está cortada o es defectuosa.

Y si éste es el caso, la persona vive en un estado de desazón permanente en el que entra en un situación emocional de ansiedad y angustia, sin comprender de dónde proviene ese estado, o incluso, sin ser consciente de que lo padece.

Por ésta razón es importante estar alerta y aprender a escuchar al cuerpo. Cuando irrumpe una enfermedad o una dolencia no es gratuita su aparición. Probablemente habrá un importante componente emocional asociado.

Desde el punto de vista social y cultural, el miedo puede formar parte del carácter de la persona o de la organización social. Se puede por tanto aprender a temer objetos o contextos, y también se puede aprender a no temerlos, se relaciona de manera compleja con otros sentimientos (miedo al miedo, miedo al amor, miedo a la muerte, miedo al ridículo) y guarda estrecha relación con los distintos elementos de la cultura. (Wikipedia)

Cada uno de nosotros ha aprendido a comportarse ante el peligro de la misma forma en que lo hacía el entorno familiar y social en que se nació.

Existe una película magnífica que muestra de forma clarísima cómo un grupo utiliza el miedo para conseguir que ninguno de los miembros abandone el grupo. Se trata de «El bosque» (The village) del director M. Night Shyamalan.

Hablamos de una película, pero si nos trasladamos a la vida real, en las familias existe el mismo tipo de funcionamiento.

El trabajo al que nos enfrentamos como adultos consiste en seguir el rastro que va dejando nuestra forma de relacionarnos con nuestro cuerpo y con los otros para poder identificar si crecimos con esta disociación o no.

Es gracias a la comprensión del funcionamiento en el que crecimos que es posible liberarse de ese lastre que arrastramos, llamado aprendizaje. Esta comprensión permite al sujeto elegir realizar un nuevo aprendizaje desde la consciencia.

Es como ir desenredando una madeja siguiendo la punta de un hilo. En este caso, el hilo lo constituye la forma que cada uno tiene de relacionarse con su cuerpo y con el otro.

Nos podríamos preguntar el lugar que ocupa nuestro cuerpo en nuestra propia vida: ¿existe?, ¿es algo de lo que abuso?, ¿lo cuido?

Y, como todo en la vida, cada uno es libre para decidir si quiere o no desenredar su propia madeja.

Yo digo que es absolutamente recomendable hacerlo, pero repito, cada uno hará lo que puede.

A lo mejor hacerlo resulta demasiado doloroso y es mejor «no revolver el avispero».

La próxima semana hablaré sobre el estrés.

(Imagen: www.giovanny10.blogspot.com)

¿Cómo reconocer a una persona violenta? ¿Qué hacer?

(Por Clara Olivares)

Si nos tomamos el tiempo para examinar nuestra vida con un poco de detenimiento, encontraremos que alguna vez hemos sido violentos con un ser vivo, puede tratarse de una persona, o, de un animal.

Por lo general, quienes muestran comportamientos violentos (conscientes o inconscientes) suelen ser personas cuyo modo de relacionarse con otro es de tipo perverso.

Afortunadamente, el hecho de haber mostrado una actuación violenta o haber realizado una maniobra perversa en un determinado momento, no nos convierte necesariamente en una persona violenta.

Uno puede tener un comportamiento violento y no ser consciente de ello. Es gracias a que un tercero nos lo hace ver para que seamos conscientes de nuestra actuación y hagamos algo al respecto.

Esto hay que tenerlo muy presente a la hora de discernir entre quién es un perverso y quién no lo es.

Basta con decir una sola vez que la actuación que se ha tenido ha sido violenta para que ésta se detenga y no se vuelva a repetir.

Este instante es crucial, ya que es a partir de la respuesta y de la actitud que esa persona muestra ante quien le hace ver su funcionamiento, que podemos determinar si es alguien sano pero inconsciente o es un ser violento-perverso.

Si la persona en cuestión posee la capacidad para reconocer que ha obrado de forma violenta y se disculpa, es posible que haya una posibilidad de establecer una relación. Para que sea posible algo en lo que la violencia no esté presente, es indispensable que la persona realice una reparación del daño que causó y que no vuelva a repetir el acto violento, por supuesto.

Lo único que hace posible crear un vínculo con una persona que ha dañado a otra es que aquella repare el daño que provocó.

De nada vale que se disculpe o pida perdón y luego repita el acto violento. Si así actúa, lo más probable es que estemos en presencia de un/una pervers@.

Si ante la notificación de que ha vulnerado a otro siendo violent@, éste vuelca toda la culpa de lo sucedido sobre el que reclama, sin llegar a asumir su propia responsabilidad en la actuación que el otro le señala, «apaga y vámonos», como dicen sabiamente en España, nuevamente nos encontramos frente a una persona violenta-perversa.

Los sujetos violentos han aprendido a ser violentos. Quien maltrata, ha sido a su vez maltratad@. Es una cadena.

El perverso suele tener una herida narcisista enorme, no ha podido superar la etapa narcisista normal en cualquier proceso de maduración, es decir, no ha podido construir una buena imagen de sí mism@.

Este hecho es crucial para el sano desarrollo psíquico de un ser humano, es gracias a la interacción con el otro que se construye nuestra psiquis, ésta conformará la columna vertebral interna sobre la que una persona se estructura. Si hemos sido amados y respetados actuaremos de igual manera con los otros, seremos respetuosos y cariñosos con los que están a nuestro alrededor.

Si recibimos de nuestro entorno respeto, cariño, reconocimiento como seres humanos y hemos sido dignificados, entonces podremos poseer un buen concepto de nosotros mismos. Sabemos que somos seres que merecemos ser amados.

Con una persona violenta este proceso no se llevó a cabo.

Una persona adulta que reclama constantemente una mirada de admiración del otro, seguramente o no llegó a superar la etapa del desarrollo del período narcisista, o, es perversa.

Creo que es muy importante hacer la distinción entre alguien pervers@ y alguien que en algún momento dado tiene una actuación violenta, pero que no es consciente de que ha sido violento y repara el daño.

El primero ejerce la violencia con plena consciencia de lo que está haciendo. En el otro caso, puede tratarse de alguien que no puede soportar la imagen de sí mismo que le devuelve el otro y responde atacando de forma inconsciente.

Hablo de un perverso puro y duro  o de un «perversón» (utilizo este término para diferenciar el grado de consciencia con la que una persona ejerce la violencia), en ambos casos una relación sana con este tipo de personas no es posible.

Ambos poseen un vacío interior enorme que suelen llenar de diversas formas. El perverso se alimenta de lo que poseen otras personas: buen corazón, generosidad, auto estima, etc. Cree que si despoja a otro de las cualidades de las cuales él adolece, su vacío se va a llenar y su angustia va a cesar.

Un «perversón» no soporta su propia angustia y su malestar hace que se apodere de otro y le convierta en una extensión de sí mismo moldeándole a su gusto. Se trata de invasión, de falta de respeto, de carencia de límites, de violencia en resumidas cuentas.

Repito, lo que marca la gran diferencia entre uno y otro, es el grado de consciencia que estas personas poseen de sus actuaciones violentas y/o del deseo que tengan de ser conscientes de ellas, y, por supuesto, de si hay una reparación por su parte o no la hay.

Si no hay una reparación, nada es posible.

En el caso de un perverso la única vía posible para no perecer, es huír y lo más lejos de ser posible.

Cuando se trata de un «pervers@n», si éste no muestra un deseo real de reparar el daño que ha causado, o, de cuestionarse a sí mismo y permitir que la duda anide en él, lo más aconsejable es ponerse lejos de su alcance.

En el caso de la violencia ejercida por un/una pervers@, lo primero que debemos hacer es denunciarle ante las autoridades encargadas (policía) y en segundo término es dejarle claro que su actuación es violenta y que ésta constituye una vulneración de la integridad de cualquier persona además de  que social y moralmente no es aceptable.

Nadie, absolutamente nadie merece ser tratado de forma violenta.

Uno tiene derecho a enfadarse pero no puede causar daño a otro a causa de su enfado.

No existe ningún argumento válido para maltratar a otra persona. Cualquier discurso que se despliegue para justificar el daño causado carece de todo valor.

Una vez que nos hemos ocupado del pervers@/»pervers@n» de turno, a quien hay que atender inmediatamente es a la víctima.

Es muy importante transmitirle que ella no ha hecho ni dicho absolutamente nada para que merezca ser tratada de forma violenta.

La persona que ha sido maltratada cree profundamente que merece ser castigada, golpeada, etc. Este sentimiento surge del trabajo que ha hecho su verdug@ para llegar a tenerla bajo su poder total.

Nadie está exento de caer en las garras de un/una pervers@/»pervers@n», basta con tener un soporte psíquico precario, o, estar en una situación de desprotección, desarraigo, soledad, abandono, etc. que fragilice a la persona y la haga más vulnerable para que un pervers@/»pervers@n» la elija para dominarla.

Es importante mostrarle a la víctima que está bajo el poder de una persona perversa y que ella no es culpable de éso. También que lo que el perverso hace es violento.

El «perversón» así como el perverso no es que posean una gran inteligencia, es que son muy hábiles. Poseen una habilidad especial para encontrar el lado vulnerable del otro y atacar por ahí. En el caso de un/una «pervers@n» éste lo hace como una defensa inconsciente en tanto que el perverso lo hace para dominar, controlar y destruir al otro, necesita que el otro se fragilice y se rompa para tenerlo dominado y no pueda defenderse.

Una persona perversa necesita enmascarar sus propias debilidades y por eso destruye al que sí posee lo que ella no tiene.

Tanto el uno como el otro no van a permitir que su víctima les deje y se vaya sin presentar batalla. Desplegarán todo su armamento para evitarlo: manipulación, amenazas, culpabilización, etc. harán todo lo que juzguen necesario para que su presa no abandone el juego.

En dos de mis artículos anteriores hablo de algunas estrategias para decir no. Utilizarlas con este tipo de personas es tremendamente útil.

También es importante no morder el cebo que lanzan (con una descalificación, a través de la culpabilización, o haciéndose la víctima, por poner tres ejemplos) y caer en una cadena de justificaciones y de argumentos que terminará en la aceptación por parte de la víctima del argumento que ellos plantean. Siempre ganarán porque son tremendamente hábiles en ese juego.

Es importante mantenerse sereno, no «entrar al trapo» como reza el dicho, es decir, no responder al envite que nos lanzan, y, fundamental, no engancharnos en la rabia que nos despiertan sus palabras. Se trata de cebos, no lo olvidemos.

Si caemos en manos de este tipo de personas y conseguimos salir airosos será una lección que no olvidaremos en la vida. Desarrollaremos un olfato prodigioso para detectar a un/una pervers@ o a un «pervers@n» a leguas.

La semana que viene hablaré de algo mucho más ligero: el placer.

(Imagen: www.123rf.com)