Imagen e identidad

mujeractual.pe

(Por Clara Olivares)

La transformación de la apariencia física de esta actríz no ha dejado indiferente a nadie.

A mí me ha inspirado este artículo. Son muchas las preguntas que me ha suscitado: «¿Qué llevó a esta mujer a hacerse este cambio?» «¿Cuáles fueron sus motivaciones personales?».

Evidentemente son preguntas sin respuesta y tampoco me interesaría conocerlas, primero porque no soy su amiga, y segundo, porque no es asunto mío.

Pero lo que de verdad me hizo pensar fué en como se relacionan imagen e identidad. Me parece que tienen una estrecha relación.

Esta relación va mutando a lo largo de nuestra vida. Durante la niñez y en la adolescencia, al ser éstos períodos de formación, se está llevando a cabo la construcción de nuestra identidad.

En estos períodos la imagen ocupa un lugar preponderante, mientras que en la edad adulta ésta pasa a un segundo término, ya que se da por sentado que nuestra identidad está consolidada (teóricamente).

Pero antes encuentro pertinente aclarar la diferencia entre ambas:

* Imagen: es una representación visual de un objeto real o imaginario. En el caso que nos ocupa, sería la manifestación de la apariencia visual que alguien proyecta hacia el exterior así como las sensaciones y los sentimientos que transmiten.

* Identidad: es el conjunto de rasgos de un individuo o de una comunidad que les son propios y que les convierte en distintos a los demás. Es importante señalar la consciencia de unicidad y especificidad que se tiene de esos rasgos (innatos y adquiridos).

Como señalo en la definición anterior, la influencia del entorno familiar y social juegan un papel muy importante en esa construcción.

Puede que las características que son propias de una persona o de una comunidad no sean las que la sociedad acepta.

En estos casos nos encontramos ante un dilema: ¿Soy yo/nosotros mismo o me convierto en lo que el exterior me/nos pide para ser aceptado y no padecer la exclusión?

Hasta hace poco tiempo, muchas generaciones nos encontramos en esa tesitura y algunos de nosotr@s optamos por intentar ser lo más fieles a nuestra identidad.

Muchas veces esta opción conduce a algunas personas a la búsqueda de un entorno en el que la exigencia para ser aceptad@ resulte más fácil. Se produce así una migración hacia sociedades más permeables y más tolerantes con la diferencia.

Pero no siempre esta opción es viable y los individuos se ven impelidos a negar su propia identidad ocultándola tras actitudes o comportamientos opuestos a su verdadero ser para poder sobrevivir.

La supervivencia física y psíquica determina casi todas nuestras decisiones.

Es deseable que durante la niñez y la adolescencia esté presente una figura adulta que pueda transmitirle al joven en qué consiste esta diferencia, de manera que pueda entender que, en determinadas ocasiones, es necesario mostrar una imagen que no esté en plena concordancia con lo que somos verdaderamente, y que, no por actuar de esa manera se es poco honesto.

He conocido casos en los que una familia «aparentaba» los comportamientos y actitudes acordes a la exigencias de la sociedad en que vivía pero que en la intimidad podía manifestar su verdadera identidad. Sin ir más lejos, recordemos que esta estrategia la utilizaron muchas familias hebreas durante el nazismo.

Ser conscientes de la diferencia entre imagen e identidad marca la frontera entre cordura y locura. Si la sociedad en que se está inmerso es demasiado rígida, no admitirá ningún desvío de las normas exigidas para ser aceptad@.

Parece una nimiedad, pero no lo es para nada.

Identidad e imagen se nutren mútuamente.

Me atrevería a afirmar que tod@s hemos recurrido a la estrategia mencionada arriba. Felizmente no nos hemos visto en una situación tan dramática como la del holocausto.

No obstante, parece que estamos siendo testigos de una época particular en la que la identidad ha quedado totalmente relegada y olvidada.

Me contaba una amiga hace unos días, que había visto un documental de Corea en el que las jóvenes de 13 a 15 años pedían «a la carta» la cirugía plástica.

Ya no decían que deseaban hacerse una rinoplastia porque no les gustaba su naríz, sino que pedían que les hicieran la frente de fulanita, la naríz de zutanita, las mejillas de tal persona y la barbilla de equis. A ésto hay que sumarle el dolor al que se someten algunas para alargarse los huesos de las piernas para ser más altas.

No sé si vosotr@s no os habéis quedado impresionados, pero yo aún no puedo salir de mi asombro.

¿Qué le está pasando a la sociedad?

Parece que estamos entrando en una era en la que la famosa pregunta de «¿quién soy yo?» ha dejado de plantearse.

Ya no «soy yo», ahora «soy otr@».

Encuentro este cambio, no sólo dramático, sino peligroso.

Las sociedades las forman individuos, si estos individuos dejan de tener una identidad que les diferencie de los otros, ¿hacía dónde nos dirigimos?

Imagino que la sociedad se convertirá en un lugar conformado por clones.

Y la pregunta que me planteo es: «¿Quién determina el/los clones a seguir?»

¡Qué miedo!

En mi próximo artículo hablaré sobre el desapego.

(Imagen: mujeractual.pe)

Los pervers@s (1)

 

lobo-oveja

Por Clara Olivares

Creo que tod@s nos hemos topado con uno de estos personajes a lo largo de nuestra vida.

No se trata de una enfermedad mental de la que no puedan escapar y que sea la causa de su comportamiento.

Saben muy bien lo que están haciendo.

Hacen daño adrede, de ahí que se le califique como un acto de orden moral; por esa razón no hay excusa que valga para justificar su comportamiento.

Existe un amplio abanico de perversión: puede limitarse a la manipulación de otr@s (bien sea a nivel de comportamiento, pensamiento o emociones) para satisfacer sus propios deseos, es lo que yo suelo llamar «perversones», es decir, que pueden tener actuaciones de tipo perverso pero no necesariamente llegan a serlo; hasta el auténtico pervers@ extremo cuyo deseo de destruir conforma su razón de ser.

En este artículo hablaré de los perversos con mayúsculas. Son personas peligrosas de las que es aconsejable huir.

Con un perverso no es posible establecer una relación. Para eso tendrían que volverse humanos, es decir sentir, y, a eso le temen profundamente.

Es habitual encontrar casos en los que una persona se fija la meta de salvarles, desgraciadamente lo único que consiguen es perecer (literal y figurativamente hablando) en el intento. Basta con mirar los titulares de las noticias para hacerse una idea de cuales serán las consecuencias de esa gesta.

El objetivo que busca un perverso es el de dominar para luego destruir.

Escoge a su víctima: por lo general alguien que está en una situación de fragilidad (luto, abandono, pérdidas, etc.), y utiliza la seducción como mecanismo para hechizarla.

Los perversos suelen ser personas encantadoras que saben muy bien cómo utilizar sus encantos para atraer a aquell@s que serán sus futuras víctimas o a aquellas de las cuales obtendrán algún beneficio. No suelen «dar puntada sin dedal», son frías y calculadoras.

Han desarrollado la manipulación hasta convertirla en un arte.

Saben perfectamente como despertar en el otro lástima y culpa. Pervierten el lenguaje, por ejemplo, dejando frases a medio terminar, o insinuando hábilmente lo que desean sin llegar a pedirlo abiertamente, de forma que el otr@ termina acabando la frase como ellos desean que lo haga u obteniendo aquello que persigue, sin que la persona en cuestión se de cuenta de que ha sido manipulada.

Pedir diréctamente, sería posicionarse, y, éso es algo que evitan a toda costa.

El ritual suele ser el mismo: primero eligen a la víctima, luego la seducen, la encandilan, hasta que ésta cae en sus redes.

Una vez asegurada ésta, la van aislando poco a poco de sus familiares y amigos de tal forma que, pasado el tiempo no tenga a nadie en quien apoyarse.

Si por alguna casualidad, la víctima se les resiste o le señala sus tejemanejes, entonces despliegan una estrategia más perversa aún. Como digo más arriba, suelen ser personas encantadoras; utilizan sus recursos para dar una imagen intachable ante el exterior consiguiendo que se llegue a pensar que no es posible que una persona tan simpática, buena, cariñosa, etc. no sea amada por su compañer@/herman@,/jef@. Así consiguen que «él/la mala» no sea él sino el otro.

Conseguido el aislamiento, o la campaña de adoctrinamiento de los otr@s, el siguiente paso comienza con un período de pequeñas humillaciones y descalificaciones cuyo objetivo es ir minando a la persona escogida. Su víctima nunca sabrá con certeza cuál debe ser la respuesta o el comportamiento correcto que el perverso espera de él o ella.

El resultado de este juego es siempre el mismo: jamás acertarán ni encontrarán la palabra o la actuación adecuada.

De esta manera inocula su veneno y consigue que la persona le tema. Es gracias al miedo que afianza su dominio.

Siempre suele haber una amenaza (al principio de forma velada, luego se hará explícita) en la que se apoya para atemorizar a su elegid@. No es relevante si la amenaza es susceptible de cumplirse o no, lo importante es que la víctima crea que esa amenaza es verdadera.

Suelen ser personas con un olfato muy fino para detectar en el otro su flanco más débil, aquello que les hace vulnerables. Buscan el punto en el que saben que causaran más daño y hacia allí dirigen sus dardos.

Esta estrategia les permite debilitar al otro con mayor facilidad, así asestar el golpe que le romperá será más fácil.

Conseguido su objetivo de dominio, o, el beneficio que buscan, se aburren y cansan. Ésto les lleva a iniciar la búsqueda para reemplazar a su víctima.

Los perversos adolecen de un profundo vacío interior, por eso necesitan alimentarse de otr@s para llenarlo.

Este vacío nace de las carencias tan grandes que tienen y, por eso, cuando se topan con alguien que posee aquello de lo cual ell@s adolecen se dispara en su interior una profunda envidia.

Desean despojarle de esas cualidades y hacerlas suyas. Como ésto es imposible, la pulsión de destruir aquello que no pueden obtener les embarga.

Tienen una herida narcicista profunda. Si tomaran contacto con lo que sienten estarían salvados, se harían humanos. Pero, la mayoría de ellos no desean ni por asomo, reconocer ante otro sus actuaciones.

Hacerlo les obligaría a asumir la responsabilidad de sus actos.

En su mente, el otro SIEMPRE es el culpables. Ellos son intachables.

Es tal la angustia y el temor que les produce la posibilidad de aceptar ante los otros lo que hacen que siguen en esa rueda diabólica de culpar siempre a alguien del exterior de sus fallos.

No soportan que esa imagen que quieren mostrar tenga fisuras. Si lo pudieran hacer se deprimirían y ésto les rescataría.

Hasta la actualidad no me he topado con ningún perverso que se haya humanizado. No obstante, sí son muchos los casos de personas que inconscientemente han tenido actuaciones perversas, pero que al hacércelas ver rectifican. Menos mal!!!!

En mi próximo artículo hablaré sobre lo que hay que hacer cuando un perverso se cruza en nuestro camino o intenta convertirnos en su víctima.

(Imagen:www.potrerostiempos.com)

La belleza

La venus del espejo

Por Clara Olivares

Hablar de la belleza no resulta tan fácil como pareciera. En primer lugar, porque estamos ante un concepto, una idea muy personal y en segundo lugar, porque ese criterio ha sufrido variaciones enormes a lo largo de la historia.

Esta particularidad hace que nos sumerjamos en el territorio de lo abstracto. Pensamos en ella y aunque es algo real, al mismo tiempo es algo intangible que huye de nuestra cabeza y que se escapa muy fácilmente.

Quizás el querer abarcar muchos y variados aspectos, hace que la idea que tenemos de ella a veces se nos escape entre los dedos al igual que un puñado de arena.

Si le habláramos a una persona que vivió en el siglo XVIII sobre los cánones que rigen este concepto en el siglo XXI, quizás se muriera de la risa, o, pensaría que estamos locos. Sería complicado que comprendiera que lo que nosotros consideramos bello, para ella, a lo mejor, sería algo feo y sin valor.

No es mi intención en ningún momento la de escribir algo muy sesudo (para eso están los expertos). Sólo quiero hablar sobre lo que el concepto me despierta.

Este tema está fuertemente influido por el aspecto social, pero las preferencias personales no siempre están en consonancia con lo que el gran público considera bello.

Como muchas cosas en esta vida, es el cuerpo, en última instancia, el que expresa lo que habita en el alma. Puede tratarse, por ejemplo, de una habilidad como la pintura, la música o la escultura o, de una cualidad, como la nobleza, la generosidad o la ausencia de maldad.

Lo que es evidente es que el cuerpo refleja la vida que alguien ha tenido, así como también lo que lleva en el alma.

Un ejemplo muy claro de ésto es el guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards. Se puede leer en su cara y en su cuerpo quién ha sido y quién es. Su historia está escrita en su aspecto físico.

Me llamó la atención un programa que emitieron en la televisión sobre este tema. Hicieron un estudio en el que mostraban a un grupo de personas unas fotos de hombres y mujeres de diferentes razas, con distintos colores de piel y de ojos, variadas formas de labios, etc. con el objetivo de determinar qué es lo que hace que alguien sea considerado bell@ y concluyeron que la mayoría de los encuestados encontraban hermosos los rostros que eran simétricos y armónicos.

Y, una vez más, nos encontramos frente a un concepto. Armonía significa equilibrio, de una música, de una cara, de un cuerpo, etc.

De entre todas las definiciones que encontré, la cualidad de la belleza que me resultó más ajustada a mi idea fue la de la armonía.

¿Por qué? porque cuando no hallo un equilibrio entre el aspecto físico y el intangible en una persona, no se produce la armonía que hace que, a mis ojos, resulte bell@.

Podemos encontrar muchos hombres y mujeres con un físico «hermoso», es decir, aquel que coincide con los cánones sociales correspondientes a la época en que se vive, pero no por ello son personas bellas.

Aunque posean un físico reconocido como bello, es imposible separar el aspecto que deja traslucir el contenido de su alma (o su psíquis, o su corazón, o su espíritu).

Observando a l@s model@s en los desfiles de moda, me llamó la atención que lo que atrae nuestra mirada es la ropa, no las personas. Seguramente, quién hace el casting escoge precisamente a aquellas cuyas características no compitan con lo que visten.

Aunque también nuestra forma de vestir habla de nosotr@s.

Así mismo, la idea de belleza se va transformando con la edad. Lo que nos resultaba atractiv@ a los 20 no es lo mismo que a los 40.

Y, menos mal. Si no que caos y que aburrimiento saldrían de esa combinación.

Lo que me interesa señalar, es que, cuando se va envejeciendo, por lo general, el físico se va marchitando: la piel deja de estar tersa, las carnes se vuelven flácidas, nos llenamos de arrugas y de canas, los atributos sexuales como el pecho, las nalgas, el pelo, etc., se «caen»… es decir, nuestro físico deja de ser portador de belleza.

¿Y qué queda? Afortunada o desafortunadamente, se refleja en nuestra cara y en nuestro cuerpo de forma irremediable aquello que alberga nuestro corazón y la historia de nuestra vida.

De alguna manera se comienza a hacer evidente lo que realmente somos y cómo hemos vivido.

Si por el camino nos fuimos amargando, en la madurez se nos pondrá una expresión de desagrado en la cara; o, por el contrario, si conseguimos amansar a ese potro encabritado que se rebelaba ante cualquiera que intentara ensillarle, nuestra expresión será pacífica, por poner sólo dos ejemplos.

Cuando nos encontramos con alguien la primera vez, se percibe cómo es su vida interior.

A veces utilizamos términos como «hermos@», «bell@» para describir las cualidades del alma de una persona.

Estamos hablando de una actuación o de su aspecto físico para decir que lo que hace, dice o piensa es lo justo, lo correcto o lo bueno. Es entonces cuando le catalogamos como una persona bella.

Sería interesante que observáramos durante un rato la imagen que nos devuelve un espejo y nos preguntáramos qué pensaríamos sobre la persona que estamos viendo.

¿Nos gusta?, ¿la rechazamos?, ¿nos resulta antipática?, ¿la encontramos hermosa?, ¿qué aspecto de nosotr@s ha adquirido más relevancia?

Las respuestas que nos diéramos reflejarían cómo nos sentimos en nuestro cuerpo.

Y, mientras sigamos vivos, podremos modificar aquello que no nos agrada.

Creo firmemente que la vida es enormemente generosa y que siempre nos ofrece más de un oportunidad para cambiar.

La próxima semana hablaré sobre la sexualidad.

(Imagen: «La Venus del espejo», Diego de Velázquez. National Gallery, London)

 

 

¿Quién soy yo?

identidad

Por Clara Olivares

Seguramente en algún momento de nuestra vida nos hemos hecho esta pregunta.

Puede que hayamos intentado encontrar la respuesta a través de diversos caminos.

A lo mejor encontramos la respuesta, o, a lo mejor no. O, quizás aún la estamos buscando.

En cualquier caso, independientemente de los caminos elegidos, una cosa si es cierta: nadie puede vivir sin tener una idea (aunque sea precaria e imprecisa) de quién es.

Para ir construyendo esta idea es necesario que nos adentremos en tres áreas básicas: la familiar, la social y la profesional (o el oficio que nos define en este campo).

Si no sé de dónde vengo es muy difícil que llegue a saber quién soy. Esta dirección nos llevará a indagar en el pasado familiar.

Probablemente será necesario que averigüemos quiénes fueron nuestros abuelos y nuestros padres.

En algunas familias la memoria familiar no está muy clara ni es fácil acceder a ella.

Cabría preguntarse sobre qué bases fue construida la identidad familiar, en otras palabras, contestar a preguntas como: ¿Qué tipo de familia éramos? ¿Cómo nos veía el entorno? ¿Éramos aceptados?, o, por el contrario nos criticaban, etc.

¿Cuál era la mirada que tenía cada uno de los miembros de mi familia sobre nuestros orígenes? ¿Se percibía admiración, o, desprecio, o, vergüenza?

La respuesta que demos a cada una de estas preguntas nos marcará la dirección a seguir.

Todo grupo se crea y se construye alrededor de un mito: «somos los Pérez, los más inteligentes», o, «los más graciosos», o, «los más hábiles para los negocios»…

Da lo mismo que se trate de una familia, una pareja, una amistad o un partido político. El mito fundador (en la mayoría de los casos, inconsciente) es el núcleo alrededor del cual se fundamenta una relación.

Y, en este punto, es cuando «la puerquita torció el rabo», como reza el dicho.

En algunas ocasiones ese mito nace de una carencia.

Me explico: si, por ejemplo, una familia es tremendamente anodina y común, es necesario que se construya un mito que enaltezca y transforme esta carencia. Y entonces se crea el mito de un pasado familiar épico, noble, fuera de lo común para poder dotar a los miembros del grupo de una identidad fuerte.

Pero, desafortunadamente en este caso, se ha creado una leyenda sobre algo irreal.

¿Por qué? Os preguntaréis. Pues por la profunda necesidad de tener algo de valor al rededor de lo cual construirse identitariamente.

Ningún ser humano puede estructurar su identidad sobre algo negativo.

Este podría ser el nacimiento de un miedo: ¿y si el desfase que existe entre mito y realidad es demasiado grande? ¿Dónde queda mi identidad?

No olvidemos que el mito tiene una función: la de aglutinar a los miembros de un grupo y proveerles de identidad.

En ningún momento el mito es fiel a la realidad (o, por lo menos en la mayoría de los casos). Por eso es un mito.

El miedo surge de forma inconsciente porque, en algún lugar dentro de cada uno de nosotros, se «sabe» que lo que cuenta el mito, no se apoya en una verdad.

Entonces, ¿qué hago? ¿hacia dónde me dirijo? ¿y si resulta que las bases de lo que yo soy no existen?.

Este planteamiento me sugiere una imagen:¿recordáis esos programas sobre la naturaleza en los que un miembro de una manada se pierde y queda a merced de los elementos? Ha perdido el arropamiento y la protección que le da el hecho de «pertenecer» a un grupo.

Pareciera algo banal y anodino, pero por desgracia no lo es.

Pienso en esas personas que, para salvar su vida, han tenido que huir de una persecución, o, de un desastre natural, y, que de un día a otro, se encuentran despojadas de todo aquello que representaba su propia identidad: un idioma, un lugar geográfico, una etnia, un paisaje, una familia, un oficio, una pareja…

En otras palabras, el individuo está en un momento de gran fragilidad. Es más vulnerable a los arañazos y a las embestidas de la vida o de los otros. De la misma forma que sucedía con el individuo apartado de su manada.

Saber quién se es, o, dicho de otra forma, poseer una identidad, es, a la vez, algo muy frágil y al mismo tiempo algo muy poderoso.

Se «está» frágil, no se «es» frágil. Felizmente la identidad puede volver a construirse cuando resulta devastada.

Es importante acudir a las diferentes fuentes de las que se alimenta para nutrirse de ellas y reinventarse.

La vida es cambio y es movimiento. Nada permanece igual.

Sí, ésta idea a veces asusta, pero si conseguimos perderle el miedo, nos volveremos a inventar.

Así ha sido la historia de la humanidad, y, la humanidad está hecha de individuos, no lo olvidemos.

En mi próximo artículo hablaré sobre los buenos modales o la llamada buena educación

(Imagen:www.identidadrobada.com)

 

¿Cómo reconocer a una persona violenta? ¿Qué hacer?

(Por Clara Olivares)

Si nos tomamos el tiempo para examinar nuestra vida con un poco de detenimiento, encontraremos que alguna vez hemos sido violentos con un ser vivo, puede tratarse de una persona, o, de un animal.

Por lo general, quienes muestran comportamientos violentos (conscientes o inconscientes) suelen ser personas cuyo modo de relacionarse con otro es de tipo perverso.

Afortunadamente, el hecho de haber mostrado una actuación violenta o haber realizado una maniobra perversa en un determinado momento, no nos convierte necesariamente en una persona violenta.

Uno puede tener un comportamiento violento y no ser consciente de ello. Es gracias a que un tercero nos lo hace ver para que seamos conscientes de nuestra actuación y hagamos algo al respecto.

Esto hay que tenerlo muy presente a la hora de discernir entre quién es un perverso y quién no lo es.

Basta con decir una sola vez que la actuación que se ha tenido ha sido violenta para que ésta se detenga y no se vuelva a repetir.

Este instante es crucial, ya que es a partir de la respuesta y de la actitud que esa persona muestra ante quien le hace ver su funcionamiento, que podemos determinar si es alguien sano pero inconsciente o es un ser violento-perverso.

Si la persona en cuestión posee la capacidad para reconocer que ha obrado de forma violenta y se disculpa, es posible que haya una posibilidad de establecer una relación. Para que sea posible algo en lo que la violencia no esté presente, es indispensable que la persona realice una reparación del daño que causó y que no vuelva a repetir el acto violento, por supuesto.

Lo único que hace posible crear un vínculo con una persona que ha dañado a otra es que aquella repare el daño que provocó.

De nada vale que se disculpe o pida perdón y luego repita el acto violento. Si así actúa, lo más probable es que estemos en presencia de un/una pervers@.

Si ante la notificación de que ha vulnerado a otro siendo violent@, éste vuelca toda la culpa de lo sucedido sobre el que reclama, sin llegar a asumir su propia responsabilidad en la actuación que el otro le señala, «apaga y vámonos», como dicen sabiamente en España, nuevamente nos encontramos frente a una persona violenta-perversa.

Los sujetos violentos han aprendido a ser violentos. Quien maltrata, ha sido a su vez maltratad@. Es una cadena.

El perverso suele tener una herida narcisista enorme, no ha podido superar la etapa narcisista normal en cualquier proceso de maduración, es decir, no ha podido construir una buena imagen de sí mism@.

Este hecho es crucial para el sano desarrollo psíquico de un ser humano, es gracias a la interacción con el otro que se construye nuestra psiquis, ésta conformará la columna vertebral interna sobre la que una persona se estructura. Si hemos sido amados y respetados actuaremos de igual manera con los otros, seremos respetuosos y cariñosos con los que están a nuestro alrededor.

Si recibimos de nuestro entorno respeto, cariño, reconocimiento como seres humanos y hemos sido dignificados, entonces podremos poseer un buen concepto de nosotros mismos. Sabemos que somos seres que merecemos ser amados.

Con una persona violenta este proceso no se llevó a cabo.

Una persona adulta que reclama constantemente una mirada de admiración del otro, seguramente o no llegó a superar la etapa del desarrollo del período narcisista, o, es perversa.

Creo que es muy importante hacer la distinción entre alguien pervers@ y alguien que en algún momento dado tiene una actuación violenta, pero que no es consciente de que ha sido violento y repara el daño.

El primero ejerce la violencia con plena consciencia de lo que está haciendo. En el otro caso, puede tratarse de alguien que no puede soportar la imagen de sí mismo que le devuelve el otro y responde atacando de forma inconsciente.

Hablo de un perverso puro y duro  o de un «perversón» (utilizo este término para diferenciar el grado de consciencia con la que una persona ejerce la violencia), en ambos casos una relación sana con este tipo de personas no es posible.

Ambos poseen un vacío interior enorme que suelen llenar de diversas formas. El perverso se alimenta de lo que poseen otras personas: buen corazón, generosidad, auto estima, etc. Cree que si despoja a otro de las cualidades de las cuales él adolece, su vacío se va a llenar y su angustia va a cesar.

Un «perversón» no soporta su propia angustia y su malestar hace que se apodere de otro y le convierta en una extensión de sí mismo moldeándole a su gusto. Se trata de invasión, de falta de respeto, de carencia de límites, de violencia en resumidas cuentas.

Repito, lo que marca la gran diferencia entre uno y otro, es el grado de consciencia que estas personas poseen de sus actuaciones violentas y/o del deseo que tengan de ser conscientes de ellas, y, por supuesto, de si hay una reparación por su parte o no la hay.

Si no hay una reparación, nada es posible.

En el caso de un perverso la única vía posible para no perecer, es huír y lo más lejos de ser posible.

Cuando se trata de un «pervers@n», si éste no muestra un deseo real de reparar el daño que ha causado, o, de cuestionarse a sí mismo y permitir que la duda anide en él, lo más aconsejable es ponerse lejos de su alcance.

En el caso de la violencia ejercida por un/una pervers@, lo primero que debemos hacer es denunciarle ante las autoridades encargadas (policía) y en segundo término es dejarle claro que su actuación es violenta y que ésta constituye una vulneración de la integridad de cualquier persona además de  que social y moralmente no es aceptable.

Nadie, absolutamente nadie merece ser tratado de forma violenta.

Uno tiene derecho a enfadarse pero no puede causar daño a otro a causa de su enfado.

No existe ningún argumento válido para maltratar a otra persona. Cualquier discurso que se despliegue para justificar el daño causado carece de todo valor.

Una vez que nos hemos ocupado del pervers@/»pervers@n» de turno, a quien hay que atender inmediatamente es a la víctima.

Es muy importante transmitirle que ella no ha hecho ni dicho absolutamente nada para que merezca ser tratada de forma violenta.

La persona que ha sido maltratada cree profundamente que merece ser castigada, golpeada, etc. Este sentimiento surge del trabajo que ha hecho su verdug@ para llegar a tenerla bajo su poder total.

Nadie está exento de caer en las garras de un/una pervers@/»pervers@n», basta con tener un soporte psíquico precario, o, estar en una situación de desprotección, desarraigo, soledad, abandono, etc. que fragilice a la persona y la haga más vulnerable para que un pervers@/»pervers@n» la elija para dominarla.

Es importante mostrarle a la víctima que está bajo el poder de una persona perversa y que ella no es culpable de éso. También que lo que el perverso hace es violento.

El «perversón» así como el perverso no es que posean una gran inteligencia, es que son muy hábiles. Poseen una habilidad especial para encontrar el lado vulnerable del otro y atacar por ahí. En el caso de un/una «pervers@n» éste lo hace como una defensa inconsciente en tanto que el perverso lo hace para dominar, controlar y destruir al otro, necesita que el otro se fragilice y se rompa para tenerlo dominado y no pueda defenderse.

Una persona perversa necesita enmascarar sus propias debilidades y por eso destruye al que sí posee lo que ella no tiene.

Tanto el uno como el otro no van a permitir que su víctima les deje y se vaya sin presentar batalla. Desplegarán todo su armamento para evitarlo: manipulación, amenazas, culpabilización, etc. harán todo lo que juzguen necesario para que su presa no abandone el juego.

En dos de mis artículos anteriores hablo de algunas estrategias para decir no. Utilizarlas con este tipo de personas es tremendamente útil.

También es importante no morder el cebo que lanzan (con una descalificación, a través de la culpabilización, o haciéndose la víctima, por poner tres ejemplos) y caer en una cadena de justificaciones y de argumentos que terminará en la aceptación por parte de la víctima del argumento que ellos plantean. Siempre ganarán porque son tremendamente hábiles en ese juego.

Es importante mantenerse sereno, no «entrar al trapo» como reza el dicho, es decir, no responder al envite que nos lanzan, y, fundamental, no engancharnos en la rabia que nos despiertan sus palabras. Se trata de cebos, no lo olvidemos.

Si caemos en manos de este tipo de personas y conseguimos salir airosos será una lección que no olvidaremos en la vida. Desarrollaremos un olfato prodigioso para detectar a un/una pervers@ o a un «pervers@n» a leguas.

La semana que viene hablaré de algo mucho más ligero: el placer.

(Imagen: www.123rf.com)