Cómo decir las cosas

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Por Clara Olivares

Cuentan que Winston Churchill tenía una estrategia cuando estaba muy enfadado con alguien y le tenía que decir algo. Ésta consistía en coger papel y lápìz y escribir todas las cosas que deseaba decirle a esa persona «en caliente»: quejas, insultos, exabruptos, palabras malsonantes, descalificaciones, etc. Una vez que había descargado todo su enfado en el papel, quemaba la carta y, ya sereno, escribía aquello que necesitaba decirle a la persona sin que sus emociones tomaran el mando.

Sabia estrategia, ¿cierto?

Yo siempre he creído que se pueden decir todas las cosas, incluso las más duras, sin necesidad de dañar al otro.

Felizmente los humanos poseemos el lenguaje, ¡no desperdiciemos ese privilegio! Lo he dicho en otras ocasiones, y lo vuelvo a repetir, quizás el secreto radica en aprender a decir las cosas sin lastimar.

Es un arte sin duda y, como todas las artes, éstas se perfeccionan con la práctica.

Es recomendable alejarnos de las artimañas barriobajeras y retorcidas que much@s de nosotr@s hemos aprendido a utilizar de manera automática para conseguir nuestros propósitos.

Huyamos de la manipulación y de las estrategias culpabilizadoras y perversas, aunque éstas sean las que se hayan popularizado y su contagio se propague por doquier.

¿Qué tipo de sociedad queremos ayudar a crear? ¿Nos interesa fomentar intercambios basados en la agresividad y en la destrucción? Me imagino que no.

La estrategia de Winston Churchill me parece muy útil. Claro que nos enfadamos con el otro y que el primer impulso que tenemos es el de atacar. Pero si permitimos que éste prime, ¿a dónde se han ido tantos siglos de evolución?

Sería una pena desecharlos sin más.

¿Qué hacer? Lo primero es permitir la expresión de nuestras emociones, bien sea escribiéndolas o diciéndolas ante un espejo, o saliendo a correr, etc. El objetivo es evacuarlas SIN negarlas y, especialmente, sin causar daño.

Una vez calmadas nuestras ansias de sangre, analizar la situación, sin olvidar jamás que siempre son dos partes implicadas: el otro y yo.

Una fórmula eficaz es la de «ponerse en los zapatos del otro».

Nuestras abuelas siempre nos lo decían. Para poder prever las posibles reacciones del otro, es muy útil ponerse del otro lado y hacer el ejercicio de escuchar lo que tenemos pensado decir.

¿Cómo lo recibo? ¿Es una agresión? ¿Estoy descalificando a la persona?  ¿La estoy manipulando? ¿Le estoy haciendo sentir culpable?

Es muy importante utilizar un lenguaje neutro carente de carga emocional.

Os remito a algunos de los artículos que he escrito, como «los mensajes yo», «la culpabilización y todos sus derivados». En ellos expongo claves que nos permiten hacer un pequeño auto-análisis de nuestro comportamiento y aplicar conceptos sencillos y claros.

No sólo es importante analizar QUÉ digo sino CÓMO lo digo.

Es fácil enmascarar nuestro enfado detrás de palabras bonitas.

Los que utilizan las estrategias pasivo-agresivas son unos maestros en este arte. Sutilmente consiguen sus objetivos manipulando.

Hacerse la víctima o inocular la culpa suelen dar unos resultados muy efectivos.

Intentemos ser honestos con nosotr@s mism@s y no nos contemos historias. Podemos engañar a todo el mundo, pero no a nosotr@s mism@s.

Hagamos un ejercicio de empatía: pensemos en el otro como nuestro interlocutor, no como nuestro enemig@.

Me parece que no llegamos a ser del todo conscientes de la gran herramienta que poseemos. Utilicémosla para construír, no para destruír.

En mi próximo artículo voy a hablar sobre la renuncia.

(Imagen: www.venyve.com)

Control: ¿necesidad? o ¿espejismo?

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Por Clara Olivares

Los temas que voy tratando en el blog suelen estar relacionados entre sí, siento como si cada uno de ellos estuviera encadenado al siguiente.

A raíz de los temas que he tratado sobre el miedo, ha surgido este que me parece, forma parte de nuestra naturaleza.

Se trata de la profunda e, incluso, omnipresente necesidad que tenemos todos los seres humanos de controlar.

Lo que sea: los pensamientos, los sentimientos (y no sólo los míos, los de los demás también), mis obligaciones, etc. Dos aspectos relativos al tema, son los que más me atraen. Uno es la necesidad que tenemos de controlar al otro y, dos, la manipulación que esta artimaña engendra.

Pienso que el control es una mezcla de necesidad y a la vez es un espejismo.

Me explico.

No creo que exista una persona (normal y corriente) que no necesite sentir que controla algo.

Me parece que es una necesidad muy humana, pero hasta cierto punto.

Es decir, existen parcelas en las que puedo (y es necesario que así sea) tener un control, por ejemplo, sobre las decisiones que tomo, sobre cómo es mi aspecto físico, sobre las ideas que tengo sobre determinados asuntos, sobre las amistades que elijo, etc.

Es imprescindible que siempre esté presente una noción de libertad cuando tomo una decisión. La imposición no suele dar buenos resultados.

Y lo que es más importante aún, si mi decisión depende de un tercero, más  libertad debe ofrecer éste último.

Cuando se trata de una relación entre adultos, es evidente esta opción.

En el caso de la educación de un hijo pequeño que aún está en vías de formación, esta alternativa cobra aún más relevancia.

Es importantísimo que siempre se ofrezca la posibilidad de escoger entre una o varias opciones, de manera que sea el niño, en este caso, quién escoja la alternativa que más le conviene, o más le atrae.

Evidentemente, es el adulto el que ofrece las alternativas. Pero es el niño quien toma sus decisiones.

Sobre este punto es importante señalar la diferencia entre libertad y mal crianza.

No se trata de que el niño haga su santísima voluntad, lo intentará, desde luego, pero para eso está el adulto encargado de ponerle límites.

Y la educación se traduciría como «la dotación de las herramientas que un niño necesita para desempeñarse en el mundo exterior».

Esta labor le corresponde al adulto, o adultos que tengan a su cargo esta función.

La educación comienza desde que la criatura es un bebé hasta que sale al mundo y tiene que valerse por sí solo.

Aunque la experiencia me ha demostrado que ese proceso jamás termina.

Ser un adulto no garantiza que se esté educado. En otras palabras, que éste sea capaz de vivir en sociedad sin dañar o sin fastidiar a los que le rodean.

Me da la impresión de que el discurso social de «todo vale» que estuvo tan de moda en la década de los noventa, en especial, ha dejado su impronta.

Algunas de aquellas personas que en esa época eran niñ@s, ahora se han convertido en seres incapaces de contemplar el mundo como un lugar habitado por otros humanos. Es decir, creen que ellos son los amos del universo en el que la única ley que impera es la que ellos imponen.

Y es triste contemplar que, en realidad, no se enteran de que existen otros con los que hay que convivir de la manera más amable posible. Ese aprendizaje no lo tuvieron, nadie les enseñó.

Dejando a un lado este fenómeno puntual, cierto es que cuando un individuo no ha resuelto aún su problemática (y creedme, todos poseemos una), es decir, cuando no se han solucionado las dificultades que limitan a alguien para crecer y madurar, su necesidad de controlar se agudiza.

Algunas de estas personas hiper-desarrollan una estrategia, que todos hemos utilizado en algún momento de nuestra vida, llamada manipulación.

Es odiosa, muy odiosa. En especial cuando nos damos cuenta de que hemos sido víctimas de ella.

Y ese descubrimiento despierta en nosotras una furia

Cuando alguien no puede obtener todo lo que quiere, o cuando aparece otro que le pone un límite, éste suele utilizar la manipulación para salirse con la suya.

Curiosamente, este método es el «modus operandi» típico del funcionamiento mafioso. Y cuando me refiero a él, no estoy haciendo alusión a un grupo determinado que ejerce el control por la fuerza, también se utiliza como método de coacción a un compañero de trabajo, a un amigo, a la pareja, etc.

En Mayo del año pasado dediqué un artículo entero a hablar sobre este tema.

De lo que se trata es de controlar al otro para impedirle que no me deje hacer lo que yo quiero.

El chantaje es la piedra angular de este método.

Puede tratarse de hacer público un trapo sucio de otro que utilizo como baza para que éste haga lo que quiero, o, amenazo con retirarle mi cariño, o, con desprestigiarle ante el grupo o ante los hijos, o, que sea exclusivamente a través de mi persona que pueda acceder a información, un puesto de trabajo, a una relación importante, etcétera, etcétera, etcétera.

Cuando me sorprendo a mí mism@ utilizando este método de control, sería interesante que comenzara a desmenuzar el contenido del argumento que utilizo para obligar al otro a hacer lo que deseo.

En otras palabras, identificar es qué mío y qué es de otra persona. Quién en nuestro entorno operaba de forma similar a la que yo estoy utilizando ahora.

Heredamos modos de funcionamiento de otros de la misma forma que nos parecemos al tío equis, o, tenemos los mismos ojos de… Aprendimos a funcionar de manera similar y lo repetimos de forma inconsciente.

Suele ser de alguien que jugó un papel importante en nuestro pasado: un padre, una madre, un@ tí@, un@s herman@s, un@s amigo@s, etc.

El camino para detener esa herencia comienza por identificar la fuente de mi aprendizaje, comprenderla y no repetir de forma consciente la misma actuación.

La familia suele influir sobre nosotros sutilmente, de una manera tan poderosa, que a veces escapa de nuestro control.

Por eso recomiendo comprender de dónde viene ese aprendizaje.

Porque entre más miedo se tenga, la necesidad de control es mayor.

Quizás el descubrimiento más importante y más liberador que podremos hacer es el de constatar que el control total es un espejismo.

No podemos controlar lo que es incontrolable: a otro, a la vida, a la naturaleza.

(Imagen:www.misterapiasdelalma.blogspot.com)

Cuando la sinceridad es un caramelo envenenado

(Por Clara Olivares)

Si repasamos un poco la historia de la humanidad veremos que se han cometido atrocidades y atropellos en nombre de «Dios», o, de «la Verdad».

Es triste, pero la historia se sigue repitiendo una y otra vez, perece que jamás aprenderemos.

El artículo que escribo hoy nace del mismo principio: en nombre de la «sinceridad» algunas personas destilan su agresividad, su mala conciencia y su mala educación.

Es un término que utilizado como argumento de apertura en una charla hace que el otro baje sus defensas y crea que es sincero lo que va a escuchar.

Desafortunadamente, no siempre es así.

Algunas personas se amparan en ese término para dañar al otro, puede que de forma consciente, o, de forma inconsciente.

Y uno se pregunta: ¿por qué y para qué lo hacen? ¿se dan cuenta de su actuación?

Yo me atrevería a afirmar que, en la mayoría de los casos, ni se enteran!

Si interrogáramos a alguna de esas personas y le preguntáramos si considera que podría tener un poco de «mala leche» con su comentario ya que éste quizás vaya cargado de veneno, nos miraría extrañad@ y pensaría: «con lo buen@ y estupend@ que soy, esta persona está loca…»

Puede que ante la evidencia, comience a anidar en él/ella la duda, o, puede que no sea así. Como dicen en mi pueblo: «no hay mejor estrategia que una cara de idiota bien administrada».

Como siempre, depende de la consciencia que una persona posea y/o del deseo real que tenga de poseerla.

No todo el mundo se quiere mirar en el espejo y están en su legítimo derecho  de no hacerlo.

Pero encuentro moralmente reprochable causar daño a otro, ya sea de manera consciente o inconsciente. Si es consciente, estamos frente a alguien muy retorcido, y, si es inconsciente pero otro se lo hace ver, YA ha sido informado y es difícil que lo ignore.

Lo que he observado es que este tipo de personas, por la razón que sea, no han querido o no han podido desarrollar su consciencia. Abrir la caja de Pandora produce miedo. Si se destapa no sabes con qué te puedes encontrar.

Y hay personas que optan por mantenerla cerrada, por si acaso.

Y no las culpo, seguramente encontrarán tesoros pero también verán sus propios demonios.

Pero lo que he visto es que existe un tipo de persona que al obrar mal con otro y realizar o decir cosas que «saben» que no son correctas, comienzan a sentir un malestar que es incómodo y del cual se quieren librar lo antes posible.

El malestar lo produce aquello que de pequeños nos enseñaron que se llamaba «la conciencia», «Pepe Grillo», «hacer lo correcto», etc.

Todos sabemos en el fondo de nuestro corazón cuándo hemos obrado correctamente y cuándo no. No nos engañemos.

Otra cosa es que lo admitamos. Y menos aún ante nosotros mismos.

Puede que el tipo de persona del que hablo, haya hecho, o, haya leído, o, haya dicho algo que sabe que no era lo correcto y, para deshacerse del malestar que éste hecho le causa, literalmente lo «vomita» encima de la persona que ha agraviado.

Y es en ese instante en que enarbolan la bandera de la sinceridad para depositar en ese otro su desazón y así quedarse «tranquil@s».

Qué feo es, cierto?

Y resulta que es más frecuente de lo que imaginamos.

El problema con estas personas puede ser que se niegan a crecer, es decir, quieren continuar siendo unos niños que no asumen las consecuencias de lo que hacen o dicen, en otras palabras, no desean asumir su propia responsabilidad en sus relaciones.

Suelen comenzar a decir que van a dar su opinión (aunque nadie se la haya pedido) para disparar su agresividad y su mala educación.

Desde luego no aplican lo que en otro tiempo se llamaba «mano izquierda», «delicadeza», «tacto». Hoy en día a esto mismo se le llama «asertividad».

Consiste en «ponerse en los zapatos del otro», ni más ni menos. ¿Cómo me sentaría a mí que alguien me diga esto? ¿Me enfadaría? ¿Me dolería?, etc.

Ya en otros artículos hablo sobre la manera de decir las cosas sin dañar. Me parece que es bueno recordarlo: ser sincero no tiene nada que ver con ser agresivo.

Probablemente la agresividad la esconden bajo una forma amable y honesta llamada sinceridad.

Hay muchas formas de decir cosas duras sin necesidad de dañar al otro. Podemos decir: «te favorecía más el peinado que tenías antes» a: «con ese corte de pelo te ves horroros@».

La llamada «buena educación» es, sencilla y claramente, ser asertiv@, en otras palabras, ponerse en los zapatos del otro.

Cierto es que, algunas veces hemos sido agresivos con otra persona, quizás un amig@, o un tercero que nada tenía que ver con nuestro enfado. Ése no es el problema: lo importante es darse cuenta y reparar el daño que hemos causado.

Cuando podemos hablar desde nuestro corazón no dañamos. Decirle a alguien: «me siento como un completo idiota por…, discúlpame», es un argumento que nadie puede rebatir.

¿Por qué no intentamos convertir en más amables las relaciones con las personas que están a nuestro alrededor? ¿Y si nos miramos a ver si estamos siendo agresivos y no nos damos cuenta?

A lo mejor así, poquito a poquito, este mundo va dejando de ser un lugar despiadado e inhumano.

En mi próximo artículo hablaré sobre las pérdidas y la necesidad de atravesar un duelo.

(Imagen:www.heraldodeoregon.wordpress.com)

¿Cómo reconocer a una persona violenta? ¿Qué hacer?

(Por Clara Olivares)

Si nos tomamos el tiempo para examinar nuestra vida con un poco de detenimiento, encontraremos que alguna vez hemos sido violentos con un ser vivo, puede tratarse de una persona, o, de un animal.

Por lo general, quienes muestran comportamientos violentos (conscientes o inconscientes) suelen ser personas cuyo modo de relacionarse con otro es de tipo perverso.

Afortunadamente, el hecho de haber mostrado una actuación violenta o haber realizado una maniobra perversa en un determinado momento, no nos convierte necesariamente en una persona violenta.

Uno puede tener un comportamiento violento y no ser consciente de ello. Es gracias a que un tercero nos lo hace ver para que seamos conscientes de nuestra actuación y hagamos algo al respecto.

Esto hay que tenerlo muy presente a la hora de discernir entre quién es un perverso y quién no lo es.

Basta con decir una sola vez que la actuación que se ha tenido ha sido violenta para que ésta se detenga y no se vuelva a repetir.

Este instante es crucial, ya que es a partir de la respuesta y de la actitud que esa persona muestra ante quien le hace ver su funcionamiento, que podemos determinar si es alguien sano pero inconsciente o es un ser violento-perverso.

Si la persona en cuestión posee la capacidad para reconocer que ha obrado de forma violenta y se disculpa, es posible que haya una posibilidad de establecer una relación. Para que sea posible algo en lo que la violencia no esté presente, es indispensable que la persona realice una reparación del daño que causó y que no vuelva a repetir el acto violento, por supuesto.

Lo único que hace posible crear un vínculo con una persona que ha dañado a otra es que aquella repare el daño que provocó.

De nada vale que se disculpe o pida perdón y luego repita el acto violento. Si así actúa, lo más probable es que estemos en presencia de un/una pervers@.

Si ante la notificación de que ha vulnerado a otro siendo violent@, éste vuelca toda la culpa de lo sucedido sobre el que reclama, sin llegar a asumir su propia responsabilidad en la actuación que el otro le señala, «apaga y vámonos», como dicen sabiamente en España, nuevamente nos encontramos frente a una persona violenta-perversa.

Los sujetos violentos han aprendido a ser violentos. Quien maltrata, ha sido a su vez maltratad@. Es una cadena.

El perverso suele tener una herida narcisista enorme, no ha podido superar la etapa narcisista normal en cualquier proceso de maduración, es decir, no ha podido construir una buena imagen de sí mism@.

Este hecho es crucial para el sano desarrollo psíquico de un ser humano, es gracias a la interacción con el otro que se construye nuestra psiquis, ésta conformará la columna vertebral interna sobre la que una persona se estructura. Si hemos sido amados y respetados actuaremos de igual manera con los otros, seremos respetuosos y cariñosos con los que están a nuestro alrededor.

Si recibimos de nuestro entorno respeto, cariño, reconocimiento como seres humanos y hemos sido dignificados, entonces podremos poseer un buen concepto de nosotros mismos. Sabemos que somos seres que merecemos ser amados.

Con una persona violenta este proceso no se llevó a cabo.

Una persona adulta que reclama constantemente una mirada de admiración del otro, seguramente o no llegó a superar la etapa del desarrollo del período narcisista, o, es perversa.

Creo que es muy importante hacer la distinción entre alguien pervers@ y alguien que en algún momento dado tiene una actuación violenta, pero que no es consciente de que ha sido violento y repara el daño.

El primero ejerce la violencia con plena consciencia de lo que está haciendo. En el otro caso, puede tratarse de alguien que no puede soportar la imagen de sí mismo que le devuelve el otro y responde atacando de forma inconsciente.

Hablo de un perverso puro y duro  o de un «perversón» (utilizo este término para diferenciar el grado de consciencia con la que una persona ejerce la violencia), en ambos casos una relación sana con este tipo de personas no es posible.

Ambos poseen un vacío interior enorme que suelen llenar de diversas formas. El perverso se alimenta de lo que poseen otras personas: buen corazón, generosidad, auto estima, etc. Cree que si despoja a otro de las cualidades de las cuales él adolece, su vacío se va a llenar y su angustia va a cesar.

Un «perversón» no soporta su propia angustia y su malestar hace que se apodere de otro y le convierta en una extensión de sí mismo moldeándole a su gusto. Se trata de invasión, de falta de respeto, de carencia de límites, de violencia en resumidas cuentas.

Repito, lo que marca la gran diferencia entre uno y otro, es el grado de consciencia que estas personas poseen de sus actuaciones violentas y/o del deseo que tengan de ser conscientes de ellas, y, por supuesto, de si hay una reparación por su parte o no la hay.

Si no hay una reparación, nada es posible.

En el caso de un perverso la única vía posible para no perecer, es huír y lo más lejos de ser posible.

Cuando se trata de un «pervers@n», si éste no muestra un deseo real de reparar el daño que ha causado, o, de cuestionarse a sí mismo y permitir que la duda anide en él, lo más aconsejable es ponerse lejos de su alcance.

En el caso de la violencia ejercida por un/una pervers@, lo primero que debemos hacer es denunciarle ante las autoridades encargadas (policía) y en segundo término es dejarle claro que su actuación es violenta y que ésta constituye una vulneración de la integridad de cualquier persona además de  que social y moralmente no es aceptable.

Nadie, absolutamente nadie merece ser tratado de forma violenta.

Uno tiene derecho a enfadarse pero no puede causar daño a otro a causa de su enfado.

No existe ningún argumento válido para maltratar a otra persona. Cualquier discurso que se despliegue para justificar el daño causado carece de todo valor.

Una vez que nos hemos ocupado del pervers@/»pervers@n» de turno, a quien hay que atender inmediatamente es a la víctima.

Es muy importante transmitirle que ella no ha hecho ni dicho absolutamente nada para que merezca ser tratada de forma violenta.

La persona que ha sido maltratada cree profundamente que merece ser castigada, golpeada, etc. Este sentimiento surge del trabajo que ha hecho su verdug@ para llegar a tenerla bajo su poder total.

Nadie está exento de caer en las garras de un/una pervers@/»pervers@n», basta con tener un soporte psíquico precario, o, estar en una situación de desprotección, desarraigo, soledad, abandono, etc. que fragilice a la persona y la haga más vulnerable para que un pervers@/»pervers@n» la elija para dominarla.

Es importante mostrarle a la víctima que está bajo el poder de una persona perversa y que ella no es culpable de éso. También que lo que el perverso hace es violento.

El «perversón» así como el perverso no es que posean una gran inteligencia, es que son muy hábiles. Poseen una habilidad especial para encontrar el lado vulnerable del otro y atacar por ahí. En el caso de un/una «pervers@n» éste lo hace como una defensa inconsciente en tanto que el perverso lo hace para dominar, controlar y destruir al otro, necesita que el otro se fragilice y se rompa para tenerlo dominado y no pueda defenderse.

Una persona perversa necesita enmascarar sus propias debilidades y por eso destruye al que sí posee lo que ella no tiene.

Tanto el uno como el otro no van a permitir que su víctima les deje y se vaya sin presentar batalla. Desplegarán todo su armamento para evitarlo: manipulación, amenazas, culpabilización, etc. harán todo lo que juzguen necesario para que su presa no abandone el juego.

En dos de mis artículos anteriores hablo de algunas estrategias para decir no. Utilizarlas con este tipo de personas es tremendamente útil.

También es importante no morder el cebo que lanzan (con una descalificación, a través de la culpabilización, o haciéndose la víctima, por poner tres ejemplos) y caer en una cadena de justificaciones y de argumentos que terminará en la aceptación por parte de la víctima del argumento que ellos plantean. Siempre ganarán porque son tremendamente hábiles en ese juego.

Es importante mantenerse sereno, no «entrar al trapo» como reza el dicho, es decir, no responder al envite que nos lanzan, y, fundamental, no engancharnos en la rabia que nos despiertan sus palabras. Se trata de cebos, no lo olvidemos.

Si caemos en manos de este tipo de personas y conseguimos salir airosos será una lección que no olvidaremos en la vida. Desarrollaremos un olfato prodigioso para detectar a un/una pervers@ o a un «pervers@n» a leguas.

La semana que viene hablaré de algo mucho más ligero: el placer.

(Imagen: www.123rf.com)

Manipulación: estrategia odiosa!

 

(Por Clara Olivares)

Como diría la Biblia: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra».

¿Cuántos de nosotros no hemos utilizado ésta estrategia para conseguir lo que queremos?

Como decía en mi artículo de la semana pasada, decir que no sería faltar a la verdad.

Pero primero recordemos en qué consiste la manipulación: es utilizar a otros, (sin que ellos se den cuenta, por supuesto) para conseguir nuestros objetivos o para satisfacer nuestros deseos.

Nos valemos de distintas formas para ver satisfecho nuestro anhelo: desde desplegar una amplia sonrisa al tendero para que nos sirva su mejor pieza, hasta conseguir que el otro firme un acuerdo que en un principio rechazaba.

Por lo general, nos valemos siempre de las mismas maneras para llevar a cabo la manipulación: las mentiras o la seducción. En los casos que se está más cerca de la perversión que de la normalidad, ya hablamos de coacción o de amenazas. Pero ese es otro tema!

Las ventas y la publicidad están apoyadas en esta estrategia. Muchas veces nos hemos visto comprando algo que no necesitábamos, preguntándonos cuando llegamos a casa qué fue lo que nos llevó a tirar ese dinero de forma tan tonta!

Sobra decir, que los medios de comunicación son los reyes cuando de esta estrategia se trata.

Pero me estoy desviando del tema.

Lo que hace que esta estrategia resulte tan odiosa, es que nos sentimos utilizados, y esto, ya lo sabemos, genera muchísima rabia y resentimiento.

Es como si nos metieran un gol y no nos hayamos enterado de cómo ni dónde. La cara de tontos que se nos pone refleja a la perfección cómo nos estamos sintiendo.

Con este tema no puedo dejar de hablar de las personas pasivo-agresivas.

Ellas constituyen la élite de la manipulación. La película de Woody Allen «Anything Else», retrata a una pasivo-agresiva-perversona, de libro.

Su objetivo es el de controlar y/o dominar las respuestas y/o los comportamientos del otro en su propio beneficio.

Suele tratarse de personas, o bien, con una herida narcisista importante, o que sufren de un egoísmo pasmoso.

Como muchas de las cosas que hacemos en nuestra vida, actuamos así de forma consciente o inconsciente.

Creo que la imagen que mejor refleja a este tipo de persona es un titiritero. Es él quien dirige y maneja los movimientos de la marioneta (el otro) a través de los hilos que la sustentan.

De ahí sale la expresión popular «moviendo los hilos».

¿Cómo identificamos a un pasivo-agresivo?

A través de funcionamientos como, por ejemplo, la ambigüedad en su forma de hablar. Nunca se posiciona abiertamente ante nada ni ante nadie, o, nunca termina una frase que pueda comprometerle.

También con un «se me olvidó«, o, culpando a otro de su propio error, o, mostrando una ineficacia de forma intencionada: con suerte lo «hace tan mal» que no se lo volverán a pedir, o, tardando un siglo en arreglarse para la fiesta a la cual no deseaba ir, o, utilizando los sarcasmos, por poner varios ejemplos.

El punto central es que no expresa de manera abierta su hostilidad o su enfado y lo desvía para que no «parezca» jamás que está furios@, o, que no desea hacer algo, o, que no le gusta alguien. Disfraza su furia, para que ésta pase desapercibida.

Ya hemos visto que bonito no es y que, además, genera mucha agresividad en el otro.

Con el tiempo, acaba destruyendo las relaciones. Se ha acumulado tanto que ya no es posible una vuelta atrás.

¿Y cómo se puede salir de ese funcionamiento?

Renunciando a los beneficios que éste genera en primera instancia, y en segunda instancia, aprendiendo a pedir las cosas que necesita, desea o quiere de forma clara y directa, en otras palabras, adoptando una posición frente a la vida.

Si es el otro es que funciona así, la forma en que se corta de raíz su juego es destapándolo, es decir, mostrándole directamente qué es lo que está haciendo.

En mi artículo de la semana que viene hablaré del « El cuerpo, ese gran desconocido».

(Imagen: eumlugarosul.blogspot.com)

La víctima: ¿realidad o papel?

(Por Clara Olivares)

¿Cómo discernir si estamos frente a una auténtica víctima o a una que «se hace la víctima«?

La persona que de verdad está siendo dañada, o, ultrajada, o, perseguida, por poner unos ejemplos, en nuestras entrañas notamos y percibimos su dolor.

Éste en la mayoría de los casos, suele ir acompañado de un sentimiento de vergüenza. Es como si se sintieran responsables del maltrato que han sufrido.

Ante estas personas, lo que podemos hacer es mostrar toda la empatía de que seamos capaces y reconocerles sus sentimientos. Lo que les ha sido  arrebatado no se lo podemos devolver… una violación, un ultraje, la inocencia perdida. Nadie puede y, esto merece toda nuestra compasión.

Parece que lo que alivia un poco su dolor es hablar con otras víctimas. Para quienes no lo hemos vivido nos es prácticamente inimaginable e impensable aquello por lo que ellas han pasado.

Pero, ¿y si es el caso de una persona que juega a ser una víctima?

En esta ocasión nuestras tripas se rebelarán y comenzaremos a sentir una rabia descomunal. Porque nuestro cuerpo es sabio y reconoce antes que nuestra mente, que estamos frente a una persona que daña o que manipula.

Puede que tardemos un rato en reconocer esa rabia, sobretodo cuando la persona en cuestión acompaña su papel de un discurso que justifica su posición.

Suelen ser frases del tipo: «pobrecit@ yo, con todo lo que yo he hecho por ésa persona», «cómo sufro, nadie me quiere!», «siempre todo el mundo se quiere aprovechar de mí«, «qué mal@ es esa persona conmigo, con lo irreprochable que he sido yo». Y podría continuar con una cantidad innumerable de ejemplos!

Esto no quiere decir que TODOS (me atrevería a afirmar que sin excepción) hemos utilizado ésta estrategia en algún momento de nuestra vida. Me parece que negarlo sería faltar a la verdad!

Sabemos perfectamente cuándo estamos poniéndonos en el papel de víctimas, aunque no lo reconozcamos jamás. Pero a nosotros mismos es difícil engañarnos… en lo más profundo de nuestro corazón sabemos que estamos haciendo un papel.

Es una estrategia muy útil a la hora de conseguir lo que queremos. Siempre se obtienen más cosas si despertamos lástima en los otros, la lástima hace a las personas más vulnerables.

Aunque ya algun@s rayan en el descaro! Recuerdo una señora que hace años se subía al metro con cara de dolor, encorvada y con los ojos entrecerrados soltaba un discurso sobre «lo que sufría» y a continuación, de pié pedía dinero a cada una de las personas que estábamos en el vagón.

Claro, esto es un ejemplo que apenas nos toca. Pero y ¿cuándo se trata de nuestr@s padres, o herman@s o la pareja?

En éste caso es «cuándo la puerquita torció el rabo», cómo dicen!

¿Cómo no caer en esa tela de araña que nos envuelve?

Cómo les suelo decir a mis pacientes, «rebobinemos» la película. ¿Qué pasó antes?, ¿cómo reaccioné?, ¿qué dijo/hizo el otro?, hasta llegar a determinar el momento exacto en el que comenzamos a sentir el malestar, la rabia, para ser más exactos.

Las tripas jamás mienten. Éstas nos muestran, cómo en una radiografía, cuál fue el momento preciso en que comenzamos a cabrearnos y qué fue lo que lo causó.

La clave la tienen las tripas. Si retrocedemos la película podremos contactar con el momento del enfado, la causa, quién lo provocó y cuál fue nuestra reacción.

Como decía más arriba, la mente es más lenta que el cuerpo en captar el juego. Normalmente ésta nos «engatuza» con un discurso, pero el cuerpo jamás miente.

Si logramos identificar el juego al que somos sometidos, ya hemos adelantado la mitad del camino.

El siguiente paso consiste en desbaratarle el andamiaje a quien juega a hacerse la víctima.

¿Cómo? Yo he descubierto con el paso de los años que, un medio muy efectivo es, el de tomarle el pelo a la persona en cuestión.

Es una forma elegante de hacerle saber al otro que vemos lo que hace y que no le causaremos daño.

Tomar del pelo no es lo mismo que burlarse de ella. La burla es una agresión, en tanto que tomar del pelo es enviar el siguiente mensaje: «vale, ya me he dado cuenta de tu juego pero no cuentas conmigo para seguirlo».

Cada uno de nosotros encontrará la fórmula que mejor se adecúe al modo de ser nuestro, de la otra persona y a las circunstancias en que se dé el juego.

Podemos utilizar frases del tipo: «es verdad, hace 10 años estabas en la misma situación límite que ahora pero milagrosamente has sobrevivido», o, «la vida es injusta, no sé cómo una persona tan buena como tú tiene una amiga tan horrorosa como yo».

En fin, que a veces nos hemos visto envueltos en este juego, bien como protagonistas o como actores. Quizás lo importante es identificar qué es lo que sucede y desarticular el juego.

En mi próximo artículo y, siguiendo con el tema, hablaré sobre la «manipulación: estrategia odiosa».

(Imagen: profimagenes.ru)

Retorsión: una deuda con cobro diferido

(Por Clara Olivares)

¿Qué hace que una mujer se apodere de las tarjetas de crédito de su pareja y salga a gastar sin límites cuando ésta duerme la borrachera de la noche anterior?

¿O que un hombre se vuelva impotente al ceder ante la insistencia de su pareja para que describa cómo fueron sus relaciones sexuales con su ex-marido ?

Quizás están realizando actos de retorsión a sus parejas…

Nadie dijo que las relaciones interpersonales fueran fáciles… sobretodo las de pareja!

Con una frecuencia mayor de lo que nos imaginamos, se utiliza la retorsión para cobrar el daño que se ha recibido, pero sin que el otro sea consciente de que está «pagando» por algo que hizo.

El término significa: «Acción de devolver o inferir a uno el mismo daño o agravio que de él se ha recibido» y proviene del mundo jurídico. La diferencia radica en que se devuelve el agravio recibido en un terreno diferente  y sin que la otra persona se de cuenta.

¿Se puede evitar?

Se castiga al otro por algo que no le gusta, o, que le ha asustado, o, que le ha hecho sentir inseguridad… el abanico es amplio. El hecho de que se lleve a cabo el «cobro» en un terreno diferente, confunde al otro miembro de la pareja y hace que le sea difícil darse cuenta de lo que está sucediendo. El castigado no entiende de donde proviene lo que su pareja está haciendo y, como no se da cuenta, piensa que el problema radica en el otro y que las causas que lo motivan son otras bien distintas.

Lo que sucede con la retorsión es que se desvían los sentimientos de rabia e impotencia que han despertado las acciones del otro y se le hace pagar por ello, pero de forma indirecta.

Toda la ira y la frustración que alberga en su interior la vuelca para agredir al otro y hacerle daño. Así, gastando el dinero de su pareja «compensa» el agravio que ha padecido, o, volviéndose impotente castiga a su mujer por las prácticas sexuales que ella ha vivido con otra persona.

Si se les hace ver a las parejas que algunos de sus actuaciones con sus compañeros/as tienen que ver con la rabia que han acumulado en otros terrenos, la mayoría asentirá con la cabeza mientras escucha.

Darse cuenta de lo que hacemos permite evitar el mal trago que le hacemos pasar a la persona que queremos…

Existen otras vías menos agresivas para las dos personas que  compensan el daño… utilizándolas ya no es necesario realizar un «cobro diferido» mediante la retorsión.

En mi próxima entrega, hablaré de las estrategias que se pueden utilizar para mejorar la calidad de la relación!

(Imagen tomada de blogs.rpp.com)