¿Con qué parte me quedo?

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Por Clara Olivares

Es evidente que todas las personas poseemos diferentes facetas. No somos unidimensionales.

Y también es cierto que, por lo general, solemos mostrar sólo una de ellas a la gente que nos rodea. No obstante, a todo el mundo no le ofrecemos la misma cara. Y no todos los individuos nos perciben de la misma forma.

Puede que ante una persona equis saquemos la faceta divertida, ante otra, la intelectual y ante otra la humana.

Pero a pesar de ello, siempre hay una que sobresale más que otras.

Sin embargo, existen individuos que son incapaces de ver todo lo que es una persona o bien, se dejan influír por el discurso de otra, y, al final, sólo ven una única faceta de ésta.

Por eso planteo la pregunta ¿con cuál me quedo?

¿Qué es lo que me impide en este momento ver más de una sola faceta de esa persona?

Podría ser por resentimiento o, simplemente, porque se pueda sentir amenazada por el entorno si lo hace.

Es decir, si se atreve a mirar más allá y ve facetas que son más agradables, o que le conmueven, tendría que modificar la idea que tiene sobre esa persona.

Y, a veces, puede resultar más cómoda la postura de quedarse inmóvil o, en ocasiones, le permite evitar discusiones con otros si muestra otras facetas de esa persona.

Podríamos hacer el ejercicio de repasar las percepciones que tenemos sobre nuestros amigos, parejas y familiares.

¿Los estoy tachando de mi lista? ¿Soy capaz de ver todas sus facetas?

Todos tenemos facetas odiosas, agradables, pesadas, etc.

De todas ellas, ¿con cuál me quedo?

Al final, todo se reduce al hecho de que puedo o no puedo ver más allá.

Por eso recalco la idea de la libertad de escoger. Todos tenemos esa opción, pero, ¿la utilizamos?

Si, es cierto que ciertas personas poseen facetas espinosas o, que van en contra de nuestra manera de ver la vida.

Pero, ¿vale la pena quedarnos sólo con eso?

¿Y si intentáramos ampliar el espectro?

Nadie es totalmente odioso o totalmente adorable, existen los matices.

Y vuelvo al mismo punto: ¿con cuál me quedo?

No olvidemos que los seres humanos somos animales de costumbres. ¿Para qué molestarme en indagar más allá?

Créanme que vale la pena hacerlo. Nos llevaremos muchas sorpresas al hacerlo. Os animo a ello!

En mi próximo artículo hablaré sobre la personalidad viciosa.

(Imagen: www.desmotivacion.es)

La susceptabilidad

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Por Clara Olivares

 Para quienes son susceptibles en extremo, la vida, y en especial, la convivencia con el otro, puede resultarles en algunos momentos difícil. ¡Y ni que decir para los que viven con ellos!

Hay que extremar el cuidado en el momento de decirles algo, ya que se teme que lo dicho les ofenda y, en consecuencia se enfaden.

¿Qué caracteriza a estas personas? El rasgo más evidente es, por supuesto, que son muy fáciles de ofender.

Suelen ser personas frágiles emocionalmente y por lo general, con una baja autoestima.

Necesitan la atención del otro y la suelen buscar constantemente de manera inconsciente, están convencidos de que el mundo habla de ellos en todo momento.

Su falta de seguridad hace que sean muy exigentes con ellos mismos.

No es fácil que reconozcan sus errores y sus fallos.

Cuando les hacen halagos, los ignoran, y suelen desconfiar de quienes los hacen.

Por lo general, su capacidad de escucha no está muy desarrollada.

Buscan la aprobación de los demás con cada una de sus actuaciones. La necesitan de forma desesperada.

La aprobación deseada es una necesidad vital, pero lo triste es que por muchas veces que los aprueben y les hagan saber que son valiosos, nunca es suficiente porque no terminan de creérselo. Sólo en la medida en que vayan reforzando su autoestima esta necesidad se irá atenuando, hasta desaparecer.

Este tipo de personalidades se forjan en el seno de familias cuya educación es muy estricta o muy laxa, en donde no se suelen premiar las cosas positivas, y, en cambio se castigan con dureza los errores.

Esta particularidad hace que se sientan cuestionadas en todo momento.

Todo ésto favorece el hecho de que les resulte muy difícil relajarse y disfrutar.

La susceptibilidad está íntimamente ligada a una baja autoestima.

Es deseable que este tipo de personas inicien un trabajo personal en el cuál aprendan a desarrollar varias estrategias que les ayudarán a ser menos susceptibles, como por ejemplo:

  • Reducir la autocrítica y la auto-exigencia. En la medida en que lo vayan consiguiendo se volverán más humanos y esto les hará más tolerantes (con ellos y con los otros).
  • En consecuencia, estarán en capacidad de reducir su nivel de perfeccionismo. Es importante que comiencen a apreciar la diferencia que existe entre “hacer las cosas lo mejor que uno puede” y “hacerlas perfectas”. Es más, la perfección no existe.
  • Fomentar el auto-conocimiento: aprender que todos tenemos cualidades y defectos. Y a los dos hay que tratarlos con respeto.
  • En la medida en que su autoestima aumente, su susceptibilidad disminuirá.

No hay que olvidar jamás que este aprendizaje es un proceso, sólo se aprecian sus beneficios con el tiempo. Si no se contempla desde esta perspectiva es difícil que se consigan resultados.

En mi próximo artículo hablaré sobre una pregunta que nos podríamos hacer: ¿soy yo una persona vaga?

(Imagen: www.placasrojas.tv)

 

El sarcasmo

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Por Clara Olivares

Un sarcasmo es una burla pesada, una ironía mordaz, un comentario hiriente que ofende o maltrata. …El sarcasmo, en este sentido, es una especie de ironía amarga, humillante y provocadora que, a veces, raya en el insulto. A menudo, un comentario sarcástico puede resultar cruel al punto de ofender y afectar al destinatario.

El sarcasmo sirve para menospreciar, poner en ridículo, manifestar desagrado  y despreciar a una determinada persona o cosa de manera directa o indirecta.

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O como reza el dicho popular: “tira la piedra y esconde la mano”.

No todas las personas usan el sarcasmo para expresar su rabia, quiero focalizar la atención en las personalidades narcisistas que lo suelen utilizar con frecuencia.

Por medio del sarcasmo el narcisista encubre su agresividad. La disfraza para que no parezca un ataque pero lo que busca es dañar a la otra persona.

Es un mecanismo odioso y agresivo. Ataca verbalmente y cuando el otro reacciona suele decir: “¡por qué te molestas si era una broma!”. Pero de broma no tiene nada…

El mensaje que se transmite a través del sarcasmo es que, el que lo utiliza, está enfadado/a pero es incapaz de decirlo abiertamente.

¿Por qué? Porque están muy preocupados/as en mantener una imagen impoluta de cara al exterior. Tienen de sí mismos una idea idealizada y temen profundamente que ésta se vea en entredicho.

Son personas que no se gustan a sí mismas y lo que hacen es proyectar en el otro su malestar.

Por eso, cuando ven que la imagen que han buscado mostrar en el exterior se ve amenazada, se encolerizan. Así, a través del sarcasmo, le roba al otro su autoestima, su valor como persona. Lo que pretende es destruirle, está muy enfadado/a y ataca.

Este tipo de personalidades buscan ser el centro de atención, y, cuando no es así, se aburren. Las hay que llegan a dormirse, por ejemplo, y no porque estén cansadas, evidentemente!

No se distinguen por ser empáticos. No creo que sean capaces de ponerse en los zapatos de otro por un instante. Al hacerlo, dejarían de ser el centro y, esa alternativa está fuera de discusión.

Con el sarcasmo ponen de relieve otra de sus características: la cobardía.

Son incapaces de enfrentar nada. Huyen e intentan que sea otro el que ponga la cara por él/ella.

Por lo general se mueven entre dos extremos: todo o nada. Conmigo o contra mí, amor/odio, blanco o negro. No existe el término medio, la maravillosa gama de los grises no existe para ellos. Poseen una deficiente capacidad para equilibrar sus sentimientos y calmarlos.

No hay que confundirlo con la ironía.

– Burla sutil y disimulada:
“hablaba con ironía cuando dijo que mi trabajo era muy interesante”.

– Tono burlón con que se dice.

– Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se expresa.

– Lo que sucede de forma inesperada y parece una burla del destino:
“ironías de la vida, decía que no se casaría nunca y ya lleva tres divorcios”

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La gran diferencia entre ellas es que con la ironía no se persigue dañar ni menospreciar al otro. Al contrario, es una forma elegante de hacerle ver a alguien aquello que éste no puede ver, por ejemplo.

Por eso la definición con la que encabezo este artículo habla de una “ironía mordaz”, es decir, se trata de una ironía que está envenenada.

En mi próximo artículo hablaré sobre la susceptibilidad.

(Imagen: www.taringa.net)

Darse permiso (o, autorizarse a…)

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Por Clara Olivares

Para las personas que han desarrollado una auto-exigencia muy elevada, el hecho de autorizarse a sí mismas a decir, actuar, expresar, disfrutar, y un largo etcétera, a veces resulta prácticamente impensable.

En el caso de ciertas emociones que socialmente están penalizadas, como por ejemplo la rabia o el enfado, se suele desarrollar un mecanismo de auto-censura. Son ellas mismas las que se coartan a sí mismas.

Desgraciadamente, el sistema social en que vivimos actualmente se ha valido de la misma estrategia y ha conseguido instaurar en cada ciudadano la misma auto-censura, y, me temo que lo “políticamente correcto” va encaminado a conseguir ese mismo objetivo.

Ha llegado a estar tan interiorizado el mandato de no permitirse expresar lo que se siente, que la sola idea de pensar que existe la posibilidad de no hacerlo, está fuera de cualquier discusión.

Desde el punto de vista emocional, es habitual que a estas personas les resulte muy difícil contactar con sus emociones, por eso es habitual observar que “actúen” aquello que sienten en lugar de sentirlo.

Este proceso es, evidentemente, inconsciente. Se pueden observar actuaciones como por ejemplo, criticar constantemente todo (personas, situaciones, grupos, etc.), o responder de manera agresiva, o despellejar a la persona con la que se está enfadado una vez que ésta se haya ido, por poner unos pocos ejemplos.

Casi todos esos condicionamientos están respaldados por una ley, manifiesta o tácita, que se aprendió en el seno familiar.

Al “autorizarse a”, se estaría contraviniendo una ley en concreto que fue inculcada por alguno de nuestros progenitores, o nuestros abuelos, o nuestros tíos. Ha sido la familia, nuclear o extendida así como el entorno social, los que se encargaron de enseñarnos y los que se aseguraron de que lo interiorizáramos.

Algunas veces el “super yo” que se desarrolla es tan enorme que se llega a ser despiadado consigo mismo, y por ende, con los demás. Se alcanzan cotas muy elevadas, como, por ejemplo, la de auto-aplicarse castigos absurdos y arbitrarios.

¿Qué ley se está infringiendo? ¿Quién la transmitió? ¿Qué es exactamente lo que se teme?

Podría ser, por ejemplo, la condena eterna, o la exclusión de la sociedad al ser señalado, o la crítica, o dejar de ser apreciado y aceptado por el medio, entre otros. En otras palabras, siempre subyace un castigo por haberse atrevido a desafiar lo establecido, es decir, a la norma.

En algunos casos, además de la obediencia ciega a la norma, se suma una profunda creencia de que no se es merecedor de, por ejemplo, un reconocimiento, o un placer, o un regalo, etc.

Con frecuencia las necesidades del otro se anteponen automáticamente a las propias. No digo que en algunas ocasiones es conveniente que así sea, me refiero al hecho de reaccionar siempre, y ante cualquier circunstancia, de esa manera.

Llega un momento en la vida en que es importante parar y replantearse los cimientos que sustentan nuestro funcionamiento.

¿Por qué no voy a ser merecedor de…?, o ¿Qué me impide ser feliz?, o ¿Por qué no voy a darme permiso para…?.

¿Es cierto que ese mandato tan rígido es válido para mí hoy en día? ¿Realmente quiero continuar obedeciéndolo?

No estoy refiriéndome a caer en un “laisser faire, laisser passer”, sino a plantearse si ese mandato se puede modificar por otro más en consonancia con nuestras necesidades y deseos en este momento de nuestra vida.

Lo he dicho antes y lo repito ahora: cualquier actuación es válida siempre y cuando no cause daño, a otro, o a uno mismo.

Para algunas personas es casi imposible “autorizarse a”, y me pregunto, mientras no dañe, ¿por qué no?

En mi próximo artículo hablaré sobre cuando no se quiere, o no se puede, ver.

(Imagen: www.diazbada.blogspot.com)

El despilfarro

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Por Clara Olivares

¿Qué hace que una persona sea despilfarradora?

Como en tantas otras cosas, existe un componente biológico y otro psicológico.

Parece ser que el “núcleo accumbens” tiene mucho que ver en eso. Son un grupo de neuronas del encéfalo que tienen una función importante en el placer.

Este núcleo recibe información de diferentes centros emocionales y de la actividad motora. Es el encargado de “analizar” esta información y favorecer o no la repetición de una experiencia.

Es decir, que el aprendizaje se afianza gracias a este núcleo. Afectivamente, existen experiencias vitales positivas, negativas y neutras. La función de este núcleo favorece las experiencias positivas, es decir, preserva las que han generado un estado positivo.

Lo que vendría a hacer sería recompensar estas experiencias, ya que la secreción de dopamina se incrementa, y este neurotransmisor es el responsable del placer.

Hasta aquí, muy bien. Pero ¿que hacemos cuando a lo biológico se le une lo psicológico?

Y en este punto es cuando “la puerquita torció el rabo” (dicho popular colombiano para expresar que a partir de este momento la cosa de complica).

Puede que a través de ese comportamiento estemos llenando un vacío interno, como por ejemplo, la búsqueda de aprobación o la necesidad de reconocimiento, entre otros. O simplemente despilfarremos para acallar la angustia.

¿Por qué necesitamos llenarnos de cosas?

En algunos casos he observado una “compulsión” por comprar, aunque no lo necesitemos.

No hay que olvidar así mismo, que estamos inmersos en una sociedad de consumo que nos bombardea constantemente con un solo mensaje: COMPRA.

Y tenemos que hacer un esfuerzo para no caer en esa dinámica.

Hace poco vi un documental en el que un periodista deseaba averiguar en qué gastaban su dinero los multimillonarios. El programa se centraba en la comida, así que entrevistaban a un chef que cocinaba para ellos. Lo que más me llamó la atención era que este hombre decía que lo que buscaban últimamente era “tener la experiencia”.

Poco importaba lo que costara la exclusividad, la clave estaba en ser ellos los primeros en degustarla. Así, el chef buscaba por todo el mundo alimentos raros, como por ejemplo, un grano de café que un animal que vivía en una selva se lo tragaba, lo digería y buscando en sus excrementos lo encontraban, lo limpiaban y preparaban con él un café que estas personas degustaban.

¡No hablemos del precio de una taza!

El despilfarro de dinero me dejó sin habla. ¿Por qué unos poquísimos privilegiados dilapidaban esas sumas?

Pienso que el vacío interior debe ser enorme. Quizás necesiten realizar esas extravagancias para sentirse vivos.

Y me pregunto: ¿dónde está el límite? ¿Alguien lo marca? ¿Por qué se acepta? ¿Por qué existe un público para ello?

Creo que sucede lo mismo con las “snuff movies”. No creo que el “todo vale” para encontrar placer sea válido.

¿Qué nos está pasando que hemos perdido por completo el norte?

Pongo los ejemplos más extremos, pero a un nivel más cercano me atrevería a afirmar que, en mayor o en menor medida, nosotros también podríamos adolecer del mismo mal.

En mi próximo artículo hablaré sobre “darse permiso para”.

(Imagen: www.periodistadigital.com )

 

 

La seducción

www.taringa.net

Por Clara Olivares

Cuando pensamos en la seducción, lo primero que se nos viene a la cabeza es la sexual. ¿Por qué? Imagino que porque estamos saturados de mensajes que van en esa dirección. Los medios nos bombardean sin descanso, y, a veces resulta agobiante.

Pero, felizmente la sexual no es la única seducción que existe: también nos seduce un relato, una imagen, un olor, una charla, un gesto, una obra de arte, etcétera.

La seducción es el acto que consiste en inducir y persuadir a alguien con el fin de modificar su opinión o hacerle adoptar un determinado comportamiento o actitud. Suele emplearse sobre todo en el ámbito de lo sexual. El término puede tener una connotación positiva o negativa, según se considere mayor o menor cantidad de engaño incluido en la acción. Etimológicamente, seducir proviene del latín seductio («acción de apartar»). Y, según el Diccionario de la lengua española, en su primera acepción, seducir es «engañar con arte y maña», aunque al tratarse de un término tan emocional cada autor ha acuñado su propio término.

Wikipedia

Si y no. Me explico. Cierto es que en algunos casos existe un objetivo claro de llevarte a un punto determinado con premeditación, como en el caso de la publicidad, por ejemplo. Su propuesta se basa en este principio.

Y luego está el aspecto que tiene que ver con la estructura interna de una persona, con su identidad. Ya lo he dicho en más de una ocasión, si un ser humano crece sin este sostén, carece de estructura interna, y, lo más probable es que acarree con ese déficit hasta que consiga estructurarse.

Esto se consigue o no… dependiendo del sufrimiento que despierte en la persona su neurosis, de las “muletas” que se haya creado para sobrevivir, y de un amplio etcétera.

De lo que quiero hablar hoy es de los dos grandes apartados que tiene la seducción: el proceso de formación del yo y la característica personal que define a cada individuo.

Comencemos por el primer apartado: la necesidad vital del ser humano de construirse una identidad.

La utilización de la seducción como la única manera para relacionarse con el mundo y con el otro, suele ser el resultado de una enorme carencia de reconocimiento. Quienes operan en este registro, probablemente han adolecido en su infancia de una mirada del exterior que les valore y les transmitan el mensaje de que son valiosos y que tienen el derecho a ser como son. En otras palabras, que les estructure internamente.

Es el caso de esas personas que cada cosa que realizan en la vida va encaminada a obtener un reconocimiento del entorno. Mientras que el sujeto no termine de convencerse de que realmente vale, seguirá buscando fuera la aprobación.

Cuando ya se ha conseguido construir una identidad sólida, la estrategia de la seducción no es necesaria.

Hay personas que han nacido, o, han escogido, no lo sé, la seducción como el rasgo que los define.

Si pensamos en nuestros conocidos, seguramente sabremos de inmediato quién es un/una seductor/ra.

En segundo término, hablaríamos de la manera de ser que rige nuestro comportamiento.

“potenciar lo mejor de nosotros mismos al exterior”.

Esta definición que encontré en Internet, me parece muy ilustrativa.

Creo que esta forma de ser surge de forma espontánea. Me parece que cuando se intenta seducir siguiendo un manual, no funciona.

Por eso encuentro la definición que menciono más arriba muy acertada.

Creo que todos, de manera más o menos consciente, sabemos cuáles son nuestros puntos fuertes y los explotamos. Tontos seríamos si no lo hiciéramos…

Existen muchas páginas que hablan sobre las estrategias a seguir si quieres enamorar. Vale, pero vuelvo a lo mismo: seguir un guión, tarde o temprano, tiene un efecto contraproducente.

Recuerdo ahora la película de Stephen Frears, “Las amistades peligrosas”, que ilustra muy bien esta estrategia. Él despliega su artillería pesada para seducir a la pobre incauta, quién termina cayendo rendida a sus pies. Sí, ya sé que la película tiene un final trágico para todos los implicados, pero esa es otra historia.

Lo que me parece interesante es cómo él, que es una gran seductor, utiliza. todas sus armas para conseguir su objetivo (bastante cruel, por cierto), y lo logra.

Lo que intento decir, es que, siendo uno mismo ya se tiene ganada la partida. No creo que haya nada más seductor que una persona que es ella misma, sin artificios ni poses.

Como se diría en marketing: “sé tu propia marca”.

La manipulación es un juego que, para conseguir este propósito, es inadecuada.

Cuando conseguimos ser nosotros mismos, actuamos, sentimos y pensamos de acuerdo a lo que somos.

Y, creo que no existe persona más seductora que aquella que es auténtica.

Como ilustra la imagen, si nos permitimos ser “la galleta”, probablemente pocos perros se nos resistan.

En mi próximo artículo hablaré sobre el despilfarro.

(Imagen: www.taringa.net)

 

Todo lo que encierra un simple gesto

www.tripeord.com

Por Clara Olivares

Como muestra esta imagen, el gesto que tiene el hombre al ofrecerle un calzado a la mujer que está descalza, habla por sí mismo.

No sabemos si ella lo aceptará o no. Lo que me parece interesante de la imagen es su elocuencia.

Muchas veces nos hemos visto en una situación en la que alguien tiene un gesto similar con nosotros y, por diversas razones, lo hemos rechazado.

Nos sorprendería descubrir que ese gesto estaba lleno de cariño y de buenas intenciones y que esa persona no pretendía en ningún momento fastidiarnos, todo lo contrario.

Solemos rechazar esa propuesta o esa sugerencia, generalmente por nuestra incapacidad de ver más allá.

Nos quedamos enredados en corroborar si aquello que nos brindan es lo que queremos, o, lo que deseamos, o, si estamos de acuerdo o no, o si va en contra de nuestras creencias.

Y con esta actitud somos incapaces de traspasar la superficie y ver lo que hay detrás del gesto.

Nuestra ceguera nos impide ahondar en el gesto que ese alguien tuvo para con nosotros.

Al hacerlo, situamos inconscientemente el centro de atención en nosotros mismos y, de esta forma nos olvidamos de la otra persona.

Es más, llegamos a ser incapaces de pensar en cómo se ha quedado esa persona con nuestro rechazo: me atrevería a decir que básicamente triste.

Aunque no se lo dijéramos diréctamente, le hemos transmitido nuestra negativa.

Seguramente nos sucede lo mismo en otros ámbitos.

No sé si es una cuestión de un solipsismo exacerbado, es decir, la creencia de que todo gira a nuestro alrededor.

Esta actitud la observaremos más claramente en los niños y en los adolescentes (aunque de forma cada vez más frecuente, la vemos en muchos adultos inmaduros).

La pregunta pertinente que deberíamos plantearnos es ¿y por qué me ofendo?

Seguramente porque con ese gesto me he sentido atacado.

Valdría la pena ahondar en ese sentimiento: ¿qué hace que el gesto generoso y desinteresado de otro yo lo recibamos como un ataque?

Probablemente, en el fondo, nos hemos sentido cuestionados.

Cuando caemos en un funcionamiento radical en donde no admitimos un cuestionamiento, algo en nosotros no está funcionando bien.

Cuando nos posicionamos en ese extremo ante cualquier tema, ocupamos un lugar que nos hace ser excesivamente rígidos.

¿Por qué necesitamos aferrarnos a esa postura radical?

¿Miedo quizás?

Cuando adoptamos una postura rígida, valdría la pena preguntarnos qué es lo que nos lleva a ocupar ese lugar.

¿Quizás es eso a lo único a lo que podemos agarrarnos para sentirnos seguros? ¿Es la única forma de sentirnos confirmados en nuestras creencias?

Sin duda, hay momentos de nuestra vida en los que necesitamos aferrarnos a algo para poder sobrevivir.

Pero, una vez pasado el momento álgido, ¿qué hace que sigamos en ese lugar de una rigidez extrema?

Como refleja la sabiduría popular: un objeto que sea muy rígido si se cae se rompe. Lo mismo nos puede suceder a nosotros!

Intentemos echar una mirada a nuestras reacciones para detectar ante cual de ellas nos ponemos muy rígidos: la clave radicaría en determinar los temas en los que no admitimos un cuestionamiento.

Si después de revisar nuestras actitudes encontramos algunas en las que el cuestionamiento no tiene cabida, vale la pena ahondar en ellas.

Como diría Platón: «Conócete a tí mismo».

Lo importante es comenzar a conocerse, este es un camino que jamás va a estar recorrido por completo, ya que éste acaba con la muerte.

¡Opino que siempre vale la pena iniciarlo!

En mi próximo artículo hablaré sobre la necesidad de confirmación.

(Imagen: www.tripeord.com)

La vida: un simple destello

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Por Clara Olivares

Lawrence Durrell (El cuarteto de Alejandría) escribió: «la vida es un simple destello de luz entre dos eternidades de tinieblas«.

Terrible y, a la vez, una imagen muy poética.

Sin lugar a dudas la vida es un milagro que irradia luz y calor. Hoy estamos vivos, mañana no lo sabemos

¿Y qué hacemos con ese breve destello?

Me parece que casi nadie llega a ser consciente de esa realidad. Creemos que lo natural es estar vivos.

Esta frase de Durrell me suscita muchas reflexiones.

Pienso que para las personas creyentes, esta afirmación carece de sentido. Pero, ¿y para los no creyentes?

Me pregunto cómo administramos ese momento fugaz que es nuestra vida: ¿en qué lo estamos invirtiendo? ¿cuánto tiempo dedicamos a disfrutar de ella? o, por el contrario, nos lamentamos, nos peleamos con la existencia y renegamos de nuestra suerte, o, de nuestra familia, pareja, herman@s, trabajo, etc.

Creo que no llegamos a ser conscientes de que nuestra vida dura muy poco comparada con la magnitud del universo.

¿Por qué desperdiciamos ese don en perder mucho tiempo en pelearnos con nuestro pasado, con nuestros padres, con nuestro entorno, etc.?

Cierto es que en algún momento de nuestra existencia atravesamos épocas, por otra parte necesarias, en las cuales «ordenamos la casa», es decir, revisamos nuestra historia familiar e intentamos poner en su lugar las cosas y a las personas.

Y después de hacerlo, ¿qué?

¿Cómo deseamos pasar el resto de vida que nos queda? ¿En qué la queremos invertir?

Es una realidad que consumimos diariamente un tiempo considerable en conseguir los recursos económicos necesarios para poder sobrevivir. Pero en esa labor no creo que sea aconsejable gastar más del tiempo necesario.

Es más, creo que paralelamente, deberíamos seguir aprovechando el hecho de que aún seguimos vivos.

Volviendo a la imagen que acompaña este artículo, habrá quienes se enfaden porque su cerilla debería ser más larga, o, dar más luz, o, ser una que jamás se consumiera.

Soy consciente de lo difícil que resulta a veces ver la realidad y, más aún aceptarla.

Me he cruzado con personas que, desde que las conozco, se pasan el tiempo quejándose, de su pareja, de su familias, de los políticos, etc. Y, honestamente, resulta cansino.

Pienso: ¿ésta persona no se dará cuenta de que ha desperdiciado su vida en culpar a otros de su suerte? Evidentemente no.

Siento tristeza por ellos porque aún no se han enterado de que la vida es corta y fugaz. Malgastan su limitado tiempo en nimiedades que, básicamente, no pueden ya cambiar, en lugar de invertir ese tiempo en vivir.

Disfrutar de lo que generosamente la vida les ha proporcionado, de las personas que les quieren, de la salud que tienen, de sus habilidades, de su inteligencia... la lista llegaría a ser interminable.

A todas ellas les repito una frase que decía mi madre con frecuencia: «en vida, hermano, en vida».

Cuando muramos, todos los «posibles» desaparecerán. Entonces ya no podremos hacer nada.

Os invito a mirar a vuestro alrededor y disfrutar de lo que tenéis. Dejad de lamentaros por lo que no tenéis. Os sorprendería descubrir que son muchas más las cosas de las que podéis disfrutar.

Como dice la famosa máxima de Rabindranath Tagore: «No llores por la puesta de sol, porque tus lágrimas te impedirán ver la belleza de las estrellas».

En mi próximo artículo hablaré sobre la empatía.

(Imagen: www.blog.somosdesign.es )

Relaciones virtuales

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Por Clara Olivares

La irrupción de Internet ha marcado, sin lugar a dudas, una nueva época en la historia de la humanidad: vivimos en «la era virtual».

Buscando la definición de virtual, me pareció muy interesante una que habla de «la creación de una situación de apariencia real, en la que se crea la sensación de estar allí y de estar interactuando con ese entorno».

Lo paradójico del asunto es que ese mundo virtual se inspira, mayoritariamente, en una experiencia real.

Pero, ¿qué pasa cuando esos lugares no existen en el mundo real? Ese es el caso, por ejemplo, de los miles de video-juegos que aparecen en el mercado en donde la imaginación está desatada.

En el terreno de las relaciones interpersonales la realidad virtual es bien diferente. Me atrevería a decir que en ese mundo paralelo se vuelcan todos los deseos e ideales de las personas que buscan tener una relación con otro.

Al encontrar a una persona que en apariencia satisface todos nuestros sueños, muchas veces se olvida que ésta no es del todo real.

¿Por qué lo digo?

Este tipo de intercambios permiten un acercamiento con el otro, pero desde mi punto de vista, es incompleto porque no intervienen todos los sentidos; están excluídos el tacto, el olfato y el gusto. Sentidos que a mi entender, son tan importantes como el oído y la vista.

Toda la información que nos brindan estos sentidos desaparece, y por lo tanto la imagen que nos formamos de la otra persona queda incompleta.

Creo que el mundo en que nos movemos actualmente prima el sentido de la vista sobre los demás. Cierto es que muchas cosas entran por los ojos, no obstante, me parece importante no olvidar los restantes.

Lo que encuentro preocupante del fenómeno virtual es que termina aislando. Las personas acaban relacionándose con una máquina y no con una persona.

He visto en varias ocasiones la siguiente escena en un restaurante: una familia o una pareja están sentados a una mesa, y, cada uno de ellos tienen en la mano un teléfono con el que «se comunican» con otras personas (imagino) durante toda la comida. Prácticamente no hablan entre ellos, no se miran, comen en silencio, o, siguen con el teléfono mientras lo hacen.

Encuentro peligroso que se llegue a no poder distinguir entre la realidad virtual y la auténtica.

Y a veces, lo que veo me parece alarmante.

No puedo dejar de preguntarme muchas cosas: ¿para qué han ido al restaurante?, sino tuvieran el teléfono, ¿de qué hablarían?

Intuyo que ese mundo virtual resulta más apetecible que el real. Por no hablar que en éste no hay problemas, no hay que hacer ningún esfuerzo por mantener una conversación, si me aburro me voy.

Lo sorprendente es que ves a gente de todas las edades caer en esta dinámica.

Imagino que, para las personas que en el mundo real les es muy difícil establecer relaciones con otros, este mundo virtual les ofrece la posibilidad de relacionarse salvaguardando siempre la interacción que implicaría estar presente y delante del otro.

Encuentro triste que las personas se priven de toda la información que nos aportan los sentidos del tacto, el olfato y el gusto. Sin ellos encuentro que no se acaba de conocer a otra persona.

En el caso de una pareja, por ejemplo. ¿Cómo sé si habrá o no química entre nosotros? ¿Me gustará su olor? ¿Cómo me toca? ¿Acepto o rechazo ese contacto? ¿Qué siento cuándo me besa?

No estaría de más preguntarnos si no hemos sido engullidos por este mundo y no somos conscientes de ello.

En mi próximo artículo hablaré sobre el destello de luz que es la vida.

(Imagen: www.dubanpfc.blogspot.com)

Los secretos

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Por Clara Olivares

¡Qué difícil resulta cargar con un secreto!

Lo que es cierto es que todos tenemos uno o varios. Los hay inconfesables y los hay menos graves.

El punto importante a tener en cuenta es la implicación que tendría para otras personas el hecho de que éste se conociera.

Y el drama es precisamente ese porque siempre afecta a otrospor esa razón es un secreto.

Resulta primordial que no se sepa.

Cuántas películas se han hecho y cuántos libros se han escrito teniendo este tema como argumento.

Los secretos son algo oculto.

Y lo está, porque sino fuera de esa manera afectaría relaciones, familias, empresas, etc.

El secreto es excluyente por el hecho mismo de serlo. Así, se crean dos grupos excluyentes entre sí: los que lo conocen y los que no.

¿Cómo determinamos el punto que separa a los dos grupos?

Podría entrar en una disgregación inacabable sobre este punto, pero mi objetivo no es ese.

Pienso que la clave radica en calibrar muy bien las consecuencias que acarrearía desvelarlo.

Muchos chantajes se han hecho amenazando con hacer pública una información.

Pero, a veces, no es necesario llegar hasta esos extremos.

Compartimos un secreto con otro cuando confiamos en esa persona. Le damos un voto de confianza que esperamos, sepa corresponder con la misma moneda.

Pero, en ocasiones no resulta ser así. Cierto es que cuando confiamos un secreto estamos involucrando a esa persona en el grupo que lo separa de «los que no lo conocen», y, además, le cargamos con un peso al no poder revelarlo.

Porque si fuera de dominio público no sería un secreto, evidentemente.

Cuando contamos un secreto que nos habían confiado estaríamos traicionando la confianza que ese alguien depositó en nosotros. Algo que pertenecía a lo privado lo hemos convertido en público.

Muchas veces confiamos en alguien que creemos que merece nuestra confianza y, no es verdad. Porque hay personas que son incapaces de guardar un secreto, o, simplemente en su cabeza no tienen establecida la frontera que marca los límites entre lo privado y lo público.

No tienen interiorizada la noción de límite. Es como si al contar las intimidades de otra persona se valorizaran ante los ojos de quienes les escuchan.

Sus necesidades de reconocimiento, valoración y de inclusión son tan grandes que no se paran a pensar si lo que están contando es correcto o no lo es.

Quizás crean que es algo banal y por eso lo cuentan. Pero lo peligroso de esa actuación es que no piensan en ningún momento si para quien les confió el secreto no era algo banal.

La falta de consciencia de esos límites es muy dañina.

Existe la creencia tácita de que hay cosas que no se cuentan fuera de los entornos íntimos como son la pareja, la familia y la amistad.

Pero desafortunadamente hay personas que cuentan todo lo que sucede en cualquier entorno. No son capaces de discernir entre qué se puede contar y qué no.

O, también es cierto que quienes son conscientes de que les resulta imposible guardar un secreto optan por advertírselo a sus allegados. Detalle que es de agradecer.

Para terminar cito a William Le Pen: «Es sabio no hablar de un secreto; y honesto no mencionarlo siquiera.»

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones virtuales.

 

(Imagen: elblogderamon.com )