Amores tipo hermano

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Por Clara Olivares

Evidentemente este tipo de amor descarta cualquier aspecto sensual. Como reza el dicho: en mi relación de pareja somos «como hermanitos».

Se priman otros aspectos: en especial la comprensión y la amistad.

La ternura y las afinidades en común suelen constituir su piedra angular.

Desde el inicio de la relación, el aspecto pasional no está presente.

No es como en el caso de la evolución normal de una relación de pareja en la que la pasión deja de ser uno de los aspectos importantes para dar paso a que afloren los cimientos sobre los que ésta se apoya.

El hombre que suele establecer una relación tipo hermano, busca consejo, dulzura e intuición en su compañera.

Suele tratarse de personas sensibles, introvertidas y tímidas que ofrecen comprensión y amistad y que, por lo general, tienen muy desarrollada su faceta espiritual.

Esta comprensión afectuosa e intuitiva sustituye la pasión, que, como señalo más arriba, es prácticamente inexistente.

Este tipo de hombres proyectan una vitalidad masculina que no poseen. Buscan en su pareja a una hermana y compañera.

La clase de mujer que éstos escogen suele ser una persona sensitiva que le da más importancia al aspecto espiritual que al físico.

Así es como la falta de pasión deja de ser un asunto que tambalee la relación y la ponga en peligro.

Lo que la haría peligrar sería que la «hermana» dejara de ocupar ése lugar.

Si la compañera necesitara que el vínculo evolucionara y se convirtiera en uno de igualdad, entonces la estructura emocional y psíquica de la pareja se vendría abajo.

Las reglas del juego cambiarían y la mujer ideal se esfumaría.

Como pasa en todas las parejas, con el paso de los años la relación se va transformando. Por lo general se inicia con una mecánica determinada pero ésta va mutando y se va convirtiendo en lo que las dos personas han depositado en ella.

Si la han alimentado con odio y resentimiento con el paso del tiempo recogerán esos mismos frutos. Una relación sólo es posible construirla en el tiempo, de otra manera sería un «amour fou», o una pasión a secas (que por norma general, no suele durar mucho tiempo).

En mi próximo artículo hablaré sobre el amor tipo compañer@.

(Imagen: cantasa1985.wordpress.com )

Quiero agradecer a todos aquellos que han comprado mi libro, e invito a los que no lo hayan hecho aún a que se anímen a unirse a ellos!

Diferentes caracteres en el amor (Introducción)

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 Por Clara Olivares

Tod@s nos hemos criado en una familia, eso es una obviedad. Lo que me interesa resaltar es el hecho de que en muchos aspectos de nuestra forma de ser, recreamos el mismo patrón familiar: el de padre, madre e hij@.

Y en el amor, evidentemente, se vuelve a repetir el mismo fenómeno.

En un principio, escogemos de forma inconsciente al tipo de persona que responde a un modelo, bien sea el de padre, el de madre o el de hij@.

Lo que se recrea es el tipo de relación, es decir, se adopta el papel de padre, de madre o de hijo.

Por ejemplo, una mujer que se ha definido como madre, escogerá a un hijo. Un hombre que se ha ubicado como padre, eligirá a una hija y en el caso del herman@, escogerá a otro igual a él/ella.

Digo que «en un principio», porque afortunadamente, el patrón se puede trabajar hasta convertirlo en una relación de iguales, de compañer@s. A este modelo, se le llama «consorte».

El ideal sería establecer este tipo de relación desde el comienzo, pero la realidad me ha demostrado que no siempre es así.

Me parece que, si bien una relación se funda con un tipo de funcionamiento equis por ambas partes, a lo largo del tiempo y durante las diferentes etapas por las que pasa dicha relación, los dos miembros de la pareja asumen el papel de padre, madre o hij@.

Y no creo que ésto sea un lastre, al contrario, creo que forma parte de la propia evolución de la pareja.

Lo interesante es que cada uno identifique el tipo de relación que establece con los demás para poder así ir modificando los aspectos que le llevarían a un estancamiento personal e interpersonal.

En la elección de la pareja intervienen un sinfín de factores: la familia, el grupo social, las características propias del individuo, etc. Es decir, que en ningún caso se trata de algo inamovible.

 He observado que el tipo de relación que establecemos con los otros, es por lo general, similar a la que desempeñàbamos en nuestra propia familia.

Si observamos con atención, descubriremos que existe un patrón que se repite cada vez que nos relacionamos con otro.

Tendemos a reproducirlo de forma inconsciente con los amigos y la pareja.

Así, que no es de extrañar que nos descubramos ejerciendo de padre-madre-herman@ con otros.

Así, vamos asumiendo las funciones propias de cada papel: el de un padre guía, el de una madre protectora o el de un hijo rebelde, por ejemplo.

Los problemas surgen cuando el patrón permanece idéntico a lo largo de los años. Lo normal es que éste se vaya modificando en la medida en que maduramos.

Sucede lo mismo cuando se va moldeando un temperamento hasta convertirlo en un carácter.

A lo largo de los siguientes artículos iré desglosando cada uno de estos patrones.

 (Imagen: core.psykia.com)

Necesidad del otro: ¿un imposible?

(Por Clara Olivares)

Últimamente no dejo de pensar en si es posible o no vivir sin sentirse necesitado de otro, es decir, sobrevivir sin necesidades afectivas.

Por más que le doy vueltas y vueltas, llego al mismo punto: posible sí que es, desde luego. Pero la pregunta que se impone sería: ¿con qué calidad de vida emocional?

Cierto es que necesitar a otro significa dolor, sufrimiento y lágrimas. Pero también apoyo, cercanía, calor, mayor autoestima, alegría, humanidad, identidad.

Y la idea de padecer dolor asusta y mucho.

Si alguien confiesa abiertamente que necesita al otro, en especial ante sí mism@, se arriesga a sufrir si el otro no está. Y eso, es precisamente lo que nadie desea.

Curiosamente al escuchar las letras de los boleros o de los tangos, la mayoría de ellas hablan de un desamor, un abandono, un amor no correspondido, un despecho… resumiendo, cantan al dolor que produce amar y necesitar a otro.

En la mayoría de esas letras se llora la pérdida del amor de una pareja, pero hay algunos que hablan de la pérdida del amor de un amig@.

Y me atrevería a decir que en ambos casos el dolor que se siente es el mismo.

No dejo de cuestionarme el porqué a una persona le resulta tan difícil decirle a otra que la necesita.

Quizás exista esa creencia absurda de que la imagen de «debilidad» que se proyectaría de sí mism@ sería nefasta, con el agravante de que ese otro va a pensar que le tiene en su poder.

Y, creedme, nada está más lejos de la realidad.

Primero, en cuanto al tema de poder, soy yo quien le entrega o no al otro el poder. Y segundo, precisamente quien carece de vínculos afectivos es quien está más expuesto y es más frágil que aquél que tiene muchos.

Me pregunto si no nos hemos blindado afectivamente como una respuesta ante la imposibilidad de crear lazos afectivos verdaderos. Si una persona se repite constantemente que no necesita a nadie, es decir, que se basta a sí mism@, a lo mejor acaba por creérselo.

Sería interesante analizar de dónde proviene esta incapacidad.

Por un lado pienso que una causa puede ser lo que suelo llamar la «congelación del corazón».

Cuando un ser humano necesita el cariño, la confirmación, la protección, o el apoyo de las personas de su entorno, y por la razón que sea, éstas no se lo brindan, inconscientemente «congela» su corazón para no sentir el dolor que le produce el desgarro de constatar que están solos.

Puede que estos individuos sólamente busquen de forma inconsciente establecer relaciones de tipo contractual, de manera que se aseguren de entrada no volver a sentir el dolor de saberse solos.

Su incapacidad para crear lazos afectivos verdaderos provendría de la congelación de su corazón, pero como todo órgano que está congelado es susceptible de descongelarse (felizmente!).

Por otra parte está el discurso social, que pregona un mensaje en el que asegura que las únicas relaciones aceptables y deseables son las de tipo contractual.

La parte afectiva, llamada amor, cariño, ternura, etc. queda fuera, está descartada y «demodé».

En las relaciones contractuales es necesario que la parte afectiva no prime. Si fuera así, se crearían expectativas que no se van a cumplir jamás y generarían rabia y frustración.

Si a una persona jamás le han dicho que le necesitan y que es importante para alguien, ¿cómo se lo va a repetir más adelante a otro?

Puede que cuando se es adulto se comience a descubrir y a aprender que los vínculos afectivos ayudan a sobrellevar la existencia, que estructuran, que arropan y que constituyen un bien muy valioso.

Descubrirlos es muy agradable. Y lo más importante, se despertaría la consciencia de la importancia que tienen y de lo anémic@ que se vivió durante tantos años.

Comenzaría así el proceso de «descongelación» del corazón. Se aprende a que se puede empezar a querer y a confiar en otro y que éste no le va a abandonar.

Me parece importante tener presente que al trabajo se va a trabajar, no a hacer amigos, para hacerlos existen otros ámbitos.

Esto no quiere decir que dentro de un contexto laboral no pueda crearse una amistad que perdure en el tiempo y que sea valiosa para ambas partes.

La confusión viene cuando se establecen relaciones de amistad o amorosas basadas en las premisas que establece un contrato.

Son relaciones de índole diferente ya que aportan cosas distintas y se construyen sobre otras bases.

Las relaciones de tipo contractual, como su nombre lo indica, se basan en un contrato, es decir, en un intercambio de algo a cambio de algo. Por ejemplo, yo te acompaño al cine y tú me invitas a cenar, o, yo realizo un trabajo y tú me pagas por él. El tipo de relación que se establece se cumple en función al tipo de contrato que se ha pactado con la otra persona.

Si no se cumple la parte que estipula el contrato éste se rompe y, evidentemente la relación se acaba.

El punto que marca la diferencia entre una relación de tipo contractual y una que estructure y en la que una persona se puede apoyar, es el compromiso.

Paradójicamente, es sorprendente como han proliferado los lugares para encontrar una pareja. Y no hablo de un intercambio sexual, éste sí que es estrictamente de tipo contractual.

El ser humano busca, a veces de forma desesperada una pareja, probablemente debido a esa necesidad de poder contar de verdad con alguien.

En el compromiso por lo general hay una implicación emocional y un «quid pro quo» (reciprocidad), compromiso que se adquiere libremente.

En otros términos significaría que yo me comprometo a darle al otro lo mismo que él me ofrece. Por ejemplo, en el caso de la amistad si uno contrae una gripe y vive solo, el otro va a prepararle una sopita caliente, porque sabe que si fuera al contrario, la otra persona actuaría de la misma manera.

En el caso del amor sucede otro tanto de lo mismo.

Estos compromisos dan lugar a que se vayan creando pertenencias, las cuales van a contribuir a que un persona se estructure psíquicamente y en las que pueda apoyarse.

Y entre más pertenencias posea un individuo más libre será y más rico afectiva y psíquicamente será.

Repito, se puede vivir perfectamente con relaciones de tipo contractual exclusivamente, cada cual es libre de escoger lo que necesite.

Lo que planteo es que si cada vez más personas escogen estas relaciones, el empobrecimiento a nivel humano será mayor y esta carencia se verá reflejada a nivel social.

Espero no llegar a ser testigo de contemplar en la calle que alguien tropiece y caiga y nadie le socorra.

Como decían las compañeras de colegio cuando era pequeña: «todo amor implica sufrimiento. Si no quieres sufrir no ames, pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?»

En el próximo artículo hablaré sobre la importancia de tener una parcela de intimidad.

(Imagen: www.loveit.pl)

Conclusiones: los beneficios de la educación culpabilizante

(Por Clara Olivares)

«Si se hace una clasificación burda de la culpabilidad en relación con los problemas mórbidos, ¿por qué no se arregla igualmente lo que se ha vivido desde el punto de vista afectivo e íntimo, la indignación, el amor, el gozo y la alegría? Escribe Jean Delumeau en «El pecado y el miedo. La culpabilización en Occidente entre los siglos XIII y XVII», París, Fayard, 1994″

Comparto la idea de Delumeau, pero para llegar a ese punto hay que «empezar por el principio».

Y el principio consistiría en darse permiso a uno mismo para que la duda entre en el sistema, es decir, que pueda cuestionarme a mí mism@.

«Para conseguir esos fines, la educación utiliza las disposiciones previas del niño para culpabilizarse en diferentes terrenos y bajo diferentes formas

Estoy completamente de acuerdo con Neuburger cuando afirma que todos somos culpables (artículo de la semana pasada).

Valdría la pena preguntarse cuál estilo de culpabilización es el que prima en nuestra vida.

Lo planteo, ya que se suele recrear el mismo esquema de culpabilización al que fuimos sometidos en la relación de pareja o en la de amistad cuando somos adultos.

«En efecto, es gracias a que hemos recibido una culpabilización de tipo paterno que hemos adquirido el sentido de la justicia, del bien y del mal, así como el aprendizaje encaminado a mantener la palabra dada y a comprometernos».

«Así mismo, gracias a que la madre o sus sustitutos amenazaban con retirarnos su afecto, sabemos que es amar y ser amado«.

«Y debido a que fuimos culpabilizados al ser acusados de egoístas, de no tener en cuenta al otro, aprendimos a ser solidarios, a compartir y a fraternizar.»

«La culpabilización conlleva así mismo una reflexión sobre la libertad que tenemos de utilizar nuestro cuerpo y sobre sus límites: sexo, masturbación, drogas, alcohol, tabaco (actualmente se culpabiliza mucho el hábito de fumar).»

«También invita a reflexionar sobre lo que cada uno de nosotros debe tener o no como creencias, como opiniones, como saber, como pensamientos. ¿Tengo el derecho a pensar de forma diferente a mi propia madre? se pregunta el niño.»

La forma de culpabilización a la que estuvimos expuestos ha formado parte integrante de lo que somos y en lo que nos hemos convertido.

En otras palabras, ha venido a formar parte de nuestra estructura psíquica. Somos el conjunto resultante de las características que nos son propias, de la herencia familiar y social así como la particularidad que ha marcado la época en la que nacimos.

«Es una reflexión sobre el futuro: ¿qué se espera de mí? a nivel de mis ambiciones, de mi profesión».

«Partiendo de estas hipótesis, todos los factores culpabilizantes entran en juego, en un sentido o en otro. Existen familias en las que uno no puede ser otra cosa diferente a un político, y existen familias en las que serlo se considera casi una traición».

Insisto: ¿cuál es la ingerencia que mi familia tiene en mis decisiones y cuál es mía? ¿Qué me hizo tomar tal o cual decisión y no otra?

«Los fenómenos de culpabilización familiar y social juegan un papel importante en la elección de los propios objetos sexuales: escoger entre la homosexualidad o la heterosexualidad, y en especial en la elección de la pareja.»

Permitir que la duda entre, consigue que se pueda separar de forma consciente aquello que me pertenece, qué es mío, de lo que no lo es.

Y este ejercicio abre el camino hacia la libertad (o por lo menos a ir despejando el camino para llegar a ella).

«Se trata de una culpabilización vital y necesaria porque ella va a marcar un límite y este límite es susceptible de ser transgredido«.

«La culpabilización nos estructura. Ella ofrece una especie de pilar mítico que crea una serie de convicciones sobre lo que está bien o está mal, sabiendo que nuestro libre albedrío funcionará mejor si disponemos de puntos de referencia claros para decidir si los seguimos o si los transgredimos.»

Es importantísimo que se haga consciente la noción de límites, sin ellos no es posible que se lleve a cabo una construcción psíquica interna.

Si éstos no existen o son demasiado rígidos, nos moveremos en la vida ciegos, sin comprender muy bien de dónde proviene nuestro malestar ni del porqué de las reacciones que tienen las personas que están a nuestro lado en relación con nosotros.

La transgresión de esas fronteras siempre trae consecuencias, bien sea para nosotros mismos o para otros.

«Esta culpabilización educativa o la educación culpabilizante, influye igualmente en el tipo de relación que establecemos con el otro: altruísta, egoísta, etc.»

«… la educación es la transmisión del mito familiar y el mito social de una época determinada. Este conjunto va a construír una neurosis normal, es decir, aquella que hace que un individuo se haga preguntas«.

Preguntémonos si era posible o no cuestionar nuestro entorno, más específicamente a nuestros padres y a nuestra familia.

¿Qué consecuencias traía ese cuestionamiento? A mayor fragilidad menor espacio para la duda, es decir, entre más frágil esté una familia o un individuo, menor será la posibilidad de cuestionarle nada. En muchos casos esta fragilidad viene dada por el miedo.

«No hay que olvidar las ventajas y las desventajas que la culpabilización conlleva si se aplica en exceso o en defecto, es decir, si se centra exclusivamente en una sola técnica, puede igualmente tener efectos patógenos dando lugar a neurosis, fobias, inhibiciones y síntomas.

Neuburger expone de manera clara y contundente las consecuencias que conlleva una culpabilización demasiado laxa o demasiado estricta.

El hecho de poder ir identificando elementos de nuestra propia historia nos aportará una información muy valiosa sobre lo que somos. La información desemboca en la comprensión y ésta en la apertura de la consciencia.

«Resumiendo: para alguien para quien la culpabilización paterna es la que está más presente, diría: quiero ser respetado. La culpabilización materna, expresaría: quiero ser amado, y la fraternal: quiero ser apreciado, estimado y reconocido.»

«Nace así la pregunta, ¿pero estas personas son capaces de escuchar al otro, de interesarse verdaderamente por él, de amarle?«

Y con éste planteamiento se iría al siguiente paso: ya tengo identificado el tipo de culpabilización en el cual crecí, y ahora, ¿qué hago con ello?

Decidir qué me apetecería hacer con esta información. Puedo utilizarla para dominar a otros, o, puedo utilizarla como punto de partida para un viaje personal hacia la consciencia.

Me parece que lo importante es que seamos nosotros quienes tomemos la decisión. Quizás en el pasado no tuvimos la oportunidad de elegir pero hoy sí.

«Porque mostrar interés por el otro cobra sentido cuando se obtiene con la reciprocidad aquello que cada uno espera. Por ejemplo, yo amo en el otro su capacidad  para demostrarme, mediante su testimonio, que me respeta, o, que me ama, o, que me da un reconocimiento.»

«En el primer caso (vía paterna) las personas con este tipo de culpabilización aman a la familia, el segundo grupo (vía materna) aman a la pareja y el tercero (vía fraternal) aman los grupos asociativos no importa de qué índole sean.»

La clave radica en la pregunta: ¿con que técnica estoy funcionando hoy? Si comprendo de dónde vengo podré entender lo que ahora soy y decidiré hacía dónde me quiero dirigir.

Encuentro el viaje de inmersión fascinante y por el hecho de emprenderlo vale la pena estar vivo. ¿No os parece?

En mi próxima entrega hablaré sobre el deseo.

(Imagen: www.blogs.periodistadigital.com)

 

¡Qué fácil resulta culpabilizar a otro y qué poca consciencia tenemos de ello!

(Por Clara Olivares)

El artículo con el que inauguré este blog hablaba sobre la retorsión en las parejas.

Hoy planteo otra forma en la que se puede llegar a manifestar el descontento y la angustia: haciendo sentir culpable a otro, o dicho de otro modo, culpabilizándolo.

Los problemas entre los individuos se deben, entre muchas otras razones, al mayor o menor grado que cada uno de nosotros posea para darse cuenta de aquello que siente y hace.

Entre más consciente sea una persona mejor se va a comunicar con el otro transmitiéndole su sentir mediante la palabra. Lo que no se dice, por lo general se actúa, como por ejemplo, culpabilizando.

Como dice la Biblia: «el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra».

Todos hemos hecho sentir culpable a otro, bien sea a una pareja, a un amigo, o a un desconocido.

En múltiples ocasiones, no llegamos a ser conscientes de nuestras actuaciones, bien sea porque nos atemorizan sus consecuencias, o, porque nos da miedo no tener la certeza de saber con qué nos vamos a encontrar, o, simplemente porque no podemos controlar al otro.

Cuando alguien en nuestro entorno transgrede las normas establecidas, su transgresión nos genera angustia e inconscientemente necesitamos que rápidamente «vuelva al redil», así cesaría la angustia y el sentimiento de culpa que su comportamiento nos provoca.

La clave radica en la pregunta: el comportamiento de fulanit@ ¿a quién está angustiando? ¿a quién pertenece ese sentimiento? ¿es el mío o es del otro?

A mayor consciencia, menor es la culpabilización que ejercemos y viceversa.

Me gustaría hablar de un libro que ha escrito el Dr. Robert NEUBURGER y que viene muy a cuento con el tema.

Se llama «L’art de culpabiliser» (Petite Bibliothèque Payot, 2008).

A manera de presentación el libro dice: «Culpabilizar al otro es, hoy en día la manera de expresar el descontento en las parejas, Neuburger propone aquí las claves para darse cuenta de las tentativas de culpabilización antes de padecer sus efectos. Muestra igualmente que la supervivencia de una pareja se consigue en menor medida a las facultades para culpabilizar que a su capacidad de inventar compromisos, a ser tolerante y, sobre todo, a su capacidad para desarrollar y conservar el sentido de relatividad, el de reírse de sí mismo, y del humor.

No olvidemos jamás que los conflictos aparecen si ambos miembros de la pareja piensan que tienen la razón, y, como dice el poeta: allí en donde tenemos la razón jamás volverán a crecer las flores».

Este libro plantea que «las parejas no desperdician la ocasión para que las quejas y los reproches mutuos conviertan al otro en el responsable de todos sus males: …es tu culpa cuando: el coche de ha estropeado, estamos perdidos, el lava-vajillas no funciona, nuestro hijo ha suspendido matemáticas, ya no tenemos amigos, etc., etc

Pregunto: ¿no nos sentimos plenamente identificad@s? ¿no nos vemos retratados?

«Su objetivo es el de centrarse en la forma en que se utiliza el arma de la culpabilización más que en el sentimiento de culpabilidad«.

Por esta razón encuentro tan refrescante este libro, nos muestra de forma clara y amena cómo usamos la culpabilización con más frecuencia de lo que desearíamos.

«Cada persona y cada pareja ha establecido qué está permitido y qué no en su pareja y en su propia familia (hijos y/o familia de origen), en otras palabras, dónde están establecidas las fronteras«.

«Cuando alguno de los miembros de la pareja transgrede esta frontera, aparece la culpabilización del grupo o del otro miembro de la pareja«.

Es decir, cuando se traspasan los límites que un grupo o una persona ha establecido, lo natural es que su actuación despierte rabia. Muchas veces ésta se manifiesta a través de lo «no dicho».

«Está claro que esta capacidad no es una invención de la pareja. Uno de los componentes de la misma, apela a aquello que cada uno de los miembros de la pareja ha aportado a la cesta nupcial (reglas explícitas o no) de manera simbólica«.

Esta frase explica muy bien cuando me refiero a la relación de pareja como un hecho «a dos». Es decir, son las dos personas las que van aportando elementos a esa «cesta» que representa a la pareja.

«La capacidad para culpabilizar las transgresiones no nace con la pareja, más bien es reactivada por ella«.

En uno de mis artículos anteriores hablaba sobre cómo proyectábamos en la pareja o en los amigos la problemática personal que aún no hemos resuelto con nuestra propia familia (padres y hermanos) y que arrastrábamos como un peso muerto.

Neuburger arroja mucha luz sobre el origen de esta tendencia. Son unos mecanismos que se aprenden en la infancia (primero en la familia y más tarde con la escolarización) y que están muy arraigados en cada uno de nosotros.

«Para tener acceso a la culpabilización es indispensable que antes uno se sienta culpable. El origen de esta capacidad no se debe a la naturaleza o al entorno, sino a la experiencia personal del niño que le conduce a la auto-culpabilización«.

«Esta era la hipótesis de Freud y de Melanie Klein, que luego Donald W. Winnicott retoma y afirma que el proceso de culpabilización es, en un principio, de auto-culpabilización«.

«Es importante hacer la distinción entre culpabilidad, sentimiento de culpabilidad y complejo de culpa. La culpabilidad es un estado ligado a un acto en donde el autor ha sido juzgado como responsable de él. El sentimiento de culpabilidad es aquel que aparece cuando un sujeto ha trasgredido una regla establecida, ya sea a nivel de la sociedad, de la familia, o de la pareja. El complejo de culpa es un sentimiento irracional de ser culpable, sin causa aparente. Generalmente conllevan comportamientos auto-punitivos, incluso masoquistas«.

«… existen dos formas de auto-culpabilización: una de origen paterno y la otra de origen materno. Podemos completar este cuadro con una tercera fuente de auto-culpabilización, que interviene más tarde en la vida de una persona, más o menos sobre los 6-9 años de edad, y que está ligada a la adquisición por el niño de la capacidad de pensar en términos de grupo (en este caso de los iguales, llámense amigos o hermanos)«.

Neuburger vuelve a confirmar lo que ya sabíamos, bien porque se lo hemos aplicado a otros o lo han aplicado con nosotros.

«Cuando nos convertimos en adultos, llegamos al mundo de la pareja con estas tres capacidades adquiridas desde nuestra infancia: la que nace de sentirse culpable al transgredir la norma (auto-culpabilización vía paterna), aquella que se origina al sentir que se ha realizado un acto de desamor (vía materna) y la que nace de sentirse culpable por un acto en el que se viola la lealtad al grupo (auto-culpabilización frente al grupo de iguales y en este caso, al grupo-pareja)«.

«Más adelante, en nuestra propia vida, hemos encontrado adultos (padres, profesores y educadores) que han utilizado estos tres registros de auto-culpabilización que hemos aprendido para transmitirnos lo que está prohibido, los principios y los valores«.

«Este proceso, que constituye el llamado «superyó», se llama educación«.

En los siguientes artículos seguiré hablando sobre cada una de las tres modalidades, ya que nos guste o no, repetimos una y otra vez los modelos que aprendimos de pequeños.

(Imagen: Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll. Edhasa, 2002)