El amor de carácter paternal

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Por Clara Olivares

El primero de los caracteres que abordaré será el de tipo paternal.

¿Qué mujeres lo eligen? Por lo general, mujeres jóvenes, inexpertas y de temperamento pasivo que desean a un hombre maduro, experto y autoritario con un gran poder de atracción.

Estas mujeres buscan encontrar seguridad, apoyo y autoridad; se sienten subyugadas por él.

Los aspectos pasivo e indeciso de este tipo de psique femenina se proyectan en una personalidad masculina fuerte y experta.

También, puede tratarse de mujeres fuertes y exuberantes que atraviesan una crísis afectiva.

En cualquier caso, se trata de mujeres que huyen de su entorno familiar, o que son inmigrantes, o huérfanas, es decir,b mujeres que están en una situación de fragilidad que las hace más vulnerables.

Este tipo de hombre suele presentarse como un guía espiritual, o un héroe, o como un perverso (por lo general, la mujer que lo escoge no se entera de que éste lo es).

El guía espiritual puede ser un líder de un grupo, o un artista, o el fundador de un movimiento religioso, o un «iniciado», o un médico, o un psicólogo, o también algunos profesores.

La mujer que lo escoge necesita el amparo paterno. Estos hombres suelen ser protectores, bondadosos y joviales, menos en el caso de un perverso, donde bajo su aparente encanto, se esconde un monstruo.

El héroe es alguien que lucha por el amor de la mujer. Ésta necesita que la defiendan de los peligros de la vida. Ejemplos de éste pueden ser los deportistas de élite, las estrellas de cine, los cantantes de moda, etc., y, por supuesto, los Don Juanes.

Al final, este hombre termina esclavizando a la mujer inexperta y la somete. Se aprovecha de su inexperiencia y su poco contacto con el mundo real.

El perverso es un «mal bicho». Seduce a la mujer desplegando todos sus encantos y, una vez que está seguro de su poder, la somete. La maltrata y la veja, creando una tela de araña que la va aislando poco a poco. De esta manera, le será más fácil someterla y dominarla.

Ella lo escoge creyendo «que lo va a redimir», que «lo va a salvar» pero lo que no sabe es que se está metiendo en la boca del lobo. Es tan grande su necesidad de aprobación y de reconocimiento que su propio vacío le impide ver.

La mujer con una personalidad histérica se siente especialmente atraída por los perversos. Como decía Robert Neuberger: «busca a un maestro para dominarlo». Paradojas…

Como ya lo he dicho en otras ocasiones: «la única forma de liberarse de un perverso es poniendo tierra de por medio».

Por último está el joven explorador, encarnado en aventureros, trotamundos y exploradores que traspasan el límite de lo legal.

Al tipo de mujer rebelde le atrae su figura audaz.

Rápidamente el hombre se convierte en protector y explotador.

Ellos literalmente las «embrutecen» y abusan de ellas mandándolas y explotándolas para conseguir sus fines.

Es una unión que se basa en el placer y en la brutalidad. Ofrece unas ventajas mútuas que pueden desembocar que una relación simbiótica. Ambos se unen para luchar contra la sociedad.

También puede presentarse como el artista: pintor, escultor, cantante, músico, etc. Ejerciendo una fascinación erótica con sus dotes, pero en realidad se trata de la representación de un personaje. Ella proyecta sus carencias en él, identificándose con el papel de artista que éste proyecta.

No es consciente de los defectos de él, y, si lo es, los olvida.

Vive ese amor como una revancha inconsciente sobre otras mujeres, como si ella hubiera ganado el premio gordo. Su amor propio crece y se siente interiormente halagada.

Por último está el hombre activo y productivo. Suelen ser personas con una mentalidad audaz y aguda que destacan en los campos social y/o profesional.

Representa un ideal de fuerza y de audacia con un halo de héroe benefactor de la humanidad haciéndo gala de un gran espíritu de sacrificio.

La mujer que lo escoge está convencida de que su misión es la de apoyarle, suelen ser mujeres dulces y pasivas.

En mi próximo artículo hablaré sobre los amores que tienen la figura del hijo.

(Imagen: www.aztecanoticias.com.

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Comunicación perversa (3)

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Por Clara Olivares

Antes de abordar el tema, considero que es necesario tener en cuenta algunos conceptos fundamentales de la comunicación.

Todo mensaje presenta dos aspectos: el contenido y la relación. El contenido hace referencia a la palabra, y la relación es todo lo que se comunica a través del lenguaje no verbal y que determina el tipo de vínculo que se crea entre ambas personas.

Por ejemplo, alguien puede decir «te quiero» mientras lee el periódico o mira para otro lado, o bien, acompañar la palabra con un beso. ¿Cuál de los dos casos confirmaría esa declaración?

Si el contenido y la definición de la relación concuerdan, es decir, ante una afirmación amorosa existe una expresión que la confirma, entonces no se crea confusión.

Es en el intercambio de la comunicación entre dos personas como se define el tipo de relación. La naturaleza de una relación queda condicionada por la valoración de los procesos comunicativos por parte de los interlocutores.

Todos los intercambios de comunicación son simétricos o complementarios en función del principio en el que están basados, así serán intercambios cimentados en la igualdad o en la complementariedad.

Por ejemplo, una madre con su hij@, o un jef@ con su emplead@, (complementaria) o dos amig@s, o compañeros de juego (simétrica).

Una relación puede ser simétrica en unos aspectos y complementaria en otros. Imaginemos una relación trabajador-patrón. En el aspecto laboral es una relación complementaria, pero si salen al campo de fútbol a jugar un partido, mientras juegan se transformará en una relación simétrica.

En el caso de la comunicación perversa se emiten mensajes contradictorios y simultáneos, es decir, se dice una cosa con la palabra y al mismo tiempo se niega lo dicho con el lenguaje no-verbal.

Ésta recibe el nombre de comunicación paradójica y el efecto que produce en el otro es la parálisis. Órdenes del tipo: «debes amarme, o, sé espontáneo», son en sí mismas una paradoja que impide una elección entre dos alternativas.

Si alguien ama a otra persona es porque lo desea, no porque se lo ordenan. Así mismo, si me imponen ser espontáneo, si intento serlo automáticamente dejo de serlo.

La persona en cuestión se encuentra ante una disyuntiva: ¿a quién creo? ¿A la persona que significa mucho para mí? o ¿le hago caso a mi percepción?.

En la mayoría de los casos, aparece este maltrato en el seno de una relación vital (bien sea amorosa, laboral, etc.). Ésto hace que para quien la sufre sea inasumible dudar de lo que esa persona dice, en consecuencia se piensa que quién está equivocad@ es él e irremediablemente se duda de la propia percepción.

¿Cómo pensar que una madre miente? o ¿que una pareja maltrata?

De esta forma se afianza la relación asimétrica entre ambas personas. No hay que olvidar que el perverso busca establecer una relación dominad@r-dominad@ basada en el poder y el dominio.

Pero volvamos a las estrategias que despliega.

Una de ellas es rechazar la comunicación directa: elude las preguntas directas, no nombra nada pero lo insinúa todo (levanta los hombros, suspira,…) de forma que la víctima se pregunte «¿qué habré hecho? o, ¿qué tendrá?. Como nada se habla claramente, lo reprochado puede ser cualquier cosa. Su comunicación verbal es escasa.

Niega la existencia del reproche y del conflicto, así paraliza a la víctima (es absurdo defenderse de algo que no existe).

Deforma el lenguaje: utiliza una voz monocorde, insulsa, ausente de cualquier tonalidad afectiva y por la que asoma el desprecio y la burla. Es muy importante abrir la escucha para detectar el tono y no quedarse en el contenido.

Utiliza mensajes vagos, imprecisos y contradictorios, como por ejemplo, «imposible!, o, ya debería ud. saberlo». Nunca va a explicar por qué es imposible ni qué es lo que debería saber.

También miente, es sarcástic@, se burla del otr@ y lo desprecia.

Suele descalificar constantemente, privando al otro de todas sus cualidades: «lo haces mal, eres inept@…»

También le fascina enfrentar a unos y otros sembrando cizaña, provoca celos y rivalidades mediante alusiones que siembran la duda: «¿No crees que fulano es así o asá?».

Así mismo, suele generar rumores falsos sobre el otr@ de forma tal que este último no pueda identificar su origen.

Por último, suelen ser dogmáticos e impositivos. La verdad es su privilegio, todo lo que no se acerque a su discurso no existe.

Como podréis comprobar, lo más prudente es alejarse de estos seres lo más rápidamente posible, y si esto no es posible, hay que neutralizarlos.

Recordad que con un pervers@ NO HAY CASO!!!! Descartad cualquier intento de salvarles… son casos perdidos.

A menos, claro, que por un milagro pudieran deprimirse y se volvieran human@s, sintiendo.

En mi próximo artículo hablaré sobre el valor terapéutico de la palabra.

(Imagen: www.estarguapas.com)

La desinformación y el poder

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Por Clara Olivares

En toda relación interpersonal el poder es un elemento implícito en la misma.

En otras palabras, no existe un vínculo entre dos personas, o, entre un estado y su población, o, entre dos o más países, sin que el poder esté presente.

No es posible una relación en la que no aparezca el poder. En sí mismo no es ni bueno ni malo.

Los problemas surgen cuando quien ostenta el poder se sirve de la desinformación para manipular.

No existirá ningún problema entre las partes implicadas si el poder cambia de manos, es decir, se turna. Unas veces lo tiene una parte, y otras veces, la otra.

Por ejemplo: una de las personas es muy buena ejecutando tareas mientras que la otra es una excelente organizadora. ¿Cómo se equilibra la balanza de poder?

Pues cuando se trate de organizar, se encargará de ello la primera persona, y para llevar a cabo la ejecución de esas tareas, será la segunda quien se ocupe. Así, se establece un equilibrio.

Pero en esta alternancia entran en juego otros aspectos vitales para la supervivencia del vínculo.

Estamos hablando del reconocimiento: de una habilidad en éste caso, o, de una cualidad, o, de una aptitud, etc.

Lo que es indispensable es que, ambas partes le hagan saber a la otra que es válid@ para algo, porque de ello depende que las dos se sientan con derecho a existir tal y como son.

Si no se construye un espacio en el que el otro sepa que se le necesita, que es valorad@, que se le tiene en cuenta, esta relación está abocada al fracaso.

El reconocimiento constituye una de las fuentes de alimentación de ese vínculo. Si no se le alimenta, más tarde o más temprano, éste morirá de inanición.

Y volviendo al tema del poder, ¿qué pasaría si solo lo ejerce una parte? ¿Si es siempre la misma persona la que ejecuta, organiza, piensa, etc.?

O bien nos encontramos ante alguien con pocas habilidades o se trata de una persona que necesita de manera enfermiza mantener el poder en sus manos. A este tipo de gente se le suele llamar pervers@, o, si su grado de consciencia es un poco mayor, perves@n.

Ya lo he dicho en otras ocasiones: utilizar una estrategia de tipo perverso no nos convierte en perversos (felizmente!).

El punto que diferencia un funcionamiento perverso de uno que no lo es, radica en que la persona perversa lo realiza con plena consciencia de lo que hace y lo repite una y otra vez.

Quien no es así, primero no es consiente de su actuación y, una vez que se lo señalan, deja de repetirla. Además suele excusarse ante la persona afectada.

Desafortunadamente, existen personas que no soportan dejar de controlar todo y a todos. Necesitan retener el poder en sus manos.

En estos casos estamos delante de un funcionamiento de tipo perverso.

Puede tratarse de personas, o, de gobiernos, o, de empresas, o, de sociedades.

¿Y cómo hacen para que el poder siempre esté en sus manos? Desinformando.

Desinformar significa no dar TODA la información. Siempre se reservan un poco, de manera que SERÁN ELL@S quienes mantengan el poder.

En otras palabras: siempre tendrán al otro (cuando se trata de personas) o a la población entera a su merced.

Entonces estamos hablando de un PODER con mayúsculas.

Me es indiferente que se trate de gobiernos, empresas, familias o parejas.

Si el contexto permite que se ejerza la desinformación, seguramente habrá desaprensiv@s que aprovechen la ocasión.

En el caso de los gobiernos, por regla general, necesitan que el poder esté siempre en sus manos. ¿Qué hacen? desinforman.

¿Cómo? Manipulando los medios de comunicación.

La expresión «la información es poder», no es inocente.

Antiguamente los poderosos retenían información o la publicaban parcialmente. Hoy en día se valen de la «inundación o avalancha» de datos para alcanzar el mismo objetivo.

Se peca tanto por exceso como por defecto, me repetían cuando era niña.

Esta clase de maniobra se ha venido utilizando desde que el mundo es mundo. Y si ha sobrevivido quiere decir que funciona.

La desinformación es una herramienta de poder que puede ser utilizada por un gobierno, un padre o una madre, un amig@, un herman@

Lo importante es que la totalidad de los datos sólo la tenga una de las partes. De ésa manera utilizo al otro para que haga lo que yo quiero.

En mi niñez escuché en más de una ocasión la expresión «sofisma de distracción». Ahora comprendo en qué consiste.

Creo que aquello que es más simple suele ser lo más efectivo.

Quien manipula a otro se encarga de arrojar un rumor que no tiene una base de veracidad que lo sustente.

Y simplemente, espera. Ese rumor crecerá, engordará, se agrandará y cuando esté maduro, quien lo lanzó actuará manipulando, es decir, llevando a las personas a que piensen, sientan y actúen tal y como él quería.

Maquiavélico, ¿no os parece?

En mi próximo artículo hablaré sobre las secuelas que deja la banalización.

(Imagen: www.gamzuletura.wordpress.com)

 

Consecuencias que acarrea ser invadido por otro

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(Por Clara Olivares)

¿A qué me refiero exactamente cuando hablo de invasión?

Cuando se traspasan los límites que una persona establece a nivel físico, emocional e intelectual.

Todos y cada uno de nosotr@s creamos de forma consciente o inconsciente, un «hasta aquí te permito llegar» en cada uno de los niveles que menciono arriba. Éstos vendrían a marcar el lugar en que una persona comienza a establecer los limites necesarios para poder diferenciarse de otra.

Estos tres aspectos conforman la intimidad de un ser humano, son ámbitos que le pertenecen a cada cual de forma exclusiva.

¿Cualquier persona puede lograr invadir a otro? No, evidentemente.

Hay personas que lo intentan, pero afortunadamente no lo consiguen porque aquél que podría ser un candidato no se lo permite.

Pero para que esto suceda primero tienen que darse unas condiciones familiares que favorezcan y permitan el aprendizaje para «poner límites».

En mi artículo del Domingo 22 de Mayo del 2012 hablo sobre ellos.

Por lo general, la o las personas que invaden lo hacen porque, seguramente, tuvieron un modelo del cual aprendieron, es decir, en su entorno familiar había una personas o personas que actuaban de esa forma.

¿Cuál podría ser la causa que hace que un sujeto sea invadido por otro?

Ya hemos hablado del aprendizaje, punto importante. Y otra, la más dramática, es que el invadido por lo general no se da cuenta, es como si estuviera cieg@ ante este fenómeno.

Lo que viene a crear esa ceguera es que el vínculo emocional que se tiene con el invas@r es muy estrecho.

Suele ser, por lo general, la razón que hace que la persona baje sus defensas.

Puede tratarse de un padre, una madre, unos hermanos, tíos, abuelos, etc. Lo curioso del asunto es que el sujeto ha crecido creyendo que la invasión era lo normal, de ahí que siendo adulto, le resulte casi imposible detectar una invasión y que sus alarmas naturales se activen.

Probablemente, de forma inconsciente, su cuerpo «notaba» que estaba siendo invadid@ pero su razón descartaba rápidamente esa posibilidad.

Resulta impensable que alguien a quien se ama le pueda hacer daño a uno.

La respuesta inconsciente que da alguien que ha caído en este tipo de relación, por lo general, es la de volcar la rabia y el dolor que siente hacia sí mism@ y enfermar.

Lo más seguro es que tanto el invasor como el invadido, hayan aprendido esta manera de relacionarse, es decir, que no hayan interiorizado la noción de «límite».

De la invasión que hablo es la efectuada por alguien de forma inconsciente. Si se realiza de forma consciente, entonces nos encontramos ante un sujeto perverso, y en este caso, lo más aconsejable es huir, ya que con un pervers@ es imposible establecer un vínculo emocional sano.

Afortunadamente cometer un acto de invasión no nos convierte en una persona perversa, menos mal!

El camino que conduce a la liberación de este aprendizaje, es el de comenzar a escuchar al cuerpo, concretamente a la «tripa».

En otras palabras, lograr que el individuo comience a confiar en sus propias intuiciones.

Unas de las nefastas consecuencias de la invasión, es que la persona que la sufre no confía en sus propias percepciones, y es allí precisamente en donde se encuentran las claves que le permitirán liberarse.

Si uno ha sido invadido en su infancia la tripa lo ha registrado rápidamente. Sería interesante echarle un vistazo al historial de enfermedades que cada un@ ha tenido a lo largo de su vida.

Este análisis puede arrojar mucha información que, a primera vista, resulta difícil de encontrar.

El cuerpo es el «sismógrafo» por hacer un símil. Éste detecta la invasión de forma inmediata.

Por eso, una vez que se ha aprendido a escuchar al cuerpo, ya puede intervenir la razón para analizar y ordenar la información.

Lo que ayuda a sanar esa experiencia es el trabajo conjunto entre cuerpo y razón.

Fruto de este trabajo en equipo se llega a la comprensión. Y es a partir de ese momento en que el individuo es capaz de decidir qué desea hacer con este descubrimiento.

Ya lo he expresado en más de un artículo: es un trabajo largo que se hace poco a poco.

Quizás la conclusión a la que llego y propongo, es la de aprender a escuchar más al cuerpo y aparcar por un instante la razón.

Soy consciente de que la sociedad está enraizada en una veneración al aspecto racional, casi de forma exclusiva. Pero se va demostrando que esta alternativa no lleva al tan cacareado bienestar total.

En mi próximo artículo hablaré sobre la concepción personal de lo que significa la amistad.

(Imagen: www.lockerz.com)

La soledad

(Por Clara Olivares)

La definición de «soledad» según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, sería, (Del lat. solitas) f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.

Esta definición comprende dos conceptos que a mi juicio son importantes a la hora de abordar el tema.

Habla de una carencia voluntaria y de una involuntaria.

En el grupo de la involuntaria incluiría la soledad que tiene que ver con una constatación de tipo existencial que nos hace conscientes de que, así estemos inmersos en el ruido y rodeados de gente, siempre estaremos solos.

Como reza el dicho: «nacemos y morimos solos».

Luego está la soledad que tiene que ver con la carencia de vínculos afectivos, relacionada con la soledad de tipo voluntario. En este grupo me parece importante analizar si es una cuestión de voluntad o de mera incapacidad.

Hay quienes eligen estar solos porque les agrada, les llena, les gusta.

Y hay quienes son incapaces de relacionarse con otro desde lo emocional, ya que sienten verdadero pánico ante la idea de creer que si se relacionan afectivamente van a convertirse en seres vulnerables y por ende, se enfrentarán al sufrimiento o al abandono, por poner un ejemplo.

En otras palabras, abrir el corazón abre también la puerta al dolor.

Lo cierto es que independientemente de que el origen de la soledad sea por  voluntad propia o no, ambas alternativas están relacionadas.

Todos sabemos en nuestro fuero interno que en realidad estamos solos, es decir, que cuando nos enfrentamos a la vida y a sus avatares, lo hacemos en solitario.

Como decía alguien: «el sufrimiento es intransferible».

Somos nosotros los que atravesamos el dolor, la separación, el abandono, etc. no el otro.

Pero felizmente también es cierto que estos caminos se hacen menos áridos si los recorremos con el apoyo y el amor de otro.

La capacidad para expresar lo que sentimos mediante la palabra es lo que nos diferencia del resto de las especies.

Poder manifestarle a otra persona la importancia que su presencia y su cariño tienen para nosotros, es un regalo de la naturaleza.

A veces es una lástima que haya personas que desaprovechen esta capacidad, porque a lo mejor el miedo que les provoca creerse vulnerables, prima sobre los beneficios que aporta entrar en contacto con otros.

Así mismo, los hay que llenan de ruido y de personas su entorno para no estar jamás consigo mismos.

Cuando no hay un elemento externo que le distancie de sí mismo no le queda más remedio que estar consigo.

Por ésta razón entiendo que haya personas a las que no les guste vivir solas, o simplemente, prefieren no estar solas.

Y yo pregunto: ¿a qué le tienen tanto miedo? ¿qué se imaginan que van a encontrar?

A mucha gente la sola idea les produce pánico.

Quizás ese miedo esté hecho de las llamadas «ideas irracionales» que alimentan la imaginación, ideando situaciones catastróficas en las que los monstruos que originan toman vida.

Estar consigo mismo favorece el auto-conocimiento. Cuando se está solo se emprende una aventura que da como resultado saber quién es uno.

Y al final, tampoco somos tan mala compañía.

Creo que el equilibrio se consigue en «el justo medio»: necesitamos estar solos pero también necesitamos la compañía del otro.

Tanto la una como la otra, las dos alternativas van a ayudar a saber quiénes somos.

Y yo pienso que entre más rápidamente nos descubramos, más capacitados estaremos para disfrutar de nuestra compañía así como de la del otro.

Nos estaremos enriqueciendo constantemente. Tengo la sensación de que jamás terminaremos de conocernos y no pararemos de sorprendernos ante nosotros mismos.

Me parece que fueron los antiguos griegos quienes dijeron: «conócete a tí mismo». Y vaya lío que armaron!

La pregunta que dejo en el aire sería: ¿qué actitud prefiero escoger ante la soledad? y ¿es una elección o es una huída?

Encuentro necesario e importante hablar de un tema que cada vez más está presente en los trabajos y en los colegios: el mobbing y el bullying.

Las dos modalidades de acoso moral llevan a una persona a estar completamente sola por un aislamiento impuesto por otra persona o por un grupo de personas.

Como digo en el párrafo anterior, se trata de un delito moral.  Está muy lejos el querer etiquetarlos como problemas de origen psicológico.

Generalmente lo ejerce un individuo perverso el cual tiene plena consciencia de lo que está haciendo.

Suele ser alguien que manipula al grupo para conseguir sus fines, en este caso aislar y destruir a la persona elegida.

La persona perversa suele elegir a sus víctimas entre los más vulnerables, generalmente aquellos que son los más humanos, o, los que están más solos.

Pueden acosar a otro porque utilizan siempre una amenaza (generalmente hecha de una verdad a medias) para ejercer su poder mediante el miedo y así someterle.

Por lo general, el pervers@ está enfermo de envidia. No pueden soportar que otro posea aquello de lo que ellos carecen. Suelen tener tal vacío dentro, que necesitan alimentarse del daño que le causan a otro, con la esperanza de que su sensación de vacío y angustia cese.

Perciben a ese otro como una amenaza y por ello se dedican a masacrarlo. Puede tratarse de una persona de otra raza, o, con otro color de piel, o, con otra preferencia sexual, o, simplemente por el hecho de ser diferente.

La única posibilidad de «redención» que tiene un pervers@, es la de deprimirse. Esta vía les proporcionaría una posibilidad de volverse humanos, pero el problema, es que le tienen pánico a sentir.

Por eso son tan fríos e inhumanos.

Toparse con una persona perversa en la vida es terrible. Si se sobrevive a este encuentro, se sale fortalecido y se desarrolla un olfato que permite detectarlos a kilómetros de distancia.

Se aprende a enfrentar al otro y al peligro que representa. La estrategia para cortarle las alas a una persona perversa es desenmascarar su juego.

El pervers@ teme a aquel que percibe como alguien fuerte y que está respaldado por más personas.

Éste ejerce su perversión porque puede hacerlo.

De ahí que escoja a sus víctimas entre las personas que son más vulnerables.

Si la víctima encuentra aunque sea a una sola persona que la apoye, saldrá adelante y podrá escapar de las garras del pervers@.

Si se tiene la desafortunada suerte de toparse con un especímen como éste, lo más prudente es HUIR.

En el siguiente artículo voy a hablar sobre las ideas irracionales.

(Imagen: www.twitter.com)

¿Cómo reconocer a una persona violenta? ¿Qué hacer?

(Por Clara Olivares)

Si nos tomamos el tiempo para examinar nuestra vida con un poco de detenimiento, encontraremos que alguna vez hemos sido violentos con un ser vivo, puede tratarse de una persona, o, de un animal.

Por lo general, quienes muestran comportamientos violentos (conscientes o inconscientes) suelen ser personas cuyo modo de relacionarse con otro es de tipo perverso.

Afortunadamente, el hecho de haber mostrado una actuación violenta o haber realizado una maniobra perversa en un determinado momento, no nos convierte necesariamente en una persona violenta.

Uno puede tener un comportamiento violento y no ser consciente de ello. Es gracias a que un tercero nos lo hace ver para que seamos conscientes de nuestra actuación y hagamos algo al respecto.

Esto hay que tenerlo muy presente a la hora de discernir entre quién es un perverso y quién no lo es.

Basta con decir una sola vez que la actuación que se ha tenido ha sido violenta para que ésta se detenga y no se vuelva a repetir.

Este instante es crucial, ya que es a partir de la respuesta y de la actitud que esa persona muestra ante quien le hace ver su funcionamiento, que podemos determinar si es alguien sano pero inconsciente o es un ser violento-perverso.

Si la persona en cuestión posee la capacidad para reconocer que ha obrado de forma violenta y se disculpa, es posible que haya una posibilidad de establecer una relación. Para que sea posible algo en lo que la violencia no esté presente, es indispensable que la persona realice una reparación del daño que causó y que no vuelva a repetir el acto violento, por supuesto.

Lo único que hace posible crear un vínculo con una persona que ha dañado a otra es que aquella repare el daño que provocó.

De nada vale que se disculpe o pida perdón y luego repita el acto violento. Si así actúa, lo más probable es que estemos en presencia de un/una pervers@.

Si ante la notificación de que ha vulnerado a otro siendo violent@, éste vuelca toda la culpa de lo sucedido sobre el que reclama, sin llegar a asumir su propia responsabilidad en la actuación que el otro le señala, «apaga y vámonos», como dicen sabiamente en España, nuevamente nos encontramos frente a una persona violenta-perversa.

Los sujetos violentos han aprendido a ser violentos. Quien maltrata, ha sido a su vez maltratad@. Es una cadena.

El perverso suele tener una herida narcisista enorme, no ha podido superar la etapa narcisista normal en cualquier proceso de maduración, es decir, no ha podido construir una buena imagen de sí mism@.

Este hecho es crucial para el sano desarrollo psíquico de un ser humano, es gracias a la interacción con el otro que se construye nuestra psiquis, ésta conformará la columna vertebral interna sobre la que una persona se estructura. Si hemos sido amados y respetados actuaremos de igual manera con los otros, seremos respetuosos y cariñosos con los que están a nuestro alrededor.

Si recibimos de nuestro entorno respeto, cariño, reconocimiento como seres humanos y hemos sido dignificados, entonces podremos poseer un buen concepto de nosotros mismos. Sabemos que somos seres que merecemos ser amados.

Con una persona violenta este proceso no se llevó a cabo.

Una persona adulta que reclama constantemente una mirada de admiración del otro, seguramente o no llegó a superar la etapa del desarrollo del período narcisista, o, es perversa.

Creo que es muy importante hacer la distinción entre alguien pervers@ y alguien que en algún momento dado tiene una actuación violenta, pero que no es consciente de que ha sido violento y repara el daño.

El primero ejerce la violencia con plena consciencia de lo que está haciendo. En el otro caso, puede tratarse de alguien que no puede soportar la imagen de sí mismo que le devuelve el otro y responde atacando de forma inconsciente.

Hablo de un perverso puro y duro  o de un «perversón» (utilizo este término para diferenciar el grado de consciencia con la que una persona ejerce la violencia), en ambos casos una relación sana con este tipo de personas no es posible.

Ambos poseen un vacío interior enorme que suelen llenar de diversas formas. El perverso se alimenta de lo que poseen otras personas: buen corazón, generosidad, auto estima, etc. Cree que si despoja a otro de las cualidades de las cuales él adolece, su vacío se va a llenar y su angustia va a cesar.

Un «perversón» no soporta su propia angustia y su malestar hace que se apodere de otro y le convierta en una extensión de sí mismo moldeándole a su gusto. Se trata de invasión, de falta de respeto, de carencia de límites, de violencia en resumidas cuentas.

Repito, lo que marca la gran diferencia entre uno y otro, es el grado de consciencia que estas personas poseen de sus actuaciones violentas y/o del deseo que tengan de ser conscientes de ellas, y, por supuesto, de si hay una reparación por su parte o no la hay.

Si no hay una reparación, nada es posible.

En el caso de un perverso la única vía posible para no perecer, es huír y lo más lejos de ser posible.

Cuando se trata de un «pervers@n», si éste no muestra un deseo real de reparar el daño que ha causado, o, de cuestionarse a sí mismo y permitir que la duda anide en él, lo más aconsejable es ponerse lejos de su alcance.

En el caso de la violencia ejercida por un/una pervers@, lo primero que debemos hacer es denunciarle ante las autoridades encargadas (policía) y en segundo término es dejarle claro que su actuación es violenta y que ésta constituye una vulneración de la integridad de cualquier persona además de  que social y moralmente no es aceptable.

Nadie, absolutamente nadie merece ser tratado de forma violenta.

Uno tiene derecho a enfadarse pero no puede causar daño a otro a causa de su enfado.

No existe ningún argumento válido para maltratar a otra persona. Cualquier discurso que se despliegue para justificar el daño causado carece de todo valor.

Una vez que nos hemos ocupado del pervers@/»pervers@n» de turno, a quien hay que atender inmediatamente es a la víctima.

Es muy importante transmitirle que ella no ha hecho ni dicho absolutamente nada para que merezca ser tratada de forma violenta.

La persona que ha sido maltratada cree profundamente que merece ser castigada, golpeada, etc. Este sentimiento surge del trabajo que ha hecho su verdug@ para llegar a tenerla bajo su poder total.

Nadie está exento de caer en las garras de un/una pervers@/»pervers@n», basta con tener un soporte psíquico precario, o, estar en una situación de desprotección, desarraigo, soledad, abandono, etc. que fragilice a la persona y la haga más vulnerable para que un pervers@/»pervers@n» la elija para dominarla.

Es importante mostrarle a la víctima que está bajo el poder de una persona perversa y que ella no es culpable de éso. También que lo que el perverso hace es violento.

El «perversón» así como el perverso no es que posean una gran inteligencia, es que son muy hábiles. Poseen una habilidad especial para encontrar el lado vulnerable del otro y atacar por ahí. En el caso de un/una «pervers@n» éste lo hace como una defensa inconsciente en tanto que el perverso lo hace para dominar, controlar y destruir al otro, necesita que el otro se fragilice y se rompa para tenerlo dominado y no pueda defenderse.

Una persona perversa necesita enmascarar sus propias debilidades y por eso destruye al que sí posee lo que ella no tiene.

Tanto el uno como el otro no van a permitir que su víctima les deje y se vaya sin presentar batalla. Desplegarán todo su armamento para evitarlo: manipulación, amenazas, culpabilización, etc. harán todo lo que juzguen necesario para que su presa no abandone el juego.

En dos de mis artículos anteriores hablo de algunas estrategias para decir no. Utilizarlas con este tipo de personas es tremendamente útil.

También es importante no morder el cebo que lanzan (con una descalificación, a través de la culpabilización, o haciéndose la víctima, por poner tres ejemplos) y caer en una cadena de justificaciones y de argumentos que terminará en la aceptación por parte de la víctima del argumento que ellos plantean. Siempre ganarán porque son tremendamente hábiles en ese juego.

Es importante mantenerse sereno, no «entrar al trapo» como reza el dicho, es decir, no responder al envite que nos lanzan, y, fundamental, no engancharnos en la rabia que nos despiertan sus palabras. Se trata de cebos, no lo olvidemos.

Si caemos en manos de este tipo de personas y conseguimos salir airosos será una lección que no olvidaremos en la vida. Desarrollaremos un olfato prodigioso para detectar a un/una pervers@ o a un «pervers@n» a leguas.

La semana que viene hablaré de algo mucho más ligero: el placer.

(Imagen: www.123rf.com)