Los pervers@s (1)

 

lobo-oveja

Por Clara Olivares

Creo que tod@s nos hemos topado con uno de estos personajes a lo largo de nuestra vida.

No se trata de una enfermedad mental de la que no puedan escapar y que sea la causa de su comportamiento.

Saben muy bien lo que están haciendo.

Hacen daño adrede, de ahí que se le califique como un acto de orden moral; por esa razón no hay excusa que valga para justificar su comportamiento.

Existe un amplio abanico de perversión: puede limitarse a la manipulación de otr@s (bien sea a nivel de comportamiento, pensamiento o emociones) para satisfacer sus propios deseos, es lo que yo suelo llamar «perversones», es decir, que pueden tener actuaciones de tipo perverso pero no necesariamente llegan a serlo; hasta el auténtico pervers@ extremo cuyo deseo de destruir conforma su razón de ser.

En este artículo hablaré de los perversos con mayúsculas. Son personas peligrosas de las que es aconsejable huir.

Con un perverso no es posible establecer una relación. Para eso tendrían que volverse humanos, es decir sentir, y, a eso le temen profundamente.

Es habitual encontrar casos en los que una persona se fija la meta de salvarles, desgraciadamente lo único que consiguen es perecer (literal y figurativamente hablando) en el intento. Basta con mirar los titulares de las noticias para hacerse una idea de cuales serán las consecuencias de esa gesta.

El objetivo que busca un perverso es el de dominar para luego destruir.

Escoge a su víctima: por lo general alguien que está en una situación de fragilidad (luto, abandono, pérdidas, etc.), y utiliza la seducción como mecanismo para hechizarla.

Los perversos suelen ser personas encantadoras que saben muy bien cómo utilizar sus encantos para atraer a aquell@s que serán sus futuras víctimas o a aquellas de las cuales obtendrán algún beneficio. No suelen «dar puntada sin dedal», son frías y calculadoras.

Han desarrollado la manipulación hasta convertirla en un arte.

Saben perfectamente como despertar en el otro lástima y culpa. Pervierten el lenguaje, por ejemplo, dejando frases a medio terminar, o insinuando hábilmente lo que desean sin llegar a pedirlo abiertamente, de forma que el otr@ termina acabando la frase como ellos desean que lo haga u obteniendo aquello que persigue, sin que la persona en cuestión se de cuenta de que ha sido manipulada.

Pedir diréctamente, sería posicionarse, y, éso es algo que evitan a toda costa.

El ritual suele ser el mismo: primero eligen a la víctima, luego la seducen, la encandilan, hasta que ésta cae en sus redes.

Una vez asegurada ésta, la van aislando poco a poco de sus familiares y amigos de tal forma que, pasado el tiempo no tenga a nadie en quien apoyarse.

Si por alguna casualidad, la víctima se les resiste o le señala sus tejemanejes, entonces despliegan una estrategia más perversa aún. Como digo más arriba, suelen ser personas encantadoras; utilizan sus recursos para dar una imagen intachable ante el exterior consiguiendo que se llegue a pensar que no es posible que una persona tan simpática, buena, cariñosa, etc. no sea amada por su compañer@/herman@,/jef@. Así consiguen que «él/la mala» no sea él sino el otro.

Conseguido el aislamiento, o la campaña de adoctrinamiento de los otr@s, el siguiente paso comienza con un período de pequeñas humillaciones y descalificaciones cuyo objetivo es ir minando a la persona escogida. Su víctima nunca sabrá con certeza cuál debe ser la respuesta o el comportamiento correcto que el perverso espera de él o ella.

El resultado de este juego es siempre el mismo: jamás acertarán ni encontrarán la palabra o la actuación adecuada.

De esta manera inocula su veneno y consigue que la persona le tema. Es gracias al miedo que afianza su dominio.

Siempre suele haber una amenaza (al principio de forma velada, luego se hará explícita) en la que se apoya para atemorizar a su elegid@. No es relevante si la amenaza es susceptible de cumplirse o no, lo importante es que la víctima crea que esa amenaza es verdadera.

Suelen ser personas con un olfato muy fino para detectar en el otro su flanco más débil, aquello que les hace vulnerables. Buscan el punto en el que saben que causaran más daño y hacia allí dirigen sus dardos.

Esta estrategia les permite debilitar al otro con mayor facilidad, así asestar el golpe que le romperá será más fácil.

Conseguido su objetivo de dominio, o, el beneficio que buscan, se aburren y cansan. Ésto les lleva a iniciar la búsqueda para reemplazar a su víctima.

Los perversos adolecen de un profundo vacío interior, por eso necesitan alimentarse de otr@s para llenarlo.

Este vacío nace de las carencias tan grandes que tienen y, por eso, cuando se topan con alguien que posee aquello de lo cual ell@s adolecen se dispara en su interior una profunda envidia.

Desean despojarle de esas cualidades y hacerlas suyas. Como ésto es imposible, la pulsión de destruir aquello que no pueden obtener les embarga.

Tienen una herida narcicista profunda. Si tomaran contacto con lo que sienten estarían salvados, se harían humanos. Pero, la mayoría de ellos no desean ni por asomo, reconocer ante otro sus actuaciones.

Hacerlo les obligaría a asumir la responsabilidad de sus actos.

En su mente, el otro SIEMPRE es el culpables. Ellos son intachables.

Es tal la angustia y el temor que les produce la posibilidad de aceptar ante los otros lo que hacen que siguen en esa rueda diabólica de culpar siempre a alguien del exterior de sus fallos.

No soportan que esa imagen que quieren mostrar tenga fisuras. Si lo pudieran hacer se deprimirían y ésto les rescataría.

Hasta la actualidad no me he topado con ningún perverso que se haya humanizado. No obstante, sí son muchos los casos de personas que inconscientemente han tenido actuaciones perversas, pero que al hacércelas ver rectifican. Menos mal!!!!

En mi próximo artículo hablaré sobre lo que hay que hacer cuando un perverso se cruza en nuestro camino o intenta convertirnos en su víctima.

(Imagen:www.potrerostiempos.com)

¿Cómo reconocer a una persona violenta? ¿Qué hacer?

(Por Clara Olivares)

Si nos tomamos el tiempo para examinar nuestra vida con un poco de detenimiento, encontraremos que alguna vez hemos sido violentos con un ser vivo, puede tratarse de una persona, o, de un animal.

Por lo general, quienes muestran comportamientos violentos (conscientes o inconscientes) suelen ser personas cuyo modo de relacionarse con otro es de tipo perverso.

Afortunadamente, el hecho de haber mostrado una actuación violenta o haber realizado una maniobra perversa en un determinado momento, no nos convierte necesariamente en una persona violenta.

Uno puede tener un comportamiento violento y no ser consciente de ello. Es gracias a que un tercero nos lo hace ver para que seamos conscientes de nuestra actuación y hagamos algo al respecto.

Esto hay que tenerlo muy presente a la hora de discernir entre quién es un perverso y quién no lo es.

Basta con decir una sola vez que la actuación que se ha tenido ha sido violenta para que ésta se detenga y no se vuelva a repetir.

Este instante es crucial, ya que es a partir de la respuesta y de la actitud que esa persona muestra ante quien le hace ver su funcionamiento, que podemos determinar si es alguien sano pero inconsciente o es un ser violento-perverso.

Si la persona en cuestión posee la capacidad para reconocer que ha obrado de forma violenta y se disculpa, es posible que haya una posibilidad de establecer una relación. Para que sea posible algo en lo que la violencia no esté presente, es indispensable que la persona realice una reparación del daño que causó y que no vuelva a repetir el acto violento, por supuesto.

Lo único que hace posible crear un vínculo con una persona que ha dañado a otra es que aquella repare el daño que provocó.

De nada vale que se disculpe o pida perdón y luego repita el acto violento. Si así actúa, lo más probable es que estemos en presencia de un/una pervers@.

Si ante la notificación de que ha vulnerado a otro siendo violent@, éste vuelca toda la culpa de lo sucedido sobre el que reclama, sin llegar a asumir su propia responsabilidad en la actuación que el otro le señala, «apaga y vámonos», como dicen sabiamente en España, nuevamente nos encontramos frente a una persona violenta-perversa.

Los sujetos violentos han aprendido a ser violentos. Quien maltrata, ha sido a su vez maltratad@. Es una cadena.

El perverso suele tener una herida narcisista enorme, no ha podido superar la etapa narcisista normal en cualquier proceso de maduración, es decir, no ha podido construir una buena imagen de sí mism@.

Este hecho es crucial para el sano desarrollo psíquico de un ser humano, es gracias a la interacción con el otro que se construye nuestra psiquis, ésta conformará la columna vertebral interna sobre la que una persona se estructura. Si hemos sido amados y respetados actuaremos de igual manera con los otros, seremos respetuosos y cariñosos con los que están a nuestro alrededor.

Si recibimos de nuestro entorno respeto, cariño, reconocimiento como seres humanos y hemos sido dignificados, entonces podremos poseer un buen concepto de nosotros mismos. Sabemos que somos seres que merecemos ser amados.

Con una persona violenta este proceso no se llevó a cabo.

Una persona adulta que reclama constantemente una mirada de admiración del otro, seguramente o no llegó a superar la etapa del desarrollo del período narcisista, o, es perversa.

Creo que es muy importante hacer la distinción entre alguien pervers@ y alguien que en algún momento dado tiene una actuación violenta, pero que no es consciente de que ha sido violento y repara el daño.

El primero ejerce la violencia con plena consciencia de lo que está haciendo. En el otro caso, puede tratarse de alguien que no puede soportar la imagen de sí mismo que le devuelve el otro y responde atacando de forma inconsciente.

Hablo de un perverso puro y duro  o de un «perversón» (utilizo este término para diferenciar el grado de consciencia con la que una persona ejerce la violencia), en ambos casos una relación sana con este tipo de personas no es posible.

Ambos poseen un vacío interior enorme que suelen llenar de diversas formas. El perverso se alimenta de lo que poseen otras personas: buen corazón, generosidad, auto estima, etc. Cree que si despoja a otro de las cualidades de las cuales él adolece, su vacío se va a llenar y su angustia va a cesar.

Un «perversón» no soporta su propia angustia y su malestar hace que se apodere de otro y le convierta en una extensión de sí mismo moldeándole a su gusto. Se trata de invasión, de falta de respeto, de carencia de límites, de violencia en resumidas cuentas.

Repito, lo que marca la gran diferencia entre uno y otro, es el grado de consciencia que estas personas poseen de sus actuaciones violentas y/o del deseo que tengan de ser conscientes de ellas, y, por supuesto, de si hay una reparación por su parte o no la hay.

Si no hay una reparación, nada es posible.

En el caso de un perverso la única vía posible para no perecer, es huír y lo más lejos de ser posible.

Cuando se trata de un «pervers@n», si éste no muestra un deseo real de reparar el daño que ha causado, o, de cuestionarse a sí mismo y permitir que la duda anide en él, lo más aconsejable es ponerse lejos de su alcance.

En el caso de la violencia ejercida por un/una pervers@, lo primero que debemos hacer es denunciarle ante las autoridades encargadas (policía) y en segundo término es dejarle claro que su actuación es violenta y que ésta constituye una vulneración de la integridad de cualquier persona además de  que social y moralmente no es aceptable.

Nadie, absolutamente nadie merece ser tratado de forma violenta.

Uno tiene derecho a enfadarse pero no puede causar daño a otro a causa de su enfado.

No existe ningún argumento válido para maltratar a otra persona. Cualquier discurso que se despliegue para justificar el daño causado carece de todo valor.

Una vez que nos hemos ocupado del pervers@/»pervers@n» de turno, a quien hay que atender inmediatamente es a la víctima.

Es muy importante transmitirle que ella no ha hecho ni dicho absolutamente nada para que merezca ser tratada de forma violenta.

La persona que ha sido maltratada cree profundamente que merece ser castigada, golpeada, etc. Este sentimiento surge del trabajo que ha hecho su verdug@ para llegar a tenerla bajo su poder total.

Nadie está exento de caer en las garras de un/una pervers@/»pervers@n», basta con tener un soporte psíquico precario, o, estar en una situación de desprotección, desarraigo, soledad, abandono, etc. que fragilice a la persona y la haga más vulnerable para que un pervers@/»pervers@n» la elija para dominarla.

Es importante mostrarle a la víctima que está bajo el poder de una persona perversa y que ella no es culpable de éso. También que lo que el perverso hace es violento.

El «perversón» así como el perverso no es que posean una gran inteligencia, es que son muy hábiles. Poseen una habilidad especial para encontrar el lado vulnerable del otro y atacar por ahí. En el caso de un/una «pervers@n» éste lo hace como una defensa inconsciente en tanto que el perverso lo hace para dominar, controlar y destruir al otro, necesita que el otro se fragilice y se rompa para tenerlo dominado y no pueda defenderse.

Una persona perversa necesita enmascarar sus propias debilidades y por eso destruye al que sí posee lo que ella no tiene.

Tanto el uno como el otro no van a permitir que su víctima les deje y se vaya sin presentar batalla. Desplegarán todo su armamento para evitarlo: manipulación, amenazas, culpabilización, etc. harán todo lo que juzguen necesario para que su presa no abandone el juego.

En dos de mis artículos anteriores hablo de algunas estrategias para decir no. Utilizarlas con este tipo de personas es tremendamente útil.

También es importante no morder el cebo que lanzan (con una descalificación, a través de la culpabilización, o haciéndose la víctima, por poner tres ejemplos) y caer en una cadena de justificaciones y de argumentos que terminará en la aceptación por parte de la víctima del argumento que ellos plantean. Siempre ganarán porque son tremendamente hábiles en ese juego.

Es importante mantenerse sereno, no «entrar al trapo» como reza el dicho, es decir, no responder al envite que nos lanzan, y, fundamental, no engancharnos en la rabia que nos despiertan sus palabras. Se trata de cebos, no lo olvidemos.

Si caemos en manos de este tipo de personas y conseguimos salir airosos será una lección que no olvidaremos en la vida. Desarrollaremos un olfato prodigioso para detectar a un/una pervers@ o a un «pervers@n» a leguas.

La semana que viene hablaré de algo mucho más ligero: el placer.

(Imagen: www.123rf.com)