Etapas del amor

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(Por Clara Olivares)

Cuando estaba en el colegio, al finalizar un curso se puso de moda pedirle a las compañeras de clase que nos escribieran algo en un cuaderno a modo de recuerdo.

Se me quedó grabado en la memoria uno de estos escritos: «todo amor implica sufrimiento, si no quieres sufrir, no ames. Pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?»

Ahora, de mayor, encuentro que estas palabras son mucho más que una simple máxima.

Amar es lo que le puede dar algún sentido a nuestra vida. Amar, no sólamente en pareja sino en todos los demás ámbitos de nuestra vida.

Como colofón a mis últimos artículos sobre el amor, hablaré sobre sus fases y sobre los puntos débiles que suele tener cada tipo.

Todos los amores, de pareja y/o amigos, atraviesan exactamente los mismos períodos: pasión o enamoramiento, desilusión y aceptación.

Durante la fase de pasión, «tenemos estrellitas en los ojos». Todo aquello que hace o dice la persona amada (o el amigo) es genial. No le encontramos defectos (y si los tiene, no los vemos) ni le hacemos ninguna crítica.

Sexualmente no descansamos (ni es nuestro deseo hacerlo). Pero como todo en esta vida, la pasión se acaba. Como sucede con el alka-seltzer, la efervescencia termina…

Y es en la fase de desilusión cuando muchas relaciones se rompen. A ambas personas se les «caen las escamas de los ojos» y ven al otro como es realmente.

A continuación hablaré sobre los puntos débiles que presenta cada tipo de amor en los dos miembros de la pareja. Tomo como ejemplo a una pareja conformada por un hombre y por una mujer pero las etapas por las que pasa cualquier tipo de relación son idénticas.

Se crea una mecánica de acción-reacción difícil de romper.

FIGURA DEL PADRE

– Se acentúan sus defectos, se vuelve autoritario y egoísta. Está de mal humor, y se convierte en una persona déspota. Lo único que le interesa es lo de él.

– Ante esto la mujer retira su apoyo y su dulzura.

Él reacciona generalmente con escenas de celos, se muestra caprichoso y no acepta sus propios errores.

– El hombre se enerva ante las exigencias femeninas y se cansa de protegerla. A su vez, la mujer se vuelve extremamente crítica e intolerante ante las debilidades de su pareja.

Ella tiene una profunda necesidad inconsciente de derribar el altar en el que subió a su idealizado compañero.

FIGURA DEL «MAGO»

– Este tipo de hombre hechiza a la mujer con su maneras seductoras mientras le chupa la savia. La vampiriza…

– En la etapa de desilusión, de pronto ella se da cuenta y es consciente de que siempre había escogido a este tipo de hombres y esto la horroriza.

Surge entonces un conflicto interno: a ella se le rompe el corazón y al mismo tiempo es consciente de que perdió toda su voluntad y su independencia. La rabia y el dolor la colocan entre la espada y la pared.

– Este tipo de amor es el que causa la mayor desilusión.

Si se trata de un aventurero que está de paso, el daño es menor ya que desaparece.

GUÍA ESPIRITUAL

– El intelectual es con frecuencia frío y avaro.

– Su imagen de bondad y sabiduría sólo la despliega ante su círculo de amistades.

– Presenta fuertes deficiencias sensuales y humanas.

– La mujer se siente utilizada como una colaboradora que únicamente recoge las migajas del saber de él.

Él cree que ella no está a su mismo nivel y la menosprecia «dejándola» que sea su secretaria o su bibliotecaria, negándose a hacerla partícipe de lo vivo y lo esencial de su obra.

– La mujer se cansa de realizar estos trabajos humillantes y fatigosos de manera que para ella él pierde su aureola de misterio y superioridad.

– Es por la misma razón que ella se vuelve hipersensible y se rebela ante el abuso y la explotación por parte de él. Todo aquello que antes la fascinaba, ahora la enerva.

– Esta reacción hace que él no le perdone sus críticas y sienta que se le «escapó de las manos».

– Es un mal perdedor así que termina por refugiarse en su grupo de admirador@s.

– Es un hombre herido que busca inconscientemente la venganza.

– La mujer reacciona como una hija rebelde y obstinada. Piensa que él no le reconoce sus derechos y la importancia que ella tiene.

– El hombre se cansa de la reacción automática e infantil de ella, y ésto hace que pierda el control emocional ante sus exigencias de comprensión y le aleja su amor, volviéndose un hombre déspota.

– Lo más probable es que el salga a buscar en otras mujeres la confirmación de su virilidad.

EL DON JUAN

Adolece de moral. Le falta caballerosidad y no es capaz de distinguir entre aquello que está bien de lo que no lo está.

– La mujer que ansía dominar despierta en él el deseo de huír.

Ella le exige frecuentemente pruebas de su amor.

EL COMPAÑERO

Deja que la mujer cargue sola con todo el peso de la responsabilidad de la relación.

– El hombre no mantiene sus promesas en el momento en que la situación se pone difícil.

Sólo un amor muy arraigado permite que se supere la crísis.

– Para lograrlo, se impone un trabajo de los dos para resolver sus problemas como pareja.

EL HERMANO

– Se caracteriza por un gran egoísmo.

– A su vez, la mujer, buscando comprensión, descuida el aspecto físico y sensual de la pareja.

– Esta relación incompleta la hace estar descontenta y se aburre, en especial cuando constata que el hombre comprensivo del que se enamoró ya no existe.

Él, a su vez, se centra únicamente en sus propios problemas.

EL HIJO

– Manifiesta una profunda ingratitud.

La relación se vicia y sufre mutaciones: la dulzura se transforma en prepotencia, la comprensión en egoísmo y el valor que tenía la unión se convierte en rencor y hostilidad.

 

Me perece que todos hemos vivido una o varias de estas relaciones. Es irrelevante de qué tipo ha sido la que nos enamoró, lo importante es que haya madurado y, por lo tanto, haya mutado.

Como me decía mi terapéuta: «una relación es como llevar un cesto entre dos personas. Cada una de ellas sujeta una de las asas, pero son AMBAS los que depositan en él cosas». ¿Con qué deseamos llenar ese cesto?

En mi próximo artículo hablaré sobre la honestidad.

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Quiero agradecer a todos aquellos que han comprado mi libro, e invito a los que no lo hayan hecho aún a que se anímen a unirse a ellos!

Amores tipo hijo

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Por Clara Olivares

Por lo general se trata de jóvenes inexpertos, pasivos y soñadores.

Éstos poseen un temperamento sensible y dulce con una fuerte carga sensual poco despierta.

Resultan fáciles de seducir ya que son sumisos y maleables.

Atraen a mujeres de recia personalidad y con un carácter dominante en donde ellas son fuertes y protectoras.

Esta clase de mujer suele tener un aire varonil, así como un erotismo decidido y agresivo.

Generalmente el hombre termina siendo esclavizado por la mujer, ya que, éste busca en ella amparo y le atrae una clase de amor tiránico y tormentoso.

En este tipo de amor se suelen dar tres clases de relación:

  1. Aquella que tiene un tinte incestuoso.
  2. El amor sentimental.
  3. 3. La amistad ideal.

Analicemos cada uno:

  1. Aspecto incestuoso: Suelen ser hombres atractivos que permiten que sea la mujer quien tome la iniciativa.

Una mujer experimentada suele darle al hombre aquello que una joven no podría hacerlo.

En este tipo de hombre subyace un componente inconsciente de vampirismo y de materialismo, es decir, se alimentan de su pareja tanto psíquica como materialmente.

La mujer estimula los aspectos sensuales primitivos de la psique masculina.

Desafortunadamente, el hombre termina utilizándola en su propio beneficio.

 

  1. El amor sentimental:

El hombre busca en el amor apoyo para su incertidumbre y para su propia debilidad interior. La mujer saca ventaja de estos aspectos y sabe como atarlo a su lado con dulzura y comprensión.

La experiencia de ella le permite al hombre encontrar la calma y desarrollar raíces profundas que le conducirán a un conocimiento de sí mismo.

Como explicaba más arriba, estos jóvenes inexpertos de carácter pasivo, terminan de completar su formación al amparo del apoyo maternal que le brinda la mujer. Así crecen intelectualmente y retoman su energía.

 

  1. La amistad ideal:

Se desarrolla básicamente en el plano espiritual, quedando el erótico en un último lugar.

La posible atracción física queda sublimada reduciéndose este aspecto a un flirteo.

El punto de unión entre los dos es el interés cultural. El hombre la admira teniendo un profundo sentimiento de amistad. El atractivo sexual se queda en un simple trasfondo agradable.

En la mayoría de los casos se trata de una amistad idealizada y platónica.

 

Con este somero análisis es posible tener una visión general del tipo de amor que hemos escogido a lo largo de nuestra vida. Aunque también hay que tener en cuenta que, en la medida en que maduramos, vamos variando nuestro patrón para buscar relaciones con una mayor igualdad.

En mi próximo artículo hablaré del amor del tipo hermano.

(Imagen: www.lookfordiagnosis.com )

Las compulsiones

obsesión

 

Por Clara Olivares

Debemos tener cuidado para no confundir una compulsión con el Transtorno Obsesivo-Compulsivo (TOC).

En el primer caso se trata de un impulso irresistible, como comprar por ejemplo. El sujeto obedece a la llamada que le hace el impulso y busca su satisfacción inmediata, prácticamente sin pensarlo (las famosas rebajas comerciales se apoyan en esta debilidad y la explotan).

«Si está baratísimo, como no lo voy a comprar», es uno de los argumentos que se esgrimen ante sí mismos pero la realidad es que la persona lo hace aunque no lo necesite. Se entrega a la seducción que un precio bajo le puede ofrecer a fin de obtener, de forma inconsciente, el placer que le brinda poseerlo.

Pero desafortunadamente, éste suele ser un espejismo. El «placer» que se obtiene por lo general es momentáneo y efímero el cual muchas veces provoca un sentimiento de culpa.

La satisfacción que produce ese placer no perdura, se esfuma casi siempre después de pasar al acto.

Tanto en los casos de una compulsión como en un TOC, subyace la angustia y, en la mayoría de ellos se despiertan sentimientos de culpa y de vergüenza.

En el transtorno obsesivo-compulsivo la aflicción que provoca la obsesión hace que se realicen rituales con un estructura determinada (poseen un orden) para calmar la angustia y el dolor.

El sujeto lucha por recordar muy bien todos los pasos a seguir en la realización del ritual, ya que, si se salta alguno, éste no va a funcionar como antídoto a su obsesión.

Algunas veces la persona entiende que éstos son absurdos e inútiles pero no puede resistirse a la compulsión, le es muy difícil parar ya que estos rituales posee un carácter mágico: llevándolos a cabo su obsesión se va a neutralizar.

Es el caso de las personas que están obsesionadas con el contagio de microbios y se lavan las manos contínuamente hasta llegar a despellejarlas en los casos más severos, o, nunca abren una puerta sin una protección para que su piel no entre en contacto con el pomo «contaminado», etc.

«Las obsesiones son pensamientos, ideas o imágenes inadecuadas y desagradables que se le imponen al sujeto de forma intrusiva y repetitiva, generando un malestar clínico significativo. El contenido de estas ideas es irracional, absurdo y moralmente inadecuado desencadenando angustia, duda y culpa al mismo tiempo».

«Las compulsiones o rituales son comportamientos o actos mentales repetitivos y estructurados de una manera rígida. El sujeto acude a ellos con el fin de aliviar de forma mágica la angustia o ansiedad que se despierta tras las ideas obsesivas».

Wikipedia

Es mucho más fácil enfrentarse y manejar una compulsión que un TOC. En el control de impulsos la persona puede conseguir resistirse a él y aprender a parar.

Seguramente en un inicio resulte más difícil resistirse, pero con la persistencia lo logrará.

Opino que en ambos casos subyace una estructura psíquica rígida que seguramente se gestó en edades tempranas.

Seguramente esta rigidez fué aprendida en el entorno familiar. No se desarrolla un alto grado de rigidez porque sí.

En el caso del control de impulsos existe un umbral a la frustración bajo. Resulta insoportable no satisfacer ese arrebato de forma inmediata. Pareciera que la no satisfacción del deseo de ese momento desencadenara una desazón imposible de soportar.

Por esa razón se pasa al acto, pero al hacerlo la desaparición de la angustia no es permanente.

En la medida en que se aprende a controlar los impulsos y se descubre la causa de la angustia, el umbral a la frustración aumenta, el sujeto comprobará por sí mismo que «no-le-va-a-pasar-nada» si no sucumbe a la tentación.

Es más, llegará un momento en que la omnipresente angustia desaparece y un día descubre que ya no está. ¡Qué cambio y que alivio!

Descubrir que «puede hacerlo» le aportará orgullo de sí mismo y fortalecerá su autoestima.

A continuación os enumero una serie de pasos a seguir cuando «aparece la llamada del impulso» para aprender a resistirse:

  1. 1. Pensar antes de actuar. Preguntarse si verdaderamente necesita, o, es necesario, poseer lo que despertó su deseo.
  1. Buscar otras alternativas. ¿Es necesario enfadarme por eso? ¿Qué voy a conseguir con ello? ¿Y si mejor me ausento de escenario?
  1. Aprender de los errores pasados. ¿Qué consecuencias trajo la última vez que actué así? ¿Sirvió de algo?
  1. Contar hasta 10. Parece una tontería pero no lo es para nada, ese lapso de tiempo le permitirá a la persona parar.
  1. Tolerar la frustración. ¡Todo un aprendizaje!.
  1. Hacer ejercicio. Recordemos que el ejercicio consume energía. Como diría el personaje de Manolito de Mafalda: «una madre cansada pega menos fuerte».

Creo que todos los seres humanos poseemos, grande o pequeña, una compulsión que se manifiesta bajo formas muy variadas.

El secreto radica en identificarla y decidir qué se quiere hacer con ella. Siempre existe una alternativa, lo importante es encontrarla.

En mi próximo artículo hablaré sobre los prejuicios.

 

(Imagen: www.ryapsicologos.net)

El desapego

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Por Clara Olivares

El concepto del desapego suele confundirse con aquello que no lo es.

El verdadero desapego es aquel que implica la liberación de un lastre que nos limita, que supone una carga (por ejemplo una relación). Se piensa y se confunde con la idea que implica un alejamiento hostil y frío en el que impera una actitud de indiferencia hacia el otro y hacia sus problemas.

El desapego es un signo de salud mental, sin embargo, la segunda idea opta por desentenderse del otro y elude cualquier responsabil

En otro artículo hablaba de la responsabilidad que conlleva el compromiso. Uno que se adquiere libremente y en el que decidimos responder ante aquello a lo que nos hemos comprometido.

Esta responsabilidad en primera instancia es hacia nosotros mismos y después hacia los demás.

No todas las relaciones son verdaderas, solemos llamarlas así cuando en realidad no lo son. La clave para diferenciarlas es el compromiso, si éste no existe, no hay relación. Hablaríamos de conocidos, pero no de verdaderas relaciones.

Algunas veces, es recomendable liberarnos y apartarnos de una persona, ya sea mental, emocional e incluso, físicamente.

Si esa persona nos causa daño hablaríamos de un apego insano.

Generalmente practicar el desapego causa dolor en un principio, pero, con el tiempo es muy liberador.

El sentido común nos aconseja alejarnos y desapegarnos de quien nos daña.

Quizás deberíamos preguntarnos si los problemas que nos genera tal persona los podemos solucionar.

Si no es así, y resulta que lo que recibimos a cambio es la imposibilidad de crear un vínculo en el que esté presente el cuidado mútuo y la responsabilidad, lo más sensato es cortar ese apego.

Como he dicho en otros artículos, las relaciones son siempre de doble dirección. Si no existe un «quid pro quo», estamos hablando de un falso apego.

Algunas veces es necesario aprender a vivir con los problemas, o a pesar de ellos.

En estas ocasiones sí practicamos un sano desapego.

Aceptar la realidad tal cual es, no siempre resulta ser un trago agradable, al contrario, puede llegar a ser muy amargo.

Cuando nos hemos empeñado en creer que ese apego equis que dábamos por verdadero, no lo es para nada, el batacazo que nos damos es doloroso.

Quizás necesitamos creer que es algo verdadero porque verlo tal cual es nos resulta insoportable y es inasumible.

Entonces ¿qué hacemos?: le ponemos un traje que nos permite creer que sí es un vínculo verdadero. Pero recordemos que sólo vemos lo que podemos ver.

Démonos permiso para estar momentáneamente ciegos. Algunas veces cargamos con los problemas de otros creyendo que de esta manera les ayudábamos. Pero, desgraciadamente, no es así

Probablemente a quien «ayudábamos» era a nosotr@s mism@s

Pero no deberíamos sentirnos culpables por ello. Somos humanos y necesitamos disfrazar la realidad para poder sobrevivir.

El desapego es una acción y es un arte. Intentemos ser lo más honestos con nosotr@s mism@s.

En mi próximo artículo hablaré sobre la moderación.

(Imagen: pensar-seasi-mesmo.blogspot.com)

¿Por qué una persona necesita mentir?

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Por Clara Olivares

Diría que la principal razón por la que alguien miente es el miedo, ¿a qué?

Probablemente a no cumplir con las expectativas que se tiene de ell@s. O, las que ell@s creen que los demás tienen.

Esto no quiere decir que en un momento dado de su vida sí hubo alguien que esperaba tal o cual logro por su parte.

Depende de la manera en que esas expectativas fueron transmitidas, el daño causado varía. Si se dijeron de forma directa, la persona afectada probablemente no se vió atrapada en un doble mensaje: con la palabra te digo una cosa pero con mi lenguaje corporal te digo lo contrario. Es esta manera indirecta y retorcida la que causa un daño mayor.

Cualquier mensaje que se expresa con una descalificación afecta la autoestima de quien lo recibe. Máxime si se trata de un niño que aún no tiene formada una estructura psíquica sólida.

Éste suele tratarse de un comentario en apariencia inocuo e inocente pero que va cargado de veneno.

Ese alguien que se sintió desencantado le transmite al sujeto su frustración y su decepción.

No es de extrañar que el receptor de esa descalificación comience a mentir como una respuesta de supervivencia. Es decir, al mentir intenta ofrecer una imagen de sí mismo lo más parecida posible a la de alguien que sí sería aceptado y admirado.

Alguien que necesita mentir constantemente suele ser una persona con una baja autoestima.

Es como si se dijeran a sí mismos: «si me muestro tal y como soy, no voy a ser aceptado, así que mejor fabrico una imagen ideal de mí, una imagen que pienso que sí va a gustar, y, así, me aceptan«.

Estos seres poseen una fragilidad interior muy grande. Es como si su sustento psíquico se hubiera quedado a medio construir.

Necesitan causar admiración en sus seguidores, así que se crean otro yo. Uno más interesante, más atractivo, uno al que la gente llegue a amar.

Porque tristemente, muchos de ellos no se creen dignos de amor. Les resulta imposible creer que los puedan amar tal y como son.

Como en la mayoría de los casos, la problemática se inicia en la niñez con alguno de sus progenitores o con la persona que constituyó un referente identitario fuerte para ell@s.

Lo terrible de este recurso es que llegan a creer que ese otro yo inventado es real, hasta el punto de que éste llega a anular su verdadera personalidad.

Llegados a ese punto la confusión es tremenda. Entonces, ¿quién soy?

Y ya hemos visto que si una persona no puede contestar a esa pregunta, no pueden colocarse los cimientos sobre los cuales se construya la propia identidad.

Seguramente cuando la vida nos coloca cara a cara frente a esa pregunta tengamos una buena crísis.

¿Y si lo que descubrimos no nos gusta? ¿Seremos capaces de soportar esa imagen?

Si no llegamos a aceptarla vamos a tener más de un problema, eso seguro.

Aceptar que no somos seres extraordinarios, es más, que somos iguales a cualquiera, es el primer paso.

Una buena dosis de humildad no viene nada mal.

En el momento en que se descubre y se acepta quienes somos, se tiene un terreno firme y real del cual partir.

Este proceso no se hace de un día para otro, puede que no se sepa o que quizás se de cuenta de que es diferente a la persona que construyó para que le supliera.

Entonces ahí comienza la verdadera aventura: descubrir quién soy yo.

Me parece que ese descubrimiento nos llevará toda la vida… creo que es un camino que vale la pena recorrer.

Una estrategia que funciona muy bien para comenzar esa andadura es la de hacer bien lo que se me de bien hacer. Conseguir una excelencia profesional alrededor de la cual comenzar la construcción de una verdadera autoestima.

En mi próximo artículo hablaré sobre la cobardía.

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Comunicación perversa (3)

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Por Clara Olivares

Antes de abordar el tema, considero que es necesario tener en cuenta algunos conceptos fundamentales de la comunicación.

Todo mensaje presenta dos aspectos: el contenido y la relación. El contenido hace referencia a la palabra, y la relación es todo lo que se comunica a través del lenguaje no verbal y que determina el tipo de vínculo que se crea entre ambas personas.

Por ejemplo, alguien puede decir «te quiero» mientras lee el periódico o mira para otro lado, o bien, acompañar la palabra con un beso. ¿Cuál de los dos casos confirmaría esa declaración?

Si el contenido y la definición de la relación concuerdan, es decir, ante una afirmación amorosa existe una expresión que la confirma, entonces no se crea confusión.

Es en el intercambio de la comunicación entre dos personas como se define el tipo de relación. La naturaleza de una relación queda condicionada por la valoración de los procesos comunicativos por parte de los interlocutores.

Todos los intercambios de comunicación son simétricos o complementarios en función del principio en el que están basados, así serán intercambios cimentados en la igualdad o en la complementariedad.

Por ejemplo, una madre con su hij@, o un jef@ con su emplead@, (complementaria) o dos amig@s, o compañeros de juego (simétrica).

Una relación puede ser simétrica en unos aspectos y complementaria en otros. Imaginemos una relación trabajador-patrón. En el aspecto laboral es una relación complementaria, pero si salen al campo de fútbol a jugar un partido, mientras juegan se transformará en una relación simétrica.

En el caso de la comunicación perversa se emiten mensajes contradictorios y simultáneos, es decir, se dice una cosa con la palabra y al mismo tiempo se niega lo dicho con el lenguaje no-verbal.

Ésta recibe el nombre de comunicación paradójica y el efecto que produce en el otro es la parálisis. Órdenes del tipo: «debes amarme, o, sé espontáneo», son en sí mismas una paradoja que impide una elección entre dos alternativas.

Si alguien ama a otra persona es porque lo desea, no porque se lo ordenan. Así mismo, si me imponen ser espontáneo, si intento serlo automáticamente dejo de serlo.

La persona en cuestión se encuentra ante una disyuntiva: ¿a quién creo? ¿A la persona que significa mucho para mí? o ¿le hago caso a mi percepción?.

En la mayoría de los casos, aparece este maltrato en el seno de una relación vital (bien sea amorosa, laboral, etc.). Ésto hace que para quien la sufre sea inasumible dudar de lo que esa persona dice, en consecuencia se piensa que quién está equivocad@ es él e irremediablemente se duda de la propia percepción.

¿Cómo pensar que una madre miente? o ¿que una pareja maltrata?

De esta forma se afianza la relación asimétrica entre ambas personas. No hay que olvidar que el perverso busca establecer una relación dominad@r-dominad@ basada en el poder y el dominio.

Pero volvamos a las estrategias que despliega.

Una de ellas es rechazar la comunicación directa: elude las preguntas directas, no nombra nada pero lo insinúa todo (levanta los hombros, suspira,…) de forma que la víctima se pregunte «¿qué habré hecho? o, ¿qué tendrá?. Como nada se habla claramente, lo reprochado puede ser cualquier cosa. Su comunicación verbal es escasa.

Niega la existencia del reproche y del conflicto, así paraliza a la víctima (es absurdo defenderse de algo que no existe).

Deforma el lenguaje: utiliza una voz monocorde, insulsa, ausente de cualquier tonalidad afectiva y por la que asoma el desprecio y la burla. Es muy importante abrir la escucha para detectar el tono y no quedarse en el contenido.

Utiliza mensajes vagos, imprecisos y contradictorios, como por ejemplo, «imposible!, o, ya debería ud. saberlo». Nunca va a explicar por qué es imposible ni qué es lo que debería saber.

También miente, es sarcástic@, se burla del otr@ y lo desprecia.

Suele descalificar constantemente, privando al otro de todas sus cualidades: «lo haces mal, eres inept@…»

También le fascina enfrentar a unos y otros sembrando cizaña, provoca celos y rivalidades mediante alusiones que siembran la duda: «¿No crees que fulano es así o asá?».

Así mismo, suele generar rumores falsos sobre el otr@ de forma tal que este último no pueda identificar su origen.

Por último, suelen ser dogmáticos e impositivos. La verdad es su privilegio, todo lo que no se acerque a su discurso no existe.

Como podréis comprobar, lo más prudente es alejarse de estos seres lo más rápidamente posible, y si esto no es posible, hay que neutralizarlos.

Recordad que con un pervers@ NO HAY CASO!!!! Descartad cualquier intento de salvarles… son casos perdidos.

A menos, claro, que por un milagro pudieran deprimirse y se volvieran human@s, sintiendo.

En mi próximo artículo hablaré sobre el valor terapéutico de la palabra.

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La arrogancia

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Por Clara Olivares

Es un hecho que cada un@ de nosotr@s ha desarrollado una destreza o una habilidad que nos caracteriza y que nos hace poseedores de un saber.

Bien sea en la fontanería, en la psicología, en la carpintería, etc. Aprendimos un oficio equis, la manera de desempeñarlo nos definirá como alguien muy buen@ en su oficio, o, buen@, o, normal.

El hecho de poseer ese saber no nos autoriza a sentirnos superiores a los demás, aunque se sea muy buen@.

Esto no quiere decir que en nuestro fuero interno al pensar en ello, una sonrisa de satisfacción aparezca en nuestra cara.

En mayor o en menor medida, todos hemos experimentado esa sensación en alguna ocasión.

Los problemas aparecen cuando estamos convencidos de que por ello somos superiores y mejores a los demás.

En algunos casos, esta creencia se forja en la niñez. Quizás fuimos niñ@s a los que se les exigió demasiado y a los que nunca se les dio un feed-back que les ayudara a valorarse.

La arrogancia podría ser el mecanismo de defensa que se creó para soportar no alcanzar jamás la perfección. Aunque se hiciera muy bien, siempre te exigían más, nunca era suficiente.

Me pregunto cuál es el tope, ¿hasta dónde se le puede exigir a alguien sin caer en la desmesura?

Esta creencia de ser mejor que los demás, bien sea en el campo de las habilidades y las destrezas, o, en el mundo de las ideas, genera personas que se sienten por encima de los otr@s.

¿Cómo se forja esta creencia?

Por lo general, la familia y el entorno ayudan a construir esa visión. En ocasiones, es la propia observación la que permite que ésta se descubra.

Los antiguos griegos acuñaron el término «mesura«, precisamente para evitar que nos envileciéramos.

En otras palabras la mesura lleva a practicar la moderación.

Conseguir el «justo medio» es un arte.

A lo largo de la vida pasamos por diferentes períodos en los que se alternan los dos extremos del término. Hay edades en las que se exacerba el creerse mejor que todo el mundo, en especial en la adolescencia. Felizmente de esta enfermedad, más tarde o más temprano, tod@s nos curamos.

Desafortunadamente, la curación no suele ser completa.

Muchas personas, al igual que algunos países, están convencidos de que su cultura es la correcta y la mejor. Consideran que quienes no comparten su punto de vista están en un error.

¡Cuántas guerras y cuántos desencuentros se han iniciado partiendo de esta premisa!

Pareciera un chiste, pero, por desgracia, esta actitud florece por doquier como la mala hierba.

Nos preguntaríamos: ¿qué hace que se llegue a poseer esa certeza?

Seguramente muchos factores, sólo me interesa destacar uno de ellos: la posesión de una mente estrecha que conlleva a una falta de miras y de humildad enormes.

Si contemplo otros puntos de vista ¿quizás el mío se tambalea y se resquebraja? Puede que descubra que a lo mejor no tiene una base sólida en la que sustentarse.

¿Será simple cuestión de miedo? A lo mejor se piense que si me aferro con pies y manos a lo mío no tengo que plantearme interrogantes incómodos, no tengo que cuestionarme.

Desgraciadamente, esta postura nos aboca a caer en el fundamentalismo.

Aquello que ha sido bueno para mi no tiene necesariamente que ser bueno para los otros.

Se puede sugerir, se puede plantear, se puede mostrar pero cuidando mucho de no caer en la imposición.

El antídoto para no pecar de arrogante es el respeto.

Una de las alternativas que ayudan a cultivar y a desarrollar una mente abierta es viajar.

Cierto es que esta actividad no está al alcance de todos los bolsillos, pero fomentando el espíritu que alimenta los viajes, habremos ganado mucho.

La actitud que impide que caigamos en una postura rígida es la curiosidad.

Ésta nos salva de convertirnos en seres dogmáticos.

La curiosidad nos lleva a salir de nosotros mismos para contemplar al otro.

Preguntas tales como ¿por qué, cuándo, cómo, qué, dónde? son las que harán que dejemos de contemplar nuestro ombligo y dirijamos la mirada hacia el mundo exterior.

Viajar amplía nuestro horizonte y nuestro mundo. Aprendemos que existen otras culturas, otro modo de contemplar la vida y de relacionarse con el otro.

Permite que nuestra mente se ensanche, hace de nosotros personas más tolerantes y abiertas.

Los factores social y cultural juegan un papel importante en nuestra manera de considerar el mundo que nos rodea, que duda cabe. Sin embargo, una mente abierta permite escuchar el discurso de otro sin juzgarlo.

No se tiene que determinar si «es correcto o incorrecto», simplemente es. No debería descalificarlo simplemente por el simple hecho de que es diferente al mío.

Lo interesante es ir descubriendo las razones que han llevado a ese alguien a pensar de esta o de aquella manera. Siempre son razones de peso las que le han conducido a esas conclusiones.

Cuando rascamos un poco, descubrimos que para esa persona su postura es la correcta. De ahí la necesidad de indagar las razones que le llevaron a tener esa actitud.

Ésto no quiere decir que no nos topemos con personas herméticas que son impermeables al diálogo. Por más que intentemos abrir puertas, éstas seguirán cerradas.

Quizás el aprendizaje que tenemos que hacer es el de aceptar que son así, aunque no compartamos sus creencias.

Practicar la mesura no es una tarea fácil… pero en el camino se aprenderá mucho sobre nosotr@s mism@s y sobre el mundo.

Es un camino apasionante que nos deparará más de una sorpresa.

En mi próximo artículo hablaré sobre el sufrimiento.

(Imagen: www.memegenerator.es)

El sentido de la vida

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Por Clara Olivares

¿Para qué vivir?

Esta es una pregunta que, si bien no nos la hacemos constantemente, sí nos la planteamos en algún momento de nuestra vida.

El cine, la literatura, la filosofía, la religión, la teología, etcétera, etcétera, etcétera, han intentado dar una respuesta.

Honestamente, no sé si lo han conseguido o no, dejando a quien pregunta satisfecho con su respuesta.

Pero el objetivo de mi escrito no pretende contestar a esa pregunta, creo que sería una gran pretensión por mi parte intentar hacerlo.

Lo que me interesa, es que independientemente de las creencias personales,  cada un@ de nosotr@s necesita algo que le dé sentido a su propia existencia.

La única realidad que conocemos es que nacimos, estamos vivos. ¿Lo pedimos? ¿Lo escogimos? ¿Fué el azar quién nos colocó en este mundo?

Cada persona tendrá su propia lectura.

Puede que se tenga una relación transcendente o inmanente con la vida.

Lo que sí es cierto, es que los momentos de sufrimiento y de gozo, vienen a ser idénticos para TOD@S.

No creo que exista una forma mejor que otra. Cada un@ se crea la suya propia, ésa que le anima a levantarse todas las mañanas y salir de la cama.

Para algunos será una utopía, o, un sueño, o, un Dios, o, un@s hij@s, o, una pareja, o, una familia.

Lo que cuenta es que le sirva.

¿Qué hace que desee continuar viv@? Me parece que la pregunta es ésa.

Ya sabéis que me encanta partir de una definición para desarrollar un tema. Y, este artículo no va a ser la excepción.

Hay personas que tiene una relación con la vida desde la transcendencia, y otras, desde la inmanencia.

Wikipedia las define y señala la diferencia entre ámbas.

El sentido más inmediato y elemental de la voz trascendencia se refiere a una metáfora espacial. Trascender (de trans, más allá, y scando, escalar) significa pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los separa. Desde un punto de vista filosófico, el concepto de trascendencia incluye además la idea de superación o superioridad. En la tradición filosófica occidental, la trascendencia supone un «más allá» del punto de referencia. Trascender significa la acción de «sobresalir», de pasar de «dentro» a «fuera» de un determinado ámbito, superando su limitación o clausura.

Así, Agustín de Hipona (San Agustín) pudo decir, refiriéndose a los platónicos: «trascendieron todos los cuerpos buscando a Dios». Trascendencia se opone, entonces, a inmanencia. Lo trascendente es aquello que se encuentra «por encima» de lo puramente inmanente. Y la inmanencia es, precisamente, la propiedad por la que una determinada realidad permanece como cerrada en sí misma, agotando en ella todo su ser y su actuar. La trascendencia supone, por tanto, la inmanencia como uno de sus momentos, al cual se añade la superación que el trascender representa.

Lo inmanente se toma entonces como el mundo, lo que vivimos en la experiencia, siendo lo trascendente la cuestión sobre si hay algo más fuera del mundo que conocemos. Es decir afrontar lo que es el universo. Las respuestas a esta cuestión tienen un origen cultural en lo mágico-religioso y su reflexión crítica en la filosofía.

La filosofía tradicional orienta la cuestión de la trascendencia hacia una demostración o prueba de la inmortalidad del alma y de la existencia de Dios. Para ello se recurre a la analogía del Ser.

En otras palabras, se tiene una visión transcendente (se cree en un Dios) o inmanente (tengo la convicción de que ésta es la única vida que voy a vivir) de la existencia.

Para aquellas personas que creen en un Dios, la tarea de sobrellevar su propia vida resulta menos difícil de gestionar. Finalmente, su paso por la tierra tiene un sentido claro gracias a las respuestas que hallan en su Dios.

En cambio, para los que no creen en él la cosa no está tan clara.

Éstos tienen que inventarse en qué creer y agarrarse a ello para poder sobrellevar su propia existencia.

¿En qué creo? Esta pregunta me recuerda la fabulosa película de Woody Allen, «Love and death» que plantea muy claramente todos estos mismos interrogantes.

Como planteo más arriba, el dolor y la incertidumbre que suponen estar vivo son los mismos para todos los seres humanos, creyentes y no creyentes.

La existencia es como subirse en un tobogán, en un instante estás arriba eufórico y feliz, y al siguiente vas en picado hacia abajo sintiendo un gran vacío en el estómago.

El sentido que un@ va dándole a su propia vida varía a lo largo de la misma.

Hoy soy un ate@ recalcitrante y mañana me convierto en un creyente devoto.

Creo que jamás podemos pensar y creer que tenemos todas las respuestas y que éstas permanecerán idénticas hasta que muramos.

Nos puede sobrevenir una enfermedad, o, un accidente, o, lo que sea que hace que nuestra concepción de la existencia cambie por completo.

La vida es tan frágil y tan fuerte al mismo tiempo. Es una paradoja andante.

¿Cómo la resuelvo? ¿De qué me aferro para soportarla?

Me parece que la creatividad juega un papel muy importante en este aspecto.

Estoy convencida de que todo muta, se transforma y no nos queda más remedio que aceptarlo y adaptarnos.

¿Merece la pena combatir todo y a todos para que no nada cambie?

Creo que ésta actitud supone un gasto enorme de energía. ¿Y si utilizamos esa fuerza para reinventarnos? o, ¿Aprendemos un nuevo oficio? o, ¿Intentamos hacernos la vida más llevadera (a nosotr@s mism@s y a los demás?

En fin, las alternativas son infinitas.

En mi próximo articulo hablaré de lo que nos sucede cuando nos rompen el corazón. 

(Imagen: www.oscarmauricioysusnotas.blogspot.com)

El compromiso

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Por Clara Olivares

Ésta suele ser una de esas palabras que generan miedo y de la cual muchas personas huyen de ella como de la peste.

Me parece que salen corriendo, porque existe una enorme confusión entre la idea de comprometerse y pensar que al hacerlo se produce una pérdida de la libertad.

Algunas personas están convencidas de que si se comprometen dejan de ser libres, en otras palabras, no «quieren tener ataduras».

Y yo me pregunto, ¿y eso qué significa exactamente?

¿Atarse a qué? ¿A una persona, o, a una situación, o, a …?

Se me ocurre este ejemplo sencillo para ilustrar el funcionamiento sobre el que se basa el compromiso (evidentemente, existen muchos grados de compromiso, desde el más simple, como el que mostraré a continuación, hasta aquel en el que se pone en juego la propia vida por una causa): imaginemos que queremos ir al cine con un amig@, entonces le llamamos y nos ponemos una cita a una hora determinada para ver la película.

Se da por sentado que tanto esa persona como yo mism@ acudiremos a la sala a la hora que comienza el pase que amb@s escogimos.

Tomamos la decisión de ir a ver esa película en ese cine porque simplemente nos apeteció.

¿Esto quiere decir que me obligaron a ir? o, que ¿perdí mi libertad personal al decidir ir al cine?

Es decir, me comprometí a acudir a la cita que concretamos. Doy por hecho que la otra persona va a acudir, de la misma forma en que yo voy a hacerlo.

Tanto esa persona como yo, hemos organizado nuestro tiempo y nuestras actividades en función del cine.

No acudir a la cita sería un acto de descortesía y de mala educación enorme con la otra persona. Descortesía porque no he pensado en ningún momento que él o ella va a estar esperándome en el cine.

La única parte que he tenido en cuenta es la mía.

¿En que momento y con qué acción se cree que se ha perdido la libertad?

Yo no veo ninguna: decidí ir al cine con esa persona en particular simplemente porque me dio la gana.

Luego la hipótesis de la pérdida de la libertad ha quedado descartada.

Ahora analicemos la idea de «quedar atad@».

¿Cómo me puede atar a algo que yo he escogido en plena libertad?

Acudir al sitio y a la hora prevista significa que ¿»me até» por acordar esa cita, y acudir a ella?

Un compromiso implica unos derechos y unos deberes.

En el caso que nos ocupa, tengo el derecho de ir a ver esa película, y no otra, con tal persona y no sol@ o en otra compañía. Mi deber es acudir a la cita.

Claro, habrá quién sólo desea disfrutar de los derechos sin asumir los deberes, por ejemplo, comprometiendo el tiempo de la otra persona, pero reservándose el deber de acudir o no a la cita (sin comunicárselo al otro, evidentemente).

Me parece que este tipo de comportamiento no es jugar limpio. Porque no es justo con el otro ni significa hacer lo correcto.

¿Y que pasaría si yo acudo a la cita y la otra persona no va? Seguro que me sentará como una patada en el estómago y que me enfadaré mucho.

El compromiso funciona exactamente de la misma forma.

En primer lugar es algo que adquiero de forma libre. Es cuando me comprometo cuando ejerzo mi completa libertad.

En segundo término disfrutaré de los beneficios que dan los derechos, pero también, en contrapartida, responderé asumiendo los deberes que se derivan de mis privilegios.

Relacionarse desde esta forma de operar no es lo más recomendable, ya que despierta la suspicacia en cada persona, y, ésta invita a no creer jamás en lo que otro promete. Indefectiblemente, esta actitud lleva a que las relaciones se resquebrajen y se rompan.

Si no puedo confiar ni puedo creer en lo que el otro me dice, ¿sobre qué bases se va a cimentar esa relación?

Existen personas que a causa de la confusión que menciono unas líneas más arriba, se mueven dentro de una zona de «no posicionamiento«. Es decir, jamás se definen por una postura en concreto.

Sí, este lugar pareciera más misterioso y más atractivo, pero lo que no saben es que esa actitud solo despierta la desconfianza en el otro.

Si desconozco qué piensa y qué siente la persona con la que tengo o voy a tener una relación, nunca voy a pisar terreno firme. Ese vínculo se cimentará sobre terreno fangoso.

Luego estas personas se sorprenden de que no se confíe en ellas. Y no es porque sean malas personas, es porque no se definen.

Probablemente no lo hagan porque creen que haciéndolo dejan de ser interesantes, o, es como si creyeran que siendo honestos perdieran el poder.

Y, ser honesto no significa en ningún momento ser tonto o ingenuo.

Quienes no se posicionan en la vida, quitando el caso de los psicópatas, probablemente se trate de personas muy inseguras de sí mism@s.

La falta de compromiso en una sociedad me indica que sus ciudadanos operan en un nivel muy infantil en el que prima la conservación y la justificación de sus privilegios.

¿Es este modelo el que deseamos fomentar con nuestras actuaciones?

En el siguiente artículo hablaré sobre la generosidad.

(Imagen: www.restsuraacciondelootro.com)

 

El cambio

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Por Clara Olivares

La vida es movimiento y el movimiento forzosamente lleva implícito el cambio. Nada permanece igual, todo muere o se transforma.

Sin embargo, esta verdad por lo general nos produce miedo. Creo que en contadas ocasiones nos paramos y pensamos en ello.

¿Será quizás por que hacerlo nos produce la sensación de que, a la larga, el margen de control que tenemos de nuestra existencia es más bien poco?

El cambio sobreviene a veces de forma imperceptible o, por el contrario, con mucho ruido.

Por ejemplo, puede que haya comenzado a verme las primeras canas, o una persona cercana ha roto con su pareja. O quizás de manera más dramática, ayer poseía una salud excelente y hoy me han diagnosticado una enfermedad grave.

Y, al igual que sucede en esos ejemplos, de un momento a otro nos sucede algo que hace que las bases sobre las que nos apoyábamos se tambaleen.

Vamos en dirección norte y los acontecimientos nos obligan a girar 180 grados e ir hacia el sur.

En este sentido, los orientales poseen una mayor consciencia del movimiento de la vida que los occidentales.

Existe un adagio chino que dice: «cuando estés arriba no te alegres en demasía porque luego irás hacia abajo. y, si estás abajo, tampoco sufras mucho por eso ya que pronto subirás. Todo lo que sube, baja, y todo lo que baja, sube».

Y, con el paso del tiempo he llegado a constatar esta verdad.

La vida es cíclica, gracias al cambio ésta se renueva.

En el modelo sistémico se habla de la etapa de «crisis y cambio», para designar ese momento en el que todo grupo, así como sus miembros, se ve abocado a generar un cambio adaptativo para superar la crisis que le(s) ha llegado.

La crisis obliga a que se produzca el cambio. Es como si viniera un terremoto que remueve las estructuras (crisis) y empuje al grupo y a sus miembros a cambiar.

Para que se produzca el cambio es necesario un período de adaptación. Existen familias en las que se intenta por todos los medios frenar e impedir que se dé la crisis.

Es como si esas personas desoyeran los gritos que emite la crisis, por lo general, a través de uno de sus miembros.

Los síntomas se presentan precisamente cuando se impide que tenga lugar la crisis.

Ésta produce miedo, sin lugar a dudas. Pero aferrarse a aquello que creíamos nos daba la seguridad, sólo es un espejismo, una ilusión que indefectiblemente traerá más dolor.

He observado que el período de adaptación necesario para digerir la crisis y hallar la solución que abrirá el camino para que se produzca el cambio, es cada vez menor.

Sobrevienen los cambios casi de forma simultánea y encadenada. El tiempo del que antes disponíamos para encajar los golpes de la vida, es cada vez más corto.

Nos vemos obligados a adaptarnos y responder muy rápidamente, me atrevería a decir que, incluso, de manera abrupta.

Siento que casi no hay tiempo para acoplarse a la nueva situación antes de que sobrevenga el siguiente embate.

No sé si las famosas profecías sobre el fin del mundo de las que durante el año pasado hablaron tanto, tengan que ver más con una transformación interna e individual que con un cataclismo.

Pareciera que, efectivamente, el movimiento social y personal es cada vez más rápido. Tanto que, en ocasiones, produce vértigo.

Lo que sí sé es que si nos enfrentamos a las crisis con rigidez, seguramente nos romperemos.

Aunque suene un poco a un discurso de adoctrinamiento, creo que, el aprendizaje que lleva implícita esta crisis global, es el de comenzar a ser flexibles como un junco.

Éste puede llegar a doblarse sobre sí mismo hasta rozar el suelo, pero luego vuelve a recobrar su forma original.

Y, me parece importante plasmar ese cambio de manera simbólica, como por ejemplo, pintando la casa, o, cambiando la imagen personal, o, simplemente, moviendo de sitio los muebles de nuestra habitación.

Repito, la vida es cambio. Gracias a él, crecemos y nos hacemos más fuertes.

La próxima semana hablaré sobre el compromiso.

(Imagen: www.detalent.blogspot.com)