Cuando no se quiere ver (…o no se puede)

 

Gafas

Por Clara Olivares

El hecho de no ver lo que sucede a nuestro alrededor, o lo que hacemos sin enterarnos jamás de ello, suele observarse frecuentemente en dos situaciones muy diferentes entre sí.

En ambos casos, la ceguera es selectiva, aunque la raíz de la que nace es muy distinta.

En un lado está el que no quiere ver y en el otro está el que no puede hacerlo.

Hablaré en primer término del caso de la persona que no quiere ver.

Como reza el dicho popular: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Una muestra de este tipo de ceguera la ilustra muy bien la película de Stanley Kubrick, “Eyes wide shut”, en la que la pareja protagonista no quiere ver cómo se encuentra su propia relación, ni lo que sucede en su entorno.

Se ve únicamente aquello que conviene ver, es decir, únicamente se ven aquellas cosas que están dentro de su propia “zona de confort”, como dirían los actores. Si se sale de ella, se vería ante la tesitura de tener que cambiar algo en sí mismo/a, como por ejemplo, asumir su propia responsabilidad. Luego, es mucho mejor para esa persona no enterarse de lo que pasa, por si acaso.

Probablemente el miedo que siente es tan grande que es mejor continuar escudada en la negación y así no arriesga nada.

Claro, esta actitud puede librar a la persona de un cuestionamiento personal, pero sólo por un rato. El problema vendrá cuando la situación le estalle en la cara. Y lo que generalmente termina pasando, es que, efectivamente, le estalla.

De manera más o menos inconsciente, la persona sopesa la situación y analiza las consecuencias que le acarrearía ver. Si éstas son muy “caras”, es decir, si tuviera que hacer un esfuerzo para cambiar y ser consecuente, es preferible que sigan estando en la zona invisible.

Una de las consecuencias, por no decir LA CONSECUENCIA, es que esa persona se queda sola. Con su ceguera poco a poco se va aislando, y, termina por estar completamente sola.

El miedo es el que le impide enfrentar las situaciones. Y, en palabras de una colega, tanto el cobarde como el valiente tienen mucho miedo, la diferencia es que el valiente, a pesar del miedo, actúa, en tanto que el cobarde se queda inmóvil. Uno pensaría que el valiente no siente miedo, que si bien es una idea que está muy arraigada, está bastante alejada de la realidad.

El otro caso es el de la persona que no puede ver.

No puede hacerlo porque lo que está en juego es su salud mental, en otras palabras, su supervivencia psíquica.

Desafortunadamente, hay numerosos casos en los cuales la situación del entorno rebasa los cortafuegos que esa persona, de manera inconsciente, pone en juego y termina por perder todo el contacto con la realidad.

El mecanismo de defensa de la negación ayuda a que se pueda soportar el sufrimiento y el dolor que traería ver su propia realidad.

Tenemos ejemplos espeluznantes de este tipo, como el caso de matrimonios en los que el hombre viola a su hija y la mujer “no sabe nada”, o el del señor vienés que secuestró, encerró y violó a su hija con la que tuvo varias hijas, y su mujer jamás “supo nada”.

La realidad es tan atroz que se opta de forma inconsciente por no ver lo que está sucediendo.

En estos casos la negación viene a ser el mecanismo que le permite su supervivencia psíquica. Como ya lo dije en otro artículo, los mecanismos de defensa protegen, y, es sólo cuando la persona ya no necesita protegerse que ésta puede ver.

A continuación me parece oportuno introducir la definición de este mecanismo así como los casos en que este mecanismo se utiliza:

Para Lazarus la negación es adaptativa cuando: (1) No puede hacerse nada constructivo para vencer el daño o la amenaza, (2) Existe negación de implicación y no de hecho (por ejemplo se acepta que se tiene cáncer, aunque no que signifique sentencia de muerte) y (3) Permite reducir el nivel de activación y ser más eficiente en las soluciones.

La negación propiamente dicha, que sería un mecanismo de defensa ‘inmaduro’ por el que la persona reprime contenidos inconscientes o preconscientes desagradables o dolorosos. No es una decisión consciente de ‘posponer’ las cosas – como en la supresión- sino que éstas quedan bloqueadas en el inconsciente y se vive ajena a ellas.

Durán Pérez, Teresa et al. Muerte y Desaparición Forzada en la Araucanía: Una Aproximación Étnica KO’AGA ROÑE’ETA se.x (2000) http://www.derechos.org/koaga/x/mapuches/

Como señalo más arriba, este mecanismo preserva al sujeto de consecuencias devastadoras, como la locura, por ejemplo, en donde la realidad es inasumible.

Hay quien opina que todas las personas utilizamos la negación en nuestra cotidianeidad. No estoy muy segura de esta afirmación, simplemente creo que aprendemos a ser selectivos. Entre más conscientes seamos, más cuenta nos daremos de las cosas que nuestra psíquis considera importantes y nos será más fácill desechar aquellas que han dejado de serlo.

Imagino que existirán seres humanos extraordinarios que abarcan muchas más cosas de manera consciente, pero creo que para las personas corrientes ser absolutamente conscientes de todo, es imposible.

En mi próximo artículo hablaré sobre el sarcasmo.

 

(Imagen: www.platenesigloxxi.com )

La vida: un simple destello

blog.somosdesign

Por Clara Olivares

Lawrence Durrell (El cuarteto de Alejandría) escribió: «la vida es un simple destello de luz entre dos eternidades de tinieblas«.

Terrible y, a la vez, una imagen muy poética.

Sin lugar a dudas la vida es un milagro que irradia luz y calor. Hoy estamos vivos, mañana no lo sabemos

¿Y qué hacemos con ese breve destello?

Me parece que casi nadie llega a ser consciente de esa realidad. Creemos que lo natural es estar vivos.

Esta frase de Durrell me suscita muchas reflexiones.

Pienso que para las personas creyentes, esta afirmación carece de sentido. Pero, ¿y para los no creyentes?

Me pregunto cómo administramos ese momento fugaz que es nuestra vida: ¿en qué lo estamos invirtiendo? ¿cuánto tiempo dedicamos a disfrutar de ella? o, por el contrario, nos lamentamos, nos peleamos con la existencia y renegamos de nuestra suerte, o, de nuestra familia, pareja, herman@s, trabajo, etc.

Creo que no llegamos a ser conscientes de que nuestra vida dura muy poco comparada con la magnitud del universo.

¿Por qué desperdiciamos ese don en perder mucho tiempo en pelearnos con nuestro pasado, con nuestros padres, con nuestro entorno, etc.?

Cierto es que en algún momento de nuestra existencia atravesamos épocas, por otra parte necesarias, en las cuales «ordenamos la casa», es decir, revisamos nuestra historia familiar e intentamos poner en su lugar las cosas y a las personas.

Y después de hacerlo, ¿qué?

¿Cómo deseamos pasar el resto de vida que nos queda? ¿En qué la queremos invertir?

Es una realidad que consumimos diariamente un tiempo considerable en conseguir los recursos económicos necesarios para poder sobrevivir. Pero en esa labor no creo que sea aconsejable gastar más del tiempo necesario.

Es más, creo que paralelamente, deberíamos seguir aprovechando el hecho de que aún seguimos vivos.

Volviendo a la imagen que acompaña este artículo, habrá quienes se enfaden porque su cerilla debería ser más larga, o, dar más luz, o, ser una que jamás se consumiera.

Soy consciente de lo difícil que resulta a veces ver la realidad y, más aún aceptarla.

Me he cruzado con personas que, desde que las conozco, se pasan el tiempo quejándose, de su pareja, de su familias, de los políticos, etc. Y, honestamente, resulta cansino.

Pienso: ¿ésta persona no se dará cuenta de que ha desperdiciado su vida en culpar a otros de su suerte? Evidentemente no.

Siento tristeza por ellos porque aún no se han enterado de que la vida es corta y fugaz. Malgastan su limitado tiempo en nimiedades que, básicamente, no pueden ya cambiar, en lugar de invertir ese tiempo en vivir.

Disfrutar de lo que generosamente la vida les ha proporcionado, de las personas que les quieren, de la salud que tienen, de sus habilidades, de su inteligencia... la lista llegaría a ser interminable.

A todas ellas les repito una frase que decía mi madre con frecuencia: «en vida, hermano, en vida».

Cuando muramos, todos los «posibles» desaparecerán. Entonces ya no podremos hacer nada.

Os invito a mirar a vuestro alrededor y disfrutar de lo que tenéis. Dejad de lamentaros por lo que no tenéis. Os sorprendería descubrir que son muchas más las cosas de las que podéis disfrutar.

Como dice la famosa máxima de Rabindranath Tagore: «No llores por la puesta de sol, porque tus lágrimas te impedirán ver la belleza de las estrellas».

En mi próximo artículo hablaré sobre la empatía.

(Imagen: www.blog.somosdesign.es )

Relaciones virtuales

dubanpfc.blogspot

Por Clara Olivares

La irrupción de Internet ha marcado, sin lugar a dudas, una nueva época en la historia de la humanidad: vivimos en «la era virtual».

Buscando la definición de virtual, me pareció muy interesante una que habla de «la creación de una situación de apariencia real, en la que se crea la sensación de estar allí y de estar interactuando con ese entorno».

Lo paradójico del asunto es que ese mundo virtual se inspira, mayoritariamente, en una experiencia real.

Pero, ¿qué pasa cuando esos lugares no existen en el mundo real? Ese es el caso, por ejemplo, de los miles de video-juegos que aparecen en el mercado en donde la imaginación está desatada.

En el terreno de las relaciones interpersonales la realidad virtual es bien diferente. Me atrevería a decir que en ese mundo paralelo se vuelcan todos los deseos e ideales de las personas que buscan tener una relación con otro.

Al encontrar a una persona que en apariencia satisface todos nuestros sueños, muchas veces se olvida que ésta no es del todo real.

¿Por qué lo digo?

Este tipo de intercambios permiten un acercamiento con el otro, pero desde mi punto de vista, es incompleto porque no intervienen todos los sentidos; están excluídos el tacto, el olfato y el gusto. Sentidos que a mi entender, son tan importantes como el oído y la vista.

Toda la información que nos brindan estos sentidos desaparece, y por lo tanto la imagen que nos formamos de la otra persona queda incompleta.

Creo que el mundo en que nos movemos actualmente prima el sentido de la vista sobre los demás. Cierto es que muchas cosas entran por los ojos, no obstante, me parece importante no olvidar los restantes.

Lo que encuentro preocupante del fenómeno virtual es que termina aislando. Las personas acaban relacionándose con una máquina y no con una persona.

He visto en varias ocasiones la siguiente escena en un restaurante: una familia o una pareja están sentados a una mesa, y, cada uno de ellos tienen en la mano un teléfono con el que «se comunican» con otras personas (imagino) durante toda la comida. Prácticamente no hablan entre ellos, no se miran, comen en silencio, o, siguen con el teléfono mientras lo hacen.

Encuentro peligroso que se llegue a no poder distinguir entre la realidad virtual y la auténtica.

Y a veces, lo que veo me parece alarmante.

No puedo dejar de preguntarme muchas cosas: ¿para qué han ido al restaurante?, sino tuvieran el teléfono, ¿de qué hablarían?

Intuyo que ese mundo virtual resulta más apetecible que el real. Por no hablar que en éste no hay problemas, no hay que hacer ningún esfuerzo por mantener una conversación, si me aburro me voy.

Lo sorprendente es que ves a gente de todas las edades caer en esta dinámica.

Imagino que, para las personas que en el mundo real les es muy difícil establecer relaciones con otros, este mundo virtual les ofrece la posibilidad de relacionarse salvaguardando siempre la interacción que implicaría estar presente y delante del otro.

Encuentro triste que las personas se priven de toda la información que nos aportan los sentidos del tacto, el olfato y el gusto. Sin ellos encuentro que no se acaba de conocer a otra persona.

En el caso de una pareja, por ejemplo. ¿Cómo sé si habrá o no química entre nosotros? ¿Me gustará su olor? ¿Cómo me toca? ¿Acepto o rechazo ese contacto? ¿Qué siento cuándo me besa?

No estaría de más preguntarnos si no hemos sido engullidos por este mundo y no somos conscientes de ello.

En mi próximo artículo hablaré sobre el destello de luz que es la vida.

(Imagen: www.dubanpfc.blogspot.com)

Resiliencia

 www.adeccorientaempleo

Por Clara Olivares

«La resiliencia es la capacidad de los seres vivos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas. Cuando un sujeto o grupo es capaz de hacerlo, se dice que tiene una resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o incluso resultar fortalecido por éstos…»

Wikipedia

 Según los expertos, todos los seres humamos nacemos con esta capacidad, aunque no todos la desarrollan.

¿Por qué?

Me atrevería a decir que tiene que ver con las dificultades a las que cada persona ha tenido que enfrentarse en su vida.

Como reza el dicho: «lo que no te mata, te hace más fuerte».

He observado que aquellos que han tenido existencias difíciles ya sea física, emocional o económicamente suelen poseer una actitud diferente hacia la vida.

O bien están amargados, o bien desarrollan esa capacidad innata de la resiliencia. No obstante, estoy convencida de que convertirse en alguien amargad@, es una decisión que se toma consciente o inconscientemente en un momento de la vida.

La resiliencia no se debe comparar con una actitud pesimista u optimista. «Ver el vaso medio lleno o medio vacío», ayuda pero no es suficiente. La resiliencia es más que eso.

Significa pasar a la acción, avalar con nuestros actos nuestra forma de enfrentar la existencia.

Hay quienes tienen una existencia «tranquila» y otros que no la tienen.

«La resiliencia es la entereza más allá de la resistencia». No es simplemente resistir un período difícil, como digo más arriba, es demostrar con los hechos nuestra actitud. Es enfrentarse a la vida manteniendo la convicción de que se va a salir adelante, aunque la realidad te esté mostrando lo contrario.

No siempre se es consciente de la propia resiliencia, éstas personas consideran que esa es la forma natural de reaccionar ante las situaciones adversas.

Para alguien que siempre ha actuado así, resulta sorprendente la admiración que su propia actitud despierta en otros.

Es más, las dificultades y los obstáculos suponen un reto para ellas. Pareciera que éstos las aguijonearan y que recurrieran a toda su creatividad para sortearlos.

 Existe una certeza de que lograrán atravesar ese bache en el camino. Y lo cierto es que así lo hacen.

Los expertos apuntan una serie de características que poseen las personas que desarrollan su capacidad de resiliencia.

Éstas serían:

  • Sentido de la autoestima fuerte y flexible
  • Independencia de pensamiento y de acción
  • Habilidad para dar y recibir en las relaciones con los demás
  • Alto grado de disciplina y de sentido de la responsabilidad
  • Reconocimiento y desarrollo de sus propias capacidades
  • Una mente abierta y receptiva a nuevas ideas
  • Una disposición para soñar
  • Gran variedad de intereses
  • Un refinado sentido del humor
  • La percepción de sus propios sentimientos y de los sentimientos de los demás
  • Capacidad para comunicar estos sentimientos y de manera adecuada
  • Una gran tolerancia al sufrimiento
  • Capacidad de concentración
  • Las experiencias personales son interpretadas con un sentido de esperanza
  • Capacidad de afrontamiento
  • La existencia de un propósito significativo en la vida
  • La creencia de que uno puede influir en lo que sucede a su alrededor
  • La creencia de que uno puede aprender con sus experiencias, sean éstas positivas o negativas

Desarrollar la propia capacidad de resiliencia permite tener la sensación de un control sobre aquello que podemos controlar y de una aceptación de lo que se escapa a nuestro control.

Ya lo he dicho en otros artículos, aceptar la realidad que nos brinda la vida es un síntoma de sanidad mental.

Una aceptación que jamás debe confundirse con la resignación. Ésta significaría «bajar los brazos» y dejar de luchar.

Quienes han sido personas resilientes siempre hallan el aprendizaje que la situación a la que se han visto sometidas les ha ofrecido.

Os pregunto: ¿Cómo os enfrentáis a los avatares de la vida?

Probablemente no como quisiérais ni como deberíais, sino simplemente como podéis.

En mi próximo artículo hablaré sobre las compulsiones.

(Imagen: www.adeccorientacionempleo.com)

 

 

 

La moderación

 

 

Por Clara Olivares

Hablar de la moderación no resulta una tarea fácil. Todos sabemos y comprendemos inmediatamente lo que significa pero resulta más complicado explicarla.

Me parece que este concepto está íntimamente ligado a la mesura, práctica recomendada por los antiguos griegos.

Para hablar de ella me es más fácil compararla con su opuesto: el exceso.

En términos generales, la moderación se considera una virtud frente a su opuesto: el vicio. Vicio entendido como «excesiva afición a algo, especialmente perjudicial».

Me parece que los seres humanos nos movemos entre estos dos extremos a lo largo de nuestra vida. Como con tantas otras cosas.

Creo que ir de un extremo al otro es profundamente humano. Nuestra naturaleza nos aboca a este movimiento constante.

La imagen mental que me suscita esta idea es la de un líquido encerrado en un recipiente, cuyo centro se apoya en un solo punto y que un motor hace que todo el líquido se desplace de un extremo al otro como un balancín.

Lo que motiva este desplazamiento es el desequilibrio.

A nosotr@s nos pasa lo mismo, cuando descubrimos que nuestro funcionamiento está en un extremo, naturalmente buscamos ir hacia el otro extremo.

«El arquero que rebasa el blanco no falla menos que aquel que no lo alcanza», dice Montaigne.

Me parece que sus palabras encierran una gran sabiduría.

Es el mismo caso que cuando perseguimos un ideal o una quimera. Creemos sinceramente que lo vamos a alcanzar. Lo que no sabemos es que creer en un ideal sirve para marcar el camino por el que deberíamos transitar, su función es la de indicarnos una dirección que dirija nuestros pasos. Nada más (y nada menos…).

Creo que cuando observamos algo dentro o fuera de nosotros que adolece de moderación, éste chirría y produce un rechazo.

La desmesura resulta grotesca.

Siempre hemos escuchado que tal persona «combate» su vicio de… lo que sea.

El deseo de combatirlo es lo que marca la diferencia. La manera de abordar la dificultad exclusivamente desde el combate con el fin de hacerla desaparecer es la clave.

No se trata de un combate que conlleve un aprendizaje, sino más bien se trata de uno que busca la desaparición del obstáculo.

Creo que nos pasamos media vida combatiendo aquello que no nos gusta de nosotros mismos en la creencia de que al combatir el vicio, éste mágicamente va a diluirse.

¡Qué ilusos!

De un combate de ésta índole sólo queda el cansancio y la frustración.

¿Y si elegimos otro camino? Por ejemplo el de la aceptación.

En el momento en que aceptamos que ese «vicio» forma parte de nuestras caraterísticas personales resultará más fácil aplicar la moderación.

Si integramos en nuestra psique y en nuestra autoimagen ese vicio del cual nos avergonzamos tanto, reconoceremos que somos humanos y, que como tales, poseemos virtudes y defectos.

Concebir una existencia carente de «lugares oscuros» resulta un tanto pueril.

Una de las ventajas que nos brinda la madurez es precisamente la consciencia de saber quienes somos en realidad.

Por fin podremos abandonar la idea de que somos intachables. TODOS poseemos algo de lo que nos avergonzamos.

¿Y?

Lo importante es descubrir nuestros vicios innombrables antes de morir. Porque una vez muertos ya no es posible aprender de nuestras limitaciones.

En mi próximo artículo hablaré sobre la resiliencia.

(Imagen: www.filosofia.laguia2000.com)

 

 

 

El desapego

pensar-seasi-mesmo.blogspot.com

Por Clara Olivares

El concepto del desapego suele confundirse con aquello que no lo es.

El verdadero desapego es aquel que implica la liberación de un lastre que nos limita, que supone una carga (por ejemplo una relación). Se piensa y se confunde con la idea que implica un alejamiento hostil y frío en el que impera una actitud de indiferencia hacia el otro y hacia sus problemas.

El desapego es un signo de salud mental, sin embargo, la segunda idea opta por desentenderse del otro y elude cualquier responsabil

En otro artículo hablaba de la responsabilidad que conlleva el compromiso. Uno que se adquiere libremente y en el que decidimos responder ante aquello a lo que nos hemos comprometido.

Esta responsabilidad en primera instancia es hacia nosotros mismos y después hacia los demás.

No todas las relaciones son verdaderas, solemos llamarlas así cuando en realidad no lo son. La clave para diferenciarlas es el compromiso, si éste no existe, no hay relación. Hablaríamos de conocidos, pero no de verdaderas relaciones.

Algunas veces, es recomendable liberarnos y apartarnos de una persona, ya sea mental, emocional e incluso, físicamente.

Si esa persona nos causa daño hablaríamos de un apego insano.

Generalmente practicar el desapego causa dolor en un principio, pero, con el tiempo es muy liberador.

El sentido común nos aconseja alejarnos y desapegarnos de quien nos daña.

Quizás deberíamos preguntarnos si los problemas que nos genera tal persona los podemos solucionar.

Si no es así, y resulta que lo que recibimos a cambio es la imposibilidad de crear un vínculo en el que esté presente el cuidado mútuo y la responsabilidad, lo más sensato es cortar ese apego.

Como he dicho en otros artículos, las relaciones son siempre de doble dirección. Si no existe un «quid pro quo», estamos hablando de un falso apego.

Algunas veces es necesario aprender a vivir con los problemas, o a pesar de ellos.

En estas ocasiones sí practicamos un sano desapego.

Aceptar la realidad tal cual es, no siempre resulta ser un trago agradable, al contrario, puede llegar a ser muy amargo.

Cuando nos hemos empeñado en creer que ese apego equis que dábamos por verdadero, no lo es para nada, el batacazo que nos damos es doloroso.

Quizás necesitamos creer que es algo verdadero porque verlo tal cual es nos resulta insoportable y es inasumible.

Entonces ¿qué hacemos?: le ponemos un traje que nos permite creer que sí es un vínculo verdadero. Pero recordemos que sólo vemos lo que podemos ver.

Démonos permiso para estar momentáneamente ciegos. Algunas veces cargamos con los problemas de otros creyendo que de esta manera les ayudábamos. Pero, desgraciadamente, no es así

Probablemente a quien «ayudábamos» era a nosotr@s mism@s

Pero no deberíamos sentirnos culpables por ello. Somos humanos y necesitamos disfrazar la realidad para poder sobrevivir.

El desapego es una acción y es un arte. Intentemos ser lo más honestos con nosotr@s mism@s.

En mi próximo artículo hablaré sobre la moderación.

(Imagen: pensar-seasi-mesmo.blogspot.com)

La omnipotencia

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Por Clara Olivares 

El término omnipotente o todopoderoso proviene de dos vocablos, omni, que significa todo, y potente, que significa poder. Por tanto, alguien omnipotente es una persona que es capaz de hacer todo (o casi) cualquier cosa, que lo puede todo, que lo abarca todo, que no tiene ningún tipo de dificultad. Un ser omnipotente es aquel que no necesita a nadie, es poderoso en todos los sentidos, tiene un poder inagotable y sin límites, un poder infinito e ilimitado.

www.significados.com

Como especifica la definición, la omnipotencia se caracteriza por pensar y creer firmemente que uno puede con todo.

No importa lo que la vida nos depare, ni las dificultades que nos pongan la zancadilla, «yo puedo», así que, ¿para qué preocuparme?

Es más, ni siquiera pasa por nuestra imaginación pensar que no vayamos a ser capaces de salir siempre airosos.

Hasta que comienzan a aparecer las consecuencias de esa creencia. Puede que al principio tímidamente con síntomas que, por lo general, pasan desapercibidos y a los que más adelante diréctamente ignoramos.

Cansancio, estrés, angustia y en especial, mucha rabia.

¿Contra quién? Contra nosotr@s mism@s, contra la vida, contra «el culpable» de turno. Tristemente somos incapaces de darnos cuenta de que quién dice siempre sí, somos nosotr@s mism@s.

Como siempre en la vida, es más fácil culpar a otro de nuestras desgracias que reconocer y darnos cuenta de que quién decide siempre es uno mismo, nadie más.

El término omnipotencia generalmente se asocia a Dios, el que todo lo puede. ¿Será que en nuestra estúpida arrogancia estamos convencidos de que somos dioses?

Probablemente sí.

Es habitual observar este comportamiento en los niños y en los adolescentes en especial. En el caso de los niños éstos van aprendiendo, a medida que crecen, que existen límites que les indican que su poder no es infinito, que existen topes, gracias a ello se van formando y preparando para enfrentar la vida.

En la adolescencia el aprendizaje, muchas veces, se realiza a golpes. La vida o el otro les detienen (menos mal!)

Pero, ¿que pasa cuándo la lección no se aprendió?

La temeridad y la enorme dificultad para decir que no, constituyen dos de las consecuencias más frecuentes.

Si digo que no quizás piense de manera inconsciente que no puedo, y eso, por supuesto, es inadmisible.

La incapacidad para negarse ante cualquier cosa está ligada a una convicción profunda de creer y pensar que yo solo puedo asumir lo que venga, entonces si digo que no a alguien significaría que soy débil, que no puedo. «Yo me basto y me sobro» reza el dicho popular.

Si éste es el caso, es lógico que jamás necesite a otro, ¿para qué?

Con frecuencia nos encontramos frente a personas de 30, 40, 50 y hasta 80 años, que siguen con ese sentimiento de omnipotencia intacto. Quizás se trate de individuos que han tenido mucha suerte en la vida y en apariencia su experiencia les ha demostrado que es verdad, que son omnipotentes.

Pero, la realidad les termina por demostrar que están equivocados.

Ay! el batacazo cuando se dan cuenta de que no es así es enorme.

Entonces aparece la rabia o se deprimen. Recordemos que rabia y depresión son las dos caras de una misma moneda.

Estas personas se encuentran ante una disyuntiva: si siempre he podido con todo, ¿por qué ahora no es así? La disonancia cognitiva está servida.

Es verdad que no entienden el porqué.

Suele suceder que un hecho o una situación en concreto les haga abrir los ojos… o no.

Si en este punto no dan el salto hacia la consciencia y se dan cuenta de que su funcionamiento infantil les ha conducido a esa situación, se les va a hacer aún más difícil el camino porque estarán cada vez más ciegos.

Recordemos que no hay que confundir la valentía con la temeridad. En el primer caso se conocen de antemano las consecuencias que trae una actuación, y aún sabiéndolo, se actúa. En el segundo caso se enfrentan al peligro ciegamente sin contemplar las consecuencias que pueden acarrear su enfrentamiento.

Están convencidos de que van a salir ilesos porque siempre ha sido de esa manera.

«Crecer duele». Aceptar que no se puede con todo y de que siempre se necesita a otro, les hace vulnerables.

El antídoto para neutralizar esta dolencia es una buena dosis de humildad.

Reconocer que nuestro cuerpo tiene límites y que es indispensable escucharlos y respetarlos, impedirá continuar actuando en un registro omnipotente a la hora de enfrentar las obligaciones y los avatares de la vida.

La humildad también nos enseña que necesitamos de otro y, que no por eso somos menos fuertes.

Para conseguir superar este funcionamiento infantil, aprendamos a decir que no, sabiendo que hay cosas que no podemos asumir porque tenemos límites. Cuando se aceptan la propia fragilidad y la propia vulnerabilidad, nos humanizamos, y, gracias a este proceso se va curando la omnipotencia.

En mi próximo artículo hablaré sobre la crueldad.

(Imagen: www.dfjr.blogspot.com)

La necesidad de tener un sueño

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Por Clara Olivares

¿Qué hace que nos levantemos de la cama cada mañana?

Tod@s tenemos un aliciente que nos mueve a levantarnos. Quizás sino lo tuviéramos nuestra vida no tendría ningún sentido.

¿Para qué vivir? ¿Para qué esforzarnos?

Puede ser por otra persona, por un negocio, por unos hij@s, etc. o simplemente para no caer en la desesperación.

Tener un sueño, aunque sea el de seguir vivo, le confiere un sentido a nuestra vida. No importa su magnitud, lo importante es que es NUESTRO sueño y gracias a él nos aferramos a la vida.

Los sueños no suelen permanecer inmutables. Cada edad genera uno distinto; no es el mismo cuando tenemos 15 años que el que tendremos en nuestra vejez.

Creo que el ímpetu que nos brinda está alimentado nuestra ansia de vivir. Entre mayor sea el deseo que nos despierta así será la energía que invertiremos en conseguirlo.

¿Con qué fin? nos preguntaríamos. Aparte de ser una motivación para levantarnos cada mañana (¡que no es poco!) puede llegar a convertirse en la razón de vivir.

Aunque parezca obvio, no para tod@s nosotros éste representa un aliciente suficiente.

Muchas veces nos encontramos sumidos en un proyecto de vida que no era precisamente el que soñábamos.

«La necesidad tiene cara de perro», dicen en mi tierra. Quizás nos vimos abocados a aceptar un trabajo equis, o, a asumir el cuidado de otra persona, etcétera. La vida a veces toma caminos insospechados.

Pero pienso que, independientemente de lo que nos ha tocado asumir, no debemos abandonar esa llamita que permanece en nuestro interior.

Cierto es que, a veces, se apaga o pensamos que ha desaparecido. Pero, felizmente, no es así.

Todos tuvimos un sueño en algún momento de nuestra vida. Démonos la licencia para volverlo a encontrarescuchemos al corazón, él nos volverá a decir qué es aquello que deseamos.

Puede que ese sueño en concreto ya no esté vigente. Entonces, reinventémonos.

Con los sueños a veces sucede lo mismo que con las utopías: generalmente no llegan a cumplirse, pero todo su valor radica en que marcan una dirección a seguir. Y, esto, no es ninguna tontería.

Os propongo hacer el ejercicio de estar un rato en silencio para volver a escuchar la llamada de nuestro sueño.

Lo más seguro es que al hacerlo descubramos que las decisiones que tomamos estaban en consonancia con lo que deseábamos. Lo que nos motivó a seguir por tal o cual camino, probablemente era una razón de peso.

Dudo mucho que hayamos hecho lo contrario. Pero, si es así, tampoco importa: ¡volvamos a soñar!

En mi próximo artículo hablaré sobre la depresión.

(Imagen: www.xn-quesignificasoarcon-83b.blogspot-com)

 

La renuncia

 

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Por Clara Olivares

«La renuncia es el acto jurídico unilateral por el cual el titular de un derecho abdica al mismo, sin beneficiario determinado». Wikipedia.

Esta definición desde el punto de vista jurídico, creo que aclara muy bien el término.

Hace referencia al acto de dejar de ser beneficiario de algo, sin explicar las razones que han llevado a ello.

Me atrevería a afirmar que son dos las circunstancias en las que una renuncia tiene lugar: la que viene dada por una decisión personal sin hechos precedentes que la motiven; y, la que un sinnúmero de circunstancias han llevado a ella.

En el primer caso, se decide abstenerse de algo, un privilegio, una relación, dinero, una herencia, etc. por múltiples razones de índole personal.

En el segundo caso, la cosa es más compleja.

Me explico. En algunas ocasiones un ser humano se haya en una situación en la que pierde cosas… salud, justicia, bienes, y se encuentra ante la realidad que constata esa pérdida.

Como dirían es España: ¿y eso cómo se come?

La primera reacción, por lo general, es que se niegue la evidencia. Máxime cuando esa pérdida representa una parte importante de nuestra identidad.

La negación no hace que el hecho desaparezca mágicamente, ¡ojalá!

Pasada esta fase, la cruda realidad continua estando presente, y, ésta, no la podemos seguir negando. Sería como intentar tapar el sol con las manos: es imposible.

Esta constatación da paso a una época de luto. Sí, me parece que es muy importante autorizarnos a vivir el dolor que nos causa la desaparición de eso que tuvimos y ya no está.

Seguramente nos provocará mucha rabia en un principio, luego vendrá la necesidad de llorar la pérdida. Es necesario y sano hacerlo.

No podemos desvincular a nuestro corazón de nuestra vida. Lo que sentimos está ahí.

Otra cosa es que lo podamos escuchar…

Llegados a este punto, nos encontramos ante dos caminos: seguimos furiosos con la vida y nos amargamos, o, aceptamos la situación.

No es fácil, que duda cabe, pero no tenemos alternativa si decidimos que no nos queremos amargar.

Imagino que a ésto se le llama madurez.

Se requiere una gran dósis de humildad… supone un bofetón para la omnipotencia. Finalmente comprobamos que no podemos con todo, la VIDA no se puede controlar.

En mi próximo artículo hablaré sobre la necesidad de tener un sueño en la vida.

(Imagen: www.mipequeniograndiario.blogspot.com)

Los mecanismos de defensa

 www.visionpsicologica.blogspot.com

Por Clara Olivares

Durante décadas los mecanismos de defensa se han percibido como algo negativo que es necesario desactivar.

Las terapias cuyo único objetivo es abolirlos pueden llegar a causar mucho daño ya que dejan al sujeto desamparado, es decir, le despojan de las muletas que le ayudan a enfrentar su vida cotidiana, aunque éstas no sean las ideales.

Darse cuenta de cuales son los mecanismos que utilizamos, no significa en ningún momento erradicarlos sin más. Antes es necesario asegurarse de que la persona ha construido un soporte identitario en el cual apoyarse para enfrentar la vida.

Hasta que no se haya construido otra forma más sana de relacionarse con los otros y con el mundo, es poco recomendable dejar desnudo psíquicamente al individuo. Si no se le ha dotado de unos mecanismos útiles para enfrentarse al mundo, es un acto de irresponsabilidad despojarle del único recurso que posee.

Descubrir de manera consciente cuales son los mecanismos que utilizamos, sólo será posible en la medida en que seamos capaces de reconocer y de asumir las actuaciones que ponemos en marcha cuando la vida nos coloca ante una dificultad.

En otras palabras, lo que percibiremos de nuestra propia realidad serán únicamente aquellos aspectos que somos capaces de ver.

En numerosas ocasiones ésta nos desborda ya que su dureza la hace inasumible.

¿Significa ésto que somos unos inútiles gestionando nuestras particularidades para conseguir la ansiada madurez? No necesariamente.

El nombre más adecuado para designar a estos mecanismos sería «mecanismos de supervivencia» más que de defensa. Quizás si no hubiéramos recurrido a ellos no habríamos preservado a nuestra psiquis de la locura.

Gracias a ellos mantuvimos un anclaje en la realidad, sin su ayuda, probablemente nos hubiéramos adentrado en un mundo del que quizás no podríamos regresar.

Ver nuestra realidad directa y claramente no siempre es posible.

¿Cómo ser consciente de que siento tanto dolor, o, de que soy víctima de tanto maltrato, o, de tanto abandono, o, de tanto abuso?¿Cómo hacer para seguir soportando esa realidad sin desear morir?

Son numerosas las situaciones en las que la única alternativa que tiene una persona es la de desaparecer (física, emocional o psíquicamente).

Felizmente la psiquis despliega unos mecanismos que preservan al individuo y le ayudan a hacer soportable su realidad.

Es como si de forma inconsciente la mente tuviera que escoger entre morir (física o psíquicamente) o recurrir a una herramienta que distorsione la realidad pero le preserve la vida.

Una vez que la situación de peligro ha desaparecido, bien porque ésta ha cesado, o bien porque ya no se está en ese entorno, o porque se ha buscado ayuda; el primer paso es asumir las propias actuaciones, luego hacerse responsable de ellas y por último decidir si se desea o no modificarlas.

Evidentemente existen grados de gravedad. No es lo mismo olvidar el cumpleaños de un conocido a olvidar una violación sufrida.

Son numerosos los mecanismos de defensa que utilizamos. Desarrollamos aquellos que nos permiten sobrellevar las frustraciones y las amenazas que nos circundan.

Evidentemente, es el inconsciente quien se encarga de activarlos. El ejercicio de cada persona es el de llevar esos mecanismos inconscientes a la consciencia. Sólo en la medida en que alguien ejercita la introspección conseguirá el éxito en esta tarea.

He escogido cuatro de ellos, ya que me parecen que son los que la mayoría de nosotros utilizamos.

  1. 1.    Disociación: se refiere al mecanismo mediante el cual el inconsciente nos hace olvidar enérgicamente eventos o pensamientos que serían dolorosos si se les permitiese acceder a nuestro pensamiento consciente. Ejemplo: olvidarnos del cumpleaños de antiguas parejas, fechas, etc.
  2. 2.    Negación: se denomina así al fenómeno mediante el cual el individuo trata factores obvios de la realidad como si no existieran. Ejemplo: cuando una persona pierde a un familiar muy querido, como por ejemplo su madre, y se niega a aceptar que ella ya ha muerto y se convence a sí mismo de que sólo está de viaje u otra excusa.
  3. 3.    Proyección: es el mecanismo por el cual sentimientos o ideas dolorosas son proyectadas hacia otras personas o cosas cercanas pero que el individuo siente ajenas y que no tienen nada que ver con él.
  4. Racionalización: es la sustitución de una razón inaceptable pero real, por otra aceptable. Ejemplo: un estudiante no afronta que no desea estudiar para el examen. Así decide que uno debe relajarse para los exámenes, lo cual justifica que se vaya al cine a ver una película cuando debería estar estudiando.

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Estos mecanismo son muletas que ayudan a hacerle frente a la realidad. Cuando llegan a convertirse en elementos que perjudican a quien los utiliza, entonces ha llegado el momento de cambiarlos por otros que no sean limitantes para el individuo.

Finalmente el objetivo que se desea alcanzar es relacionarse con los otros y con el mundo sin causar daño.

Lo que quiero decir es que estos mecanismos cumplen una función, generalmente de preservación. Todos los recursos que desplegamos en determinado momento de nuestra vida, no son un acto caprichoso; tienen una razón de ser, lo importante es descubrir cuál es.

Me gustaría dedicarle un espacio especial a la sublimación.

Un proceso psíquico algo diferente, aunque suela confundírsele erróneamente con los mecanismos de la defensa psíquica, constituye la sublimación. Aquí el impulso es canalizado a un nuevo y más aceptable destino. Se dice que la pulsión se sublima en la medida en que es derivada a un nuevo fin, no sexual, y busca realizarse en objetos socialmente valorados, principalmente la actividad artística y la investigación intelectual. Ejemplo: el deseo de un niño de exhibirse puede sublimarse en una carrera vocacional por el teatro.

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Como bien reza su definición se utiliza esa energía para convertirla en algo más productivo para el individuo y quienes le rodean.

Parece que todos nuestros actos creativos se apoyan sobre este mecanismo. Cualquier manifestación de la creatividad en cualquier terreno: el lenguaje, el artístico, e incluso la solución que alguien encuentra para un problema es de origen creativo.

Si no sublimáramos toda la rabia, la frustración y la impotencia que nos causa la vida, probablemente nos convertiríamos en seres muy destructivos.

Al sublimar estamos alimentando la creatividad, y, ésta es una opción mucho más sana y constructiva.

En mi próximo artículo hablaré sobre los pervers@s.

(Imagen: www.visionpsicologicablogspot.com)