(Por Clara Olivares)
Como diría la Biblia: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra».
¿Cuántos de nosotros no hemos utilizado ésta estrategia para conseguir lo que queremos?
Como decía en mi artículo de la semana pasada, decir que no sería faltar a la verdad.
Pero primero recordemos en qué consiste la manipulación: es utilizar a otros, (sin que ellos se den cuenta, por supuesto) para conseguir nuestros objetivos o para satisfacer nuestros deseos.
Nos valemos de distintas formas para ver satisfecho nuestro anhelo: desde desplegar una amplia sonrisa al tendero para que nos sirva su mejor pieza, hasta conseguir que el otro firme un acuerdo que en un principio rechazaba.
Por lo general, nos valemos siempre de las mismas maneras para llevar a cabo la manipulación: las mentiras o la seducción. En los casos que se está más cerca de la perversión que de la normalidad, ya hablamos de coacción o de amenazas. Pero ese es otro tema!
Las ventas y la publicidad están apoyadas en esta estrategia. Muchas veces nos hemos visto comprando algo que no necesitábamos, preguntándonos cuando llegamos a casa qué fue lo que nos llevó a tirar ese dinero de forma tan tonta!
Sobra decir, que los medios de comunicación son los reyes cuando de esta estrategia se trata.
Pero me estoy desviando del tema.
Lo que hace que esta estrategia resulte tan odiosa, es que nos sentimos utilizados, y esto, ya lo sabemos, genera muchísima rabia y resentimiento.
Es como si nos metieran un gol y no nos hayamos enterado de cómo ni dónde. La cara de tontos que se nos pone refleja a la perfección cómo nos estamos sintiendo.
Con este tema no puedo dejar de hablar de las personas pasivo-agresivas.
Ellas constituyen la élite de la manipulación. La película de Woody Allen «Anything Else», retrata a una pasivo-agresiva-perversona, de libro.
Su objetivo es el de controlar y/o dominar las respuestas y/o los comportamientos del otro en su propio beneficio.
Suele tratarse de personas, o bien, con una herida narcisista importante, o que sufren de un egoísmo pasmoso.
Como muchas de las cosas que hacemos en nuestra vida, actuamos así de forma consciente o inconsciente.
Creo que la imagen que mejor refleja a este tipo de persona es un titiritero. Es él quien dirige y maneja los movimientos de la marioneta (el otro) a través de los hilos que la sustentan.
De ahí sale la expresión popular «moviendo los hilos».
¿Cómo identificamos a un pasivo-agresivo?
A través de funcionamientos como, por ejemplo, la ambigüedad en su forma de hablar. Nunca se posiciona abiertamente ante nada ni ante nadie, o, nunca termina una frase que pueda comprometerle.
También con un «se me olvidó«, o, culpando a otro de su propio error, o, mostrando una ineficacia de forma intencionada: con suerte lo «hace tan mal» que no se lo volverán a pedir, o, tardando un siglo en arreglarse para la fiesta a la cual no deseaba ir, o, utilizando los sarcasmos, por poner varios ejemplos.
El punto central es que no expresa de manera abierta su hostilidad o su enfado y lo desvía para que no «parezca» jamás que está furios@, o, que no desea hacer algo, o, que no le gusta alguien. Disfraza su furia, para que ésta pase desapercibida.
Ya hemos visto que bonito no es y que, además, genera mucha agresividad en el otro.
Con el tiempo, acaba destruyendo las relaciones. Se ha acumulado tanto que ya no es posible una vuelta atrás.
¿Y cómo se puede salir de ese funcionamiento?
Renunciando a los beneficios que éste genera en primera instancia, y en segunda instancia, aprendiendo a pedir las cosas que necesita, desea o quiere de forma clara y directa, en otras palabras, adoptando una posición frente a la vida.
Si es el otro es que funciona así, la forma en que se corta de raíz su juego es destapándolo, es decir, mostrándole directamente qué es lo que está haciendo.
En mi artículo de la semana que viene hablaré del « El cuerpo, ese gran desconocido».
(Imagen: eumlugarosul.blogspot.com)