Cuando no se quiere ver (…o no se puede)

 

Gafas

Por Clara Olivares

El hecho de no ver lo que sucede a nuestro alrededor, o lo que hacemos sin enterarnos jamás de ello, suele observarse frecuentemente en dos situaciones muy diferentes entre sí.

En ambos casos, la ceguera es selectiva, aunque la raíz de la que nace es muy distinta.

En un lado está el que no quiere ver y en el otro está el que no puede hacerlo.

Hablaré en primer término del caso de la persona que no quiere ver.

Como reza el dicho popular: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Una muestra de este tipo de ceguera la ilustra muy bien la película de Stanley Kubrick, “Eyes wide shut”, en la que la pareja protagonista no quiere ver cómo se encuentra su propia relación, ni lo que sucede en su entorno.

Se ve únicamente aquello que conviene ver, es decir, únicamente se ven aquellas cosas que están dentro de su propia “zona de confort”, como dirían los actores. Si se sale de ella, se vería ante la tesitura de tener que cambiar algo en sí mismo/a, como por ejemplo, asumir su propia responsabilidad. Luego, es mucho mejor para esa persona no enterarse de lo que pasa, por si acaso.

Probablemente el miedo que siente es tan grande que es mejor continuar escudada en la negación y así no arriesga nada.

Claro, esta actitud puede librar a la persona de un cuestionamiento personal, pero sólo por un rato. El problema vendrá cuando la situación le estalle en la cara. Y lo que generalmente termina pasando, es que, efectivamente, le estalla.

De manera más o menos inconsciente, la persona sopesa la situación y analiza las consecuencias que le acarrearía ver. Si éstas son muy “caras”, es decir, si tuviera que hacer un esfuerzo para cambiar y ser consecuente, es preferible que sigan estando en la zona invisible.

Una de las consecuencias, por no decir LA CONSECUENCIA, es que esa persona se queda sola. Con su ceguera poco a poco se va aislando, y, termina por estar completamente sola.

El miedo es el que le impide enfrentar las situaciones. Y, en palabras de una colega, tanto el cobarde como el valiente tienen mucho miedo, la diferencia es que el valiente, a pesar del miedo, actúa, en tanto que el cobarde se queda inmóvil. Uno pensaría que el valiente no siente miedo, que si bien es una idea que está muy arraigada, está bastante alejada de la realidad.

El otro caso es el de la persona que no puede ver.

No puede hacerlo porque lo que está en juego es su salud mental, en otras palabras, su supervivencia psíquica.

Desafortunadamente, hay numerosos casos en los cuales la situación del entorno rebasa los cortafuegos que esa persona, de manera inconsciente, pone en juego y termina por perder todo el contacto con la realidad.

El mecanismo de defensa de la negación ayuda a que se pueda soportar el sufrimiento y el dolor que traería ver su propia realidad.

Tenemos ejemplos espeluznantes de este tipo, como el caso de matrimonios en los que el hombre viola a su hija y la mujer “no sabe nada”, o el del señor vienés que secuestró, encerró y violó a su hija con la que tuvo varias hijas, y su mujer jamás “supo nada”.

La realidad es tan atroz que se opta de forma inconsciente por no ver lo que está sucediendo.

En estos casos la negación viene a ser el mecanismo que le permite su supervivencia psíquica. Como ya lo dije en otro artículo, los mecanismos de defensa protegen, y, es sólo cuando la persona ya no necesita protegerse que ésta puede ver.

A continuación me parece oportuno introducir la definición de este mecanismo así como los casos en que este mecanismo se utiliza:

Para Lazarus la negación es adaptativa cuando: (1) No puede hacerse nada constructivo para vencer el daño o la amenaza, (2) Existe negación de implicación y no de hecho (por ejemplo se acepta que se tiene cáncer, aunque no que signifique sentencia de muerte) y (3) Permite reducir el nivel de activación y ser más eficiente en las soluciones.

La negación propiamente dicha, que sería un mecanismo de defensa ‘inmaduro’ por el que la persona reprime contenidos inconscientes o preconscientes desagradables o dolorosos. No es una decisión consciente de ‘posponer’ las cosas – como en la supresión- sino que éstas quedan bloqueadas en el inconsciente y se vive ajena a ellas.

Durán Pérez, Teresa et al. Muerte y Desaparición Forzada en la Araucanía: Una Aproximación Étnica KO’AGA ROÑE’ETA se.x (2000) http://www.derechos.org/koaga/x/mapuches/

Como señalo más arriba, este mecanismo preserva al sujeto de consecuencias devastadoras, como la locura, por ejemplo, en donde la realidad es inasumible.

Hay quien opina que todas las personas utilizamos la negación en nuestra cotidianeidad. No estoy muy segura de esta afirmación, simplemente creo que aprendemos a ser selectivos. Entre más conscientes seamos, más cuenta nos daremos de las cosas que nuestra psíquis considera importantes y nos será más fácill desechar aquellas que han dejado de serlo.

Imagino que existirán seres humanos extraordinarios que abarcan muchas más cosas de manera consciente, pero creo que para las personas corrientes ser absolutamente conscientes de todo, es imposible.

En mi próximo artículo hablaré sobre el sarcasmo.

 

(Imagen: www.platenesigloxxi.com )

El despilfarro

www.periodistadigital.com

Por Clara Olivares

¿Qué hace que una persona sea despilfarradora?

Como en tantas otras cosas, existe un componente biológico y otro psicológico.

Parece ser que el “núcleo accumbens” tiene mucho que ver en eso. Son un grupo de neuronas del encéfalo que tienen una función importante en el placer.

Este núcleo recibe información de diferentes centros emocionales y de la actividad motora. Es el encargado de “analizar” esta información y favorecer o no la repetición de una experiencia.

Es decir, que el aprendizaje se afianza gracias a este núcleo. Afectivamente, existen experiencias vitales positivas, negativas y neutras. La función de este núcleo favorece las experiencias positivas, es decir, preserva las que han generado un estado positivo.

Lo que vendría a hacer sería recompensar estas experiencias, ya que la secreción de dopamina se incrementa, y este neurotransmisor es el responsable del placer.

Hasta aquí, muy bien. Pero ¿que hacemos cuando a lo biológico se le une lo psicológico?

Y en este punto es cuando “la puerquita torció el rabo” (dicho popular colombiano para expresar que a partir de este momento la cosa de complica).

Puede que a través de ese comportamiento estemos llenando un vacío interno, como por ejemplo, la búsqueda de aprobación o la necesidad de reconocimiento, entre otros. O simplemente despilfarremos para acallar la angustia.

¿Por qué necesitamos llenarnos de cosas?

En algunos casos he observado una “compulsión” por comprar, aunque no lo necesitemos.

No hay que olvidar así mismo, que estamos inmersos en una sociedad de consumo que nos bombardea constantemente con un solo mensaje: COMPRA.

Y tenemos que hacer un esfuerzo para no caer en esa dinámica.

Hace poco vi un documental en el que un periodista deseaba averiguar en qué gastaban su dinero los multimillonarios. El programa se centraba en la comida, así que entrevistaban a un chef que cocinaba para ellos. Lo que más me llamó la atención era que este hombre decía que lo que buscaban últimamente era “tener la experiencia”.

Poco importaba lo que costara la exclusividad, la clave estaba en ser ellos los primeros en degustarla. Así, el chef buscaba por todo el mundo alimentos raros, como por ejemplo, un grano de café que un animal que vivía en una selva se lo tragaba, lo digería y buscando en sus excrementos lo encontraban, lo limpiaban y preparaban con él un café que estas personas degustaban.

¡No hablemos del precio de una taza!

El despilfarro de dinero me dejó sin habla. ¿Por qué unos poquísimos privilegiados dilapidaban esas sumas?

Pienso que el vacío interior debe ser enorme. Quizás necesiten realizar esas extravagancias para sentirse vivos.

Y me pregunto: ¿dónde está el límite? ¿Alguien lo marca? ¿Por qué se acepta? ¿Por qué existe un público para ello?

Creo que sucede lo mismo con las “snuff movies”. No creo que el “todo vale” para encontrar placer sea válido.

¿Qué nos está pasando que hemos perdido por completo el norte?

Pongo los ejemplos más extremos, pero a un nivel más cercano me atrevería a afirmar que, en mayor o en menor medida, nosotros también podríamos adolecer del mismo mal.

En mi próximo artículo hablaré sobre “darse permiso para”.

(Imagen: www.periodistadigital.com )

 

 

Los secretos

elblogderamon.com

 

Por Clara Olivares

¡Qué difícil resulta cargar con un secreto!

Lo que es cierto es que todos tenemos uno o varios. Los hay inconfesables y los hay menos graves.

El punto importante a tener en cuenta es la implicación que tendría para otras personas el hecho de que éste se conociera.

Y el drama es precisamente ese porque siempre afecta a otrospor esa razón es un secreto.

Resulta primordial que no se sepa.

Cuántas películas se han hecho y cuántos libros se han escrito teniendo este tema como argumento.

Los secretos son algo oculto.

Y lo está, porque sino fuera de esa manera afectaría relaciones, familias, empresas, etc.

El secreto es excluyente por el hecho mismo de serlo. Así, se crean dos grupos excluyentes entre sí: los que lo conocen y los que no.

¿Cómo determinamos el punto que separa a los dos grupos?

Podría entrar en una disgregación inacabable sobre este punto, pero mi objetivo no es ese.

Pienso que la clave radica en calibrar muy bien las consecuencias que acarrearía desvelarlo.

Muchos chantajes se han hecho amenazando con hacer pública una información.

Pero, a veces, no es necesario llegar hasta esos extremos.

Compartimos un secreto con otro cuando confiamos en esa persona. Le damos un voto de confianza que esperamos, sepa corresponder con la misma moneda.

Pero, en ocasiones no resulta ser así. Cierto es que cuando confiamos un secreto estamos involucrando a esa persona en el grupo que lo separa de «los que no lo conocen», y, además, le cargamos con un peso al no poder revelarlo.

Porque si fuera de dominio público no sería un secreto, evidentemente.

Cuando contamos un secreto que nos habían confiado estaríamos traicionando la confianza que ese alguien depositó en nosotros. Algo que pertenecía a lo privado lo hemos convertido en público.

Muchas veces confiamos en alguien que creemos que merece nuestra confianza y, no es verdad. Porque hay personas que son incapaces de guardar un secreto, o, simplemente en su cabeza no tienen establecida la frontera que marca los límites entre lo privado y lo público.

No tienen interiorizada la noción de límite. Es como si al contar las intimidades de otra persona se valorizaran ante los ojos de quienes les escuchan.

Sus necesidades de reconocimiento, valoración y de inclusión son tan grandes que no se paran a pensar si lo que están contando es correcto o no lo es.

Quizás crean que es algo banal y por eso lo cuentan. Pero lo peligroso de esa actuación es que no piensan en ningún momento si para quien les confió el secreto no era algo banal.

La falta de consciencia de esos límites es muy dañina.

Existe la creencia tácita de que hay cosas que no se cuentan fuera de los entornos íntimos como son la pareja, la familia y la amistad.

Pero desafortunadamente hay personas que cuentan todo lo que sucede en cualquier entorno. No son capaces de discernir entre qué se puede contar y qué no.

O, también es cierto que quienes son conscientes de que les resulta imposible guardar un secreto optan por advertírselo a sus allegados. Detalle que es de agradecer.

Para terminar cito a William Le Pen: «Es sabio no hablar de un secreto; y honesto no mencionarlo siquiera.»

En mi próximo artículo hablaré sobre las relaciones virtuales.

 

(Imagen: elblogderamon.com )

 

La fidelidad

www.leynatural.es

Por Clara Olivares

Como muestra la imagen, el perro es el icono de la fidelidad por antonomasia.

¿Cómo se ganó esta fama? Quizás porque a pesar de todo aquello por lo que pueda pasar su amo, permanece a su lado.

Ser fiel es «seguir ahí» en las buenas y en las malas. Por esa misma razón, me llaman la atención los votos que hacen los recién casados: «en la salud y en la enfermedad». Son las mismas promesas que se realizan ante lo ojos de un dios o ante los de un juez.

Alguien que se compromete a cumplir sus promesas, lo hace tomando la decisión HOY sin saber qué derroteros seguirá su vida en el futuro incierto.

No obstante, lo hace de manera lúcida y libre. De hecho la ley contempla la reducción de una condena, si el delito se ha cometido bajo coacción.

Quien es fiel cumple sus promesas a pesar de los cambios que sufrirán sus ideas, convicciones y sentimientos. ¿Esto no es uno poco soberbio? Yo pienso que se trata más de una elección inconsciente.

Me parece que quizás se relaciona más con la omnipotencia (yo puedo con todo) que con cualquier otra cosa.

Es este sentimiento, tan juvenil, de estar convencidos de que es posible hacer no importa qué, el responsable, quizás, de nuestra inconsciencia. Tampoco olvidemos que es gracias a ella que nos hemos atrevido a hacer muchas cosas.

En la medida que envejecemos aprendemos a ser más cautos, menos mal!

La palabra fidelidad proviene del latín fidelitas que significa «servir a un dios».

Cierto es que existen muchos dioses: el dinero, la fama o el poder, entre otros.

Según la definición que ofrece Wikipedia la fidelidad implica «…una conexión verdadera con una fuente».

 Por eso creo que resulta muy difícil mantener una promesa con el paso del tiempo, o no…

Eso en el caso de un sólo individuo. Pero, ¿que pasa cuando se trata de la fidelidad a un grupo? Por ejemplo, ¿a la familia? Por fidelidad a ella se llegan a hacer grandes sacrificios personales.

Nos quedaríamos sorprendidos de lo que es capaz de sacrificar un ser humano (en especial un niño) por su familia. Llegaría incluso a comprometer su salud mental para salvar al grupo.

Así, la afirmación de que la fidelidad es una virtud cobra mucho sentido.

En este punto me gustaría matizar. Creo que gran parte de lo que significa ser fiel está en consonancia con lo que cada uno es realmente, es decir, para poder ser fiel a algo o a alguien es necesario, en primer lugar, ser honestos con nosotros mismos y saber a que dios es al que servimos.

Como todo en esta vida, nada permanece inamovible, la vida es movimiento.

Las actuaciones que tuvimos en un momento equis de nuestra existencia, felizmente, con la edad y la madurez, las abandonamos y las modificamos.

Quizás no fuímos fieles a algo o a alguien por un sinnúmero de circunstancias.

Probablemente, nuestras creencias y las maniobras inconscientes que se ponían en juego, estén relacionadas con la propia historia personal, así como las estrategias de supervivencia a las que recurrimos para ser aceptados o, simplemente, incluidos en un grupo social.

Seguramente estos comportamientos no fueron los más correctos ni los más deseables, lo importante es que algún día descubramos la razón de nuestras actuaciones.

Valdría la pena averiguar qué parte de nosotros mismos se estaba jugando cuando apostábamos por esta maniobra: ¿buscar la valoración? ¿conseguir una identidad? ¿Demostrarnos algo a nosotros mismos, o al grupo?

 Dejando al margen estas preguntas, el concepto de fidelidad otorga especial atención al deber, en otras palabras, a hacer lo correcto.

O, por lo menos, tener el deseo (o la virtud) de cumplir las promesas hechas.

Creo que en la actualidad este concepto se ha banalizado y se ha manoseado enormemente.

Si no, escuchemos las promesas que hacen los políticos en el momento de conseguir más votos, o, cuando alguien desaprensivo antepone siempre sus intereses personales para satisfacer sus deseos a cualquier precio.

 Desafortunadamente, parece que la sociedad actual premia estas conductas.

 Y cada uno de nosotros ¿es fiel a sí mism@?

¡Elegir esta senda no es un camino de rosas!

En mi próximo artículo hablaré sobre la superstición.

(Imagen:www.leynatural.es)

La honestidad

www.reflexionesdiarias.wordpress.com

Por Clara Olivares

La honestidad (De latín honestĭtas, -ātis1 ) o también llamado honradez, es el valor de decir la verdad, ser decente, recatado, razonable, justo y honrado. Desde un punto de vista filosófico es una cualidad humana que consiste en actuar de acuerdo como se piensa y se siente. Se refiere a la cualidad con la cual se designa a aquella persona que se muestra, tanto en su obrar como en su manera de pensar, como justa, recta e íntegra. Quien obra con honradez se caracterizará por la rectitud de ánimo, integridad con la cual procede en todo en lo que actúa, respetando por sobre todas las cosas las normas que se consideran como correctas y adecuadas en la comunidad en la cual vive.

Wikipedia

 

En otras palabras, ser consecuente.

Y en la mayoría de las ocasiones no lo conseguimos

Fácil no resulta, ni mucho menos. Lo importante es no cejar en nuestro empeño.

 Se supone que una persona madura es aquella en la que su manera de pensar, sentir y actuar es la misma.

 Como reza el dicho: «obras son amores y no buenas razones«. Ya lo he dicho en otros artículos, las palabras se las lleva el viento, lo que cuenta y queda son los hechos.

Si conseguimos llegar a ser consecuentes y demostrar con hechos aquello que es lo correcto hacer, ya tenemos ganada la partida.

Otro tema es lo que nuestro corazón siente.

A veces, lo que deseamos hacer no es lo más adecuado ni lo más correcto.

Entonces, ¿seguimos el dictado de nuestro deseo, o no lo hacemos?

 Este es el eterno dilema que se nos plantea.

Seguramente, todos nos hemos encontrado alguna vez en esa tesitura. ¿Qué hacer?

Personalmente, yo he seguido las indicaciones de mi corazón, y, me atrevería a decir que, siempre esta decisión me ha dejado en paz conmigo misma.

Imagino que cada persona tomará una decisión en función de la escala de valores que rija su vida. La cual no tiene que coincidir necesariamente con la nuestra.

Me parece que la honestidad la debemos aplicar, en primera instancia, con nosotros mismos. Dejemos de contarnos historias que tomamos como reales cuando no lo son.

 Intentemos decir la verdad, aunque nos cueste. Pero también es cierto que también tenemos que ser muy ciudadosos para no dañar con nuestras palabras.

Es todo un arte, y como tal, requiere de un equilibrio para sopesar todas las variables y elegir aquella que es la más adecuada.

Para Confucio, la honestidad era uno de los valores y uno de los componentes de una personalidad saludable.

Esto implica un compromiso interno para respetar la verdad.

Así mismo, seremos bondadosos al no anteponer nuestro propio interés al de otros. Es decir, prevalecerá lo que es justo.

En mi próximo artículo hablaré sobre la fidelidad.

(Imagen: wwwr.reflexionesdiarias.wordpress.com)

 

Etapas del amor

www.consciusconsumemetwork.tv

(Por Clara Olivares)

Cuando estaba en el colegio, al finalizar un curso se puso de moda pedirle a las compañeras de clase que nos escribieran algo en un cuaderno a modo de recuerdo.

Se me quedó grabado en la memoria uno de estos escritos: «todo amor implica sufrimiento, si no quieres sufrir, no ames. Pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?»

Ahora, de mayor, encuentro que estas palabras son mucho más que una simple máxima.

Amar es lo que le puede dar algún sentido a nuestra vida. Amar, no sólamente en pareja sino en todos los demás ámbitos de nuestra vida.

Como colofón a mis últimos artículos sobre el amor, hablaré sobre sus fases y sobre los puntos débiles que suele tener cada tipo.

Todos los amores, de pareja y/o amigos, atraviesan exactamente los mismos períodos: pasión o enamoramiento, desilusión y aceptación.

Durante la fase de pasión, «tenemos estrellitas en los ojos». Todo aquello que hace o dice la persona amada (o el amigo) es genial. No le encontramos defectos (y si los tiene, no los vemos) ni le hacemos ninguna crítica.

Sexualmente no descansamos (ni es nuestro deseo hacerlo). Pero como todo en esta vida, la pasión se acaba. Como sucede con el alka-seltzer, la efervescencia termina…

Y es en la fase de desilusión cuando muchas relaciones se rompen. A ambas personas se les «caen las escamas de los ojos» y ven al otro como es realmente.

A continuación hablaré sobre los puntos débiles que presenta cada tipo de amor en los dos miembros de la pareja. Tomo como ejemplo a una pareja conformada por un hombre y por una mujer pero las etapas por las que pasa cualquier tipo de relación son idénticas.

Se crea una mecánica de acción-reacción difícil de romper.

FIGURA DEL PADRE

– Se acentúan sus defectos, se vuelve autoritario y egoísta. Está de mal humor, y se convierte en una persona déspota. Lo único que le interesa es lo de él.

– Ante esto la mujer retira su apoyo y su dulzura.

Él reacciona generalmente con escenas de celos, se muestra caprichoso y no acepta sus propios errores.

– El hombre se enerva ante las exigencias femeninas y se cansa de protegerla. A su vez, la mujer se vuelve extremamente crítica e intolerante ante las debilidades de su pareja.

Ella tiene una profunda necesidad inconsciente de derribar el altar en el que subió a su idealizado compañero.

FIGURA DEL «MAGO»

– Este tipo de hombre hechiza a la mujer con su maneras seductoras mientras le chupa la savia. La vampiriza…

– En la etapa de desilusión, de pronto ella se da cuenta y es consciente de que siempre había escogido a este tipo de hombres y esto la horroriza.

Surge entonces un conflicto interno: a ella se le rompe el corazón y al mismo tiempo es consciente de que perdió toda su voluntad y su independencia. La rabia y el dolor la colocan entre la espada y la pared.

– Este tipo de amor es el que causa la mayor desilusión.

Si se trata de un aventurero que está de paso, el daño es menor ya que desaparece.

GUÍA ESPIRITUAL

– El intelectual es con frecuencia frío y avaro.

– Su imagen de bondad y sabiduría sólo la despliega ante su círculo de amistades.

– Presenta fuertes deficiencias sensuales y humanas.

– La mujer se siente utilizada como una colaboradora que únicamente recoge las migajas del saber de él.

Él cree que ella no está a su mismo nivel y la menosprecia «dejándola» que sea su secretaria o su bibliotecaria, negándose a hacerla partícipe de lo vivo y lo esencial de su obra.

– La mujer se cansa de realizar estos trabajos humillantes y fatigosos de manera que para ella él pierde su aureola de misterio y superioridad.

– Es por la misma razón que ella se vuelve hipersensible y se rebela ante el abuso y la explotación por parte de él. Todo aquello que antes la fascinaba, ahora la enerva.

– Esta reacción hace que él no le perdone sus críticas y sienta que se le «escapó de las manos».

– Es un mal perdedor así que termina por refugiarse en su grupo de admirador@s.

– Es un hombre herido que busca inconscientemente la venganza.

– La mujer reacciona como una hija rebelde y obstinada. Piensa que él no le reconoce sus derechos y la importancia que ella tiene.

– El hombre se cansa de la reacción automática e infantil de ella, y ésto hace que pierda el control emocional ante sus exigencias de comprensión y le aleja su amor, volviéndose un hombre déspota.

– Lo más probable es que el salga a buscar en otras mujeres la confirmación de su virilidad.

EL DON JUAN

Adolece de moral. Le falta caballerosidad y no es capaz de distinguir entre aquello que está bien de lo que no lo está.

– La mujer que ansía dominar despierta en él el deseo de huír.

Ella le exige frecuentemente pruebas de su amor.

EL COMPAÑERO

Deja que la mujer cargue sola con todo el peso de la responsabilidad de la relación.

– El hombre no mantiene sus promesas en el momento en que la situación se pone difícil.

Sólo un amor muy arraigado permite que se supere la crísis.

– Para lograrlo, se impone un trabajo de los dos para resolver sus problemas como pareja.

EL HERMANO

– Se caracteriza por un gran egoísmo.

– A su vez, la mujer, buscando comprensión, descuida el aspecto físico y sensual de la pareja.

– Esta relación incompleta la hace estar descontenta y se aburre, en especial cuando constata que el hombre comprensivo del que se enamoró ya no existe.

Él, a su vez, se centra únicamente en sus propios problemas.

EL HIJO

– Manifiesta una profunda ingratitud.

La relación se vicia y sufre mutaciones: la dulzura se transforma en prepotencia, la comprensión en egoísmo y el valor que tenía la unión se convierte en rencor y hostilidad.

 

Me perece que todos hemos vivido una o varias de estas relaciones. Es irrelevante de qué tipo ha sido la que nos enamoró, lo importante es que haya madurado y, por lo tanto, haya mutado.

Como me decía mi terapéuta: «una relación es como llevar un cesto entre dos personas. Cada una de ellas sujeta una de las asas, pero son AMBAS los que depositan en él cosas». ¿Con qué deseamos llenar ese cesto?

En mi próximo artículo hablaré sobre la honestidad.

(Imagen:www.consciusconsumemetwork.tv.jpg)

 

Quiero agradecer a todos aquellos que han comprado mi libro, e invito a los que no lo hayan hecho aún a que se anímen a unirse a ellos!

Los prejuicios

protestantedigital.com

Por Clara Olivares

 

«Juicio u opinión, generalmente negativo, que se forma inmotivadamente de antemano y sin el conocimiento necesario».

wordreference.com

Me atrevería a decir que no creo que exista una persona que no albergue un prejuicio, por pequeño que éste sea.

Como todos sabemos, los grupos humanos están conformados por individuos, sean asociaciones, amigos, clubes, etc. Estos grupos en ocasiones constituyen una fuente de prejuicios.

Quizás el grupo con más influencia en la creación de prejuicios sea la familia.

Ésto no quiere decir que dichos prejuicios carezcan de una base: la vivencia de alguna experiencia nefasta, como la discriminación o la violencia, por ejemplo, pueden ser el origen de éstos.

El problema surge cuando termina transmitiéndose de generación en generación, llegando muchas veces a olvidarse cuál fué su orígen y las razones y circunstancias que los generaron.

Estoy convencida de que el prejuicio se forma por un motivo. Como señalo más arriba, creo que en general los prejuicios tienen un origen.

El miedo y la ignorancia los alimentan.

Miedo ante lo desconocido o ante aquello que es diferente. E ignorancia ya que, o bien, no nos molestamos en averiguar de dónde proviene, o bien, el miedo nos paraliza impidiendo que veamos más allá de nuestras narices.

Los prejuicios por lo general tienen un componente negativo, pero también los hay con una connotación positiva, como «todo aquello que provenga de... siempre es bueno«. Por poner un ejemplo.

En este aspecto, la educación recibida influye notablemente. Quizás hemos crecido escuchando que tal o cual comportamiento es inapropiado, o, que las personas que tienen equis color de piel son peligrosas, o, que tal grupo busca nuestra ruina, etc. O, todo lo contrario, el espectro es bastante amplio.

El poder que tiene un grupo de pertenencia (aquellos que nos dan identidad) es enorme, y la familia en este caso es poderosa.

Me atrevería a afirmar que algunos de nuestro prejuicios, buenos y malos, son heredados. Nos los transmitieron y los acatamos sin rechistar.

Seguramente, sólo en la medida en que maduramos los podemos cuestionar.

Basta con observar a un niño pequeño, éste carece de prejuicios. Tiene una mirada abierta y sin juicios de valor sobre el mundo.

Por norma general, no percibe al otro como amenazante. A no ser que exista una razón que su instinto percibe rápidamente y despierta las alarmas.

En numerosas ocasiones la razón nos juega malas pasadas, incluso cuando disponemos de pruebas palpables de lo contrario. Seguimos aferrados a nuestra creencia haciendo caso omiso de lo que nuestro instinto nos alerta.

Optamos por seguir aquello que nos dicta la razón. ¿Porqué?

Quizás si hacemos caso a las pruebas nuestro mundo se derrumba, o, si mostráramos ante el entorno que hemos estado equivocados es algo inasumible, o, seremos marginados por el grupo, etc.

¿Qué es lo que nos impulsa a «no bajarnos del burro»?

Valdría la pena que hiciéramos una revisión de nuestros prejuicios y preguntémonos si merece la pena seguir aferrados a ellos.

Permitamos que la duda entre y nos haga cuestionarnos las premisas que damos por verdades inamovibles.

¿De dónde vienen? ¿Dónde los aprendí? ¿Quién lo dice?

En mi próximo artículo hablaré sobre la pereza.

(Imagen: protestantedigital.com)

La moderación

 

 

Por Clara Olivares

Hablar de la moderación no resulta una tarea fácil. Todos sabemos y comprendemos inmediatamente lo que significa pero resulta más complicado explicarla.

Me parece que este concepto está íntimamente ligado a la mesura, práctica recomendada por los antiguos griegos.

Para hablar de ella me es más fácil compararla con su opuesto: el exceso.

En términos generales, la moderación se considera una virtud frente a su opuesto: el vicio. Vicio entendido como «excesiva afición a algo, especialmente perjudicial».

Me parece que los seres humanos nos movemos entre estos dos extremos a lo largo de nuestra vida. Como con tantas otras cosas.

Creo que ir de un extremo al otro es profundamente humano. Nuestra naturaleza nos aboca a este movimiento constante.

La imagen mental que me suscita esta idea es la de un líquido encerrado en un recipiente, cuyo centro se apoya en un solo punto y que un motor hace que todo el líquido se desplace de un extremo al otro como un balancín.

Lo que motiva este desplazamiento es el desequilibrio.

A nosotr@s nos pasa lo mismo, cuando descubrimos que nuestro funcionamiento está en un extremo, naturalmente buscamos ir hacia el otro extremo.

«El arquero que rebasa el blanco no falla menos que aquel que no lo alcanza», dice Montaigne.

Me parece que sus palabras encierran una gran sabiduría.

Es el mismo caso que cuando perseguimos un ideal o una quimera. Creemos sinceramente que lo vamos a alcanzar. Lo que no sabemos es que creer en un ideal sirve para marcar el camino por el que deberíamos transitar, su función es la de indicarnos una dirección que dirija nuestros pasos. Nada más (y nada menos…).

Creo que cuando observamos algo dentro o fuera de nosotros que adolece de moderación, éste chirría y produce un rechazo.

La desmesura resulta grotesca.

Siempre hemos escuchado que tal persona «combate» su vicio de… lo que sea.

El deseo de combatirlo es lo que marca la diferencia. La manera de abordar la dificultad exclusivamente desde el combate con el fin de hacerla desaparecer es la clave.

No se trata de un combate que conlleve un aprendizaje, sino más bien se trata de uno que busca la desaparición del obstáculo.

Creo que nos pasamos media vida combatiendo aquello que no nos gusta de nosotros mismos en la creencia de que al combatir el vicio, éste mágicamente va a diluirse.

¡Qué ilusos!

De un combate de ésta índole sólo queda el cansancio y la frustración.

¿Y si elegimos otro camino? Por ejemplo el de la aceptación.

En el momento en que aceptamos que ese «vicio» forma parte de nuestras caraterísticas personales resultará más fácil aplicar la moderación.

Si integramos en nuestra psique y en nuestra autoimagen ese vicio del cual nos avergonzamos tanto, reconoceremos que somos humanos y, que como tales, poseemos virtudes y defectos.

Concebir una existencia carente de «lugares oscuros» resulta un tanto pueril.

Una de las ventajas que nos brinda la madurez es precisamente la consciencia de saber quienes somos en realidad.

Por fin podremos abandonar la idea de que somos intachables. TODOS poseemos algo de lo que nos avergonzamos.

¿Y?

Lo importante es descubrir nuestros vicios innombrables antes de morir. Porque una vez muertos ya no es posible aprender de nuestras limitaciones.

En mi próximo artículo hablaré sobre la resiliencia.

(Imagen: www.filosofia.laguia2000.com)

 

 

 

El desapego

pensar-seasi-mesmo.blogspot.com

Por Clara Olivares

El concepto del desapego suele confundirse con aquello que no lo es.

El verdadero desapego es aquel que implica la liberación de un lastre que nos limita, que supone una carga (por ejemplo una relación). Se piensa y se confunde con la idea que implica un alejamiento hostil y frío en el que impera una actitud de indiferencia hacia el otro y hacia sus problemas.

El desapego es un signo de salud mental, sin embargo, la segunda idea opta por desentenderse del otro y elude cualquier responsabil

En otro artículo hablaba de la responsabilidad que conlleva el compromiso. Uno que se adquiere libremente y en el que decidimos responder ante aquello a lo que nos hemos comprometido.

Esta responsabilidad en primera instancia es hacia nosotros mismos y después hacia los demás.

No todas las relaciones son verdaderas, solemos llamarlas así cuando en realidad no lo son. La clave para diferenciarlas es el compromiso, si éste no existe, no hay relación. Hablaríamos de conocidos, pero no de verdaderas relaciones.

Algunas veces, es recomendable liberarnos y apartarnos de una persona, ya sea mental, emocional e incluso, físicamente.

Si esa persona nos causa daño hablaríamos de un apego insano.

Generalmente practicar el desapego causa dolor en un principio, pero, con el tiempo es muy liberador.

El sentido común nos aconseja alejarnos y desapegarnos de quien nos daña.

Quizás deberíamos preguntarnos si los problemas que nos genera tal persona los podemos solucionar.

Si no es así, y resulta que lo que recibimos a cambio es la imposibilidad de crear un vínculo en el que esté presente el cuidado mútuo y la responsabilidad, lo más sensato es cortar ese apego.

Como he dicho en otros artículos, las relaciones son siempre de doble dirección. Si no existe un «quid pro quo», estamos hablando de un falso apego.

Algunas veces es necesario aprender a vivir con los problemas, o a pesar de ellos.

En estas ocasiones sí practicamos un sano desapego.

Aceptar la realidad tal cual es, no siempre resulta ser un trago agradable, al contrario, puede llegar a ser muy amargo.

Cuando nos hemos empeñado en creer que ese apego equis que dábamos por verdadero, no lo es para nada, el batacazo que nos damos es doloroso.

Quizás necesitamos creer que es algo verdadero porque verlo tal cual es nos resulta insoportable y es inasumible.

Entonces ¿qué hacemos?: le ponemos un traje que nos permite creer que sí es un vínculo verdadero. Pero recordemos que sólo vemos lo que podemos ver.

Démonos permiso para estar momentáneamente ciegos. Algunas veces cargamos con los problemas de otros creyendo que de esta manera les ayudábamos. Pero, desgraciadamente, no es así

Probablemente a quien «ayudábamos» era a nosotr@s mism@s

Pero no deberíamos sentirnos culpables por ello. Somos humanos y necesitamos disfrazar la realidad para poder sobrevivir.

El desapego es una acción y es un arte. Intentemos ser lo más honestos con nosotr@s mism@s.

En mi próximo artículo hablaré sobre la moderación.

(Imagen: pensar-seasi-mesmo.blogspot.com)

La cobardía

 www.verbienane.wordpress

Por Clara Olivares

Popularmente se entiende la cobardía como la ausencia de valor, como la incapacidad de enfrentar los problemas.

Socialmente, a una persona cobarde se le desprecia y se le minusvalora.

Se le percibe como alguien débil y miedoso además de egoísta. Elige salvarse primero él mismo antes que a otro u otros. Antepone casi siempre su propio bienestar al de otro.

Me atrevería a afirmar que es el miedo la principal razón de su inacción. Éste le invade y en consecuencia le paraliza.

También se puede ser cobarde por puro egoísmo, aunque debajo de éste también subyace el miedo.

Alguna vez me dijo alguien: «¿sabes cuál es la diferencia entre alguien valiente y alguien cobarde? Ambos tienen mucho miedo, pero el valiente a pesar de ello, va y actúa».

Y estoy completamente de acuerdo.

Al atreverse a actuar uno se expone y se posiciona. Se adopta una postura y ésta nos define.

Puede ser que la propia vulnerabilidad quede a la vista de todos.

Si alguien siente que no puede aceptar del todo esa debilidad o que el temor a quedar desprotegido es más fuerte, lo más probable es que intente esconderla.

La cobardía hace que se evite a toda costa comprometerse, bien sea por las responsabilidades que conlleva, o por el riesgo que ésto implica.

Se trata del riesgo que se corre al adoptar una postura.

Existen familias en las que la norma implícita es la de no posicionarse ni tomar partido por nada. Si uno de sus miembros lo hace, lo más probable es que sea castigado por ello.

Quizás si se ahonda en la historia familiar se descubrirá que era una estrategia de supervivencia.

Pero, ¿y esas personas que a pesar de los peligros decidieron seguir adelante y actuar?

Entonces estamos ante una persona valiente. La valentía no implica no tener miedo, ya lo dije más arriba.

Quizás esa persona en cuestión se preguntó: ¿y si ésta vez me quedo y no huyo?

Porque una de las características de la cobardía es la huída.

Se huye de las situaciones difíciles… o se busca a otro que las enfrente en su lugar.

No salir corriendo puede traer descubrimientos sorprendentes sobre uno mismo.

Recordemos que huír es un mecanismo de defensa, desde ésa óptica quizás una actitud cobarde sea más fácil de comprender.

¿Y si por una vez nos quedamos a ver qué pasa?

¡A lo mejor no son tan catastróficas las consecuencias!

En mi próximo artículo hablaré sobre el arte de la discusión.

(Imagen: www.mediacablogs.diariomedico.com)