¿Qué hacer con el sufrimiento, ya sea el propio o el ajeno?

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(Por Clara Olivares)

Tema complicado, doloroso y nada fácil de manejar.

Ante el sufrimiento surgen varias preguntas: ¿Qué despierta en mi ver sufrir a otro? y ¿qué hago cuando eso pasa?

No sólo se trata del hecho de ver que una persona que es querida, sufre y que ante ese sufrimiento uno se siente por lo general, impotente, sino que además cada cual se ve impelido a encarar la forma en que reacciona ante el sufrimiento.

Y hacerlo no siempre resulta fácil ni cómodo.

He observado varias reacciones. Una suele ser la de creer que se debe proporcionar alivio a quien sufre y si no se consigue ese objetivo el sujeto se culpa inconscientemente y piensa que es una mala persona, o, alguien incapaz de consolar, o, alguien inadecuado.

Y la otra modalidad es la de atacar abiertamente a quien sufre. Parece inconcebible, pero así es.

Pienso que quien ataca lo hace porque no puede soportar inconscientemente observar en otro su propio dolor.

Este tipo de personas cuando ven a alguien que sufre por una enfermedad, o, que se encuentran en un estado de fragilidad por la razón que sea, le atacan y creo que actúan así ya que pegándole (metafóricamente hablando, claro) a lo mejor cesa la angustia que le produce su propio dolor.

Es como si a través del ataque intentaran conseguir que el clamor de su herida se acallara.

Es bastante retorcida esta maniobra, pero os sorprendería ver la cantidad de gente que suele actuar de esa forma.

«El dolor es intransferible«.

Con esta afirmación quiero decir que, por más que uno lo desee, no se puede evitar que el otro sienta dolor y sufrimiento.

Hablo evidentemente de ese tipo de dolor que ningún calmante puede aliviar.

Ver sufrir a alguien es duro. A veces llega a ser tan insoportable que, de forma inconsciente, no se ve ese sufrimiento.

O se niega…

En cualquier caso, tanto para quien lo padece así como para el que está al lado, las reacciones de ambas personas ante el sufrimiento se convierten, a veces, en una fuente de malentendidos, desencuentros y desilusiones.

Cada persona, de manera consciente o inconsciente, percibe el dolor de una forma muy personal, es decir, lo que para uno es algo doloroso puede que la misma cosa para el otro no lo sea.

Y lo mismo sucede con las expectativas personales respecto a lo que se espera del otro cuando se sufre.

Por lo general, solemos dar lo que, a nuestro juicio aliviaría, ya que lo que damos es precisamente aquello que nos ayudaría a nosotros mismos a calmar nuestro propio dolor.

Desafortunadamente no siempre se acierta, y es a raíz de esta confusión que vienen los desencuentros y se producen las heridas.

Por eso me parece tan importante comunicarle al otro nuestras necesidades, y en especial, poderle decir lo que esperamos de él.

Ésta no suele ser una tarea del todo evidente. Antes tenemos que encarar el asunto y no siempre estamos dispuestos a ello.

O simplemente jamás nos lo hemos planteado y por tanto no lo sabemos.

Para poder proporcionarle a otro aquello que necesita es indispensable que de antemano seamos capaces de ver al otro.

Y con «ver» quiero decir realizar el ejercicio de desplazar nuestra atención del centro de nosotros mismos y mirar hacia el otro.

Entre más infantil sea nuestro comportamiento, más centrados en nosotros estaremos.

Basta con observar como opera un niño: él es el centro del mundo y absolutamente todo y todos giran a su alrededor. Es decir, ellos constituyen la razón de ser del otro.

Si conseguimos proporcionarle al otro lo que él o ella necesita, no lo que yo necesito, habremos madurado, por una lado, y por otro la relación con esa persona abandonará la zona oscura que constituye la falta de comunicación.

Quizás la vida tiene la misión de que cada persona se sumerja en su interior y vaya descubriendo quién es en realidad.

Ésta constituye una tarea que seguramente consuma la existencia de un individuo.

Yo insto a la gente a hacerlo porque creo que vale la pena. Aunque también comprendo que no todo el mundo desee comenzar esa andadura.

Si se emprende, es un camino de «no retorno» como me repetía mi psicoterapeuta.

Y estoy totalmente de acuerdo. Una vez que se ha abierto la caja de Pandora, no sabemos qué nos vamos a encontrar ni hacia dónde nos va a llevar esa aventura.

Abrir esa caja produce miedo indudablemente.

Como señalo más arriba, comprendo perfectamente que algunas personas prefieran dejar las cosa como están y no revolver el avispero.

Lo único que yo puedo decir desde mi propia experiencia personal y profesional, es que se consigue llevar a cabo la tarea y que en ésta habrá momentos en los que lo pasemos muy mal, pero también muy bien.

Hacer descubrimientos sobre uno mismo o sobre su propia historia aporta al individuo alegría y satisfacción, así como la sensación de ganarse el derecho a ser libre.

La angustia omnipresente que suele acompañar de forma callada o que se manifiesta a gritos, va a ir desapareciendo poco a poco.

Me parece que lo único (que no es poco!) que podemos hacer ante el sufrimiento, es acompañar al otro en ese camino, darle la mano y hacerle sentir que no está solo.

Y en el caso de un sufrimiento a título personal, encuentro muy importante comunicarse con el que tenemos al lado, decirle qué es lo que se siente, qué se espera del proceso y de él o ella.

Así mismo, ya de forma imperiosa, no nos queda más remedio que contactar con el sufrimiento, con el nuestro, y aprender a vivir con él.

En mi próximo artículo hablaré sobre la ira.

(Imagen: www.labotodumond.blogspot.com)

Necesidad del otro: ¿un imposible?

(Por Clara Olivares)

Últimamente no dejo de pensar en si es posible o no vivir sin sentirse necesitado de otro, es decir, sobrevivir sin necesidades afectivas.

Por más que le doy vueltas y vueltas, llego al mismo punto: posible sí que es, desde luego. Pero la pregunta que se impone sería: ¿con qué calidad de vida emocional?

Cierto es que necesitar a otro significa dolor, sufrimiento y lágrimas. Pero también apoyo, cercanía, calor, mayor autoestima, alegría, humanidad, identidad.

Y la idea de padecer dolor asusta y mucho.

Si alguien confiesa abiertamente que necesita al otro, en especial ante sí mism@, se arriesga a sufrir si el otro no está. Y eso, es precisamente lo que nadie desea.

Curiosamente al escuchar las letras de los boleros o de los tangos, la mayoría de ellas hablan de un desamor, un abandono, un amor no correspondido, un despecho… resumiendo, cantan al dolor que produce amar y necesitar a otro.

En la mayoría de esas letras se llora la pérdida del amor de una pareja, pero hay algunos que hablan de la pérdida del amor de un amig@.

Y me atrevería a decir que en ambos casos el dolor que se siente es el mismo.

No dejo de cuestionarme el porqué a una persona le resulta tan difícil decirle a otra que la necesita.

Quizás exista esa creencia absurda de que la imagen de «debilidad» que se proyectaría de sí mism@ sería nefasta, con el agravante de que ese otro va a pensar que le tiene en su poder.

Y, creedme, nada está más lejos de la realidad.

Primero, en cuanto al tema de poder, soy yo quien le entrega o no al otro el poder. Y segundo, precisamente quien carece de vínculos afectivos es quien está más expuesto y es más frágil que aquél que tiene muchos.

Me pregunto si no nos hemos blindado afectivamente como una respuesta ante la imposibilidad de crear lazos afectivos verdaderos. Si una persona se repite constantemente que no necesita a nadie, es decir, que se basta a sí mism@, a lo mejor acaba por creérselo.

Sería interesante analizar de dónde proviene esta incapacidad.

Por un lado pienso que una causa puede ser lo que suelo llamar la «congelación del corazón».

Cuando un ser humano necesita el cariño, la confirmación, la protección, o el apoyo de las personas de su entorno, y por la razón que sea, éstas no se lo brindan, inconscientemente «congela» su corazón para no sentir el dolor que le produce el desgarro de constatar que están solos.

Puede que estos individuos sólamente busquen de forma inconsciente establecer relaciones de tipo contractual, de manera que se aseguren de entrada no volver a sentir el dolor de saberse solos.

Su incapacidad para crear lazos afectivos verdaderos provendría de la congelación de su corazón, pero como todo órgano que está congelado es susceptible de descongelarse (felizmente!).

Por otra parte está el discurso social, que pregona un mensaje en el que asegura que las únicas relaciones aceptables y deseables son las de tipo contractual.

La parte afectiva, llamada amor, cariño, ternura, etc. queda fuera, está descartada y «demodé».

En las relaciones contractuales es necesario que la parte afectiva no prime. Si fuera así, se crearían expectativas que no se van a cumplir jamás y generarían rabia y frustración.

Si a una persona jamás le han dicho que le necesitan y que es importante para alguien, ¿cómo se lo va a repetir más adelante a otro?

Puede que cuando se es adulto se comience a descubrir y a aprender que los vínculos afectivos ayudan a sobrellevar la existencia, que estructuran, que arropan y que constituyen un bien muy valioso.

Descubrirlos es muy agradable. Y lo más importante, se despertaría la consciencia de la importancia que tienen y de lo anémic@ que se vivió durante tantos años.

Comenzaría así el proceso de «descongelación» del corazón. Se aprende a que se puede empezar a querer y a confiar en otro y que éste no le va a abandonar.

Me parece importante tener presente que al trabajo se va a trabajar, no a hacer amigos, para hacerlos existen otros ámbitos.

Esto no quiere decir que dentro de un contexto laboral no pueda crearse una amistad que perdure en el tiempo y que sea valiosa para ambas partes.

La confusión viene cuando se establecen relaciones de amistad o amorosas basadas en las premisas que establece un contrato.

Son relaciones de índole diferente ya que aportan cosas distintas y se construyen sobre otras bases.

Las relaciones de tipo contractual, como su nombre lo indica, se basan en un contrato, es decir, en un intercambio de algo a cambio de algo. Por ejemplo, yo te acompaño al cine y tú me invitas a cenar, o, yo realizo un trabajo y tú me pagas por él. El tipo de relación que se establece se cumple en función al tipo de contrato que se ha pactado con la otra persona.

Si no se cumple la parte que estipula el contrato éste se rompe y, evidentemente la relación se acaba.

El punto que marca la diferencia entre una relación de tipo contractual y una que estructure y en la que una persona se puede apoyar, es el compromiso.

Paradójicamente, es sorprendente como han proliferado los lugares para encontrar una pareja. Y no hablo de un intercambio sexual, éste sí que es estrictamente de tipo contractual.

El ser humano busca, a veces de forma desesperada una pareja, probablemente debido a esa necesidad de poder contar de verdad con alguien.

En el compromiso por lo general hay una implicación emocional y un «quid pro quo» (reciprocidad), compromiso que se adquiere libremente.

En otros términos significaría que yo me comprometo a darle al otro lo mismo que él me ofrece. Por ejemplo, en el caso de la amistad si uno contrae una gripe y vive solo, el otro va a prepararle una sopita caliente, porque sabe que si fuera al contrario, la otra persona actuaría de la misma manera.

En el caso del amor sucede otro tanto de lo mismo.

Estos compromisos dan lugar a que se vayan creando pertenencias, las cuales van a contribuir a que un persona se estructure psíquicamente y en las que pueda apoyarse.

Y entre más pertenencias posea un individuo más libre será y más rico afectiva y psíquicamente será.

Repito, se puede vivir perfectamente con relaciones de tipo contractual exclusivamente, cada cual es libre de escoger lo que necesite.

Lo que planteo es que si cada vez más personas escogen estas relaciones, el empobrecimiento a nivel humano será mayor y esta carencia se verá reflejada a nivel social.

Espero no llegar a ser testigo de contemplar en la calle que alguien tropiece y caiga y nadie le socorra.

Como decían las compañeras de colegio cuando era pequeña: «todo amor implica sufrimiento. Si no quieres sufrir no ames, pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?»

En el próximo artículo hablaré sobre la importancia de tener una parcela de intimidad.

(Imagen: www.loveit.pl)

La niñez: la fuente que alimenta nuestra creatividad

(Por Clara Olivares)

Comparativamente con la duración de una vida (supongamos 80 años), la niñez (de los 6 a los 9 años aproximadamente) constituye un 3,75 % de su totalidad.

Prácticamente nada. Y sin embargo esta etapa ha marcado de forma definitiva nuestra vida.

Con el paso de los años, y en la medida en que nos adentramos en la edad adulta, vamos descubriendo que la niñez alberga la simiente de toda nuestra creatividad.

Y no me refiero a una creatividad que se exprese exclusivamente a través de la plástica. El hecho de encontrar la forma para sobrevivir a los contratiempos que la propia vida plantea, ya es un acto creativo en sí mismo.

Pareciera que la mecánica que plantea la existencia es la de un desarrollo de bebés a adultos, para luego invertirse, reviviendo y revisando las diferentes etapas de nuestra vida yendo de adelante hacia atrás.

Si observamos lo que le sucede a la mayoría de las personas ancianas, constatamos esta hipótesis. Éstas presentan marcadas regresiones que les acercan, de forma más o menos evidente, hacia el estado de lactantes.

Si este es el proceso que describe el aspecto físico, ¿cómo es el emocional y el psíquico?

Yo he encontrado (grosso modo) dos modalidades: una que apunta hacía una regresión que se lleva a cabo de manera inconsciente exclusivamente, en la que la persona simplemente va hacia atrás, física, emocional y psíquicamente. Y otra en que realiza el mismo recorrido, pero, desde la consciencia.

En el primer caso, me parece que el camino hacia la muerte se vive como un hecho inexorable ante el cual, la única alternativa posible es la de la resignación.

La otra alternativa me parece mucho más interesante. Es una certeza (tal vez la única que tenemos en la vida) que vamos a morir y que estamos abocados a un deterioro físico innegable. La diferencia entre ambas, radica en que no necesariamente nuestras emociones y nuestra psiquis tienen que sufrir el mismo destino.

Me parece que sería mucho más enriquecedor y entretenido vivir la vida desde una actitud activa, es decir, convirtiéndose en el protagonista de la propia existencia, no en un mero espectador de ella.

Si hacemos un breve repaso a nuestra vida, probablemente encontraremos que cuando tuvimos crisis y baches que remontar, fue gracias a la creatividad que desplegamos que pudimos salir adelante.

Supimos encontrar la solución o la salida al dilema o a la dificultad que se nos planteaba.

Y si se analiza un poco más concienzudamente este hecho, se podrá constatar que, de forma inconsciente, la creatividad que permitió hallar las soluciones las obtuvimos de esa maravillosa y rica etapa de la niñez.

Creo que es a partir de la inflexión que conlleva cumplir los 40 que comenzamos a realizar esa especie de «regresión», esta vez de forma consciente (o ese sería el espíritu deseable para acometer la tarea) en la que se van recreando todas y cada una de las etapas por las que hemos transitado a lo largo de nuestra historia.

Me parece que la vida nos brinda una segunda oportunidad para resolver los conflictos y las dificultades que, en su momento, no pudimos solucionar. Es más, creo que ni siquiera nos dimos cuenta de que existían.

De alguna manera, el reto radica en atreverse a ser uno mismo.

La niñez contiene nuestro verdadero ser, creo que si podemos contactar, esta vez de forma consciente con la persona que se manifestaba durante esa etapa, descubriremos quienes somos verdaderamente.

Además lo haremos desde el aprendizaje que nos ha brindado el hecho de haber vivido y que nos ha dado una sabiduría que no poseíamos a los 20 años.

Personalmente, sigo sorprendiéndome con los descubrimientos sobre mí misma que aún continúo haciendo.

Encuentro muy divertida y tremendamente apasionante esta aventura.

Os invito a que la experimentéis, me parece que vale la pena!

La semana que viene voy a escribir sobre la relación de pareja, ay, ay, ay, qué sensibles somos a ese tema.

(Imagen: www.ratesonline.com.au)