Por Clara Olivares
Se sabe que los padres morirán algún día, es ley de vida. Aún así, jamás se está preparado para esa pérdida.
En el momento en que uno se queda huérfano, da igual la edad que se tenga, el sentimiento de desamparo que se experimenta es el mismo.
Puede que hayamos creado una nueva familia, que tengamos hijos que ya sean mayores de edad, que dispongamos de un sólido grupo de amigos, etc. La intensidad de la tristeza que nos embarga no disminuye.
Muchas veces desplegamos un recurso mental para amortiguar el golpe: la racionalización. Esta consiste en analizar la situación desde un distanciamiento emocional, de manera que este análisis se convierta en algo «objetivo» desprovisto de emociones.
¿Significa eso que, ya pasó el dolor? NO, desde luego.
Cada un@ de nosotr@s necesita un tiempo, su tiempo, para poder procesar el nuevo estado y aceptarlo.
No es únicamente el hecho de haber perdido al otro padre, sino el de verse abocad@ al estado de orfandad.
Aunque «sepamos» que llegará el día en el que ya no van a estar, la pérdida es doble: por un lado está la de los padres y, por el otro, la de ese paraguas bajo el cual nos guarecíamos.
De un momento a otro nos hayamos «solos» ante el mundo y ante la vida.
Quizás siempre lo hayamos estado, pero lo que adquiere relevancia es como se vive esa nueva realidad.
Aunque nuestros padres no hayan sido protectores, la sensación que experimentamos es la de habernos quedado desprotegidos.
Ya no disponemos del refugio al cual acudíamos cuando las tempestades de la vida nos azotaban.
En él encontrábamos un techo bajo el cual protegernos mientras se calmaba el temporal.
De pronto nos encontramos sin ese amortiguador que permitía minimizar la fuerza con la que nos golpeaban las vicisitudes de la existencia.
Es como si nos encontráramos en la primera línea de fuego en un batalla.
A partir de ese momento, nos tenemos que enfrentar a los peligros a pecho descubierto. Somos nosotros quienes vamos a sentir toda la fuerza de la embestida.
Y esa sensación asusta.
¿Cómo voy a hacer para encajar los nuevos golpes yo sol@?¿Seré capaz de hacerlo?
Se disparan en nuestro interior todos nuestros miedos, se desata el imaginario que hasta la fecha pasaba desapercibido.
No es fácil ni se puede aceptar esta nueva realidad con rapidez.
Contactamos de golpe con esos monstruos que estaban agazapados y que, por esa misma razón, no estaban a la vista.
Parece que al ser un hecho asumido social y personalmente, pasa sin grandes estruendos, se ha banalizado con el tiempo.
Pero si rascamos un poquito, nos encontraremos con los sentimientos y con las emociones que despertaron en nosotr@s, el hecho de haber perdido a nuestr@s padres.
Y curiosamente, es en ese instante en el que se pone de manifiesto un cambio: aflora el bagaje que ellos depositaron en nosotr@s. Surge el legado que nos dejaron.
Y éste, no deja de sorprendernos. De golpe, o de forma paulatina, vamos descubriendo quienes fueron ellos.
A lo mejor comenzamos a darnos cuenta de que vivieron una vida intensa, o, por el contrario, que tuvieron una existencia anodina. Descubrimos que tuvieron una vida propia antes de ser padres.
Os invito a descubrir quienes han sido (o fueron) vuestros padres. Es un viaje apasionante.
A través de ese periplo se comienza a comprender un sinfín de cosas relacionadas con nosotros mismos.
Incluso, se llega a «saber» que aquellas cosas que uno percibía y que eran «innombrables», tenían una razón de ser, no eran una invención de nuestra propia cosecha.
Es entonces cuando se comienza a respirar más tranquilamente.
En mi próximo artículo hablaré sobre la nostalgia.
(Imagen: www.pelotadetrapo.org.ar)