Por Clara Olivares
La irrupción de Internet ha marcado, sin lugar a dudas, una nueva época en la historia de la humanidad: vivimos en «la era virtual».
Buscando la definición de virtual, me pareció muy interesante una que habla de «la creación de una situación de apariencia real, en la que se crea la sensación de estar allí y de estar interactuando con ese entorno».
Lo paradójico del asunto es que ese mundo virtual se inspira, mayoritariamente, en una experiencia real.
Pero, ¿qué pasa cuando esos lugares no existen en el mundo real? Ese es el caso, por ejemplo, de los miles de video-juegos que aparecen en el mercado en donde la imaginación está desatada.
En el terreno de las relaciones interpersonales la realidad virtual es bien diferente. Me atrevería a decir que en ese mundo paralelo se vuelcan todos los deseos e ideales de las personas que buscan tener una relación con otro.
Al encontrar a una persona que en apariencia satisface todos nuestros sueños, muchas veces se olvida que ésta no es del todo real.
¿Por qué lo digo?
Este tipo de intercambios permiten un acercamiento con el otro, pero desde mi punto de vista, es incompleto porque no intervienen todos los sentidos; están excluídos el tacto, el olfato y el gusto. Sentidos que a mi entender, son tan importantes como el oído y la vista.
Toda la información que nos brindan estos sentidos desaparece, y por lo tanto la imagen que nos formamos de la otra persona queda incompleta.
Creo que el mundo en que nos movemos actualmente prima el sentido de la vista sobre los demás. Cierto es que muchas cosas entran por los ojos, no obstante, me parece importante no olvidar los restantes.
Lo que encuentro preocupante del fenómeno virtual es que termina aislando. Las personas acaban relacionándose con una máquina y no con una persona.
He visto en varias ocasiones la siguiente escena en un restaurante: una familia o una pareja están sentados a una mesa, y, cada uno de ellos tienen en la mano un teléfono con el que «se comunican» con otras personas (imagino) durante toda la comida. Prácticamente no hablan entre ellos, no se miran, comen en silencio, o, siguen con el teléfono mientras lo hacen.
Encuentro peligroso que se llegue a no poder distinguir entre la realidad virtual y la auténtica.
Y a veces, lo que veo me parece alarmante.
No puedo dejar de preguntarme muchas cosas: ¿para qué han ido al restaurante?, sino tuvieran el teléfono, ¿de qué hablarían?
Intuyo que ese mundo virtual resulta más apetecible que el real. Por no hablar que en éste no hay problemas, no hay que hacer ningún esfuerzo por mantener una conversación, si me aburro me voy.
Lo sorprendente es que ves a gente de todas las edades caer en esta dinámica.
Imagino que, para las personas que en el mundo real les es muy difícil establecer relaciones con otros, este mundo virtual les ofrece la posibilidad de relacionarse salvaguardando siempre la interacción que implicaría estar presente y delante del otro.
Encuentro triste que las personas se priven de toda la información que nos aportan los sentidos del tacto, el olfato y el gusto. Sin ellos encuentro que no se acaba de conocer a otra persona.
En el caso de una pareja, por ejemplo. ¿Cómo sé si habrá o no química entre nosotros? ¿Me gustará su olor? ¿Cómo me toca? ¿Acepto o rechazo ese contacto? ¿Qué siento cuándo me besa?
No estaría de más preguntarnos si no hemos sido engullidos por este mundo y no somos conscientes de ello.
En mi próximo artículo hablaré sobre el destello de luz que es la vida.
(Imagen: www.dubanpfc.blogspot.com)