El desorden

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Por Clara Olivares

“el orden se define como todo aquello que funciona de determinada manera o la organización de elementos en determinado espacio, realizado por un individuo inteligente.”

La mente es maravillosa

¿Existe un desorden bueno y un desorden malo? En otras palabras, ¿uno aceptable y uno que no lo es?

Depende… en función de nuestra educación, nuestra forma de ser, nuestros objetivos, el tiempo de que dispongamos, nuestra cultura, las ganas que tengamos y un largo etcétera.

Digo esto porque los conceptos de orden-desorden son tan variados como lo son los seres humanos.

Lo que es orden para una persona, para otra puede ser desorden. Como dice la definición cada persona se organiza en función de sus propias necesidades.

Existen individuos que disponen su entorno de tal forma que parecería caótico y, sin embargo, si precisan de algo, lo encuentran inmediatamente. Saben en que lugar está cada cosa.

Y también los hay que disponen todo lo que les rodea de una manera sistemática y ordenada pero que son incapaces de encontrar rápidamente lo que buscan.

Y esto nos conduce al concepto de eficacia.

¿Es nuestro sistema de ordenar uno eficaz? ¿O por el contrario, no es operativo?

La manera que tenemos de organizar nuestro trabajo, nuestro horario o nuestra jornada nos dará una idea sobre lo apto que resulta éste a la hora de obtener los resultados esperados.

¿Responde a los objetivos que teníamos cuándo la diseñamos?

Si la respuesta es un si, quiere decir que nuestra forma de organizarnos es la adecuada. Pero, si es un no, quiere decir que, probablemente esa no es la idónea.

Yo tengo la teoría de que la manera en que nos organizamos ante cualquier tarea responde directamente a la forma en que discurre nuestro pensamiento. Así, la estructura de nuestro pensamiento se plasma en el modo en que nos organizamos.

Algunos teóricos hablan del desorden como de un mal hábito. Pienso que sólo en parte. He conocido a varias personas que no se han preocupado nunca de ordenar nada, ya que siempre ha habido alguien que se ocupaba de eso por ellos. A este fenómeno suelo llamarlo “la mano que limpia” ya que es invisible para el que la tiene.

Para mi, el orden está íntimamente ligado a la armonía y a la estética. Soy consciente de que es una percepción muy personal, aunque no creo que esté alejada del concepto en sí.

Me parece que cuando algo está ordenado, necesariamente es armónico y por lo tanto estético.

Y si voy más lejos, lo armónico es bello. Calma, apacigua, tranquiliza…

Como en muchas cosas, la rigidez es una mala consejera para una convivencia provechosa y pacífica. Es decir, que si nos ponemos muy rígidos con nuestra idea del desorden, podremos llegar a convertirnos es seres intolerantes.

Ya hemos visto que, como un individuo se organiza suele corresponderse con el orden lógico que rige su pensamiento y con sus necesidades.

Por eso creo que es muy importante ejercitar nuestra tolerancia ante el otro. A algunos les costará más y a otros menos.

En mi próximo artículo hablaré sobre la seducción.

(Imagen: www.cienciaciega.blogspot.com)

 

Del amplio espectro que encierra la palabra «amistad».

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(Por Clara Olivares)

Por lo general, esta palabra no significa lo mismo para todas las personas.

Por eso creo que es importante tener en cuenta este punto cuando se esperan determinadas cosas de la persona a la cual consideramos amiga.

Soy consciente de que, en la mayoría de las ocasiones, se da por sentado que el otro está en la misma frecuencia que uno y, desafortunadamente, no suele ser así.

De ahí la necesidad de indagar si las dos personas están hablando de lo mismo cuando se toca el tema de la amistad (o del amor).

El abanico que se abre ante nuestros ojos cuando expresamos que alguien es nuestro amigo, es bastante ámplio.

Puede tratarse de una persona con la que salimos una vez al año a tomar una copa o a cenar, o, a aquella a la que le contamos nuestros secretos más íntimos.

Es decir, que existen diferentes clases o tipos de amistades.

Creo que los malos entendidos sobrevienen cuando metemos en el mismo saco a todas las personas a las que llamamos «amigas».

Existen grados de compromiso, en otras palabras, con el/ amig@ que sólo quedamos para tomar un copa de vez en cuando, probablemente no exista el mismo grado de compromiso que con la persona a la que voy a cuidar cuando se enferma.

Cuando irrumpe en la relación un compromiso, es decir, cuando se establece un «quid pro quo» (reciprocidad), en un terreno equis, cada un@ se compromete con el otro a responder de la misma forma que él lo haría.

Por ejemplo, si el amigo está enfermo y vive solo, yo voy a cuidarle y a prepararle la comida; o, si está atravesando un duelo por una pérdida, el otro va a estar ahí acompañándole y consolándole, o, si está pasando por un momento difícil económicamente, miro si le puedo o no echar una mano.

No se esperará ni se exigirá el mismo comportamiento del amig@ con quién sólo quedo para ir a bailar.

Estos compromisos generalmente se establecen de forma tácita, pero si por una casualidad no se hacen tácitos, entonces hay que explicitarlos de forma que se oficialicen.

El terreno amoroso opera de la misma forma. La amistad y el amor vienen a ser manifestaciones diferentes del mismo sentimiento.

Sin embargo, nunca dejamos de sorprendernos con los comportamientos de la gente. Por ejemplo, alguien al que considerábamos un amigo a secas, con el que compartíamos pocas cosas, de pronto tiene un gesto de cercanía y bondad que nos deja anonadados y gratamente sorprendidos.

Ahora hablaré de los puntos en los que, según mi parecer, se apoya una verdadera amistad.

Ésta de apoya sobre tres patas: la incondicionalidad, un «estar ahí» y por último en esos gestos que le transmiten a la otra persona que ella está presente en su vida cotidiana.

A que me refiero con cada punto:

Incondicionalidad: viene a traducirse por un «puedes contar conmigo» para lo que precises, dentro de las limitaciones que cada uno tiene, por supuesto. Sería como decirle al otro que «estaré contigo cada vez que lo necesites o que yo perciba que lo necesitas».

Estar ahí: significaría que el amig@ estará a mi lado cuando yo esté atravesando un momento difícil en mi vida, o, cuando tenga una alegría. «En las buenas y en las malas», cómo reza el dicho.

Me alegraré por tí si tienes un proyecto nuevo, o, si tienes un reconocimiento en tu trabajo, o, si te ganas la lotería, etc., etc.

El sentir que el amig@ está presente para el otro en su vida cotidiana, ¿cómo?, a través de pequeños gestos, que le manifiestan al otro que éste forma parte de su vida.

Un ejemplo simple de este punto sería el siguiente: un día voy por la calle y me encuentro una pastelería que vende un exquisito pastel de chocolate. En ese instante pienso que a mi amig@ le fascina el chocolate, así que entro y le compro un trocito para regalárselo.

Lo que va tejiendo el tapiz de una relación, son esos pequeños gestos y el paso del tiempo.

Es muy difícil que una relación se construya de un día para el otro. Únicamente el tiempo permite crear una historia hecha de momentos, gestos, comportamientos que terminan por confirmar (o no) que se posee un amig@.

El tema hace que se me vengan a la cabeza varios dichos populares, como: «quien tiene un amigo, tiene un tesoro», o, «hecho son amores y no buenas razones», por nombrar solo dos.

Estoy completamente de acuerdo en que si uno posee un solo amig@ verdadero en la vida, ya puede considerarse alguien muy afortunado.

Menciono el siguiente dicho, ya que, solemos hacer más caso a las palabras que a los hechos. Y son éstos últimos los que permiten constatar y sopesar quién es un buen amig@ y quién no lo es.

Otros aspectos de índole fundamental en este tema y a los que he decidido dedicarles un espacio aparte, serían, la ausencia de un juicio y la capacidad para decir las cosas.

Un amig@ de verdad es aquel que no suele emitir juicios de valor gratuitos sobre lo que hace, piensa o siente la otra persona. En otras palabras, acepta a su amig@ como es.

Puede no estar de acuerdo pero no por eso deja de apoyarle. Acepta las extravagancias que tiene la otra persona, porque sabe que él también las posee.

En el terreno de la amistad se suele ser más tolerante con los defectos que en el del amor. Aceptamos mejor las debilidades del amigo que las de la pareja.

Tanto en el amor como en la amistad, la relación llega a convertirse en una pertenencia sobre la cual nos apoyamos y que sustenta nuestra identidad.

Llega a convertirse en un lugar en el cual nos refugiamos cuando el resto del mundo es duro y áspero.

Curiosamente en la amistad suelen recrearse los mismos conflictos que se tuvieron en el núcleo familiar con los hermanos. Campan las mismas pasiones que se sentían en el pasado: celos, envidias, competividad, etc. por nombrar sólo algunas.

Pero volviendo al punto que estaba tratando, el amig@ le dice al otro cuando se equivoca o cuando ha metido la pata. Precisamente se lo puede decir porque se ha creado una base que lo permite y segundo porque, aunque sea más cómodo mirar para otro lado, le muestra su equivocación aunque no siempre le resulte fácil hacerlo.

Es gracias a las relaciones verdaderas que se crece como persona y se madura. Éstas nos enfrentan a nuestros demonios y nos hacen mirar los aspectos que menos nos gustan de nosotros mismos.

Dicho de otro modo, nos colocan enfrente un espejo en el cual vemos nuestro reflejo. Reflejamos lo bello y también lo menos bello de nosotros mismos, incluso aquello que no queremos ver.

Cuando tenemos el privilegio de contar con una relación de este tipo en nuestra vida, es indispensable que la cuidemos y la mimemos con nuestro cariño, si no se morirá como una planta a la que no se la riega ni se le quitan las hojas muertas.

Lo que puede llegar a estructurar y a sostener un buen amigo es inapreciable, así que invito a la gente que me lee a que mire más de cerca a los que tiene a su alrededor y descubra a aquellas personas que aún no ha visto y valore la riqueza que posee.

En mi próximo artículo hablaré sobre el miedo que produce sentirse y ser una persona vulnerable.

(Imagen: www.vk.com)