Por Clara Olivares
¿Qué hace que una persona sea despilfarradora?
Como en tantas otras cosas, existe un componente biológico y otro psicológico.
Parece ser que el “núcleo accumbens” tiene mucho que ver en eso. Son un grupo de neuronas del encéfalo que tienen una función importante en el placer.
Este núcleo recibe información de diferentes centros emocionales y de la actividad motora. Es el encargado de “analizar” esta información y favorecer o no la repetición de una experiencia.
Es decir, que el aprendizaje se afianza gracias a este núcleo. Afectivamente, existen experiencias vitales positivas, negativas y neutras. La función de este núcleo favorece las experiencias positivas, es decir, preserva las que han generado un estado positivo.
Lo que vendría a hacer sería recompensar estas experiencias, ya que la secreción de dopamina se incrementa, y este neurotransmisor es el responsable del placer.
Hasta aquí, muy bien. Pero ¿que hacemos cuando a lo biológico se le une lo psicológico?
Y en este punto es cuando “la puerquita torció el rabo” (dicho popular colombiano para expresar que a partir de este momento la cosa de complica).
Puede que a través de ese comportamiento estemos llenando un vacío interno, como por ejemplo, la búsqueda de aprobación o la necesidad de reconocimiento, entre otros. O simplemente despilfarremos para acallar la angustia.
¿Por qué necesitamos llenarnos de cosas?
En algunos casos he observado una “compulsión” por comprar, aunque no lo necesitemos.
No hay que olvidar así mismo, que estamos inmersos en una sociedad de consumo que nos bombardea constantemente con un solo mensaje: COMPRA.
Y tenemos que hacer un esfuerzo para no caer en esa dinámica.
Hace poco vi un documental en el que un periodista deseaba averiguar en qué gastaban su dinero los multimillonarios. El programa se centraba en la comida, así que entrevistaban a un chef que cocinaba para ellos. Lo que más me llamó la atención era que este hombre decía que lo que buscaban últimamente era “tener la experiencia”.
Poco importaba lo que costara la exclusividad, la clave estaba en ser ellos los primeros en degustarla. Así, el chef buscaba por todo el mundo alimentos raros, como por ejemplo, un grano de café que un animal que vivía en una selva se lo tragaba, lo digería y buscando en sus excrementos lo encontraban, lo limpiaban y preparaban con él un café que estas personas degustaban.
¡No hablemos del precio de una taza!
El despilfarro de dinero me dejó sin habla. ¿Por qué unos poquísimos privilegiados dilapidaban esas sumas?
Pienso que el vacío interior debe ser enorme. Quizás necesiten realizar esas extravagancias para sentirse vivos.
Y me pregunto: ¿dónde está el límite? ¿Alguien lo marca? ¿Por qué se acepta? ¿Por qué existe un público para ello?
Creo que sucede lo mismo con las “snuff movies”. No creo que el “todo vale” para encontrar placer sea válido.
¿Qué nos está pasando que hemos perdido por completo el norte?
Pongo los ejemplos más extremos, pero a un nivel más cercano me atrevería a afirmar que, en mayor o en menor medida, nosotros también podríamos adolecer del mismo mal.
En mi próximo artículo hablaré sobre “darse permiso para”.
(Imagen: www.periodistadigital.com )